Читать книгу No llores que vas a ser feliz - Neus Roig - Страница 9

La adopción en España

Оглавление

La adopción se conoce desde los albores de las primeras civilizaciones, como la antigua Mesopotamia. En España, la representación social de la adopción como institución está presente en el Derecho desde la época visigoda. Si nos acercamos a la Edad Media, la falta de descendiente directo por no poder concebirlo, o por haber muerto de enfermedad o en el campo de batalla, permitía la adopción, que se llevaba a cabo con una ceremonia que simulaba el parto, en la que el futuro adoptado se sentaba en el regazo y pasaba por debajo de la manga del padre adoptante o del manto de su futura madre. Con el paso del tiempo, la adopción empezó a caer en deshuso y, en su lugar, apareció el simple acogimiento. La adopción se consideraba contraria a la organización social, política, económica y familiar del sistema feudal. La función social de la adopción, que consistía en preservar el patrimonio familiar ante la ausencia de un descendiente varón, fue sustituida por la profiliación como un uso y costumbre1 auspiciado por los intereses eclesiásticos principalmente. Una familia sin descendientes testaba a favor de la Iglesia a cambio de que rezaran por su alma testamento pro anima y dedicaran sus bienes a obras pías.

Ya en el siglo xii, la Iglesia había asumido la creación y fundación de instituciones privadas de acogida, socorro y auxilio de menores —hospicios, orfanatos, casas cuna e inclusas—, todas ellas edificadas sobre los valores morales de la caridad y de la misericordia cristiana.2

En 1410 entró en funcionamiento el Hospital de Santa María u Hospital de Inocentes en la ciudad de Valencia para acoger a los locos que vagaban por las calles de la ciudad con el fin de evitar que hicieran daño al resto de habitantes. Fue el primer manicomio del mundo cristiano occidental. Su fundación fue obra de fray Juan Gilabert Jofré, religioso de la Merced.3 En las dependencias del manicomio, los internos debían trabajar, porque estar ociosos les producía mayores trastornos psíquicos. Si se «portaban mal», los azotaban, les colocaban grilletes o los encerraban en jaulas de castigo.4 Los religiosos controlaban en todo momento su comportamiento.

Los manicomios se multiplicaron. En 1436 se fundó uno en Sevilla, en 1483 el de Toledo y el de Valladolid en 1489. Barcelona, Zaragoza, Valencia, Palma de Mallorca, Lérida, Granada y Córdoba contaron a principios del siglo xvi con hospitales generales, pero con departamentos especializados para dementes.5

Una de las órdenes que regentó hospitales es la Orden religiosa de las Hijas de la Caridad. Fue fundada en 1633 por san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac en Francia. La vida conventual era incompatible con la atención a los enfermos y abandonados y, por ello, san Vicente de Paúl les concedió una gran libertad de acción evitando la clausura, el convento.6 Las Hijas de la Caridad profesan votos temporales y renovables anualmente. Sus miembros no conforman una congregación religiosa al uso, sino que gozan de independencia económica y de acción.7 Se trata de una compañía reconocida por la Iglesia católica como una sociedad de vida apostólica y, como tales, no tienen votos religiosos; abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo determinado por su Constitución.

Con la finalidad de evitar infanticidios de recién nacidos y abortos clandestinos, san Vicente de Paúl ideó un sistema de acogimiento para las mujeres embarazadas, que no podían o no querían quedarse con su hijo, bajo una forma de «parto anónimo o secreto». En realidad, podían acudir a su institución aproximadamente un mes antes del parto y parir con ayuda de las monjas que la regentaban. Así, también se evitaba que las mujeres parieran solas por el riesgo que suponía para sus vidas. Una vez producido el parto, podían dejar a la criatura sin ningún tipo de documento que las vinculara. Solo la institución conocía la verdadera identidad de la madre, pero el hijo nunca podía averiguarla.


San Vicente Paúl.8


Santa Luisa de Marillac.9

Francia reguló por ley el parto anónimo a partir de 1793. A día de hoy, esta práctica todavía se admite en países como Francia, Luxemburgo, Italia, Alemania, Austria, Rusia, Túnez, Marruecos y Argelia.

