Читать книгу Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento - Нина Харрингтон - Страница 7

Capítulo 2

Оглавление

LEXI creyó que le iba a estallar el corazón. Se dijo que no podía ser él.

Tres semanas de seguir a un director de cine por una serie de celebraciones y festivales de Asia finalmente le habían pasado factura. Sencillamente, tenía que estar alucinando.

Pero mientras él la escrutaba con los ojos entrecerrados, el estómago comenzó a darle vueltas a medida que asimilaba la horrorosa realidad de la situación.

Se hallaba delante de Mark Belmont, hijo del barón Charles Belmont y de su deslumbrante y hermosa esposa, la difunta estrella de cine Crystal Leighton.

El mismo que había golpeado a su padre en el hospital el día en que la madre de Mark Belmont había muerto. Al tiempo que la acusaba a ella de ser su cómplice en el proceso.

Sentía las piernas como gelatina y si apretaba con más fuerza la correa de su bolso, se partiría.

–¿Qué… qué hace aquí? –preguntó, suplicándole mentalmente que le respondiera que solo era un invitado temporal de la celebridad con la que le habían encargado trabajar y que se marcharía pronto. Porque cualquier otra opción era demasiado desagradable de contemplar.

Pero Mark Belmont la observaba con un desdén indecible mientras con un sencillo movimiento de la cabeza descartó la pregunta.

–Tengo todo el derecho del mundo a estar aquí. A diferencia de ti. Así que volvamos a empezar. Te haré la misma pregunta. ¿Quién eres y qué haces en mi casa?

¿Su casa? La comprensión de la situación fue como un mazazo.

¿Era posible que Mark Belmont fuera su celebridad?

Tendría sentido. El nombre de Crystal Leighton no había abandonado en ningún momento las columnas sensacionalistas desde su trágica muerte y a ella le había llegado el rumor de que la familia Belmont estaba escribiendo una biografía que acapararía las portadas de todas las revistas.

Pero debía tratarse del barón Belmont, no de su hijo, el gurú de las finanzas.

Suspiró y cortó todas las conclusiones precipitadas. Era una casa grande, con habitaciones para muchos invitados. Bien podía ser que alguno de sus colegas o amigos aristócratas necesitara ayuda.

Y entonces la pregunta de él atravesó su cerebro embotado.

Mark no la había reconocido. No tenía ni idea de que era la chica que había conocido en el pasillo del hospital apenas unos meses antes.

De pronto las gafas de sol le parecieron una idea genial. Respiró hondo varias veces, pero el aire era demasiado cálido y denso como para despejarle la cabeza. Era como si ese cuerpo alto y poderoso hubiera absorbido todo el oxígeno de la estancia.

–No acepto con cortesía a los huéspedes no invitados, así que te sugiero que me respondas antes de que te pida que te marches.

¿Huéspedes no invitados? Santo cielo, la situación era peor de lo que pensaba. No parecía estar esperando una visita. ¡No tenía ni idea de que su editorial había enviado a una escritora fantasma a la isla!

Con una gran fuerza de voluntad soslayó la culpabilidad por el dolor que su padre le había causado a la familia Belmont. Lo hecho por este nunca había sido culpa suya y no iba a dejar que el pasado estropeara su trabajo ni que su padre le arrebatara la oportunidad de hacer realidad su sueño.

Se apretó el puente de la nariz.

–Oh, no –con los ojos cerrados, movió lentamente la cabeza–. La agencia no me haría algo así.

–¿La agencia? –preguntó Mark con la cabeza ladeada–. ¿No te has equivocado de villa, de isla, de país?

Ella habló cuando se sintió más serena.

–Deje que lo adivine. Algo me dice que no ha hablado ni se ha comunicado con su editorial en las últimas cuarenta y ocho horas, ¿verdad?

Por primera vez desde que la sorprendiera, vio una expresión de preocupación en la cara bronceada de él.

–¿A qué te refieres?

