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ОглавлениеLondres 1843
DEVON St. Claire, se encontraba en la biblioteca de su mansión, acurrucado en su sofá favorito con una copa de whisky, mientras intentaba concentrarse en leer el periódico que Dawson le acababa de entregar. Pero era incapaz de concentrarse en las noticias, la tormenta que se había desatado hacía una hora en la calle, estaba arreciando y cada vez los relámpagos y los truenos caían sin descanso, mientras el viento y la lluvia azotaban con fiereza contra los amplios ventanales de la casa. Después de dar una rápida hojeada a las noticias que más le interesaban, lanzó distraído el periódico a la mesita auxiliar que tenía a su lado. La tormenta de esa noche era un fiel reflejo de su estado de ánimo, no había día que Devon estuviera de buen humor, pero los últimos días estaba de más malhumor que nunca. «Últimamente nada le salía a derechas», pensó, mientras daba un largo sorbo al líquido ambarino.
Su mente vagó hasta la causa de su continuo enfado y en su cabeza se conjuró la imagen de Eve Mcpherson. La había conocido en uno de los bailes que daba su amigo lord Preston. Tan pronto entró en el salón de baile, sus ojos marrones volaron inevitablemente a unos ojos azul cielo que lo miraban con curiosidad, mientras él se detenía a charlar con lord David. De vez en cuando echaba alguna mirada furtiva para observarla. Sus gestos no le revelaban nada, ella estaba refugiada detrás de un abanico de plumas y cuando Devon la miraba, ella intentaba disimular estar inmersa en una conversación con las chicas que la acompañaban. Pero él sabía perfectamente que Eve estaba intrigada por él. Su fama lo precedía, todo el mundo hablaba de Devon St Claire, lo apodaban el Lord Libertino, por todos los escándalos que circulaban sobre él por todo Londres. Las mujeres acudían en masa para ser la próxima en calentarle la cama y él no era nadie para negarles ese placer.
Pero Eve era una mujer fuera de lo corriente, todo en ella era la perfección hecha mujer, y Devon era un experto en mujeres. Más de unas doce mujeres habían calentado su cama en los últimos tiempos. Ninguna era como la mujer que en esos momentos invadía su mente. Un rostro ovalado, de facciones suaves pero bien definidas y en el que se podían apreciar alguna que otra pequeña peca. Su piel era blanca, y a simple vista, parecía suave y tersa. Su color de pelo era de un rojo vivo y a Devon lo volvía loco. Pero todavía se sentía más cautivado por su cuerpo. De estatura normal y delgada. A través de la ropa, él podía apreciar que sus pechos eran generosos y firmes. Las caderas de la joven eran anchas, pero en una justa medida.
Devon, por mucho que se esforzara, no era capaz de sacársela de la cabeza. Se sentía muy atraído hacia ella, pero la noche del baile no se atrevió a pedirle un baile, ya que estaba seguro de que ella lo rechazaría. Eso era uno de los inconvenientes que tenía su fama de libertino. Una mujer decente nunca se arriesgaría a poner su reputación en entredicho, bailando con un hombre como Devon St. Claire.
Reconocía que le encantaban las mujeres, sí, de ello no había duda alguna, heredó de su difunto abuelo coleccionar amantes, ya que lord Lucas St. Claire, había sido también un mujeriego en sus mejores tiempos, todavía sus amoríos seguían en boca de la gente, en la actualidad. Apenas lo conoció, su abuelo falleció cuando él acababa de cumplir los tres años, y no tenía muchos recuerdos de él. Pero en el despacho podía ver un retrato de su abuelo; había sido un hombre muy atractivo, ya que Devon se veía reflejado así mismo en ese cuadro. Su padre, lord Edward St. Claire, mandó restaurar el cuadro de su difunto padre, para colgarlo de recuerdo en el despacho, ya que lord Edward había querido a su padre con mucho cariño y se sintió desolado cuando este falleció, largos años después de estar encamado debido a una terrible enfermedad, menos en el color de pelo, su abuelo tenía el pelo de color negro azabache. Su padre tenía gran parecido físico con su abuelo, pero era rubio, como el pelo de su abuela, la esposa de Lucas, lady Verónica St. Claire. El pelo de Devon era trigueño. Pero hasta ahí llegaban las comparaciones entre su abuelo y su padre, ya que Edward adoraba a su esposa, lady Anette St. Claire, la mujer de la que su padre se enamoró desde el primer momento que la conoció. Y Devon daba gracias a Dios por la fidelidad de ambos, y que le constaba que su madre también estaba muy enamorada de su esposo. Para él sería muy duro ver sufrir a su madre si se enteraba de que su marido le era infiel. Y sus dos hermanos, lord Charlie y lord Anthony, ya se habían casado y estaban muy felices con sus respectivas esposas, lady Amber, que era la esposa de Anthony, y lady Gabriela, la mujer de Charlie; todavía las parejas no tenían hijos. Gabriela y Charlie vivían en Éxeter, Amber y Anthony en Devonshire. Pero dos veces al mes viajaban a Londres y celebraban una comida familiar. A sus padres le encantaba ver a la familia reunida.
