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Prólogo De la verdad más alta que la luna
ОглавлениеEl motivo por el que los hechos que relata este libro han pasado desapercibidos durante tanto tiempo, el desconocimiento y la indiferencia con el que la sociedad española ha convivido con la realidad de los bebés robados, es altamente significativo y preocupante; y, en cierta manera, explica mucho sobre el subconsciente colectivo con el que vivimos el proceso de transición de la dictadura a la democracia. Pero estoy firmemente convencido de que ninguna sociedad puede vivir sin exorcizar sus demonios más íntimos y que el robo masivo de bebés durante más de sesenta años en España tiene también, finalmente, que florecer en una solución colectiva y constructiva que dé una solución definitiva a las víctimas y cierre uno de los capítulos más negros de nuestra historia. Decía en uno de sus poemas más memorables el poeta barcelonés Gil de Biedma que «entre todas las historias de la Historia, la más triste es la de España porque termina mal»; trae y denuncia ese pesimismo histórico, en no pocas ocasiones autocomplaciente y justificativo, que arrastramos cuanto menos desde la crisis del 98, y que pesa en nuestra conciencia colectiva como una losa dolorosa que dificulta, cuando no impide directamente, avances de futuro. Pero ha llegado ya el momento, de que asumamos sin complejos nuestras miserias, miremos a la cara a los demonios del pasado, acabemos con los silencios autoimpuestos, dejemos de mirar hacia otro lado y afrontemos con decidido brío la construcción de un futuro mejor.
Como explica la investigadora Neus Roig en esta obra compleja y completa, durante muchos años en España muchos hijos fueron arrancados de sus madres, bien mediante el ejercicio violento de la autoridad, bien bajo amenazas y coacción o, en ocasiones, bajo mentiras y engaños, eso sí, casi siempre desde estructuras de poder directa o indirectamente amparadas o vinculadas con el Estado. Es cierto, como insiste algún estudioso, que podemos remontarnos a etapas históricas muy lejanas, y que en cualquier sociedad encontraremos instituciones o mecanismos destinados a la usurpación de recién nacidos para ponerlos bajo la tutela y educación de otros padres; pero los hechos que aquí se relatan, y que conforman un entramado masivo y sistemático, tienen un origen político e ideológico muy concreto, y solo en este contexto y en esta realidad, así lo entiendo yo, puede analizarse y entenderse.
Durante la barbarie que supuso la Guerra Civil, y los actos de crueldad y brutalidad que toda contienda conlleva en todos sus bandos, cuando el autodenominado «bando nacional» se hacía con el control de zonas del territorio que se habían mantenido leales a la República, se iniciaba un duro proceso de represión y depuración que se extendió tras el fin de la Guerra Civil el 1 de abril de 1939 y que durará, en su rigor más extremo, cuanto menos hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
La represión fue especialmente dura y cruel contra las mujeres republicanas, militantes en causas sociales y de progreso, y también, en muchos casos, sobre las madres, esposas e hijas de los luchadores republicanos. Atacar la condición de mujer era la respuesta espontánea desde concepciones morales basadas en la superioridad del hombre y en el fanfarroneo de la virilidad, que encajaba adecuadamente con aquellas concepciones religiosas que preconizaban el sometimiento y la sumisión de la mujer.
