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Augusto, restaurador de lo antiguo y creador de lo nuevo
ОглавлениеUna de las ideas expresadas de forma más reiterada por Augusto en RGDA. consiste en señalar que su obra fue de restauración de la República romana en cuanto forma de gobierno, de reposición de las costumbres y de la piedad antiguas, así como también de algo que puede denominarse ‘un modo romano de ser republicano’. Estos aspectos son objeto de menciones directas en el texto, pero se pueden advertir también como inspiración en algunos pasajes que entregan noticias específicas sobre un determinado punto, como es el caso de la mención a la restauración de los templos en la ciudad de Roma, donde subyace el concepto de piedad hacia los dioses (véanse los comentarios a XIX,2 y XX,4, a modo de ejemplo).
La inscripción se abre y se cierra con referencias directas a la pacificación de Roma y a la restauración de la República como un efecto directo de ese primer logro. En I,1 se lee que “A los diecinueve años alisté un ejército por decisión personal y financiado por mí con el cual devolví la libertad de la República oprimida por el dominio de una facción”; mientras que en XXXIV,1, esto es, al momento del cierre, se encuentra que: “En mi sexto y séptimo consulado, luego de haber extinguido las guerras civiles, teniendo todo el poder con el consentimiento de todos, lo transferí al arbitrio del Senado y del Pueblo romano”19.
Probablemente sean estos los pasajes más comentados de la inscripción a lo largo del tiempo. Un análisis detallado servirá para dar cuenta de los conceptos y de las formas de escritura adoptadas por Augusto. En efecto, a los diecinueve años Augusto –entonces Octaviano– alistó un ejército personal con el cual se propuso reclamar la herencia política de Julio César, asesinado ese año (44 a. C.). Pero deduce, a continuación, y a modo de consecuencia directa de esta acción, su triunfo sobre Marco Antonio ocurrido bastante después en los años 31 y 30 a. C., a quien identifica simplemente como “una facción”. La idea central que el lector puede hacerse es que el hecho inicial fue la pacificación de Roma luego de las extensas guerras civiles que habían llegado a un punto máximo con el asesinato de César20. Cuatro años después de lograda la paz (27 a. C.) habría procedido a transferir de modo libre y voluntario la totalidad del poder desde sus manos al Senado y al Pueblo Romano (XXXIV,1), estableciendo de esta manera el carácter central y de mayor profundidad del nuevo régimen. Aunque se trate de hechos iniciales –recuérdese que Augusto gobernó hasta el año 14 d. C., esto es, 41 años más– en el texto aparecen antecediendo y concluyendo todas las noticias y referencias mencionadas. En términos generales, pero muy claros, a la paz habría seguido la restauración como resultado de un acto claro de voluntad política.
La restauración política habría sido acompañada por un intento de reponer las costumbres antiguas (VI,1 y VIII,5) y las formas tradicionales de la piedad romana (VII,3; XIX,2; XX,3; XXIV,1 y 2), aspectos en los cuales el autor insiste bastante con la probable finalidad de señalar que se habría tratado de una intención real y no de una mascarada política. Este aspecto se encuentra presente también en una parte muy significativa de la producción literaria más cercana al régimen de la época, especialmente en Virgilio, quien construyó un Eneas cuyo rasgo distintivo fue el de la piedad, algo que también aparece como central el en el poeta Horacio y en varios pasajes de Ovidio.
Según sus propias palabras, Augusto habría sido alguien que deseaba restaurar y conservar un orden, y desde su posición de poder habría llevado adelante una búsqueda de consenso vuelto hacia las virtudes tradicionales de Roma. Consenso, antes que nada con el Senado romano, un organismo bastante modificado en cuanto a sus integrantes y poderes, pero cuyos miembros terminaron por aceptar el nuevo espacio concedido en la vida política romana y actuaron dentro de él. La contracara habría sido la decisión del emperador de contar de manera efectiva con este organismo para el desarrollo de su gobierno, entregarle de forma regular responsabilidades a sus integrantes, señalando, cada vez que le resultaba posible, que actuaba de acuerdo con la voluntad del que, de manera teórica al menos, seguía siendo el organismo rector de la vida política romana. Entre ambos hubo tensiones a lo largo del extenso gobierno de Augusto, pero no parece haberse llegado a una oposición irreconciliable21. Tácito, de manera ácida, señala que los senadores aceptaron riquezas y honores y en recompensa se mostraron dispuestos a servirlo22.
¿El Senado romano? La pregunta que cabe hacerse es, justamente, de cuál Senado se habla en forma específica. Este cuerpo que había ido acumulando una serie de poderes a lo largo del tiempo, más por la vía de la práctica que por un proceso legislativo, había experimentado una serie de cambios durante el complejo y convulsionado siglo I a. C., y muy especialmente en los años en que Julio César detentó el poder.