Lexi hurgó en su enorme bolso, sacó una tableta electrónica y con el pulgar pasó páginas por la pantalla.

–Brightmore Press. ¿Le suena familiar?

–Puede –repuso él–. ¿Y eso por qué iba a importarme?

El cerebro sobrecargado de Lexi funcionó a toda velocidad.

Él estaba solo en la villa. Era la dirección correcta. Y conocía Brightmore Press. La suma de esos tres hechos le dio la conclusión inevitable.

Mark Belmont era la misteriosa celebridad con la que le habían asignado trabajar.

La burbuja de entusiasmo y energía desbordante que no había dejado de crecer durante el largo viaje desde Hong Kong estalló como un globo.

Necesitaba imperiosamente el trabajo. Mantener una casa en el centro de Londres no era barato y esa bonificación marcaría una gran diferencia en la rapidez con la que podría emprender las mejoras. Todos los planes para su futuro dependían de tener un despacho en su casa, desde el que poder dedicar todo su tiempo a escribir los cuentos infantiles.

Lo miró unos instantes antes de suspirar.

–Odio cuando suceden estas cosas. Pero explica por qué no fue a recibirme al puerto.

Mark abrió las piernas y cruzó los brazos.

–¿Recibirte? A ver si puedo dejar esto bien claro. Dispones de dos minutos para dar una explicación antes de que te expulse de mi propiedad. Y, por favor, no creas que no lo haré. He dedicado más tiempo del que me gusta recordar a dar conferencias de prensa. Mi oficina tiene un catálogo con todas las entrevistas y declaraciones que abarcan todos los posibles temas de conversación. Te sugiero que pruebes allí… porque no tengo ninguna intención de concederte una entrevista. ¿Me he expresado con claridad?

–Llamé, pero no recibí respuesta, y la puerta estaba abierta –Lexi se encogió de hombros–. Debería ser más cuidadoso con la seguridad.

–¿En serio? –repuso él con voz gélida mientras asentía–. Muchas gracias por el consejo, pero ya no estás en la ciudad. Por aquí no cerramos las puertas. Por supuesto, de haber sabido que iba a tener visita, quizá hubiera tomado precauciones adicionales. Lo que nos lleva a mi anterior pregunta. ¿Quién eres y qué haces aquí? Estoy seguro de que los dos amables oficiales de policía que cuidan de la isla estarán encantados de conocerte en un entorno más formal. Así que te sugiero que pienses en una excusa muy convincente con suma rapidez.

¿Policía? ¿Hablaba en serio?

Esos asombrosos ojos azules le dijeron que sí.

Respiró hondo y las palabras salieron de su boca más rápidamente de lo que habría imaginado posible.

–De acuerdo. Allá va. Lo siento, pero sus ejecutivos no lo han estado manteniendo al día en algunos asuntos cruciales. Su señor Brightmore llamó a mi agencia de talentos, que me llamó a mí con instrucciones de venir a Paxos porque uno de sus clientes tenía que acabar un libro y, al parecer, lleva un retraso de un mes en la fecha definitiva de entrega, lo que hace que la editorial se sienta un poco desesperada. Necesitan este manuscrito a finales de agosto.

Guardó la tableta otra vez en el bolso antes de volver a mirarlo con las cejas enarcadas y una amplia sonrisa.

–Bien. Ahora que hemos aclarado eso, supongo que debería presentarme –agregó–. Me llamo Alexis Sloane. Por lo general conocida como Lexi. Escritora fantasma extraordinaire. Y he venido a conocer a un cliente que necesita ayuda con un libro. ¿He de suponer que es usted?

–Claro que no te conté lo que había organizado la editorial, querido hermano, porque sabía exactamente cuál sería tu reacción.

Mark se puso a ir de un lado a otro del patio, sintiendo el calor del sol sobre las baldosas bajo sus pies descalzos. La temperatura encajaba a la perfección con su estado de ánimo: incendiario.

–Cassie –le espetó–, podría estrangularte. De verdad. ¿Cómo has podido hacerme esto? Sabes que esta biografía es demasiado personal para pedir la ayuda de alguien. ¿Por qué crees que he venido a Paxos a ponerme a trabajar en el libro? Lo último que necesito es a una desconocida fortuita haciendo preguntas y buscando en sitios a los que ni siquiera sé si quiero ir yo. La comunicación es algo maravilloso, ¿lo sabías?

–Relájate. Lucas Brightmore me recomendó la agencia más discreta de Londres. Su personal firma estrictos acuerdos de confidencialidad y jamás divulgaría nada que les cuentes. Creo que podría funcionar.

–Cassie, eres una amenaza. No me importa lo discreta que pueda ser esta… secretaria. Si quisiera a una ayudante personal me habría traído una. Si no lo he hecho es porque necesito privacidad y espacio para llevar a cabo el trabajo. Ya me conoces.

–Tienes razón. Pero este no es un proyecto de negocios que estés evaluando. Es la historia de la vida de nuestra madre. Debe hacerle justicia y tú eres la única persona de la familia con cierto atisbo de creatividad. Sé que yo jamás podría llevarlo a cabo. No tengo paciencia, y menos cuando llega a las partes difíciles –respiró hondo y suavizó la voz–. Escucha, Mark, esto es duro para todos nosotros. Y eres muy valiente al encargarte del proyecto. Pero eso hace que sea aún más importante que el trabajo se realice lo más pronto posible. Entonces todos podremos continuar con nuestra vida y papá será feliz.

–¿Feliz? –repitió él–. ¿Te refieres a que es feliz con mis planes para rehabilitar esas cabañas destartaladas situadas en nuestras propiedades para convertirlas en refugios de vacaciones? ¿O con los planes de reestructuración para la empresa que lleva bloqueando desde Navidad?

–Probablemente, no –convino Cassie–. Pero sabes tan bien como yo que esto no tiene nada que ver con nosotros. Y sí con el hecho de que está enfermo por primera vez en su vida y que acaba de perder a su mujer en una operación de la que ella jamás le contó nada. No sabe cómo asimilar eso, no más que nosotros.

–¿Cómo se encuentra? –Mark se humedeció los labios secos.

–Más o menos igual –repuso Cassie con tristeza–. La última sesión de quimioterapia lo ha dejado sin fuerzas. No tienes que pasar por todo esto –añadió con renovada determinación–. Devuelve el adelanto de la editorial y deja que algún escritor profesional se ocupe de la biografía de mamá. Vuelve a casa a dirigir el negocio y sigue adelante con tu vida. El pasado puede resolverse por sí mismo.

–No, Cassie. La prensa destruyó la última oportunidad de mamá de tener dignidad y no quiero ni pensar en lo que haría con una historia basada en mentiras, insinuaciones y estúpidos rumores –movió la cabeza–. Sabemos que sus amigos ya han sido abordados por dos escritores mercenarios que buscan basura –tragó saliva–. Eso mataría a papá. Y yo me niego a decepcionar a mamá de esa manera.

–Entonces acaba el libro que empezó nuestra madre. Pero hazlo deprisa. La agencia informó de que enviaban a su mejor escritora, así que sé amable. Soy tu hermana y te quiero, pero a veces intimidas un poco. Tengo que colgar. Tus sobrinos se han despertado y quieren alimentarse. Cuídate.

–Tú también.

Suspiró. Nunca había podido permanecer mucho tiempo enfadado con Cassie. Su hermana había sido la única constante en la vida de su padre desde la muerte de su madre. Tenía marido y dos hijos pequeños de los que ocuparse, pero adoraba la mansión donde habían crecido y era feliz viviendo allí. Su cuñado era médico en el hospital local, donde Cassie lo había conocido al llevar a su padre para un chequeo. Sabía que podía contar totalmente con ella para que cuidara de su padre durante unas semanas mientras él se tomaba tiempo libre de la oficina.