Muchas mujeres, detenidas y encarceladas por pertenecer ellas, o sus padres, maridos e hijos a partidos, sindicatos y entidades republicanas, consideradas ahora desafectas al nuevo régimen político nacido del golpe de Estado del 18 de julio, sufrieron la tortura, el maltrato y la humillación en las cárceles políticas del primer franquismo. Aquellas que habían sido madres recientes, o que estaban embarazadas, en no pocos casos sufrieron la crueldad de ver cómo sus hijos eran arrebatados para entregarlos a familias afectas a la España nacional. No faltó incluso algún intelectual que decidió teorizar la necesidad de erradicar el «gen rojo» en estos recién nacidos que todavía no habían podido sufrir las malas influencias de sus madres, preconizando la necesidad de una política de Estado destinada a dar una buena familia nacionalcatólica a aquellos niños que, de ser dejados al cuidado de las madres »rojas», podrían ser el germen de futuros problemas para el nuevo Estado naciente. Hay centenares de historias de vidas de mujeres que relatan la experiencia personal, o de compañeras de celda, a las que se esperó a su parto para ajusticiarlas con la pena de muerte, las que tras su condena político-penal se les arrebataron los niños, y también aquellas que condenadas a la miseria y a la arbitrariedad, no tuvieron más remedio que entregar a sus hijos, bajo coacción y amenaza, para que se criaran en manos ajenas. Algunas películas de cine, obras literarias, memorias, testimonios, historias de vida han permitido conocer la extrema crueldad represiva que se vivió en las cárceles de mujeres durante la Guerra y la inmediata posguerra; sin embargo, la suerte y el destino de los bebés robados han quedado cubiertos por ese halo de polvo o esa neblina oscura con los que, en ocasiones, se cubren espacios de la historia sobre los que renunciamos a conocer y pensar.
Derrotado el fascismo y el nazismo en el centro de Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, las veleidades totalitarias del primer franquismo buscaron encontrar acomodo en el nuevo concierto de las naciones, principalmente de la mano del concordato con la Santa Sede, y el establecimiento de relaciones con los Estados Unidos, situando la dictadura franquista como el «centinela de Occidente» y último reducto tras los Pirineos para frenar el comunismo totalitario soviético. Lentamente, España se abrirá al mundo moderno, pasando de los delirios autarquistas a los Planes de Desarrollo, y de la hegemonía germanófila de Serrano Suñer a los gobiernos tecnócratas de los «lopeces». El nacionalcatolicismo emergía como ideología dominante, entregando el monopolio de la educación a la Iglesia católica e imponiendo un férreo control sobre las costumbres y las expresiones públicas de los españoles —y, en especial, de la moralidad de las mujeres— junto con un autoritarismo represivo en el terreno político y en las relaciones laborales. España, se decía, debía funcionar «con la disciplina de un cuartel y la moralidad de un convento». Y, una vez más, la mujer era la víctima principal y el centro de los freudianos delirios represivos del aparato autoritario nacionalcatólico.
En 1952 se creaba el Patronato de Protección de la Mujer, bajo la presidencia de honor de doña Carmen Polo de Franco, que tenía como objetivo legalmente declarado velar «por todas aquellas mujeres que, caídas, desean recuperar su dignidad», y cuyas instituciones represivas perduraron hasta 1985… ¡hasta 1985! Miles de mujeres, hasta la edad de veinticinco años, fueron encerradas sin juicio, condenadas a trabajos forzados de lavandería, cocina, limpieza y costura, principalmente, y cuyos hijos —de ingresar embarazadas— eran en muchos casos robados bajo inducción, coacción, amenaza o engaño.
Ya no estamos ante un modelo de represión político-ideológico, más propio de un Estado totalitario fascista, sino ante un modelo de represión moral —de las mujeres— socialmente impuesto para lograr mediante el miedo, la coacción y la restricción de las libertades, el control social y político de la sociedad española. Ya no son aquellas presas políticas, ahora son mujeres con mala conducta moral, con comportamientos públicos inadecuados a la cerrada hipocresía franquista, muchas de ellas analfabetas, venidas del pueblo para servir en casas de la nueva burguesía especulativa de las grandes ciudades, en no pocas ocasiones objeto de abusos y de maltrato, y que ante su protesta encontraban indiferencia y represión, chicas jóvenes desafortunadamente embarazadas, mujeres embarazadas por actos de violencia, mujeres coaccionadas y sometidas por el hambre y la miseria… Poco a poco, la historia de estas instituciones, sus documentos, sus archivos, así como historias de vida, biografía y narraciones, van aflorando a la realidad; pero, una vez más, la historia y la intrahistoria de esos niños robados queda entre los algodones sucios del silencio y el olvido.