Augusto, desde su irrupción en la actividad política romana el año 44 a. C. demostró tener claridad en la necesidad de acercarse a los grupos sociales poderosos dentro de la sociedad romana, y esto representaba a la aristocracia senatorial y los caballeros del Orden Ecuestre. Con el paso de los años y disponiendo de poder suficiente, fue elaborando, modificando y ampliando este concepto. Por lo que al Senado se refiere, lo consideró una institución necesaria y de la cual esperaba que abasteciera al gobierno con una parte de sus funcionarios.
Pero se trataba de un Senado reformado en una serie de aspectos: con 600 integrantes (un tercio menos que en los años inmediatamente precedentes, pero con el doble de miembros de lo que Augusto habría deseado), sus componentes fueron impelidos a desarrollar una vida ejemplar en lo político y lo personal, y se adoptaron varias medidas para cautelar este cumplimiento. Para ingresar al Senado reformado se debía tener, según el censo, bienes equivalentes a 1.000.000 de sestercios, contra los 400.000 anteriores. Para aristócratas y caballeros no parece haberse tratado de una gran suma, pero para algunos romanos e italianos sí podía llegar a serlo, y ellos recibieron apoyo directo del emperador cuando, según él, el caso lo ameritaba. Fue por esta vía que llegó a contar con un grupo de incondicionales dentro de la corporación.
Un aspecto central de las reformas al Senado fue la reducción del poder que había tenido antes de la crisis de la República, tiempos en los cuales había controlado todos los aspectos de la vida romana. En el nuevo escenario, construido a través de sucesivas imposiciones y transacciones, los senadores mantuvieron una palabra importante en la vida religiosa; en la recepción de las embajadas y los problemas que ellas plantearan, sus integrantes se desempeñaban como gobernadores en una cantidad significativa de provincias –las llamadas provincias senatoriales–, y en sus sesiones debían aprobar las variadas iniciativas que se le proponían. La otra cara de la moneda era su exclusión casi completa del sistema militar que se estableció durante el gobierno de Augusto, su no injerencia en las relaciones con los reyes extranjeros y, por ende, su escasa gravitación en la política exterior romana. Perdió su influencia en la conducción de las finanzas imperiales y muchas de las provincias quedaron bajo el mando directo del emperador, particularmente aquellas en que se estacionaban las legiones romanas. Cuando el año 31 a. C. Egipto fue incorporado como provincia, los senadores no podían ir hasta allá sin contar con una autorización del gobierno central.
Las relaciones de Augusto con el Senado han dado motivos para muchas investigaciones y divergencias entre los historiadores modernos, reproduciendo la disparidad que se encuentra presente en las fuentes antiguas. Un problema central radica en que el naciente sistema de principado mantuvo un espacio para el Senado y no hubo intentos por erradicarlo. El primer emperador se presenta en la inscripción como el promotor y ejecutor de esta idea.
Cuando enfrentamos las múltiples menciones que se hacen al Senado en RGDA., debemos tener en cuenta que ellas se refieren a un período específico de la historia de esta corporación, un tiempo en el que sus poderes fueron reducidos en comparación con aquellos que había detentado en tiempos anteriores.
El Orden Ecuestre es mencionado de manera escasa dentro de RGDA. En XIV,2 se menciona que la totalidad de los caballeros (ecuestres) donaron escudos, lanzas y nombraron Príncipes de la Juventud a Cayo César y Lucio César, hijos adoptivos de Augusto y subentendidos herederos, con ocasión de su nombramiento prematuro como cónsules. La otra mención, y de mayor significación, se encuentra en XXXV,1, cuando Augusto, al referir su nombramiento como Padre de la Patria, indica que este reconocimiento fue proclamado por “El Senado, El orden Ecuestre y la totalidad del Pueblo romano”, referencia en que, de manera inusual, el autor incluye una mención al Orden Ecuestre en la fórmula que siempre había estado reservada solo al Senado y Pueblo romano. El silencio relativo a los ecuestres o caballeros romanos ha llamado la atención dada la importancia que tuvieron dentro del gobierno de Augusto y el régimen establecido. La mayor parte de los analistas señala que, por una parte, el emperador, en esa clave conservadora que identificó todo su régimen, restauró el prestigio del Orden Ecuestre del período republicano, y también recurrió a ellos de forma reiterada para abastecer de funcionarios a una serie de cargos nuevos que se iban generando en la medida que crecía y se hacía más compleja la administración imperial23.
Asimismo, se estableció un consenso más difícil de precisar con la plebe romana puesto que tuvo como base la prestación mutua de una serie de servicios y favores. Por una parte, el emperador asumía la representación de este sector a través de la tribunicia potestad, y a partir de esa condición se comprometía a adoptar una serie de medidas que beneficiaran a los plebeyos. Todo esto en el contexto de una plebe disminuida en relación con su gravitación social y política dentro del nuevo escenario del Imperio romano24.