En España, el parto anónimo empezó con la entrada vía Huesca de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl provenientes de Francia. Inicialmente, se establecieron en el hospital de Barbastro (Huesca), y al cabo de poco tiempo pasaron a regentar también el hospital de Reus (Tarragona). En 1789, a través del conde de Floridablanca, se gestionó un convenio entre la orden religiosa y el gobierno español y se le otorgaron privilegios. En 1790, las Hijas de la Caridad se hicieron cargo del Hospital de la Pasión de Madrid y del de la Santa Creu de Barcelona. Posteriormente, y antes del fin del siglo xix, también regentaron las inclusas. Empezaron con la de Madrid, que se les otorgó por Real Decreto. El sistema de parto anónimo en España fue regulado por la Ley del Registro Civil de 1958 y estuvo en vigor hasta 1999.

Durante los gobiernos de Fernando VI y Carlos III, el Estado intervino en los hospitales, hospicios y demás casas de caridad. Para ingresar a un demente, se requería la autorización del alcalde u otra autoridad civil.10 Hasta la fecha, los primeros hospicios eran una mezcla de instituciones hospitalarias, talleres, asilos y cárceles que servían para acoger a ociosos, mendigos y huérfanos.11 A mediados del siglo xviii, se intentó dar una nueva utilidad a estos centros que consistió en recoger bebés y niños pequeños abandonados a su suerte. Las inclusas sirvieron para paliar los infanticidios y los abandonos acaecidos en España.

Paulatinamente, los hospitales pasaron de ser meros refugios de beneficencia a convertirse en una institución interclasista donde el protagonismo de los médicos crecía en la medida en que se creaban los primeros quirófanos que contribuyeron a cambiar la praxis médica y la utilidad de los hospitales,12 aunque el trabajo principal seguía siendo el cuidado a los enfermos.

Carlos III, por Real Orden de 27 de agosto de 1787, autorizó la creación de la Junta de Damas, que gozaba con la influencia de la Sociedad Económica Matricense para tratar «los asuntos mujeriles».13 A partir de la creación de las Damas, se convirtieron en asiduas visitadoras de la inclusa y la Casa Cuna madrileñas. Su función era ayudar en los quehaceres domésticos, en el cuidado y la alimentación de los niños recluidos, y buscar ayudas económicas para mantenerlos.

En un primer momento, tuvieron como principal objetivo el cuidado, atención y vigilancia de la antigua inclusa,14 la Casa de la Maternidad, el Asilo de Huérfanas de la Caridad y el antiguo Colegio de la Paz. Todas estas instituciones estaban situadas en la Manzana de O'Donnell, que comprendía el terreno y edificios situados entre las calles O'Donnell, Doctor Esquerdo, Doctor Castelo y Márquez. En la inclusa se hacinaban más de mil expósitos cada año y morían alrededor del 96 por ciento de ellos.


Maqueta de la «Manzana de O'Donnell».15

La Junta de Damas fue la primera asociación sin ánimo de lucro de mujeres creada en España, con lo que se convirtieron en pioneras en el voluntariado español femenino. Veinte años después de su creación, la Junta de Damas ya tenía cuarenta socias, principalmente hijas de aristócratas o intelectuales de reconocido prestigio. Su ejemplo abrió las puertas a que mujeres de otras ciudades y sociedades españolas las imitaran.16

La Ley de Beneficencia de 1836 promulgada por el gobierno progresista de Mendizábal ordenó la creación y administración de hospitales públicos, que debían quedar totalmente diferenciados de los establecimientos especiales para locos.17 Así, hasta finales del siglo xix, los hospitales eran pequeños hospedajes de pocas camas regentados por órdenes religiosas de la Caridad. Su función consistía en intentar curar y paliar el sufrimiento del enfermo, aunque una de sus prioridades sociales era apartar a los aquejados de enfermedades contagiosas de sus familias para evitar la propagación de la enfermedad. Algunas de las monjas morían al contagiarse de los enfermos que velaban hasta la muerte. La pulcritud y el esmerado cuidado de estos centros servían para hacer la enfermedad más llevadera al enfermo, ayudándolo en su buena muerte cuando ya no podían hacer nada más por él.

