Читать книгу Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento - Нина Харрингтон - Страница 12

Capítulo 7

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–OH, MARK –susurró Lexi asombrada–. ¿Por qué crees que tu madre se sentía de esa manera? Si era arrebatadoramente hermosa.

–Por la presión. La competencia de otras actrices para los papeles en la televisión y en el cine. Cada vez que nos veíamos me hablaba de la desilusión de ser rechazada para los papeles que de verdad quería interpretar –suspiró–. No conseguía trabajos y era evidente que cada vez le resultaba más difícil ir de un rechazo a otro. Su agente terminó por rendirse de tratar de interesar a los estudios cinematográficos. Siempre había una hermosa aspirante a estrella a la espera de ser descubierta, y al final eso la agotó.

–Pero Crystal Leighton seguía siendo una gran estrella. La gente la adoraba.

–Intenta decirles eso a los directores de casting. La verdad era que llevaba mucho tiempo con una profunda infelicidad, y eso se notaba. Había perdido chispa, vitalidad y júbilo. Y su rostro lo reflejaba para que todos pudieran verlo.

–O sea que no fue solo por tu fiesta de compromiso, ¿no? Esa fue una excusa para aceptar la operación. Por favor, no te sientas culpable por algo sobre lo que no tenías control –lo vio suspirar y alzó la mano derecha para acariciarle la mejilla mientras él entrecerraba los ojos–. No sabía que estuvieras comprometido –murmuró, desesperada por prolongar todo lo posible la sensación de intimidad que se había establecido entre ellos.

–No había motivo para que lo supieras. Jamás tuvo lugar. Ya se acabó –respondió ceñudo–. Nos conocíamos desde hacía años, nos movíamos en los mismos círculos y creo que, simplemente, se convirtió en algo que otra gente esperaba que hiciéramos. Yo jamás me declaré y ella no lo esperaba. No fue más que un acuerdo cómodo para ambos. Éramos amigos, pero no estaba enamorado de ella. Hace dos meses conoció a alguien a quien de verdad quiere, que es como debe ser.

–¿Conocía tu madre tus verdaderos sentimientos?

–No lo sé. Nunca hablamos al respecto. En mi familia no hablamos. Nos deslizamos por la superficie por miedo a que se rompa el hielo y caigamos en las aguas heladas de abajo. Y lo único que le importaba a mi padre era que hubiera otro varón Belmont para heredar el título.

Lexi sintió como si una mano le estrujara el corazón.

–¿Estabas preparado para eso? –preguntó, tratando de ocultar la conmoción que le causaba toda la situación–. Me refiero a casarte con una joven a la que no amabas y luego tener un bebé con ella para aportar un hijo que heredara el título y las propiedades de tu familia.

–Oh, sí. Las viejas reglas siguen en vigor. Ni los hijos de Cassie tienen una oportunidad. A menos que convenza a una pobre chica de que me dé un hijo, el próximo barón Belmont será mi primo menos querido. Y sus dos hijos son adoptados, de modo que no podrán heredar el título. Ahí se acaba todo. Novecientos años de padre a hijo y todo se reduce a mí.

Los ojos de Mark se ensombrecieron.

–¿Comprendes ahora por qué me afano en terminar su biografía? La gente se imagina que mi madre disfrutó de una vida fabulosa, llena de felicidad y estímulos. No se supone que las estrellas de cine como ella terminen llevando una vida amarga y fría, atormentada por la desilusión y una baja autoestima. Con un hijo que nunca estaba ahí cuando lo necesitaba.

Cerró las manos en torno a las de ella y le hizo la pregunta que Lexi había temido, pero que, de algún modo, sabía que surgiría.

–¿Cómo escribirás esa historia, Lexi? ¿Cómo contarás esa clase de verdad sin destruir a mi padre y a mi familia al mismo tiempo?

–Tiene que ser decisión tuya, Mark –repuso ella con la voz más serena que pudo proyectar–. Yo puedo decirte cómo hacer que este libro sea una verdadera celebración de su vida. Y sé que lo oscuro y las sombras solo hacen que los momentos felices sean más brillantes. Eso formó parte de su vida y no puedes evitar la verdad.