Un consenso, por último, en cuanto a que la dirección de las legiones y todo lo que se relacionara con ellas, quedaba radicado en las manos del emperador. Esto fue algo difícil de lograr, requirió de tiempo y de intervenciones muy decididas por parte de Augusto, obligando a la realización de reformas estructurales profundas –creación de una carrera militar en regla y un fondo de pagos e indemnizaciones para los soldados–; y a cambios culturales arraigados en la élite romana que había hecho de la obtención de triunfos militares uno de los pilares de la carrera política de sus miembros. Esta élite tuvo que aceptar, a partir de un cierto momento, que los triunfos en los campos de batalla fuesen adjudicados al emperador y no a los comandantes que habían estado a cargo de las legiones de manera directa. Lo señalado hasta aquí ha intentado dar cuenta de que en el régimen de principado dirigido por Augusto hubo elementos de restauración, mantención y modificación. Según el autor, las razones para generar un consenso a este respecto fueron mayores que las discrepancias que existían, al menos, con una parte de los senadores.
Pero, el lector tiene el derecho a hacerse preguntas ante estas afirmaciones e identificar ciertos silencios significativos guardados por el emperador. Ronald Syme en su libro Revolución Romana señaló que la inscripción resultaba ilustrativa tanto por lo que decía como por aquello que omitía, al igual que lo señalaron Brunt y Moore en una de las ediciones de Res Gestae que ha tenido una mayor circulación: “Lo que se omite en una narración de este tipo puede ser tan informativo como lo que se señala, dado que esto indicará la forma en la cual el autor deseaba sesgar su narración”25.
Llegados hasta este punto, la mayor parte de los analistas relacionan los silencios con aquellas noticias que el emperador prefirió callar, dado que no concordaban con la orientación de su escrito o la contradecían directamente. Y, en efecto, hay varias omisiones importantes que se pueden anotar en este sentido. Por ejemplo, los cercanos y colaboradores de Augusto no aparecen, por lo general, mencionados en la inscripción –incluida la omisión del nombre de Julio César–26, salvo si son referidos a una acción relacionada de manera directa con el emperador, como son los casos de Marco Agripa27 y de Tiberio, quienes fueron muy cercanos a él y estuvieron relacionados con el régimen de manera muy profunda, además de los vínculos familiares que se establecieron. Esto le da a su obra el carácter de un gobernante solitario quien, en esa condición, decidió la marcha del Imperio de acuerdo a una profunda voluntad de servicio ajena a cualquier tipo de interés y ambición personal. He aquí una de las deducciones más claras que se pueden extraer de RGDA. y que parece haber sido una obsesión de Augusto. Paul Zanker señaló, a este respecto, que Augusto “Solo pretendía mostrar que era el más poderoso el único capaz de restaurar el orden en el Estado”; y Alison Cooley, por su parte, destaca que entre los mensajes más claros que se encuentran en la inscripción, figura aquel que destaca la obra de un hombre que había resuelto todos los problemas del Imperio y establecido un gobierno que representaba los intereses de todos, sin menoscabar la soberanía de las instituciones28.
Otra de las omisiones significativas se refiere a la cuestión sucesoria, aspecto en el cual el nuevo régimen había introducido un elemento nuevo y revolucionario con respecto a la tradición, puesto que en Roma las magistraturas no habían sido nunca hereditarias. Los miembros de la familia imperial que habían sido proyectados como sucesores de Augusto aparecen mencionados, pero no en esta clave, y nosotros podemos inferir esa condición más que percibirla de manera directa. Son las otras fuentes, aquellas tardías pero que recogieron noticias que se encontraban en aquellas que se perdieron, las que informan que el aspecto dinástico estuvo presente desde temprano en el ideario y gobierno de Augusto. La lista podría seguir aumentando y exaltando la contradicción entre las cosas dichas y hechas, dado que según señalara Luca Canali en su edición de RGDA. en 1982 “…cuánto más se consolida el poder monárquico de Augusto, tanto más Augusto habla de restauración republicana”29. Augusto, en suma, y según varios historiadores, habría sido un hipócrita político y su texto ejemplificaría de forma clara el punto.
Pero en Res Gestae hay otros silencios que llaman la atención y que se refieren a aquellos aspectos que bien podrían haber encontrado cabida en la inscripción y destacado elementos importantes del gobierno de Augusto. Sin embargo, fueron dejados de lado por algún motivo difícil de comprender. Nos referimos, a modo de ejemplo, a una buena parte de lo hecho por el gobierno de Augusto en la ciudad de Roma, aquella que encontró de ladrillos y dejó de mármol, según la famosa sentencia de Suetonio; la significativa promoción de libertos a cargos de importancia dentro de la administración30; su acción en las provincias, presentadas de manera casi exclusiva en su aspecto de pacificación; la promoción sostenida de artistas y escritores que llevaron a la vida cultural romana a uno de sus momentos mejor logrados, etc. Es cierto que todo esto habría ido en contra de la brevitas buscada y habría terminado por exceder los marcos exigidos para una inscripción, pero esto no deja de gene-rar curiosidad y cierta extrañeza respecto de los mecanismos de selección utilizados por el autor.