Pero no debería haber hablado con el editor sin consultarlo primero con él.

De pronto la decisión de ir a Paxos para finalizar la biografía le pareció ridícula. En vez de tranquilizarlo, el entorno lo había vuelto irritable. Él necesitaba hacer cosas. Que las cosas sucedieran. Asumir responsabilidades, como siempre había hecho. Lo enfurecía que le fuera imposible concentrarse en la tarea que se había impuesto.

Su hermana tenía razón. La biografía era algo demasiado cercano a él. Demasiado personal.

Por no mencionar que la chica con la que salía de forma intermitente finalmente lo había dejado y conocido a alguien a quien parecía amar de verdad y que le devolvía dicho amor.

Apretó con fuerza el respaldo de la silla.

No. Podía manejar ese trauma. Tal como había abandonado su propia vida para ocupar el lugar de su hermano en la familia.

No tenía sentido enfadarse por el pasado.

Había dado su palabra. Y él llevaría a cabo el proyecto, con la intimidad y el espacio necesarios para centrarse en ese cometido. Lo último que necesitaba en ese momento era a una desconocida en su espacio personal, y cuanto antes la convenciera de que el editor se equivocaba y de que ella podía regresar a la ciudad, mejor.

Necesitaba pensar.

Para dejar de temblar, Lexi aferró con una mano su bolso y apoyó la otra en el respaldo del sofá. No podía estropear su fachada de ecuanimidad mientras miraba a Mark Belmont ir de un lado a otro junto a la piscina con el teléfono móvil pegado a la oreja.

Salvo que esa no era la versión del gurú de los negocios que por lo general aparecía en las portadas de las revistas empresariales de todo el mundo. Con ese hombre rígido y conservador podía tratar con facilidad. Pero la versión que veía en ese momento era la de un hombre completamente diferente, que encarnaba más un desafío para cualquier mujer.

El traje de negocios había desaparecido. Lucía unos pantalones blancos de lino y un polo celeste de manga corta en perfecta consonancia con sus ojos. Los brazos musculosos y los pies descalzos estaban bronceados y los dos primeros botones abiertos del polo revelaban también un torso musculoso y moreno por el sol.

No se había afeitado y la mandíbula cuadrada se hallaba cubierta por una ligera barba que le daba un aire mucho más relajado.

Conocía a muchas diseñadoras que se habrían desmayado con solo verlo.

Era un hombre completamente diferente al que con tanta valentía había defendido a su madre en el hospital. Era Mark Belmont en su entorno natural. En su terreno, su hogar.

Pero en ese momento se lo veía tenso. Irritado y ansioso. No parecía que la confirmación de que su encargo no era una broma le hubiera sentado bien.

Tenía que convencerlo de que la dejara quedarse y lo ayudara… ¿con qué? Seguía sin tener idea de la clase de libro que estaba escribiendo. ¿Uno de temática empresarial? ¿Una historia de la familia? O… lo obvio. Las memorias de su madre.

Y entonces los ojos de él al mirarla se lo confirmaron. Eran los mismos ojos llenos de dolor y desdén de aquel terrible día en el hospital.

Tomó una decisión. Si él podía sobrevivir escribiendo sobre su difunta madre, entonces ella se esforzaría al máximo en dejar el libro lo mejor que le fuera posible. Incluso sin su ayuda.

Haría falta un gran esfuerzo, pero sabía que podía hacer que funcionase. Ya se había mantenido firme en el pasado y volvería a hacerlo.

Mark se quedó quieto un momento con los ojos cerrados.

–¿Ha terminado ya con mi teléfono, señor Belmont? –una voz dulce y encantadora sonó detrás de él.

Abrió los ojos y contempló el aparato que sostenía en la mano como si nunca lo hubiera visto. Se sintió muy tentado de tirarlo a la piscina.

Pero vencieron los buenos modales. Sosteniéndolo con los dedos pulgar e índice, giró y extendió el brazo hacia Lexi.

No había levantado una empresa de inversión de las ruinas del negocio de su padre sin asumir riesgos, pero habían sido calculados, basados en información que había cotejado personalmente hasta tener la certeza de que el dinero de la familia no se perdería en la inversión.

Esa joven… esa mujer del ridículo atuendo, había llegado a su casa sin su visto bueno.

Quizá su hermana tuviera confianza en la agencia de talentos, pero él no sabía nada sobre el plan, y si había algo que lo irritara era que planearan cosas a su espalda. Y Cassie lo sabía, a pesar de las buenas intenciones que la habían impulsado a intervenir.

Vio que la recién llegada tecleaba con furia en el teléfono móvil, aunque era un misterio para él cómo podía ver a través de esas enormes gafas de sol.

–Estaré con usted en un momento, señor Belmont –dijo, apartándose el teléfono de la cara–. Intento encontrar el hotel más próximo de la isla. A menos que, por supuesto, usted pueda recomendarme uno.

Alzó la vista y le dedicó una media sonrisa… que le iluminó todo el rostro y captó su atención.

–Me disculpo por no haber reservado alojamiento antes de llegar, pero ha sido un encargo de último minuto. Necesitaré hospedarme en un lugar cercano, para no perder demasiado tiempo yendo y viniendo. No se preocupe –añadió–, lo dejaré en paz muy pronto.

–¿Un hotel? Olvídalo –repuso él.

–¿Oh? –enarcó las cejas y sus dedos se quedaron quietos–. ¿Por qué?

Mark metió las manos en los bolsillos para evitar estrangularla.

–Bueno, para empezar, hay un pequeño hotel en Gaios, pero en la actualidad está cerrado por reformas. Y en segundo lugar… –hizo una breve pausa–. Paxos es una isla muy pequeña. La gente habla y hace preguntas. No creo que sea apropiado que te alojes en un sitio alquilado mientras estés trabajando en un proyecto confidencial para la familia Belmont. Me temo que no pareces la típica turista que viene con el paquete completo.

–¿No? Excelente. Porque no tengo intención de parecer una turista. Quiero ser yo. En cuanto a la confidencialidad… le aseguro que soy absolutamente discreta. Cualquier cosa que me cuente será estrictamente confidencial. He participado en varios proyectos de esta naturaleza y ninguno de mis anteriores clientes ha tenido jamás problema alguno con mi trabajo. Bien, ¿hay algo más que desee saber antes de que me dirija a la ciudad?

–Solo una cosa. Pareces encontrarte bajo la ilusión de que he aceptado este acuerdo. Y no es el caso. Cualquier contrato que puedas tener es entre mi editor y tu agencia. Desde luego, yo no he firmado nada. Y me irritan bastante las sorpresas.

–Es una contrariedad que no me esperaba –repuso ella con el mentón alzado–, pero puedo asegurarle que no tengo ninguna intención de volver a casa antes de acabar este encargo –sacó una tarjeta del bolsillo y se la entregó–. Acabo de sobrevivir a dos largos vuelos internacionales, una hora de hidroavión desde Corfú y veinte minutos de negociar el alquiler de un coche con un encantador caballero griego en el puerto para poder llegar hasta aquí. No pienso marcharme a menos que mi jefe me lo indique. Por lo tanto, ¿puedo sugerir un breve período de tregua? ¿Digamos veinticuatro horas? Y si no encuentra mis servicios provechosos, le prometo que me subiré a mi coche de alquiler y desapareceré de su vida. Un día. Es lo único que le pido.

–¿Un día? –repitió Mark con los dientes apretados.

–Nada más.

–Muy bien. Veinticuatro horas –Mark esbozó una sonrisa sincera–. En cuyo caso solo hay una opción posible –agregó–. Te quedarás en la villa conmigo hasta que yo decida si necesito tu ayuda o no.

Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento

Подняться наверх