Читать книгу Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento - Нина Харрингтон - Страница 11

Capítulo 6

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EL DÍA anterior había escuchado la verdad sobre su padre y, a pesar de ello, le había brindado la oportunidad de trabajar con él. Y en ese momento le arrojaba a la cara su herencia… y luego se disculpaba.

Era el hombre más contradictorio, irritante y complicado que había conocido en mucho tiempo. Pero bajo toda esa bravuconería, algo le decía que era una buena persona.

Aparte de que no pensaba rendirse.

–Oh, sé muy bien que disto mucho de ser perfecta. Y también que soy terca. Si sumamos esas dos cosas, el resultado es que no pienso irme a ninguna parte. Esto sucede constantemente. ¿Quién en su sano juicio quiere hablar del dolor del pasado? Forma parte de la naturaleza humana guardar toda esta turbulencia en una caja y cerrarla bien.

Y ella lo sabía por experiencia.

–No puedo hablar de otros clientes, ya que esos acuerdos de confidencialidad que firmo son herméticos, pero créeme… he trabajado con muchas personas y no sé cómo pueden seguir adelante con todo el equipaje que arrastran. Creía que yo tenía problemas hasta que trabajé con supervivientes reales.

–¿Es lo que somos? ¿Supervivientes?

–Todos y cada uno de nosotros. Todos los días. Y no hay nada que podamos hacer al respecto. Aunque sí sé una cosa.

–Me muero por conocerla –ironizó Mark.

–¡Estoy hambrienta! –exclamó Lexi con exagerado dramatismo–. ¿Puedo sugerir que comamos antes de empezar con la vida personal de tu madre?

–Desde luego. Prepárate para dejarte seducir por una de las excelentes tabernas de la costa. ¿Qué te parece una crujiente ensalada griega seguida de una suculenta lubina con patatas? Pero con una condición. No hablaremos de nuestros trabajos ni de por qué estamos aquí. ¿Trato hecho?

–¿Ir a un restaurante? –Lexi pensó en la montaña de papeles que habían dejado atrás–. Aquí nos espera mucho trabajo.

–Razón por la que el aire fresco nos sentará muy bien. Llevo tres días encerrado en casa. Necesito un descanso y un cambio de escenario.

Mark estaba decidido a esquivar lo que habían dejado atrás en la maleta de recuerdos, de modo que cedió.

–De acuerdo, tenemos un trato –su expresión se suavizó–. Pero también un pequeño problema –él enarcó las cejas–. Cuesta creerlo, pero anoche me flaqueó la determinación de sacar a los cachorros del coche. ¿Podemos ir andando? ¿O en autobús?

Mark metió la mano en un bolsillo y se acercó un paso, llenando el espacio que había entre ellos con su fragancia masculina. Sacó unas llaves y las hizo oscilar en el aire.

–No hay problema. Estoy listo. ¿Y tú?

–¿Ahora? Necesito unos minutos para cambiarme y recoger el bolso –se señaló el cabello–. Y arreglarme el pelo y aplicarme un poco de maquillaje.

La inspeccionó de arriba abajo y sonrió al hacerlo.

Lexi cruzó los brazos y lo miró con ojos centelleantes. Sintió como si tuviera visión de rayos X y pudiera atravesarle los pantalones y la blusa para verle la nueva lencería roja que llevaba debajo. Estaba ruborizada, le sudaban las palmas de las manos y cuanto más la observaba, más encendida se sentía.

–Oh, yo no me preocuparía por eso –murmuró él–. Y menos por tu pelo.

Mark soltó una risa exuberante que reverberó en el jardín. El sonido fue tan asombroso, cálido y natural, que Lexi tuvo que parpadear para asegurarse de que se trataba de la misma persona.

Era una versión casi feliz de aquel hombre siempre atractivo pero severo. Hizo que le diera un vuelco el corazón.

Hasta ese momento había considerado a Mark apuesto, pero eso lo llevaba a un nivel nuevo.

–Estarás bien –continuó él, mostrándose algo tímido ante ese estallido de felicidad. Y luego extendió la mano hacia ella, como si la desafiara a acompañarlo.

–Voy a necesitar cinco minutos –trató de sonar entusiasta al pasar a su lado y soslayar su mano–. El tiempo suficiente para traer el coche.