Tres cuartos de hora más tarde, volvió a llamar a Dawson para que le rellenara de nuevo la copa de whisky, poco después, le dijo que podía retirarse a descansar, ya que por esa noche no iba a necesitar más sus servicios. El mayordomo asintió y después de darle las buenas noches, salió de la estancia haciendo una reverencia y cerrando la puerta, dejando a solas a Devon sumido en sus pensamientos.
Eve Mcpherson se encontraba sentada en la butaca de su dormitorio intentando concentrarse en la lectura del libro que tenía entre manos, pero le estaba resultando difícil, por no decir que sus esfuerzos por la palabra escrita eran inútiles. Su mente no dejaba de pensar en lord Devon St. Claire, aunque para Eve, ese hombre no tenía nada que ver con el título nobiliario que ostentaba. Ese hombre era todo lo contrario a un caballero noble, era uno de los mayores libertinos que conocía, ya que fuera a donde fuera, siempre escuchaba comentarios jocosos y malintencionados de la gente, sobre todo de la mala lengua de lady Aurora Malone. Eve no tenía ni idea de qué hacía esa mujer para estar al día de todo lo que pasaba en la ciudad, cuando ella ni siquiera tenía tiempo para dirigir su propia vida. Su padre, lord John Mcpherson, y su hermana lady Edi Mcpherson, no dejaban de atosigarla diciéndole que ya era hora de que fuera buscando un buen partido para casarse, ya que estaba a punto de cumplir veintidós años. Eve sabía que lo hacían con la mejor de las intenciones, porque su familia la adoraba y, por supuesto, ella los quería con locura. Hacía tres años que su madre había fallecido de tuberculosis; gracias a Dios, ellos no se habían contagiado, el médico que la atendía había tomado las precauciones pertinentes, pero, aun así, cada día se lamentaba por la pérdida de la buena mujer.
Rápidamente, Eve sacó esos pensamientos de la cabeza; si pensaba en los recuerdos de su madre, acabaría llorando. Pero tenía muy claro que nunca iba a ser capaz de quitarse el dolor de esa gran pérdida. Sacudió levemente la cabeza mientras se decía que se estaba yendo por las ramas, era mucho más alegre pensar en cierto lord demasiado atractivo que le robaba cada noche el sueño. Su cara era perfecta, parecía estar esculpida por uno de los mejores creadores de arte del Universo. Mandíbula cuadrada y prominente, facciones muy bien delineadas y muy masculinas. Era un hombre muy alto, Eve calculaba que mediría cerca de dos metros. Delgado, pero musculoso y hombros anchos, sin ningún gramo de grasa, todo en ese hombre era pura fibra. A ella solo le hacía falta pensar en él, para que la temperatura de su cuerpo subiera unos grados y empezar a abanicarse con la mano. La tenía loca desde que lo había conocido en casa de lord Devlin Preston. En cuanto él hizo acto de presencia en el salón de baile, todos los presentes se giraron para mirarlo, la presencia de Devon se hacía notar en cuanto él entraba, ya que era un hombre que nunca pasaba desapercibido, tanto por su físico como por todos los comentarios que circulaban por todo Londres. Esa noche, por un lado, Eve había deseado que Devon le pidiera un baile, ya que esa noche tenía dos huecos libres en su carné de baile, pero por otro, tenía miedo a los chismorreos y las habladurías de las malas lenguas, no quería que la buena reputación de la que siempre había gozado su familia se pusiera en entredicho. Por más que lo intentaba, no era capaz de olvidarse de ese hombre, ya que se sentía muy atraída por él. Resignada, cerró el libro, se levantó del sillón, se acercó al cordón para llamar a su doncella, Ángela, para que la ayudara a quitarse la ropa y ponerse el camisón. La madura mujer hizo acto de presencia en el dormitorio de Eve y minutos más tarde, estaba acostada, mientras escuchaba cómo la tormenta seguía con fuerza en la calle. Ángela apagó la luz de la vela y poco después se retiró a su dormitorio a descansar, mientras Eve esperaba que pudiera quedarse dormida pronto, se sentía muy cansada.
