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Capítulo 5

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CRYSTAL Leighton no había tenido un estudio. De hecho, había creado una biblioteca personal.

–Esto es… –Lexi silbó y movió los brazos para abarcar la estancia con absoluto gozo–. Esto es… maravilloso.

–¿Te gusta?

–¿Gustarme? –parpadeó varias veces–. Es el cielo. Podría quedarme aquí todo el día y toda la noche y no salir en busca de aire fresco. Me encantan los libros. Siempre me han gustado. De hecho, no recuerdo un momento en que no tuviera un libro a mano –se puso a ojear el contenido de las librerías–. Poesía, clásicos, filosofía, historia, lengua. ¿Éxitos de ventas? –lo miró y él se encogió de hombros.

–Tengo una hermana.

–Ah, entiendo. Todos necesitamos literatura de vacaciones que nos relaje. Mira esta colección de guiones y libros sobre el teatro. Mi madre sentiría tanta envidia… ¿He mencionado que trabaja como directora de vestuario? Le encanta leer sobre el teatro.

–Yo pasé muchas tardes lluviosas en esta habitación.

–Te envidio eso. Y es justo lo que necesito –se giró para mirarlo–. ¿Has oído alguna vez eso de que puedes descubrir mucho sobre alguien por los libros que tiene en casa? Es verdad. Se puede. Historia del teatro y diseño. Fotografía de moda. Biografías de los grandes de Hollywood. ¿No lo ves? Esa combinación grita el mismo mensaje. Crystal Leighton era una actriz profesional inteligente que entendía la importancia de la imagen y el diseño. Y es el mensaje en el que deberíamos centrarnos. La excelencia profesional. ¿Qué piensas?

–¿Pensar? Aún no he tenido tiempo de hacerlo –repuso él, respirando hondo e irguiéndose–. Puede que mi editor haya arreglado tu contrato, pero sigo debatiéndome con la idea de compartir papeles y registros familiares privados con alguien a quien no conozco. Esto es muy personal para mí.

–Entiendo que seas una persona celosa de tu intimidad. Y puedo comprender que sigas inseguro acerca de los motivos de mi presencia aquí. Está bien, Mark. No soy una espía de los documentos. Nunca lo he sido ni planeo serlo en el futuro próximo. Vamos a ver… Te preocupa compartir tus secretos familiares con una desconocida. Cambiemos eso. ¿Qué quieres saber sobre mí? Pregúntame lo que quieras. Lo que sea. Y te contestaré la verdad.

–¿Cualquier cosa? De acuerdo. Empecemos por lo obvio. ¿Por qué biografías? ¿Por qué no escribir narrativa o libros empresariales?

Lexi se humedeció los labios sin apartar la vista de los libros que tenía ante ella. Para darle una explicación correcta tendría que revelar mucho sobre sí misma y su historia. Podría ser duro, pero había hecho un pacto. Ni mentiras ni engaños.

–Justo después de mi décimo cumpleaños me diagnosticaron una enfermedad grave que me hizo pasar varios meses en el hospital.

–Lo siento –susurró él pasados unos segundos de total silencio. Se apoyó en el marco de la puerta y la observó–. Eso debió de ser duro para tus padres.

–Mucho –confirmó ella –. Mis padres ya estaban pasando un momento difícil y sabía que él experimentaba un odio patológico por los hospitales. Irónico, ¿eh? –le sonrió fugazmente–. Además, por aquel entonces trabajaba en los Estados Unidos. El problema fue que no volvió a casa en varios meses, y cuando regresó, lo hizo acompañado por su nueva novia.

–Oh –Mark enarcó las cejas y tensó los hombros.

–Sí. Pasé el primer año recuperándome en la casa de mi abuela a las afueras de Londres, con una madre muy desdichada y una abuela que estaba incluso peor. No fue el más feliz de los tiempos, pero tuve un consuelo que me ayudó a seguir adelante. Mi abuela era una narradora maravillosa y se cercioró de que tuviera libros de variados estilos. Me encantaban las historias infantiles, por supuesto, pero los libros que buscaba en la biblioteca pública contaban cómo otras personas habían sobrevivido a los más horrendos y tempranos años de su vida y a pesar de ello no perdían la sonrisa.

–Biografías. Te gustaba leer la historia de la vida de otras personas.

–No me cansaba. Eran mis favoritas. No tardé en comprender que las autobiografías eran complicadas. ¿Cómo puedes ser objetivo sobre tu propia vida y lo que has logrado en los escenarios? Por otro lado, la biografía es completamente diferente: es otra persona narrándote la trayectoria vital de otra persona misteriosa y fabulosa. Pueden ser muy personales o indiferentes y frías. ¿Adivinas la clase que me gusta a mí?

–¿Así que decidiste hacerte escritora? –preguntó Mark–. Fue una decisión valiente.

–Quizá. Tuve la oportunidad de ir a la universidad, pero no pude permitírmelo. De modo que me fui a trabajar para una editorial enorme de Londres que cada año publicaba más biografías que el resto de las editoriales juntas –le sonrió–. Fue asombroso. Dos años después era ayudante y el resto, como suele decirse, es historia. Bueno, ¿queda algo más que quieras saber antes de que empecemos?

–Una cosa. ¿Por qué llevas tanto maquillaje a las nueve de la mañana en una pequeña isla griega? De hecho, en cualquier isla.

–Me tomo como un cumplido que lo hayas notado, Mark –se rio entre dientes–. Este es mi trabajo y este es mi uniforme de trabajo. En una oficina, en un estudio cinematográfico, en una sala de prensa o en una pequeña isla griega. Al ponerme el uniforme entro de lleno en mi actividad profesional… que es por lo que tú me pagas. De manera que con eso en mente, empecemos.

Sacó varios libros de las estanterías y los apiló delante de Mark.

–Hay tantos tipos de biografías como autores. Por su naturaleza, cada una es única y especial y debería encajar con la personalidad de la persona que se retrata. Ligera o grave, respetuosa o provocadora. Depende de lo que quieras decir y de cómo quieras hacerlo. De esas opciones, ¿a ti cuál te gusta más?

Mark suspiró.

–No tenía ni idea de que esto sería tan difícil. O complejo.

Ella alzó un libro de tapa dura con la fotografía de un distinguido actor teatral en la cubierta y se lo entregó a Mark.

–También pueden ser terriblemente áridas, porque quien la escribe se excede en su esfuerzo por mostrarse respetuoso al tiempo que lo más completo posible. Las listas de representaciones, teatros y fechas son magníficas para un apéndice de un libro… pero no te cuentan nada sobre la persona, sobre su alma.

–¿O sea que todo tiene que ser revelaciones personales? –él frunció el ceño.

–No. Pero tiene que haber intimidad, una conexión entre el lector y el sujeto… no solo listas de fríos datos y fechas –Lexi se encogió de hombros–. Es la única manera de ser fiel a la persona sobre la que escribes. Y por eso debería entusiasmarte disponer de esta oportunidad de hacer que tu madre cobre vida para un lector a través de tu libro. Además, tu editor te adorará por ello.

–¿Entusiasmarme? No era la palabra que tenía en mente.

–Creo que es hora de que me muestres lo que has hecho hasta ahora. Luego podemos hablar de tus recuerdos y de las historias personales que harán que este libro sea mejor de lo que jamás hayas considerado posible.

Lexi se sentó a la mesa, concentrada en las fotografías y los recortes de periódico amarillentos que llenaban una vieja maleta de piel.

Mark fue hacia ella, pero cuando Lexi alzó la vista, el tirante de la camiseta se le movió, haciendo que él quedara tan cautivado por un diminuto tatuaje de una mariposa azul que tenía en el hombro que olvidó lo que iba a decir.

–Sé que es una simple conjetura, pero ¿sería apropiado decir que no has realizado muchos progresos en plasmar la biografía en papel?