–No necesitas cinco minutos –respondió Mark con una sonrisa, tomándola de la mano y prácticamente arrastrándola hasta el camino de grava–. ¿Y quién ha dicho nada de un coche?

–Vuestro carruaje os espera, señora.

Lexi observó la moto, luego el juvenil casco negro que Mark sostenía. Bajó a la grava y rodeó lentamente el vehículo, examinándolo desde diversos ángulos.

–Es una scooter –declaró ella al final.

–Tu capacidad de observación es superlativa –repuso él, conteniendo el deseo de sonreír.

–Es una scooter muy bonita –continuó Lexi–, y muy limpia para ser de un chico, pero… sigue siendo una scooter –movió la cabeza dos veces y lo miró desconcertada–. ¡Pero no puedes llevar una scooter! Hacerlo tiene que ir contra las reglas de los aristócratas ingleses.

–Me encanta frustrar tus expectativas. Al lugar que vamos, la mejor opción es un transporte de dos ruedas.

Entonces, sacó un segundo casco del asiento trasero y se lo entregó a ella. Era rojo con un rayo blanco a cada lado y las palabras Pizza Paxos en letras negras en la parte delantera. Algo difícil de soslayar.

–Ah, sí. El casco de Cassie estaba rebajado y era el único que le quedaba a mi amigo Spiro.

Ella lo miraba dubitativa.

–¿El único? Comprendo.

Sin decir otra palabra, se puso el bolso en bandolera, le quitó el casco de las manos, se echó el pelo atrás y se lo puso. Todo en un único movimiento fluido.

La admiración silenciosa de él aumentó dos grados.

–No digas ni una palabra –le advirtió ella con ojos centelleantes.

–No me atrevería –Mark palmeó el asiento trasero–. Te convendría agarrarte a mí cuando arranquemos.

–Oh, creo que podré arreglármelas. De todos modos, gracias.

Aunque estaban a medio metro, el aire crepitaba de tensión.

–No pasarás frío –le comunicó Mark con calma–. No vamos lejos.

Arrancó la moto y puso primera. Luego comprobó la correa del casco y se acomodó en el asiento sin mirar una sola vez atrás para ver lo que hacía ella.

Diez segundos más tarde, sintió el peso de ella al sentarse. Fue el momento elegido para esbozar una amplia sonrisa que sabía que Lexi no podía ver.

–¡Allá vamos!

Aceleró y avanzaron despacio por el camino privado. Después de comprobar que el camino comarcal estaba vacío, emprendieron la marcha.

Lexi giraba la cabeza a un lado y otro disfrutando de la maravillosa campiña griega mientras iban a unos treinta kilómetros por hora. Los jardines de las casas ante las que pasaban tenían abundantes limoneros, buganvillas y adelfas. Los cipreses y los pinos creaban un horizonte perfecto de luz y sombra bajo el azul profundo del cielo.

Y en todo momento podía vislumbrar una línea estrecha de un azul más oscuro entre los árboles, donde el mar Jónico se encontraba con el horizonte.

El sol brillaba sobre su piel expuesta y se sintió libre, audaz y preparada para explorar. Se sentía tan completamente liberada, que sin pensar en ello cerró los ojos y se relajó para dejar que el viento le refrescara el cuello. Justo al hacerlo, la moto aminoró la marcha, tomó una curva cerrada a la izquierda y se metió en lo que parecía un camino de granja.

Abrió los ojos y de forma instintiva se aferró a la cintura de Mark. Notó que los músculos de él se contraían bajo sus manos, cálidos, sólidos y tranquilizadores.

Llegaron ante una hermosa y diminuta iglesia blanca donde Mark se detuvo sin brusquedad alguna.

Era el final del camino.

–¿Mencioné que el resto del trayecto es a pie? –preguntó él en tono inocente.

La respuesta de Lexi fue una mirada cáustica antes de observar sus escuetas sandalias doradas.

–¿Cuánto tendré que caminar?

–Cinco minutos, como mucho. Está al final del sendero para mulas y luego a través de los olivos.

–¿Cinco minutos? Ahora que tu terrible secreto ha quedado expuesto, te lo haré pagar –sonrió y avanzó por el sendero pedregoso entre las altas paredes blancas de piedra que separaban los olivares. Las agujas de las coníferas suavizaban el trayecto.