Y en no pocas ocasiones la represión moral se convierte en negocio; un sustancioso negocio donde aquellos que desean tener un hijo pueden llegar a pagar cualquier precio, donde los niños pueden ser el regalo de Navidad o de aniversario, el perdón y el consuelo para las dificultades de un matrimonio; como se decía, «un matrimonio sin hijos es como un jardín sin flores». Y aquí ya no importan bandos ni colores, todos los momentos de la historia generan los «listos», los extraperlistas, los aprovechados, los que se benefician del dolor ajeno; y en esa España decadente, de hambre, miserias e hipocresías en blanco y negro afloraron también los listos y las listas del lugar. Curas, monjas, médicos, funcionarios o autoridades no vieron nada malo en hacerse unos ahorros por prestar tan noble servicio al Estado, seguramente pensaron que su propio esfuerzo bien merecía alguna pequeña compensación, y que eso que nadie se atrevía a explicar en público, y que quedaba en el secreto de sacristías y de salas de parto, bien valía una gratificación. Y es difícil darse cuenta de cuándo el negocio florece, lo mucho que aumenta la clientela y lo que un día fue excepcional se convierte en comercio habitual como por arte de magia. Bastará entonces un compungido fugaz «mea culpa» en la misa diaria y a seguir levantando la patria no vaya a ser que vuelvan «los rojos».
De este modo, lo que empieza como un pequeño negocio local, basado en una donación caritativa, en una sentida y consentida contribución a los buenos y apostólicos fines, se acaba pagando en cómodos plazos: y así es como las virtudes del buen hacer profesional trascienden de los muros del reformatorio, de la casa de recogidas, del despacho de la Diputación Provincial, del orfanato, de la sacristía y del confesionario… y aparecen nuevos clientes de otras localidades, y de otras provincias, que convienen con la discreción y con el precio. Y cuando la larga y firme mano de la autoridad empieza a temblar, por vieja y por inconsistente, y surgen en el corro algunas pocas voces díscolas y cuesta más inducir y coaccionar a estas deslenguadas y descaradas chicas caídas que desprecian la piadosa protección que generosamente se les ofrece, entonces podemos recurrir al engaño y la mentira, al bebé estaba muerto, al como ha nacido muerto legalmente es un aborto y no pueden mostrarse los restos, al yo lo vi sano y lo oí llorar pero desgraciadamente ha muerto —y tenemos congelado un feto que en unas horas podemos mostrarle—, al eran gemelas pero una dio la vida por la otra, al confórmate que todavía eres joven y vendrán más, al Dios así lo ha querido, y al hijo que dio la vida por salvar a su madre… Y con ello miles de irregularidades, de recién nacidos cuya causa de muerte es la otitis, de bautizados antes de nacer, de niños con dos partidas de nacimiento diferentes, de muertos vivientes, de abortos que pasan a lactancia, de legajos perdidos, de siglas extrañas en los expedientes médicos, de padres y madres que, antes de morir explican verdades dolorosas, de hijos e hijas que se descubren portadores de enfermedades genéticas inéditas en su familia, de tumbas vacías, de jardines de hospital como supuestas fosas comunes, de papeles que desaparecen de archivos oficiales… y sobre todo de madres rotas, rotas un día y otro y otro y otro, rotas centenares y miles de días, rotas cada día de su vida, que chocan con la indiferencia, el abandono y la desidia del mismo Estado que antaño colaboró directa o indirectamente en los hechos que causan su dolor y que hoy —astuta y cínicamente— declina el deber de protección y de reparación que debe a las víctimas. Seguramente lo más doloroso para una madre es no saber lo que pasó, no saber si el niño murió o vivió, no saber si existe o no existe, si fue engañada o no; y seguramente lo más doloroso es también la impotencia para conocer la verdad, porque sus vidas ya están rotas definitivamente, las historias ya están definitivamente truncadas, pero la verdad es capaz de reparar casi cualquier barbaridad.
Neus Roig nos relata desde la coherencia académica de una investigadora una historia que entrelaza, sin interrupciones, con un hilo perverso y macabro de continuidad, esas mujeres represaliadas, humilladas, torturadas y asesinadas por ser alegremente rojas y republicanas, con esas mujeres hijas del hambre y de la miseria, llamadas al servicio del hogar, víctimas de abusos y crecidas en los grises suburbios del desarrollismo franquista, y con estas más recientes mujeres engañadas, todas ellas víctimas del robo de sus hijos con la complicidad de una arquitectura jurídica que permitía y ocultaba estas fechorías y con unas instituciones públicas orientadas a la represión física y moral de la mujer como símbolo primigenio del pecado original.
La autora, en su trabajo de campo antropológico, que continúa, ha recogido centenares de testimonios y entrevistado a los más variados actores de esta historia tan macabra como oculta y ocultada; ha desgranado los hitos jurídicos que permitieron el robo de tantos miles de niños, desde el parto anónimo a las insuficiencias de la legislación de adopción, o las 24 horas de laguna jurídica en las que el feto debía continuar con vida desprendido del claustro materno para poder ser considerado nacido. Realiza también una historia de aquellas instituciones que fueron la clave y los ejes del sistema represivo y del lucrativo negocio de la venta de niños. Este libro responde a una compleja articulación interdisciplinar que le permite llegar a conclusiones devastadoras para una democracia contemporánea.
Y es que, ciertamente, sorprende la actual actitud del Estado español. Centenares, quizá miles de causas judiciales archivadas, provisionalmente, por considerar imposible la investigación, en muchos casos, haciendo caso omiso a la instrucción de la Fiscalía General del Estado de tratar la cuestión tipificándola como detención ilegal, se buscan y se encuentran otros tipos delictivos cuyo plazo de prescripción permite dar por cerrada la causa. Naciones Unidas, por medio de diferentes instituciones de su sistema de protección de los derechos humanos, se ha pronunciado ya en numerosas ocasiones. El Comité de Derechos Humanos, el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas, el Comité de Desapariciones Forzadas, entre otros, y en especial el Relator Especial de las Naciones Unidas para el Fomento de la Verdad, la Justicia, la Reparación y la No Repetición, normalmente conocido como el Relator Especial de la Justicia Transicional, en su visita a España, hizo un informe tremendamente crítico donde proponía eliminar de nuestro ordenamiento la Ley de Amnistía de 1977, impidiendo que actuase como una ley de Punto Final, y proponiendo todo un conjunto complejo de medidas para reparar a las víctimas y restituir la verdad de lo acaecido. También con especial contundencia se ha pronunciado el Comité de Desapariciones Forzadas en la evaluación del Primer Informe Periódico presentado por España, donde el gobierno declaraba que solo tenía que explicar hechos y actuaciones posteriores al 2009, fecha de la ratificación de la Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas, sin embargo, le recuerda el Comité encargado de velar por la correcta aplicación de la Convención, que la desaparición forzada es un delito de tracto continuo, y que esta no deja de producirse hasta que no se tiene noticia cierta del paradero de la principal víctima de la desaparición, esté muerta o siga viva, motivo por el cual España tiene que responder de las desapariciones forzadas acaecidas durante y después del régimen franquista, y tiene la obligación de investigarlas hasta resolverlas.
Sin embargo, la Ley de Memoria Histórica se olvidó del tema, y algunas acciones de parlamentos autonómicos han pretendido, hasta ahora sin mucho éxito, abordar la cuestión. Quizá, aunque todo es muy volátil, la aparición de este libro coincida con un momento político adecuado para dar una solución política definitiva a esta cuestión. La Querella Argentina —en la que han encontrado refugio algunas de estas cuestiones una vez desmoronado el intento de recomponer la verdad por parte del juez Garzón— sigue su curso con la escasa colaboración de la administración española. Asimismo, algunas de las víctimas, tras agotar las vías jurisdiccionales internas y ver sistemáticamente cerrada la vía del derecho de amparo constitucional, han llegado hasta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos a la luz de algunos antecedentes existentes en dicho sistema jurisdiccional.