Las leyes estaban redactadas por las personas que ejercían el poder, que veían a los niños y niñas como una boca improductiva para sus familias y para el Estado. La pobreza extrema y la marginación social, consecuente del sistema familiar establecido, era la que condicionaba a los padres a abandonar al recién nacido, porque, de lo contrario, peligraba la supervivencia de los otros hijos más grandes y ya reconocidos como tales. Una mala cosecha o la muerte de la vaca o del cerdo que estaban criando para alimentarlos condicionaban que el nuevo bebé no pudiese ser integrado en la familia.

Algunas familias que ya no podían mantener a un hijo o hija, o cuando la madre fallecía en el parto, recurrían al infanticidio desamparando al recién nacido, dejándolo morir desangrado por no suturarle el cordón umbilical o abandonándolo en la calle o en un sitio apartado para que la muerte se produjese por falta de abrigo y alimento. O también lo abandonaban con la esperanza de que alguien lo encontrara y lo llevara a un lugar seguro. Eran prácticas comunes en una época en la que mantener a una familia se hacía difícil, por la miseria en la que se vivía y por el número de nacimientos acaecidos. Los matrimonios podían llegar a tener hasta un parto al año, y eso sin contar los bebés que nacían fuera de él y que la ley y la sociedad consideraban bordes o bastardos.


Bebé dentro del cerdo recién sacrificado y niña con el cerdo que van a sacrificar. La importancia de dicho animal dentro de la familia es evidente.18

A finales del siglo xviii, la infancia y los bebés a veces se consideraban un problema social. Niños huérfanos deambulando por las calles, en busca de arropo y comida, fue habitual en España. En una partida de nacimiento de 1897 guardada en el Archivo Provincial de Tarragona, se hace referencia a un niño que encontrado abandonado en las calles de Reus (Tarragona) y que una mujer llevó a la Casa de Maternidad de Tarragona, donde lo acogieron. Habitualmente se publicaba la situación en el «Boletín Oficial de la Provincia» con el fin de hacer un llamamiento a los familiares y pedirles que compareciesen, pero en la mayoría de los casos nadie reclamaba y el menor pasaba a ser considerado expósito.19

En los conventos y los hospitales regentados por las Hijas de la Caridad, al igual que algunas iglesias, seguía habiendo «tornos». Eran una especie de puerta giratoria con una repisa en la que se podía depositar al recién nacido para ser atendido por la orden religiosa a la que pertenecía el artilugio. Socialmente, el bebé que entraba por el torno obtenía derecho perpetuo de atención y, por eso, hubo padres que llegaron a introducir niños y niñas de hasta cuatro años ungidos con aceite para facilitar su paso.20

La diferencia entre el parto anónimo y el torno es que, en el segundo, la propia madre, algún familiar o alguna persona que lo había encontrado abandonado depositaba al bebé una vez nacido. En el parto anónimo, en cambio, se garantizaba la atención y el cuidado a la madre y al bebé antes, durante y después del parto, evitando así muertes innecesarias.

Los tornos permitían el anonimato del depositante y, por tanto, podía esconder su vergüenza y su identidad al perpetrar el abandono. Estaban construidos de tal manera que, una vez el bebé se encontraba en su interior, la persona perteneciente a la orden religiosa que lo regentaba podía examinarlo y decidir si valía la pena alimentarlo o no, en caso de considerar que estaba a punto de morir. Siempre se registraba la entrada y se bautizaba, motivo por el cual las órdenes religiosas los recogían aunque estuviesen moribundos. Las monjas torneras recibían formación para su oficio y se turnaban ante la ventanilla para que cuando sonara la campanilla que anunciaba que en la parte exterior se había depositado un bebé, fuese recibido y atendido a la mayor brevedad.

Todo el proceso de recepción y bautismo del bebé, así como su posterior estancia en la inclusa, quedaba documentado y archivado. La creación y principal función de los archivos, así como de sus contenidos, estaba ligada a la propiedad, en especial de las instituciones y del poder. Su función ha cambiado con los años,21 es decir, los archivos se crearon para dar respuesta a las necesidades de los poderosos y para uso de la administración. Solo después han servido para proporcionar información a los usuarios de determinados servicios y a la población en general.