–¿Alguno en especial? Tengo tantos…

–Es verdad. Yo me refería a la vida secreta del Honorable Mark Belmont, presidente de una compañía de inversión. El mundo lo conoce como el ecuánime mago financiero del mercado bursátil de Londres. Pero ¿qué sucede cuando el señor Belmont llega a Paxos? De su crisálida emerge el otro Mark. Esa versión disfruta conduciendo una scooter, en público, bebiendo el vino local y dando cobijo a unos gatos. Eso plantea una pregunta. ¿Qué otros talentos ocultos quedan por revelarse?

La respuesta de él fue un breve bufido.

–¿Pintor paisajístico, quizá? No. Demasiado tranquilo… Habrá que seguir investigando.

–Me parece que he estado respondiendo a demasiadas preguntas. Es tu turno. ¿Qué talento secreto esconde en la manga Lexi Sloane? ¿Cuál es su placer oculto?

Fue el turno de ella de sonreír.

–¿Quieres decir aparte de la comida y el vino? Bueno, de hecho, tengo un placer secreto. Escribo cuentos infantiles.

–¿Cuentos infantiles? ¿Te refieres a historias de amor entre vampiros y escuelas para magos?

Ella hizo una mueca.

–Los míos van dirigidos a un público mucho más joven. Piensa en animales que hablan y en hadas –se detuvo, hurgó en su bolso, extrajo su bloc de notas y buscó una página en particular–. Trabajé en esto durante la noche, cuando no podía dormir.

Mark dio un paso hacia ella y escudriñó el cuaderno que Lexi le entregó.

Para deleite de ella, abrió mucho los ojos con sorpresa y una amplia sonrisa le prestó calidez a su cara, como si hubiera encendido un fuego en su interior que desterrara la oscuridad de la mañana con el fulgor que irradiaba.

–Son Nieve Uno y Nieve Dos –comentó riéndose antes de pasar la página–. ¡Son maravillosos! No mencionaste que también te encargabas de las ilustraciones. ¿Cuándo encontraste el tiempo para dibujarlos?

–A hurtadillas les saqué unas fotos ayer antes de cenar. Luego convertí esas fotos en la historia.

Al recuperar el bloc, sus dedos se tocaron una fracción de segundo. Y a juzgar por la reacción de él, el contacto le resultó tan poderoso como a ella. De inmediato se puso a hablar con el fin de ocultarlo.

–Pues estoy impresionado. ¿Planeas publicar las historias o las reservarás solo para que las disfruten tus hijos?

Un impacto directo. Justo en la diana.

«¿Mis propios hijos? Oh, Mark, si supieras lo mucho que anhelo tener hijos propios…». Contuvo la emoción creada por esa pregunta súbita e inesperada y se concentró en el plano literario.

–Espero publicar algún día –respondió casi con un nudo en la garganta.

–Excelente. En ese caso, aguardo ansioso poder leerle tus historias a mis sobrinos.

Y sin decir nada, se giró y reanudó la marcha por el sendero.

Lexi tuvo dos cosas claras. Adoraba a sus sobrinos. Y algún día sería un padre maravilloso de los niños afortunados que evidentemente quería en su vida.

Su corazón lloró ante el pensamiento de que probablemente ella jamás conocería ese júbilo.

En el momento de formarse ese pensamiento en su cabeza, Mark se giró y la miró. Ella guardó el bloc en el bolso, luego miró alrededor y enarcó las cejas.

–Así como sé apreciar este hermoso lugar y disfruto de la campiña, algo me dice que al final de este sendero sinuoso no habrá ningún restaurante. ¿Tengo razón?

–Quizá.

–¿Perdón?

–Es una larga historia –Mark señaló el camino con la mano y reemprendió la marcha despacio–. Antes hablaste de recoger impresiones de una persona por el lugar donde le gusta vivir y por lo que lee. Y se me ocurrió que tal vez te resultara más fácil entender quién era Crystal Leighton cuando no representaba el papel de actriz famosa si te mostraba su lugar predilecto de la isla. Hace mucho tiempo que no vengo aquí, pero esto es muy especial. Si tenemos suerte, no habrá cambiado mucho.