Pasaban de las tres de la madrugada, y Devon todavía seguía en la biblioteca observando cómo, poco a poco, el fuego que ardía en la chimenea se iba apagando, y dejando en su lugar cenizas. Dawson había echado unos cuantos troncos para que el fuego se mantuviera encendido por varias horas. Sospechaba que esa noche tampoco iba a ser capaz de pegar ojo. Le había mandado recado por Dawson, a Vincent, su ayuda de cámara, para que no lo esperara despierto. Pero estaba seguro de que el joven empleado no iba hacer caso a sus palabras. No se quedaba tranquilo hasta que ayudara a Devon a quitarse la ropa para acostarse y estuviera acomodado en la cama. La tormenta fuera seguía cayendo con intensidad y sin parar de llover. Largo rato después, decidió que ya era hora de ir a acostarse. Se levantó del cómodo sofá y cogió la palmatoria de la vela, que el mayordomo le había dejado encendida en la mesa auxiliar que usaba Devon. Salió de la estancia y subió a la planta de arriba. Fue subiendo los peldaños de las escaleras lentamente y con parsimonia, no tenía prisa alguna por llegar al dormitorio. La mañana siguiente no tendría que levantarse temprano. Aparte de poseer el título de lord y tener representación en la Cámara de los Lores, a sus treinta y cuatro años, ya era director financiero de una entidad bancaria. Ese mismo día, había dejado adelantado la mayor parte de trabajo posible, además, no tenía que cumplir los horarios a rajatabla como lo debían hacer el resto de los empleados. Ya en el piso de arriba, recorrió el pasillo hasta su dormitorio. Al abrir la puerta se encontró con que sus sospechas eran ciertas, y Vincent, todavía estaba despierto esperándolo.
―¿Por qué sigues todavía despierto, Vincent? ―preguntó Devon entrando en la estancia y cerrando la puerta―, ya sabes que no es necesario que te desveles por mi culpa.
―Lo sé, milord, pero es mi responsabilidad atenderlo a la hora que sea.
―¿Sabes, Vincent? ―siguió diciendo Devon―, me sorprende que siendo tan joven seas tan responsable con tus quehaceres.
―Desde muy temprana edad tuve que cuidar de mis padres enfermos, milord. Ellos me enseñaron a ser responsable en la vida y tomarme muy en serio mis obligaciones, para poder garantizar mi sustento ―respondió el ayuda de cámara, mientras se acercaba a Devon y lo ayudaba a sacarse la levita.
―Por eso no tienes que preocuparte, eres un joven muy trabajador y en mi casa no te faltará nunca trabajo.
―Gracias, milord, sobre todo ahora, más que nunca, me hace falta ahorrar todo el dinero que me sea posible, mi prometida y yo queremos casarnos cuanto antes.
―Si es necesario puedo subirte la asignación mensual, eres un buen empleado y la gente que está bajo mis órdenes sabe perfectamente que soy generoso si se cumplen mis expectativas, y tú las cumples mucho más que cualquier otro empleado, junto con Dawson.
―No es necesario, milord, lo que me paga es más que suficiente. Mi prometida Meredith es institutriz y sus patrones le pagan muy bien.
Siguieron hablando, mientras el joven ayudaba a Devon a cambiarse. Ya acostado, Vincent dio las buenas noches a Devon y salió del dormitorio. Devon era una persona abierta que hablaba con cualquier persona de forma cordial, ya fueran criados o gente de su propio nivel social. Sus padres siempre le habían inculcado desde muy joven el respeto a cualquier persona, ya fuera rica, pobre o de otra raza diferente. Quince minutos después, Devon apagó la vela y poco después se quedó profundamente dormido.
Horas más tarde, se revolvía en la cama envuelto en un frío sudor. Las pesadillas no lo dejaban tranquilo por las noches. Mucho menos cuando había tormenta. En esas noches tan oscuras y lúgubres era cuando los recuerdos volvían de nuevo a su mente, entre sueños.
Volvía a estar en el carruaje con su prometida, lady Evelyn Laforette. Esa noche regresaban a casa después de acudir al teatro a presenciar una de las mejores óperas de la temporada. Cuando de pronto, se desató la tormenta y poco después empezaba a diluviar. Viajaban a una gran velocidad, cuando de pronto los caballos se desbocaron y al cochero le fue completamente imposible recuperar el control de los caballos. A su lado lo acompañaba un lacayo que había intentado ayudar al cochero a recuperar el control del carruaje, pero sin lograrlo. Después de veinte largos minutos de desesperación, el carruaje acabó volcando. Devon hizo todo lo posible por proteger a Evelyn con su cuerpo, pero fue inútil, ya que fue la que recibió un fuerte impacto en la cabeza y el pecho, muriendo al instante. Mientras, Devon intentaba reanimar a la mujer que amaba, pero sin éxito. Por suerte, tanto el lacayo, como el cochero, habían sufrido algunas contusiones; fue un verdadero milagro, después de la gravedad del accidente.
Devon se despertó nervioso y respirando entrecortadamente. Todavía le seguía costando creer que su amada Evelyn ya nunca más iba a estar a su lado. Mil veces había preferido ser él quien hubiera muerto en el fatídico accidente, se repetía siempre así mismo. Separó de su cuerpo la ropa de cama, para dejar a la vista una profunda cicatriz que le cruzaba el abdomen, ya que él había recibido el impacto de uno de los hierros del carruaje, para intentar proteger a Evelyn. Para él, esa cicatriz era algo mínimo, que no tenía valor alguno, comparado con la vida de su prometida.
Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, separó la gran cortina y se quedó largo rato mirando cómo la lluvia y el viento seguían azotando con virulencia. Los relámpagos y los truenos ya caían de forma esporádica. Devon vivía su propio infierno particular mortificándose por ser él quien había sobrevivido. Era con Devlin con el que se sinceraba realmente, y su amigo decía una y otra vez que debía olvidar de una vez por todas el pasado. Devon lo intentaba, intentaba vivir con esa culpa cada día de su miserable vida. Si él no hubiera insistido para ir a la ópera, en esos momentos Evelyn seguiría con vida, y por fin estarían casados. Pero cada vez que había tormenta, los recuerdos asaltaban su mente por todo lo sucedido. Cansado de mirar por la ventana, se puso la bata de casa de seda y se sentó en el sillón que había en el dormitorio, mientras intentaba tranquilizarse.
Eve en su cama, seguía dando vueltas y más vueltas, sin poder dormir. Un rato antes se había visto obligada a despertar a Ángela para que bajara a la cocina a prepararle una infusión. Ya que, en su casa, la cocina siempre se mantenía encendida dejando varios troncos para que no se apagara. Pero el té no hacía el efecto deseado.
―¡Maldito Devon St. Claire! ―exclamó en voz alta.
Por mucho empeño que pusiera en sacárselo de la cabeza, le resultaba imposible. Lo que menos necesitaba en esos momentos, era enredarse con un hombre de la reputación de Devon. Debía estar curada de espantos, ya había sido suficiente con lo que su exprometido le hizo. El desgraciado de Morton le fue infiel, nada más y nada menos, que con su amiga Pamela. Horas después de que ella se entregara a él y siendo el primer hombre que le había arrebatado la virginidad. Pero Eve estaba tan ciega y enamorada que no se había dado cuenta de cómo era realmente Morton Perkins. Ni siquiera ella lograba entender por qué se había enamorado perdidamente de un hombre como ese. Era atractivo, sí, pero no poseía ningún título nobiliario, ni fortuna con la que pudiera mantenerla a ella, cuando se casaran. Para, tiempo después, darse cuenta de que no era de ella de quien estaba enamorado, sino de la fortuna que ofrecía su padre como dote. Pamela mismo se lo había confesado días después, de que Eve los encontrara en la casa de Morton y en la cama.
Se incorporó en la cama y se regañó por seguir sufriendo por un hombre que no la merecía. Su hermana y su padre tenían razón, iba siendo hora de que encontrara a un buen hombre para casarse y formar una familia. Era lo que más deseaba Eve en la vida, tener hijos y darle todo su cariño y su amor, como su difunta madre y su padre lo habían hecho con su hermana y con ella.
Se dejó estar escuchando el sonido de la lluvia y el viento, golpeando contra el cristal de la ventana. Largo rato después, harta de estar en la cama, se levantó, encendió con una cerilla la vela y salió del dormitorio, decidida a ir a la biblioteca a buscar un libro que de verdad la distrajera. Recorrió descalza el pasillo hasta las escaleras, bajó a la planta inferior y caminó hasta la biblioteca de la casa. Ya dentro de la estancia, se acercó al escritorio que había y dejó sobre el mueble la palmatoria de la vela. Luego se acercó a la estantería y rebuscó entre los libros. Finalmente, se decidió por Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, que era una de sus escritoras favoritas. Ya con el ejemplar en la mano, se acercó al escritorio, cogió la vela, luego se acercó al sofá, dejando la vela en la mesita auxiliar que había frente al sofá. Se sentó decidida a empezar la lectura. Durante tres largas horas, pudo concentrarse en la lectura de la novela. Tan inmersa estaba en el libro, que ni siquiera era consciente de la lluvia que caía en el exterior. En cuanto Eve abría un libro de Jane Austen, se olvidaba de todo lo que sucedía a su alrededor. Con el paso de las horas, el cansancio fue haciendo acto de presencia en el cuerpo de Eve, que se quedó profundamente dormida en el sofá con el libro abierto, mientras la vela ya hacía rato que se había consumido del todo.
A la mañana siguiente, Devon se despertó al notar la tenue luz del día, colándose entre las cortinas. El día era gris, pero entre los oscuros nubarrones, se podían apreciar unos débiles rayos de sol. En esos momentos, Dawson entró en el dormitorio, corrió la cortina para que entrara la luz del día, al tiempo que decía:
―Buenos días, milord, ¿queréis que os suba ya el desayuno?
―Sí, por favor, Dawson. Súbeme una taza de café bien cargado y unas tostadas untadas en mantequilla ―respondió Devon incorporándose en la cama.
―Enseguida, milord ―dijo el mayordomo haciendo una reverencia; poco después, salió del dormitorio a por el desayuno de su patrón.
Ya solo, Devon se pasó las manos por la cara. Por lo menos había sido capaz de dormir unas cuantas horas. Desde el desafortunado accidente, ocho años atrás, le era difícil dormir plácidamente una noche entera. Fue desde la muerte de Evelyn cuando decidió que nunca más volvería a enamorarse de una mujer. El dolor que sentía por la pérdida de su prometida lo había dejado totalmente trastornado. Fue desde entonces que adoptó la fama de libertino y haciendo que todas sus aventuras circularan por toda la ciudad. Podía tener a cuantas mujeres quisiera a su disposición. Sus amantes sabían muy bien cuáles eran sus condiciones, les dejaba muy claro que la suya sería una relación física, en la que se daban placer mutuo, pero que no esperaran nada más de él. Pero, aun así, había alguna como lady Marianne Ashwood, que aspiraba a que su relación cambiara y fuera más profunda. Devon se negaba a que sus sentimientos volvieran a quedar expuestos y a enamorarse de nuevo de otra mujer, que no fuera Evelyn. Su cicatriz no era ningún impedimento para ninguna de sus amantes. Alguna de ellas, le había dicho, que lejos de afear su físico, lo hacía más irresistible todavía. Le importaba muy poco todos los comentarios que circulaban por Londres de él. Solamente su familia y sus más allegados sabían qué clase de persona era él, y para Devon era lo más importante de todo.
Pero, nuevamente, su cabeza volvió a la noche del baile en el que había conocido a Eve. No sabía absolutamente nada de ella, pero era una mujer que le interesaba demasiado. En su interior, la sangre empezaba a bullir haciendo que el ritmo del corazón latiera de forma descontrolada. Necesitaba acercarse a esa mujer cuanto antes. Le daba la impresión de que ella opondría resistencia, ya que, desde lejos, se podía apreciar que era una joven de buena cuna y decente. Pero no sería dificultad ninguna para él, pensaba. Sabía muy bien cómo derribar las defensas de lady Eve Mcpherson, para que cayera rendida a sus encantos. En cuanto menos lo esperaba, la tendría entre sus brazos y los dos disfrutarían de noches de tórrida pasión. Porque si de algo estaba seguro Devon, es que a él no le bastaría con acostarse una sola noche con Eve, se haría adicto a sus besos, a sus caricias, al aroma de su piel. Su cuerpo se estremecía anticipándose, con solo pensar en todo el placer que podía obtener de una mujer como ella. Esa mujer sería capaz de borrar las huellas de todas las amantes que habían pasado por su vida.
Dawson entró de nuevo en el dormitorio con la bandeja del desayuno en las manos, se acercó a la cama y dejó la bandeja en el regazo de Devon. Él cogió la taza de café y dio un sorbo, mientras pedía al mayordomo que le preparara un baño y luego dio indicaciones a Vincent, para que escogiera la ropa que se iba a poner ese día. Diez minutos más tarde, dos lacayos entraron en el dormitorio de Devon, cargados con una bañera de cinc, al tiempo que otros dos empezaron a llenar la bañera con cubos de agua caliente. Poco después, Devon estaba disfrutando de un relajante baño, mientras despejaba la cabeza. Minutos más tarde, Vincent le tendió una toalla para que se secara. Devon salió de la bañera, y el ayuda de cámara lo ayudó a vestirse con un pantalón marrón a rayas, camisa blanca y levita del mismo color del pantalón. Mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero, Vincent le pasó un peine y se peinó el pelo, que lo lucía hasta el cuello y se le rizaba. En ese aspecto, Devon nunca seguía la moda imperante que llevaban los caballeros en esa época.
Una hora más tarde, pidió al mayordomo que prepararan el carruaje. Dawson asintió y diez minutos más tarde, el cochero lo estaba esperando en la entrada de la casa. Devon salió a la calle. El día era fresco, pero los finos rayos de sol que se colaban entre las negras nubes daban una sensación de calor. Uno de los lacayos lo acompañó hasta el carruaje, mientras el cochero bajaba del pescante y abría la portezuela del carruaje. Poco después, el carruaje emprendía la marcha hacia el banco donde trabajaba Devon.
Eve esa mañana se despertó muy tarde. Se sorprendió al ver que se había quedado completamente frita durmiendo en la biblioteca, ni siquiera notó el frío en la estancia, ya que la biblioteca era el único lugar donde no se mantenía tanto tiempo encendida la chimenea, como en los dormitorios. Se levantó desperezándose del sofá y salió de la biblioteca para subir a su dormitorio. Al llegar vio que Ángela ya se encontraba en la estancia y le preguntó:
―Milady... ¿dónde estaba?
―Anoche bajé a la biblioteca a leer un rato y me quedé dormida ―respondió ella acercándose a la cama, se sentó y Ángela le dio la taza de chocolate que siempre se tomaba Eve por las mañanas.
―¡Virgen Santa! ―exclamó la doncella―. ¿Y no se ha quedado congelada con este frío que hace?
―La verdad es que no. Quisiera darme un baño y cambiarme de ropa, esta tarde viene a comer a casa lady Martha Spencer, una de las patrocinadoras de Almack`s. Edi y yo estamos ansiosas porque nos acepten en el club.
―No se preocupe por eso, milady, esa mujer se va a quedar gratamente sorprendida cuando conozca a lady Edi y a usted.
Eve acabó de desayunar, y minutos después, dos lacayos subieron al dormitorio la bañera, mientras dos doncellas la llenaban con cubos de agua caliente. En cuanto el cuerpo de Eve hizo contacto con el agua caliente, ella notó cómo los músculos del cuerpo se le iban relajando. Se dejó estar largo rato relajada hasta que empezó a notar que el agua de la bañera se estaba enfriando. Se secó con la toalla y minutos después, Ángela la ayudaba a vestirse con un elegante vestido de raso granate con los dibujos de pequeñas mariposas en color negro. El escote corazón del corpiño dejaba ver una ligera porción de sus generosos pechos. Ese día, se puso unos pendientes de rubíes heredados de su madre, los cuales tenían un collar magnífico a juego y que combinaban a la perfección con el vestido que lucía. Luego, Eve se sentó frente al tocador, mientras Ángela le aplicaba en el rostro una fina capa de cosméticos. Minutos después, le recogió el pelo en un complicado moño en lo alto de la cabeza, y dejando unos pocos mechones sueltos acariciándole el suave cuello de Eve. Ya lista, las dos se acercaron al espejo de cuerpo entero y contemplaron el resultado orgullosas, la doncella era una experta y había hecho un gran trabajo con Eve.
―Estoy segura de que la patrocinadora del club las va a admitir sin ningún problema, incluso puede ayudarla a usted a realizar un matrimonio ventajoso... si los rumores sobre esa mujer son ciertos, ya ha logrado unas cuantas uniones con gran éxito.
―Encontrar un marido es lo que menos me importa en estos momentos, lo único que quiero es que Edi y yo sigamos siendo aceptadas como hasta ahora entre la buena sociedad inglesa.
―Pero... milady... usted ya tiene veintidós años, si no logra conseguir un buen marido esta Temporada, será catalogada oficialmente una solterona.
―Ángela, desde lo de Morton, estoy decidida a mantenerme soltera el máximo tiempo que sea posible. Solo Edi y tú sabéis que Morton y yo mantuvimos relaciones antes de casarnos. Por ahora mi reputación sigue intachable. Si mi padre llega a realizar un buen matrimonio con algún caballero respetable, se daría cuenta de que no soy la mujer decente que aparento ser, que ya me acosté con otro hombre, aunque yo creía que iba a ser mi futuro marido. Eso a mi esposo no le va a sentar muy bien.
―En ese aspecto no puedo discutírselo, milady... a los hombres les sirve cualquiera mujer para divertirse, pero cuando un caballero piensa en casarse y tener herederos, busca a una mujer decente como compañera, pero lo que usted ha hecho no es nada reprochable, tuvo relaciones con el hombre que creía que iban a vivir juntos para siempre. La culpable es lady Pamela, que se le puso por los ojos a su prometido.
―Y no debemos olvidarnos de que Morton no estaba enamorado realmente de mí, sino de la fortuna que ofrecía mi padre como dote…
―Milady, ya verá que muy pronto va a conocer a un buen hombre que la va a querer como usted se merece.
―Eso espero… ―respondió Eve dudando. Pero todo lo que le había dicho era verdad. Tenía miedo a ser rechazada por el hombre que la escogiera como esposa cuando se enterara de que ya no era virgen. Pero, poco a poco, fue sacando esos pensamientos de la cabeza. Aunque había días como hoy, en el que dudaba, ella tenía muy claro que nunca se iba a casar. Ella deseaba convertirse en una solterona el resto de su vida. Ayudaría a su hermana pequeña Edi a ser feliz, y cuando esta se casara y tuviera hijos, sería muy feliz ayudando a criar a sus sobrinos.
Ya cerca de las dos de la tarde, Eve y Edi salieron de sus respectivos dormitorios, cuando Amelia, el ama de llaves, les anunció que el carruaje de la invitada se estaba acercando por el camino de entrada de la propiedad; poco después, se detuvo en la puerta de la casa, un lacayo abrió la portezuela y ayudó a bajar a lady Martha Spencer, mientras las dos hermanas la esperaban impacientes en el salón dorado, donde tenían por costumbre recibir a las visitas.
En cuanto lady Martha hizo acto de presencia en el salón dorado, tanto Edi como Eve se acercaron a saludar a la recién llegada.
―Buenas tardes ―comenzó diciendo Eve―, bienvenida a nuestra casa, lady Martha.
―Gracias, queridas ―respondió la mujer, mientras se sacaba la capa y se la entregaba a Amelia. El ama de llaves cogió la prenda y la colgó en el perchero que había en la estancia.
―Si no le importa, podemos sentarnos unos minutos, mientras la cocinera acaba de preparar la comida ―esta vez fue Edi la que habló. Las tres se acercaron al sofá. Eve y Edi esperaron con educación a que la invitada tomara asiento, poco después se sentaron ellas dos.
―He hablado con lord Mcpherson y me comentó que ustedes dos están muy interesadas en entrar en Almack`s ―siguió diciendo la mujer.
―Así es, lady Martha... para mi hermana y para mí, sería un honor poder pertenecer a tan prestigioso club ―respondió Eve.
La mujer se llevó la mano al pelo, para colocarse un mechón de pelo que le colgaba. Eve pudo comprobar que era una mujer muy bella. Calculaba que Martha tendría cerca de unos sesenta años, pero que no los aparentaba, su rostro y su cuerpo se conservaban estupendamente.
―No me corresponde a mí sola tomar esa decisión ―siguió diciendo―, debo presentar la propuesta ante las demás patrocinadoras del club.
―Lo sabemos, lady Martha. Por eso queremos agradecerle que haya aceptado nuestra invitación tan pronto, sabemos que usted es una mujer muy ocupada.
―Para mí es un placer, yo era amiga íntima de su difunta madre. Y cuando lord Mcpherson me pidió el favor no pude negarme.
Veinte minutos más tarde, Amelia entró en el salón y anunció que la comida estaba lista. Las dos hermanas asintieron y poco después, un lacayo las acompañaba al comedor de la casa; al llegar, otro abrió la puerta de la estancia e hizo un gesto para que las mujeres entraran en el comedor. Poco después, los mismos empleados separaron las sillas de las mujeres para que tomaran asiento. Luego, entraron dos doncellas que se encargaron de servir la comida. La cocinera, ese día, se había esmerado y preparó un menú exquisito. Un primer plato de sopa de mariscos, a lo que siguió un segundo plato de venado asado al horno con patatas y guarnición de una salsa especial; el plato principal fue trucha al horno aderezada con tomates, espárragos y pimientos.
―Pensé que lord Mcpherson nos iba a acompañar ―habló la mujer, mientras las doncellas y uno de los lacayos retiraban los platos y los cubiertos de la mesa.
―A nuestro padre le surgió un compromiso de última hora, pero él tenía muchas ganas de acompañarnos ―respondió Eve.
La mujer se las quedó mirando fijamente y dijo:
―Las dos son unas mujeres muy bellas. Su padre está haciendo un gran trabajo con ustedes, a pesar de estar solo, está con dos grandes damas.
Ambas hermanas se miraron agradecidas, esas palabras de la boca de lady Martha Spencer, una de las patrocinadoras de Almack´s, eran todo un halago. Ya que la mujer pocas veces hacía alabanzas como en esa ocasión.
―Desde que mamá murió, papá se vuelca cada día con nosotras, le parece poco todo lo que hace por sus hijas, Nuestro bienestar y nuestra educación, es lo que más le importa. Quiere vernos convertidas en grandes damas y que nos casemos pronto con buenos hombres ―siguió diciendo Eve.
―A... eso quería llegar yo, lady Eve ―continuó diciendo la mujer―, creo que usted ya tiene edad suficiente para casarse... si lo desea... yo puedo presentarle algunos caballeros interesados en casarse y formar una familia…
―Gracias por la ayuda, lady Martha, pero de momento no tengo intención alguna de casarme ―respondió Eve tajante.
―¿Y usted, lady Edi? ―preguntó la mujer posando la mirada en la hermana menor de Eve.
―Pues yo... todavía no he pensado en esa opción, acabo de cumplir los diecinueve años y soy muy joven para casarme ―dijo Edi.
―Tonterías, está usted en la edad perfecta para cazar a un buen partido, ¿qué quiere, convertirse en una solterona como su hermana? ―preguntó la mujer inquisitivamente arrugando el ceño.
―¡Por supuesto que no! ―exclamó Edi―, pero creo que todavía es pronto, soy debutante, mi presentación en sociedad fue la Temporada pasada.
Siguieron con esa discusión largo rato. Pasadas las tres de la tarde, Amelia sirvió el té junto con una fuente de deliciosos pastelillos de chocolate cocinados por ella misma. Rato después, regresaron al salón dorado y continuaron charlando. La buena mujer estaba empeñada en buscarles un buen marido a las dos hermanas. Ambas estaban seguras que, si por lady Martha fuera, se iría de la casa con dos compromisos más añadidos a la lista, mientras seguía cosechando éxitos en su labor de organizar buenos matrimonios.
Devon, ese día, había ido a comer a su club favorito y del que era socio. En el White´s se encontró con lord Archibald Shefford, quinto duque de Stanton. Después de comer juntos, decidieron unirse a una partida de cartas a la que se unieron cuatro caballeros. El White´s, era un club muy distinguido y selecto solamente para caballeros de la alta sociedad. No era muy habitual que Devon se uniera a una partida de whist tan temprano, se tomaba muy en serio sus responsabilidades. Pero los otros caballeros habían insistido tanto, que al final lograron convencerlo.
Tan distraído estaba Devon, que ni siquiera fue consciente de lo rápido que estaba pasando el tiempo. Sacó del bolsillo la leontina de oro del reloj y se dio cuenta de que ya iban a ser las once de la noche. Había ayudado el hecho que ese día tuvo mucha suerte en el juego y desplumó a sus contrincantes. En ese grupo, se encontraba Morton Perkins, un joven que podía acceder al club gracias a su matrimonio con lady Pamela Hettford, una muy rica heredera. A Devon, ese hombre no le caía nada bien, no sabía por qué, pero tenía algo que lo hacía desconfiar de él. Aparte de que no era noble de nacimiento y no poseía título alguno, al pobre desgraciado no se le deba muy bien el juego.
Poco después, sacó una bolsa de terciopelo del bolsillo del pantalón y guardó el dinero que había ganado jugando. Luego se disculpó con los demás caballeros diciéndoles que se marchaba, acto seguido empujó la silla hacia atrás, se levantó y salió del local. El resto de los hombres se quedaron mirando para él y viendo cómo todo el dinero que habían apostado se desvanecía delante de ellos.
Devon subió al carruaje que lo estaba esperando en la entrada del club. El cochero bajó del pescante para abrirle la portezuela, en cuanto lo vio aparecer en la entrada. Poco después, el hombre subió nuevamente al pescante y emprendía la marcha del carruaje. Mientras, Devon separaba la cortinilla de la ventanilla y observaba distraído cómo el paisaje iba pasando. La noche era oscura, pero no llovía. Oscuras nubes ocultaban la luna y eso hacía que la noche fuera más negra, a no ser por las farolas de gas que iluminaban parte de la ciudad. Tres cuartos de hora más tarde, el cochero paraba el carruaje delante de su casa. El mayordomo abrió la puerta mientras él se apeaba y caminaba hasta la puerta, entró en la casa, Dawson lo ayudó a quitarse la levita y poco después se encerraba en la biblioteca, después de pedir al mayordomo que le sirviera un vaso de whisky. Ya en la estancia, se acercó a su sillón favorito y se dejó caer pesadamente sobre el mueble. Ese día, no había trabajado mucho, pero la mala noche que había pasado, estaba haciendo mella en él. A los cinco minutos, Dawson entró en la biblioteca con el vaso de whisky, poco después, Devon le dijo que ya podía retirarse a descansar, el hombre asintió y tras hacer una reverencia salió de la estancia cerrando la puerta. Mientras Devon se sumía en sus propios pensamientos.
Eve y Edi se encontraban en el dormitorio de la primera, seguían hablando de lady Martha y de lo bien que había resultado la comida. Las dos hermanas esperaban que las demás patrocinadoras del club, las aceptaran. No tenían duda alguna de que podrían acceder al club sin problema alguno. Entrar al recinto y poder relacionarse con la gente más importante de Londres era muy bueno para las dos.
Lo que menos le atraía a Eve de la reunión con la mujer, era que estaba empeñada en buscarles un marido adecuado a las dos. