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Introducción

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¿Han oído hablar alguna vez del «maquillaje natural»?

Consiste en esto:

«El objetivo del maquillaje natural es que tu piel luzca un aspecto fresco y resplandeciente, sin que se note que llevas maquillaje. Lo único que necesitas es un delineador de ojos, máscara de pestañas, un lápiz labial nude y un colorete que resalte tus mejillas y le dé a tu piel un brillo que parezca natural»1.

En suma, el maquillaje natural consiste en pasar horas pintándote la cara para que parezca que no te la has tocado.

El mantenimiento del orden social se parece bastante a eso. Requiere la realización fiel de un conjunto de rituales prescritos una y otra vez a lo largo de la vida. Existen complejas redes de reproducción cultural dedicadas a este único propósito. Pero, en última instancia, el objetivo de esta incesante actividad es producir el efecto de una naturalidad intacta.

Sin embargo, cuando una «ve» el mundo como una feminista, con la mirada de una feminista, la sensación es como la de activar la función «Mostrar formato» en Microsoft Word. Lo que se muestra es el arduo y complejo formateo que sucede debajo de una superficie que se veía tersa y completa.

¿A qué llamo feminismo? Una perspectiva feminista reconoce que la organización jerárquica del mundo en torno al género es clave para el mantenimiento del orden social, que vivir vidas marcadas como «masculinas» o «femeninas» es vivir realidades diferentes. Pero, al mismo tiempo, ser feminista es imaginarse ocupando la posición marginal y relativamente desempoderada con referencia a todos y cada uno de los marcos de dominación que engullen el espacio central. Por ejemplo, cualquier lectora potencial de este libro está en una posición de cierto poder en relación con los varones de clase trabajadora con los que interactúa en su vida diaria —el conductor de rickshaw, el conserje, el sirviente doméstico—; y si es una mujer hindú de la casta superior en India, o una norteamericana blanca en cualquier parte, ocupará una posición de más poder que cualquier varón que no lo sea. A la vez, esta mujer experimentaría una falta de poder relativa por el hecho de ser mujer si se encontrara con un varón en posición de atacarla sexualmente, más allá de su clase o casta; o al comparar sus opciones de vida y autonomía con las de un varón de su misma clase. Huelga decir que no solo las «mujeres» pueden adoptar el feminismo como una perspectiva política y una forma de vida, pero los varones que elijan hacerlo deben posicionarse en contra de los privilegios que de otra manera podrían haber dado por sentados.

Por consiguiente, el feminismo no va de varones y mujeres individuales, sino de entender los modos en que «varones» y «mujeres» se producen e insertan en patriarcados que cambian de forma en cada época y cada lugar. El título de mi libro está inspirado en Seeing like a State («Ver como el Estado») de James Scott, pero hay una diferencia crucial en el modo en que el verbo «ver» funciona en su caso y en el mío. Scott utiliza la metáfora de la vista para hablar de las maneras en que un Estado moderno hace legibles prácticas heterogéneas con el fin de controlarlas. Así, la «vista» del Estado está investida de un poder enorme, porque cuando el Estado «ve» una identidad está haciendo «real» esa identidad: al «ver», el Estado simultáneamente ordena la sociedad. Por el contrario, cuando alguien que es feminista «ve» desde la posición de marginalidad que ha decidido deliberadamente ocupar, esa mirada representa un gesto de subversión hacia el poder; desorganiza y desordena el marco establecido, se resiste a la homogeneización y abre múltiples posibilidades en lugar de cerrarlas.

Ser feminista no es solo entender que en distintos lugares y épocas fraguan identidades diferentes (localizadas jerárquicamente como dominantes o subordinadas), sino también tener una conciencia particular del proceso de generización (gendering). Por «generización» entiendo las maneras en las que las personas se producen como varones y mujeres «adecuados» a través de reglas y regulaciones de distinta índole, algunas que interiorizamos y otras que cumplimos a fuerza de violencia. Ser feminista es reconocer que, además de la injusticia derivada del género, existen múltiples desigualdades estructurales que subyacen al orden social, creer que el cambio es posible y trabajar por él en todos los niveles. El feminismo no es una organización a la que nos inscribimos formalmente, y no puede identificarse nunca con los logros aislados de mujeres individuales. Ser feminista es sentirse parte de la historia de la que somos producto; es insertarse en dos siglos de narrativas densas e intrincadas de luchas y celebraciones que trascienden las fronteras nacionales; escuchar los versos de las canciones de rabia y de pena y de militancia en mil lenguas; recordar a nuestras heroínas, a las mujeres que nos precedieron, y, sobre todo, experimentar un enorme sentido de la responsabilidad de continuar su tarea.

¿Este libro «va sobre la India»? Creo que no. Cuando leemos La mujer eunuco de Germaine Greer, El segundo sexo de Simone de Beauvoir o El feminismo es para todo el mundo de bell hooks no suponemos que están escribiendo «sobre» Australia, Francia o los Estados Unidos. Más bien las vemos teorizar desde sus propias localizaciones para formular argumentos sobre las mujeres y el patriarcado en general y, aunque algunos de sus argumentos funcionan en una pluralidad de contextos, no es el caso de todos ellos. En este libro me baso en investigaciones y activismos feministas que pertenecen a mi parte del mundo para entablar conversaciones con debates y experiencias feministas de ámbito global. La diferencia clave puede ser que, cuando en el no-Occidente teorizamos sobre la base de nuestras experiencias, raramente asumimos que esas experiencias son generalizables en todas partes. Pero sí creemos que las comparaciones y compromisos con otros feminismos no solo son posibles, sino inevitables. Y precisamente por eso, en este libro, muchas veces asumo y me dirijo a las voces ardientes del feminismo global que nos rodean. Y cuando hablo de «nosotras», en general me refiero a las feministas.

Permítanme reiterar, por consiguiente, que mi foco en este libro es la política feminista y las maneras feministas de ver cómo operan los modos generizados de poder. O sea, que no se trata de las mujeres en la política. En la actualidad, la escena política en la India está marcada por la presencia de mujeres apasionadas, independientes y militantes: Medha Patkar en la lucha contra el desarrollo capitalista ecológicamente insostenible e injusto; Irom Sharmila, alimentada a la fuerza bajo arresto durante once años por el Estado indio, mientras sostiene su ayuno en pos de la anulación de la Armed Forces (Special Powers) Act (Ley de Poderes Especiales de las Fuerzas Armadas), la ley que permite que su estado de Manipur y el noreste de India en general sean tratados como territorio ocupado; Mayawati, la líder dalit del Bahujan Samaj Party (Partido de la Sociedad Mayoritaria), una de las organizaciones dalit más poderosas de la India, por nombrar solo a tres de ellas. Por otra parte, hay una activa participación de mujeres en la derecha hindú y en el movimiento antirreserva de las castas superiores, en movimientos ecológicos y de lucha por la tierra, así como en los movimientos maoístas armados. Todo esto puede estudiarse (y se ha estudiado) desde un punto de vista feminista, pero ese no es mi proyecto aquí, porque en este libro yo me limito a trabajar solo con ideas y activismos que se ocupen directamente de los modos generizados de poder en la actualidad.

Quiero plantear ahora una opinión contraria para complicar la distinción que hago entre «feminismo» y «mujeres en movimientos políticos». Nalini Nayak, que trabaja con movimientos de pueblos pesqueros sobre temas de subsistencia y sostenibilidad ecológica, designa a los movimientos ecológicos como «la base de recursos de nuestro feminismo». Y con ello sugiere que estos dos activismos no pueden separarse de una manera nítida. Y es evidente que, como feministas, debemos comprometernos políticamente con estos movimientos, pero única y exclusivamente a los fines de este pequeño libro, mantendré la distinción conceptual.

Por las mismas consideraciones de espacio y claridad argumental, no me sumerjo en la historia del feminismo en la India, que comienza en el siglo XIX, y sobre la que se ha escrito una bibliografía muy extensa, parte de la cual se cita en diferentes puntos de este libro. Me he concentrado mayormente en la contemporaneidad, acudiendo a la historia solo para mostrar el proceso por el que emergieron las características que vemos en el presente.

Mi pensamiento acerca de la política india en general es siempre parte del trasfondo del libro, y está delineado de forma más completa en un trabajo anterior escrito en colaboración con Aditya Nigam, Power and Contestation (2007). Allí vemos los dos proyectos gemelos de la élite india, el de la Nación y el del Capital, militantemente desafiados y subvertidos por una serie de impugnaciones, algunas de las cuales están además en confrontación directa entre ellas. Aunque ese libro también adoptaba una lente feminista para mirar la política india, este se enfoca específicamente en cuestiones que surgen de la naturaleza generizada del poder.

Este libro está dividido en seis capítulos que abordan seis motivos que considero claves e interrelacionados. Una nota rápida para aquellas lectoras lo suficientemente afortunadas como para haber eludido una tediosa educación académica: el texto está salpicado de referencias a otros libros y artículos, pero esos nombres y fechas entre paréntesis y en las notas al final pueden saltarse por completo. Están ahí porque quiero dejar claro que mis argumentos emergen en conversación con activismos feministas de todas partes y porque algunas lectoras podrían querer seguir investigando, pero se pueden obviar sin ningún problema. Los detalles de todas las referencias entre paréntesis que aparecen en los textos y en las notas al final están en una lista en orden alfabético al final del libro, y he agregado cinco libros como referencias generales justo al principio de esa lista.

En conclusión, espero haber propuesto no respuestas, sino nuevas preguntas y nuevos objetos que no habíamos visto antes. Ver como una feminista no es estabilizar, sino desestabilizar. Cuanto más entendemos, más se mueven nuestros horizontes.

Ver como feminista

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