–No del todo –repuso él, alejándose de la cremosa tentación del hombro desnudo y del elegante cuello–. El verano pasado mi madre empezó a trabajar en un libro mientras estuvo aquí, y escribió varios capítulos sobre su juventud al tiempo que juntaba esos fajos de papeles que hay ahí. Pero eso es todo. Y su letra nunca fue fácil de descifrar.

–Oh, no hay problema.

–¿No? –repitió él–. ¿Cómo puede ser? Dispongo de dos semanas para darle forma a esta biografía o no cumplir el plazo y dejar que algún jornalero de la literatura plasme las habituales mentiras y gane más dinero con la muerte de mi madre. ¿Te haces una idea de lo que me enfurece eso? Creen que la conocen por las películas en las que trabajó. No tienen ni idea –guardó silencio un momento–. No espero que entiendas lo importante que es para mí esta biografía, pero ella ya no está presente para defenderse. Ahora esa tarea me corresponde a mí.

Lo miró unos instantes mientras el ambiente se llenaba de tensión y ansiedad.

¿Cómo explicarle que sabía perfectamente lo que era llevar dos vidas? La gente le envidiaba su estilo de vida de celebridad, los viajes constantes y la variedad de su trabajo. Desconocían que bajo el exterior feliz y locuaz había una joven que hacía lo que podía para alejar la desesperación que quería engullirla. Su necesidad de tener hijos y una familia propia y el convencimiento de que cada día parecía menos probable que fuera a suceder la llenaba de angustia. Adam había sido su mejor posibilidad. Y ya no estaba… Claro que sabía lo que era desempeñar un papel.

–¿Crees que no lo entiendo? Mark, no sabes lo equivocado que estás. Sé muy bien lo duro que es aprender a vivir con ese tipo de dolor.

Él respiró hondo antes de contestar.

–He sido estúpido y egoísta. A veces olvido que otras personas han perdido a miembros de su familia y sobrevivido. Y ha sido especialmente insensible después de lo que acabas de contarme sobre tu padre.

–Tu madre murió hace unos meses –comentó Lexi con sonrisa triste–, mientras que yo he dispuesto de casi veinte años para asimilar el hecho de que mi padre nos abandonó. Y el dolor no se desvanece.

–Pareces muy resignada… casi compasiva. Yo no estoy seguro de que pudiera serlo.

–Entonces, soy una buena actriz. Jamás lo he perdonado y no sé si podría hacerlo. Una chica ha de conocer sus límites, y este es uno. No sucederá. ¿Podemos seguir adelante?

En tres horas, apenas habían parado. Él había preparado café. Lexi había hecho sugerencias al tiempo que a cada rato iba a la cocina en busca de provisiones.

Y, de algún modo, juntos habían sorteado la enorme maleta a rebosar de papeles y fotografías que él había llevado desde Londres, genéricamente titulados Carrera o Vida hogareña. En el centro habían colocado una caja de cartón para cualquier cosa que tuvieran que seleccionar más adelante.

Aparte de la frustración, a Mark lo dominaba una abierta admiración.

Lexi no solo se mostraba entregada y entusiasta, sino que poseía un júbilo natural y una pasión auténtica para descubrir cada aspecto nuevo de la vida y experiencia de su madre que resultaban contagiosos.

Había sido idea de ella separar primero la documentación de la carrera de su madre, por lo que supo desde el principio el alcance y la complejidad del proyecto.

Datos, nombres, apariciones públicas, entrevistas en la televisión… todo quedó registrado y comprobado con los archivos de las productoras gracias al poder de Internet, luego tabulado por orden cronológico, creando una milagrosa lista sobre la que ambos coincidieron en que tal vez no fuera del todo completa, aunque sí proporcionaba los puntos principales de interés documentados.

Y en solo tres horas habían logrado establecer una historia de la carrera de su madre. Todo respaldado por fotografías y registros en papel. Listos para crear una línea cronológica de la vida de actriz de Crystal Leighton.

Algo casi asombroso.

Y cada vez que ella pasaba junto a él, su fragancia floral parecía atraerlo como a una polilla la llama. Resultaba totalmente embriagador y abrumador.

El problema era que al trabajar con tanta proximidad a ella alrededor de una pequeña mesa, sus cuerpos se tocaban con frecuencia. Los brazos, las piernas… o, en ese caso, los muslos.

Y en ese instante, casi como si ella hubiera oído sus pensamientos más íntimos, Lexi alzó la primera carpeta del segundo fajo y le rozó la muñeca con el brazo. Ese pequeño contacto bastó para encenderle los sentidos.

Y lo peor fue que una fotografía en color cayó sobre el escritorio desde las páginas de un libro. Dos muchachos le sonreían… el mayor orgulloso y fuerte, con la barbilla levantada y el brazo alrededor de la espalda y los hombros del hermano menor, quien reía con expresión de adoración hacia la persona que sacaba la foto.

Mark recordaba ese partido de fútbol en el internado como si hubiera sido el día anterior. Edmund había marcado dos goles y lo habían nombrado jugador del partido. Hasta ahí nada nuevo. Salvo que por primera vez en su vida, el novato Mark Belmont había realizado una carrera impresionante por la banda para marcarle al portero rival.

Y lo mejor de todo era que su madre lo había visto hacer el tanto de la victoria y había sacado la foto. Siempre había encontrado tiempo para asistir a los acontecimientos deportivos del colegio.

Respiró hondo y justo cuando Lexi alargaba la mano para estudiarla, él la recogió y la metió entre el montón.

Aún no estaba preparado para eso.

Pero era imposible escapar a la atención por el detalle de su compañera. Al instante ella la recuperó del montón.

–¿Es tu hermano? –preguntó.

Mark asintió.

–Sí. Edmund era un año y medio mayor que yo. La foto se sacó en el internado. Los hermanos Belmont marcaron los tres goles del partido. Fuimos los héroes aquel día… –de repente se calló.

Ella guardó silencio y esperó… que le hablara de Edmund. Él le quitó la fotografía y la dejó con lentitud en el otro lado de la mesa. Para él, era una historia demasiado reciente.

–Murió hace siete años en un accidente en un partido de polo en Argentina.

En un momento fugaz de total compasión, Lexi le cubrió la mano con la suya.

Y él sintió que cada célula de su cuerpo le daba la bienvenida.

–Tu pobre madre… –susurró ella a pocos centímetros de Mark–. Debió de ser devastador para ella. No me puedo imaginar lo que es criar a un hijo hasta que se hace un hombre y luego perderlo.

Preparado para continuar una conversación que sabía que sería dolorosa para él, la pregunta siguiente de ella lo desconcertó.

–¿Cuántos años tiene tu hermana?

–¿Cassie? Veintisiete –respondió aturdido–. ¿Por qué lo preguntas?

–Porque voy a tener que hablar con ella acerca de Edmund. Sé que es mucho más joven, pero no me cabe duda de que puede recordar con absoluta claridad a su hermano mayor.

–Y yo –replicó él–. Estuvimos juntos en el colegio… parecíamos gemelos.

–Es por eso. Estabais demasiado unidos. Es imposible que seas objetivo y tampoco lo esperaría. Era tu mejor amigo y de pronto lo perdiste… lo cual es duro. Lo siento mucho. Debes de echarlo mucho de menos –susurró antes de morderse el labio inferior.

Esa mujer, esa desconocida que había entrado en su vida hacía menos de veinticuatro horas, le brindaba un momento para volver a controlar su dolor.

Nada que hubiera podido hacer lo habría enfurecido más.

¿Cómo se atrevía a presuponer que era incapaz de controlarse?

Había aprendido de la forma más dura que los hombres Belmont no hablaban de Edmund y de cómo su muerte los había separado. En vez de eso, asumían las responsabilidades y obligaciones adicionales y seguían adelante como si Edmund jamás hubiera existido.

Lexi plantó las palmas de las manos sobre la mesa, alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

Y para horror de Mark, vio un vestigio de humedad en las comisuras de sus párpados. Y esos asombrosos ojos lo cautivaron y lo arrastraron a sus profundidades de múltiples tonalidades de gris y violeta, con los centros negros dilatándose cada vez más mientras lo miraba fijamente y se negaba a soltarlo.

Los mismos ojos que lo habían mirado con absoluto horror aquella mañana en el hospital. Los mismos que en ese momento rebosaban compasión y calidez. Nunca había presenciado nada parecido.

Su madre solía decir que los ojos eran ventanas al corazón. Si eso era cierto, Lexi Sloane tenía un corazón notable.

Pero el hecho inalterable seguía allí… mirar esos ojos lo transportaba a un lugar que gritaba con total precisión una única palabra.

«Fracaso».

Había fracasado en proteger a su madre.

Había fracasado en sustituir a Edmund.

Había decepcionado a sus padres y todavía los decepcionaba.

Y el hermoso rostro de su madre mirándolo desde todas esas fotografías era como un puñal en su corazón.

–¿Cómo lo haces? –preguntó con los dientes apretados–. ¿Cómo te ganas la vida con este trabajo en el que tienes que indagar en el dolor y el sufrimiento de las vidas de otras personas? ¿Obtienes algún placer enfermizo de ello? ¿O usas el dolor de los demás con el fin de hacer que tu propia vida parezca mejor y más segura? Por favor, dímelo, porque no lo entiendo.

Se sentía tan irritado por su falta de autocontrol, que retiró la mano con brusquedad de debajo de la de ella y bajó a los ventanales que daban al patio, los abrió y salió a la fresca sombra de la terraza.

«Eso ha estado bien hecho, Mark, muy bien hecho. Desahogar tus problemas con la primera persona que aparece, tal como haría tu padre».

Cerró los ojos y trató de acompasar la respiración. Los minutos le parecieron horas hasta que sintió a su espalda los pasos ligeros de Lexi en el suelo de baldosas.

Se situó junto a él ante la barandilla y contemplaron la piscina y los cipreses y los olivos en absoluto silencio.

–No hago este trabajo por algún placer enfermizo ni autocomplacencia. Bueno… aparte del hecho de que me pagan por ello, desde luego. Lo hago para ayudar a mis clientes a plasmar cómo superaron los traumas de sus vidas para convertirse en las personas que son ahora. Y eso es lo que quiere leer la gente –se volvió a medias ante la barandilla–. Hablaba en serio cuando te conté lo mucho que me gustaba leer sobre las vidas de otras personas. Me encanta conocer a gente, oír su historia vital.

Lexi respiró hondo.

–Y por si no lo has notado, todas las familias del mundo sufren dolor y pérdidas, y cada persona debe sobrevivir a algún terrible trauma que le cambia la vida para siempre. Eso me incluye a mí, a ti y a todas nuestras familias y amigos. No hay escapatoria. Es cómo lo enfocamos lo que nos convierte en lo que somos. Nada más.

–¿Nada más? –él movió la cabeza–. ¿Desde cuándo eres experta en clasificar las vidas de otras personas y sus historias por ellas? Con el padre que tienes, no se puede decir que tú seas perfecta.

La temperatura descendió diez grados e hizo reaccionar a Mark.

No había pretendido sonar amargado o cruel, pero suprimió la emoción y lo dominó el cansancio. Necesitó unos momentos para relajarse y respirar con sosiego. Era consciente de que Lexi observaba cada uno de sus movimientos en silencio.

–Te pido disculpas por ese exabrupto. Ha sido inoportuno e innecesario. Pensé que podríamos dejar atrás lo sucedido en el hospital, pero al parecer me equivocaba. Lo entendería si después de mi grosería decides que no quieres trabajar conmigo.

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