–¿De qué clase de lugar hablas? –preguntó ella sorprendida de que Crystal hubiera elegido un sitio diferente a su villa–. ¿Y qué lo hace tan especial?

–Ven a verlo por ti misma –indicó Mark en voz baja.

Lo siguió a través de una arboleda de pinos, apartaron unos arbustos fragantes próximos a una pared de piedra y entraron en un jardín privado.

Y lo que vio fue asombroso. Tanto que tuvo que apoyarse en Mark, quien a su vez le rodeó la cintura con un brazo para mantenerla a salvo.

Se hallaban a unos dos metros del borde de un risco, más allá del cual había una caída prolongada hasta la superficie del mar.

La única protección de ese borde de vértigo era un muro de piedra que llegaba a la altura de la cintura, levantado en una amplia curva delante de una bancada baja también de piedra.

Lo único que se veía en cada dirección era una franja continua de mar y el cielo azul encima. Se sintió como una exploradora ante el inicio de un nuevo mundo, contemplando un océano que nunca antes nadie había visto, sin otra cosa que aire entre ella y el agua y el cielo. Y lo único que tenía que hacer para que fuera suyo era alargar la mano.

A derecha e izquierda había altos riscos y blancos de roca sólida, moteados por esporádicos pinos pequeños como los que tenía al lado. Y al pie de los riscos el mar rompía sobre unas piedras variadas y enormes.

–Hay cuevas muy grandes debajo del risco, allí –indicó Mark–. Tanto como para que las embarcaciones turísticas puedan entrar. Pero aquí es seguro. Debajo de nuestros pies hay decenas de metros de roca sólida –la acercó al muro de piedra para que pudieran ver los matorrales y las plantas en flor que se aferraban a la cara del risco.

–Esto es lo más cerca que he estado de la proa de un barco –musitó Lexi–. Oh, Mark… es tan hermoso… Ahora entiendo por qué tu madre eligió este lugar.

–Deberías venir al atardecer y contemplar el crepúsculo. Hace que todo el cielo se vuelva de un rojo ardiente. Es una vista única, y lo mejor de todo es que es privada. No hay cámaras, ni gente, solo tú y el cielo y el mar. Por eso le gustaba tanto venir aquí y pasar horas y horas con una cesta de picnic y un libro. Lejos de la prensa y del negocio cinematográfico, junto con todo lo que conlleva.

Él aún le sostenía la mano y Lexi no pudo evitar derretirse. El fuego de su voz y de su corazón eran demasiado ardientes como para resistirse a él.

Razón por la que cometió la tontería de apretarle la mano.

Al instante, él bajó la vista a sus dedos entrelazados y ella vio la percepción en su cara de que había revelado demasiado de sí mismo antes de recobrarse y soltarla.

–Las Navidades pasadas trató de convencerme de que me tomara tiempo libre para celebrar la Pascua con ella en la isla. Solos los dos. Pero le dije que no, que tenía demasiado trabajo –miró hacia las islas que había en la distancia–. Es irónico, ¿verdad? Ahora tengo tiempo.

–Estoy segura de que sabía que querías volver. Cuando escribas sobre los últimos meses de su vida, añade eso. Será un toque hermoso al final de su historia –al instante sintió que las defensas de él volvían a levantarse.

–No estoy preparado para escribir cómo terminó su vida. No sé si alguna vez podré.

–Pero tienes que hacerlo, Mark –sin prestarle atención a la proximidad del risco, se situó delante de él para que pudiera mirarla–. Eres el único que puede contar la verdad sobre lo que sucedió aquel día. Porque si no lo haces, otro se lo inventará. Que no te quepa la menor duda. Tu madre cuenta contigo. ¿No quieres que salga toda la verdad?

–¿La verdad? Oh, Lexi.

Ella apoyó las yemas de los dedos sobre la pechera de su camisa y clavó los ojos en los suyos.

–Aquel día yo solo estuve unos pocos segundos, pero tú viste lo que sucedió en su totalidad y la causa de que sucediera. Eso te vuelve imprescindible.

–¿Lo que sucedió? –repitió él–. Sucedió que yo me encontraba a medio mundo de distancia de Londres cuando mi madre se desplomó con un aneurisma cerebral. Mi padre me había enviado a Mumbai para negociar con los dueños de una empresa nueva y floreciente de tecnología, por lo que estaba en la India cuando recibí la inesperada llamada de la amiga de mi madre para contarme que la habían ingresado de urgencia.