Recuerdo una tarde en que la abogada Silvia Climent, exalumna mía en la Facultad de Ciencias Jurídicas, me presentó a Neus Roig, quien me expuso con una claridad y contundencia poco habituales el horror del robo de bebés en España. Después de años de trabajo en temas de Derechos Humanos, me ponían de golpe sobre la mesa una realidad para mí desconocida, y sorprendentemente ignorada, a pesar de su gravedad y trascendencia. En cierta manera, entendí, era la piedra de toque para desentrañar la cuestión de la memoria histórica reciente de España, que se había quedado en el cajón de los «pendientes» durante nuestra compleja, y finalmente exitosa, transición democrática. Ignoraba cuántos silencios, arbitrariedades, impotencia y desidia vería. Nos pusimos a trabajar rápidamente para que una tesis doctoral dotara de una voz científica desde la academia a las víctimas y arrojara luz a un panorama tan complejo.
La elaboración de la tesis doctoral, que es la base y fundamento de este libro, defendida obteniendo la máxima calificación en la Universidad de Almería, por la ya doctora Neus Roig, y bajo la dirección antropológica del doctor Francisco Checa, histórica del doctor Fernando Martínez, y jurídica por mi parte, supuso un hito celebrado por las víctimas y sus asociaciones, y las investigaciones fueron recogidas por distintos medios de comunicación de ámbito estatal. Al poco tiempo, acogidos por la Universitat Rovira i Virgili, en Tarragona, celebramos unas jornadas académicas en las que nació el Observatorio de las Desapariciones Forzadas de Menores, en octubre de 2016, que decidió conceder su primera Distinción Anual al Señor Pablo de Greiff, Relator Especial de las Naciones Unidas para la Justicia Transicional. El Observatorio es hoy un agente activo, interuniversitario e interdisciplinar que trabaja desde el rigor científico y académico en la búsqueda de soluciones jurídicas y políticas a las cuestiones que plantea el masivo y sistemático robo de recién nacidos en las últimas décadas de nuestra historia, defendiendo la necesidad de una respuesta integral a la problemática que atienda y dé apoyo a las víctimas, impulse las investigaciones y el acceso a los archivos, reabra las causas judiciales, asesore y acompañe los reencuentros, resuelva las múltiples tensiones jurídicas, recupere la memoria histórica y en especial de las mujeres, y repare el daño causado, restituyendo la verdad y garantizando la no repetición.
Escribo estas líneas con la esperanza, todavía viva, pero empapada de impotencia, de ver una mano decidida y firme que decida poner fin a tanta injusticia y a tanto dolor. La única política hasta ahora realizada ha sido esperar con la paciencia burocrática del vuelva usted mañana que las madres envejezcan y mueran llevándose su dolor a la tumba, y que los niños robados, en su gran mayoría ignorantes de su situación, si llegaran a descubrirla se encontraran con un campo de obstáculos insalvables que les hiciera desistir de todo intento de recuperar la verdad. Son ya muchas las voces que claman en defensa de la dignidad de las víctimas —aunque quizá falta aún avanzar de la algarabía al armónico concierto—, en defensa de la historia colectiva de una España represaliada y maltratada, pero sobre todo con la voluntad de poner fin a la impunidad, de que florezca esa verdad más alta que la luna y se sepa de una vez por todas que no puede volver a ocurrir.
Dr. Santiago Castellà
Profesor Titular de Derecho Internacional Público y
Relaciones Internacionales en la Universitat Rovira i Virgili
Tarragona, verano de 2018