Entonces él le soltó los dedos, apoyó una mano contra su mejilla, ladeó la cabeza y le dio un beso muy delicado.

Lexi se sintió tan sorprendida que no fue capaz de hablar. La presión de sus labios era tan cálida y suave que cerró los ojos y se quiso apoyar en él… pero descubrió que ya no estaba. De inmediato se maldijo por ser tan débil y necia.

–Gracias por escucharme. Yo no puedo acabar este libro, Lexi. No puedo someter a mi familia a este dolor –retrocedió un paso y miró hacia el inmenso océano que se extendía ante ellos–. Lo siento. La biografía queda cancelada. Le voy a devolver el anticipo a la editorial. Puedo enfrentarme a la contrariedad que producirá en mi familia, pero mejor hacerlo ahora que más adelante, ante ojos indiscretos. Gracias por ayudarme a decidir seguir adelante con mi vida, a dejar de mirar atrás, pero ya no necesito tu ayuda. Puedes regresar a Londres. Tu trabajo aquí ha terminado.

Con el corazón desbocado, se acercó a él junto al muro.

–¿Terminado? Claro que no, Mark Belmont.

–¿Disculpa? –la miró desconcertado.

–Ahora mismo tengo la impresión de que huyes de un desafío justo cuando empieza a ser interesante.

Él sonrió y movió la cabeza.

–Ya te he dicho que cobrarás tus honorarios. Que eso no te inquiete.

–No consigo que me entiendas, ¿verdad? –Lexi puso los ojos en blanco–. Me niego a dejar que te alejes de la única oportunidad que tendrás jamás de aclarar la situación de Crystal Leighton. Sí, lo has entendido. No pienso irme a ninguna parte. Ni tú. Me has hablado mucho de las obligaciones familiares, pero nada de cómo el verdadero Mark elegiría celebrar la vida y la obra de su madre si dependiera de él.

–Esa opción no está disponible. No tengo elección.

–Claro que la tienes. Eres tú quien decide qué hacer con la vida que has recibido. ¿De modo que vas a ser el próximo barón Belmont? ¡Asombroso! –le sonrió–. Piensa en todo el bien que puedes hacer en tu posición. Empezando por celebrar la vida de tu maravillosa madre –dio un paso que la dejó pegada al pecho de él–. Corre el riesgo, Mark. Tómate esta semana libre y hazlo lo mejor que puedas. Porque sé que juntos podremos crear algo estupendo, fiel y auténtico. Pero te necesito en mi equipo. Vamos, corre el riesgo. Sabes que si no lo haces, siempre lo lamentarás. Y yo jamás te consideré una persona que abandona algo sin terminarlo –suavizó la voz–. Hazlo por amor, no por obligación. ¿Quién sabe? Puede que hasta lo disfrutes.

–¿Una semana? –le susurró él en la cara.

–Una semana.

Lexi se despertó a una hora muy extraña y, a pesar del aire acondicionado, reinaba un calor sofocante en la habitación. Era de noche. Se levantó, abrió las ventanas dobles y salió al balcón.

Se apoyó en la barandilla y pensó en el beso fugaz de Mark y en lo que él le había dicho. Iba a necesitar algún tiempo para procesarlo todo. Pero la imagen recurrente era ese beso y el dulce sabor de su boca.

«¡No! Destiérralo de tu cabeza».

Era natural que se sintiera atraída por él, pero más le valía recordar que entre ellos nunca podría existir nada.

Se centró en lo que la había llevado allí. La marea había cambiado. En ese momento, Mark quería el libro tanto como ella. Quizá era la villa la que marcaba las diferencias.

Todo parecía muy quieto, lleno de posibilidades. Un espacio limpio y blanco esperando que lo llenaran de actividad, vida y…

Un barco surcaba el horizonte, con hileras de luces de colores en las cubiertas y bien perfilado contra la oscuridad de la noche. Un crucero o un ferry procedente de Italia. Se puso de puntillas, pero los aleros de madera le bloqueaban el paisaje.

Tendría que salir para gozar por completo del cielo nocturno.