Parte interior del torno, Convento de las Hermanas Carmelitas de Vélez-Málaga.22


Torno del Monasterio de Religiosas de la Purísima Concepción, Mercenarias Descalzas de Madrid. En la inscripción consta: «Mi padre y mi madre me arrojan de sí. La caridad divina me recoge aquí».23

En las maternidades como la Maternitat de Barcelona, identificaban a cada uno de sus internos o internas con una medalla que les colgaban al cuello. En el anverso, la Virgen con el Niño, y en el reverso, el año y el número que identificaba a cada expósito. Los números eran correlativos por riguroso orden de entrada, ya fuese por torno o por haber nacido en la Maternitat. Con esta medalla y consultando los archivos en la Maternitat, se puede averiguar la identidad de la madre y si parió en la Maternitat, aunque se acogiese al parto anónimo. El modelo identificativo siempre fue el mismo.

Como inciso, y aunque pertenece a una época mucho más reciente, la medalla que se ve en la página siguiente corresponde a un nacimiento acaecido en la Maternitat en 1950. En 2014, la persona identificada con ella consiguió encontrar a su familia biológica, aunque no a la madre, que había fallecido. El reencuentro fue positivo y ampliaron la familia acogiendo en ambas partes a todos sus miembros. También cabe mencionar que esta persona solicitó por primera vez a Maternitat conocer la identidad de la madre en 1996, cuando cambió la ley de adopción, y de forma reiterada, aunque sin éxito. Finalmente, tuvo que solicitar los documentos con ayuda de la abogada Silvia Climent, colegiada en el Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona. Si los documentos se hubiesen entregado tras la primera solicitud, esta persona habría podido conocer a la madre biológica y escuchar su relato. Ahora sabe que estuvo con ella un mes y no hay renuncia firmada. Nunca podrá saber si su madre renunció voluntariamente, fue condicionada o se le comunicó que la niña había muerto. La Maternitat no ha justificado en ningún momento cómo pudo ser dada en adopción sin la firma expresa de su madre.

En el siglo xix, llegó a haber 149 inclusas a nivel nacional. Las más importantes, por el número de internos que albergaban, eran las de Oviedo, Granada, Barcelona, Madrid, Ávila y Burgos. Posteriormente, se crearon Casas de Misericordia y Casas Cuna por todo el país. Se calcula que en España, desde el siglo xvi, cuando se crean las inclusas, hasta bien entrado el siglo xx, se produjeron más de cinco millones de ingresos de niños y bebés. La supervivencia era mínima, en algunos casos la mortalidad era superior al 98 por ciento. En algunas inclusas, las cifras de mortalidad fueron tan elevadas que algunos autores han llegado a considerar que eran auténticos centros reguladores demográficos ya que podían llegar hasta a triplicar los índices de mortalidad del resto de la población infantil.25


Moneda partida que forma parte del registro de entrada de un expósito.24

Anverso y reverso de una medalla identificativa de la Maternitat de Barcelona de 1950.

Ya a mediados del siglo xix, en los Estados Unidos había comenzado el movimiento del llamado «tren de huérfanos», cuya misión era transportar a los huérfanos y abandonados desde las grandes instituciones urbanas hasta las colonias rurales donde estos niños eran acogidos por familias. La profesionalización del trabajo social y la incorporación de la psicología y otras ciencias sociales al terreno de la protección infantil ayudó a que, ya a principios del siglo xx, en Inglaterra y Estados Unidos se plantearan la prioridad del acogimiento familiar e incluso del apoyo a las familias en el tratamiento de estos casos.

Inicialmente, España no copió el modelo social de acogimiento familiar, pero con la ayuda de las Damas y los pediatras de las inclusas, los asilos se empezaron a abrir para hijos e hijas de familias obreras como los de «La Gota de Leche» o los «Consultorios de Lactantes». Dieron comienzo los primeros servicios de guardería para las madres trabajadoras en salas adyacentes a las maternidades o las inclusas. Con los ingresos crematísticos provenientes de los servicios de guardería, se ayudaba a sufragar los gastos de los internos expósitos. Estas instituciones abrieron sus puertas al servicio de la infancia y constituyeron el primer eslabón de lo que hoy consideramos el moderno Estado de Bienestar.26

Progresivamente, la presencia de las monjas se hizo más habitual en los paritorios de las maternidades españolas. Su presencia en las salas de partos y en el cuidado posterior de la madre y su bebé se justificaba porque debían preservar el cumplimiento de los rituales católicos, en especial si el recién nacido corría peligro de muerte.27

Las Damas de Honor y Mérito confiaron en la Orden de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl para administrar todos los centros que dependían de ellas, a cambio en un principio de la manutención de las hermanas. Las primeras hermanas de la Caridad se habían formado en París y, una vez llegadas a Madrid, accedieron al control del Hospital General de la Corte de Madrid. A partir de esta ciudad, se les propone administrar la mayoría de centros de Beneficencia de España. En Madrid llegaron a gobernar 59 establecimientos, de los cuales trece eran hospitales, dos sanatorios, un sanatorio central de Cruz Roja, consultorios de Gota de Leche, el Manicomio de Leganés, el Dispensario y Botica del Parral y las enfermerías de las cárceles. En España llegaron a administrar 653 instituciones y a ser decisivas en la Escuela de Enfermería y en la de Farmacia.


Libro de bautismo de la Parroquia donde recibían a los expósitos, pertenecientes a la Casa Torno de Córdoba: fallecimientos, prohijamientos y señas particulares, fechado en 1851.28

A diferencia de lo que se había pactado inicialmente, la Orden de San Vicente de Paúl obtenía pingües beneficios por las regencias. La Orden recibía un trato preferente y, además de cobrar las cantidades establecidas para el gobierno y administración de la Institución, incluía compensaciones económicas y ayudas procedentes de donaciones particulares, limosnas y caridad. La administración provincial, además del salario y la manutención de las religiosas, pagaba las dependencias privadas de las que disponían siempre en la última planta del edificio regentado, la ropa, el calzado y las compensaciones extraordinarias que recibía la responsable de la comunidad para hacer frente a los gastos que ella creyera conveniente y que no debía justificar.


Gota de leche de Gijón.


Gota de leche de San Sebastián.29

A partir de 1871, debían inscribirse en el Registro Civil todos los datos referentes al nacimiento, matrimonio y muerte de cada español, fuese cual fuese su creencia religiosa y posición social. Se ponía en funcionamiento un registro único al margen de los libros de la Iglesia, que ya registraba bautizos, matrimonios y defunciones a partir de las Leyes de Toro. De este modo, por primera vez, el Estado tenía notificación y estadística de los acontecimientos civiles de la población nacional. La única diferencia en este caso es que no hacía falta que se bautizara al bebé para registrarlo, aunque sí debía hacerse a partir de las 24 horas posteriores al parto.



Grabado de la construcción de la Capilla del hospital del Niño Jesús y fotografía actual de la Capilla.30


Imagen del hospital Niño Jesús.31

En 1880 se fundó, por iniciativa privada, el Patronato de Nuestra Señora de la Merced. Su labor consistía en la redención de niños y niñas presos de Barcelona. En 1890 se reorganizó el Patronato y se le cambió el nombre por el de Patronato de Niños y Adolescentes Abandonados y Presos.33 Su función principal consta en el artículo primero de los Estatutos: «El Patronato de menores abandonados y presos tiene por objeto lograr la rehabilitación moral y social de los jóvenes encarcelados y amparar y proteger a los demás contra el abandono, la miseria, los malos tratamientos y la inmoralidad».34


Sala de los pacientes de pago del hospital de la Princesa de Madrid.32

El hospital del Niño Jesús de Madrid fue el primero del país que se inauguró para el cuidado de los niños en 1881. Para ello, se recaudaron fondos en rifas, bailes y sorteos. La idea fundacional fue de doña María Hernández y Espinosa, Duquesa de Santoña. Una vez inaugurado, se entregó su regencia a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.35

A principios del siglo xx, los médicos responsables de las inclusas, en especial la de Madrid, lograron la aprobación de la Ley general de Protección a la Infancia en 1904. La ley se redactó siguiendo las ideas higienistas y protectoras de la infancia de la Ley Roussel de 1874, ya implantada en Francia y que había dado muy buenos resultados en cuanto a la supervivencia y salud física y emocional de los niños y niñas auspiciados.

La reina regente Victoria Eugenia potenció que las mujeres fuesen a parir a los hospitales y a las maternidades y que fuesen atendidas por comadronas, monjas y médicos, tanto ellas como sus bebés.

No llores que vas a ser feliz

Подняться наверх