–Qué terrible. Nadie debería recibir una llamada semejante estando tan lejos.

–Las siguientes veinticuatro horas probablemente fueron las más largas y agotadoras de mi vida. Pero, si cabe, empeoraron cuando llegué. Cassie había ido a recogerme al aeropuerto. Jamás olvidaré cuando entré en aquella habitación del hospital. Apenas la reconocí. Le salían tubos de todas partes, estaba rodeada de personal médico y no podía entender por qué seguía comatosa. Se la veía tan sin vida, tan blanca y quieta.

Movió la cabeza y cerró los ojos mientras Lexi se acercaba más a él.

–Luego los médicos nos llevaron a una sala privada y finalmente empezó a salir la verdad.

Suspiró.

–Nuestra adorable y hermosa madre no había ido a Londres a quedarse con una vieja amiga y a recaudar fondos para actos de beneficencia. Había ido para someterse a una cirugía estética. No nos lo contó porque sabía que intentaríamos disuadirla. Según su amiga, hacía meses que había planeado la operación, como un regalo de Navidad para ella misma. Porque necesitaba potenciar su autoestima.

–Oh, Mark.

–Tenía programada la operación el lunes por la mañana, se desplomó el lunes por la noche y nos dejó el martes por la mañana. Mientras yo estaba en una comisaría de Londres, donde recibía una advertencia por atacar a un miembro de la prensa. Tu padre –chasqueó los dedos–. Con esa rapidez puede cambiar tu vida.

Lexi sintió que las lágrimas caían por sus mejillas. Pero aún no podía hablar, no hasta que él estuviera listo.

–El cirujano no paraba de decirnos que si hubiera sobrevivido al aneurisma, podría haber quedado con una lesión permanente en el cerebro o discapacitada, como si eso pudiera ayudar de alguna manera. No lo hizo.

–¿Cómo lo superó tu padre? –inquirió ella.

–No lo ha hecho –susurró Mark–. Hace unos años luchó contra el cáncer que había entrado en remisión hasta que esta muerte lo destrozó. Desde entonces no ha vuelto a ser el mismo. Es como si toda la luz hubiera salido de su mundo. Lucha, pero está decidido a hacerlo solo, y no hay nada que Cassie o yo podamos hacer excepto tratar de que sus días sean lo más luminosos y positivos que sea factible.

–¿Y crees que este libro ayudará? ¿Por eso aceptaste el proyecto?

–Mi hermana cree que es lo único que lo mantiene animado. Él quiere que sea una celebración de su vida en vez de las tonterías que escribirían los periodistas de la prensa amarilla con el único fin de sacar un beneficio de un titular escandaloso.

–Pero ¿qué me dices de ti? ¿Qué te ayudaría a ti a dolerte por la pérdida?

–¿Yo? No sé por dónde empezar. A veces no puedo creer que no la volveré a ver jamás o que ya no oiré su voz. No quiero pensar en todos los acontecimientos futuros ni en las ocasiones especiales de mi vida en las que habrá una silla vacía con el nombre de ella. Y luego está la culpabilidad. Es lo más duro de todo.

–¿Culpabilidad? ¿Por qué sientes culpabilidad?

Él cerró los ojos.

–Veamos. Nunca tenía tiempo para pasarlo con mi madre a solas por las obligaciones que asumí a la muerte de Edmund. Siempre cancelaba en el último minuto las citas para comer con mi mayor fan por alguna reunión de negocios. Ah, sí, y no olvidemos la principal. El motivo por el que se sometió a la cirugía estética.

Alzó la cabeza y la miró a la cara. Ella pudo ver que tenía los ojos húmedos, pero se sintió impotente de hablar bajo la intensidad de sus ojos.

–Le dijo a su amiga que se sometía a la operación porque no quería decepcionarme en mi fiesta de compromiso. No se sentía lo bastante hermosa para estar junto a mí y la aristocrática familia de mi futura esposa. De modo que se fue a Londres sola y entró en el quirófano sola. Por mí. ¿Has oído algo más ridículo en tu vida?

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