Bajó en silencio por la escalera y giró con sigilo el pomo de la puerta que daba al patio, ansiosa por no despertar a Mark.

De pie en el suelo de piedra, echó la cabeza atrás un segundo, perdida en la dicha de la brisa fresca que soplaba desde el mar. El olor de las flores y la resina de pino se mezclaba con el leve vestigio de cloro de la piscina.

Las únicas luces eran las lámparas solares que había alrededor del aparcamiento y los escalones que llevaban hasta la casa. Pero al dirigirse con cuidado hacia el jardín lateral, incluso esas luces de fondo quedaron bloqueadas por la casa.

Se detuvo, apoyó la espalda contra la pared y miró el cielo.

Sin farolas o el resplandor de una ciudad, se hallaba maravillosamente oscuro y sin una nube, con una magnífica exhibición de estrellas que parecían de un brillo cegador en el aire puro. Incluso reconoció algunas constelaciones, aunque con una alineación diferente a las que conocía en Inglaterra.

Suspiró con una profunda satisfacción, relajada.

–¿Disfrutando del cielo despejado? No puedo culparte. Es bastante espectacular.

El corazón se le salió prácticamente del pecho.

En el extremo del patio había una tumbona y a medida que sus ojos se acostumbraban a la luz tenue, vio a Mark tumbado en ella con las manos unidas bajo la cabeza. Parecía completamente vestido y Lexi esperó que su fino pijama no fuera demasiado transparente.

–Qué sorpresa –intentó mantener la voz ligera y jovial–. El famoso hombre de negocios es un astrónomo aficionado. Una cualidad más que añadir a tu currículum.

Él emitió una risita entre dientes, ronca y vibrante.

–Culpable –concedió–. Siempre lo he sido. Incluso durante una época tuve un telescopio. De ser necesario, seguro que mi hermana podría encontrarlo en alguna parte del desván. ¿Y qué me dices de ti?

–Oh, es uno de mis muchos talentos –fue hacia él y vio que cerca había otra tumbona–. Esto está mejor –comentó después de echarse.

Permanecieron unos minutos sin hablar, con el único sonido de las cigarras entre los olivos y alguna bocina esporádica a kilómetros de distancia.

–No puedo decir que fuera una afición popular entre mi familia –prosiguió ella al rato–, pero las estrellas siempre me han fascinado. Aún recuerdo cuando en la escuela uno de los profesores nos dijo que cada estrella era en realidad un sol que, probablemente, tenía lunas y planetas girando alrededor. Desconocía lo que había iniciado –se rio entre dientes–. A partir de entonces arrastraba a mi madre en las frías noches de invierno por la puerta de atrás de nuestra pequeña casa londinense solo para contemplar el cielo. Recuerdo haberle preguntado si había gente como nosotros viviendo en esos planetas que giraban en torno a esas estrellas, y si nos miraban en ese mismo instante.

–¿Qué te contestó? –murmuró Mark.

–Que lo más probable era que hubiera criaturas y posiblemente seres inteligentes viviendo en esos planetas que orbitaban alrededor de soles que ni siquiera podemos ver, porque se encuentran tan lejos que la luz de esos mundos distantes todavía no nos ha alcanzado –hizo una pausa–. Lo cual me produjo un torbellino mental. Es una mujer inteligente mi madre.

Salvo cuando se trataba de elegir maridos. Entonces era un desastre.

–¿Sigues viviendo con ella en esa pequeña casa de Londres?

–No. Me marché a comienzos de año… aunque aún vivimos en la misma zona. Yo paso mucho tiempo en el extranjero, pero cada pocos meses sacamos tiempo para ponernos al día. Las facturas de teléfono son enormes. Pero el sistema funciona bien. Hace poco volvió a comprometerse, de modo que los próximos meses serán una vorágine prenupcial –frunció los labios ante lo personal que se tornaba la conversación–. ¿Y tú, Mark? Háblame de tu casa de Londres.

–Tengo un ático en el edificio donde están mis oficinas.

–¿Vives donde trabajas? –Lexi no pudo evitar un tono de crítica.

Él bufó, pero contestó con voz clara y sincera.

–Me satisface plenamente. Estoy soltero y ocupado. Además, las vistas de la ciudad son espectaculares desde mi terraza. Aunque las estrellas no se acercan a las que ves desde aquí.

–Debe de ser maravilloso poder volver a esta casa cuando te apetezca y contemplar este cielo nocturno. ¿Sabes que esto es el sueño de todo escritor? Un tranquilo retiro rural donde centrarte únicamente en ser creativo. Es mágico.

El silencio se prolongó más.

–Ese es el problema –respondió él al final con voz queda–. Es mágico, pero la mayor parte del año está vacío y los únicos seres que se benefician de él son los gatos y mi ama de llaves. Siempre estamos tan ocupados… Siempre hay tanto que hacer como para quedarse quietos…

La tristeza que proyectó le atravesó el corazón.

No había esperado que Mark le cayera bien o le importara, pero así era. Más de lo recomendable.

Tuvo un escalofrío y se frotó los brazos.

–¿Tienes frío? –preguntó él.

–Un poco. Probablemente, ya es hora de que vuelva dentro.

Sintió el crujido de la tumbona cuando él se levantó y dio dos pasos hacia ella. Antes de que pudiera hablar, le había tomado las manos y la ayudaba a ponerse de pie.

–Los astrónomos aficionados debemos mantenernos unidos –murmuró, pegando el cuerpo a la espalda de ella al tiempo que le rodeaba la cintura con los brazos.

Una calidez y fortaleza deliciosas llenaron el cuerpo de Lexi y de forma instintiva se apoyó en él para disfrutar del calor de su proximidad.

Mark levantó un brazo y señaló en dirección a una brillante estrella en el horizonte, justo debajo de la luna nueva.

–Solía leer todos aquellos estimulantes cómics sobre misteriosos invasores de Venus o Marte. Me aterraban. Sospecho que es el motivo por el que mi padre me compró el telescopio. Para que la ciencia pudiera sustituir a los sueños y las fantasías sobre alienígenas y naves espaciales.

–¿Y qué decía tu madre? –Lexi luchó por mantener la voz firme ante esa súbita intimidad.

–Oh, ella no dejaba de traerme cómics. Quería que mantuviera la mente abierta a todas las opciones. La adoré por eso.

–Debió de ser extraordinaria –musitó ella en la oscuridad.

–Sí, lo era –hubo una pausa–. Gracias por convencerme de continuar con la biografía. Creo que va a ser una magnífica celebración.

Lexi giró hasta quedar de cara a él.

–De nada. Buenas noches. Espero que duermas bien.

Apoyó los dedos frescos a cada lado de la cara de él y le rozó los labios con un beso fugaz que se demoró un poco más que el que Mark le había dado ante la vista panorámica junto al risco. Tenía los labios cálidos y acogedores y titubeó un instante antes de apartarse.

Mark pareció quedarse paralizado. Luego la aferró por los hombros, la pegó con fuerza contra su cuerpo y avanzó hasta apoyarle la espalda contra la pared de la casa, de modo que cuando la besó, su cuerpo flexible no tuvo dónde ir.

El beso que le dio fue el de un hombre decidido a desterrar todo pensamiento lógico de su mente, explorando su lengua y sus labios mientras sostenía el peso de su cuerpo entre sus musculosos brazos.

Ella subió las manos a su cabello, tan maravilloso y suave como se había imaginado.

Pero al moverse había roto el hechizo. Mark retrocedió de la pared con piernas inseguras.

Le acarició con el pulgar el labio inferior, provocándole hormigueos en sitios donde realmente no quería tenerlos.

–Eres francamente irresistible, ¿lo sabías? –murmuró él.

Lexi logró asentir.

–Tú también.

–Pero probablemente no sea una buena idea –Mark contuvo una sonrisa–. Teniendo en cuenta las circunstancias –le tocó la punta de la nariz–. No se repetirá. Buenas noches, Lexi. Que duermas bien.

Lo observó entrar en la casa. ¿Dormir? ¿Después de ese beso? ¿Estaba de broma?

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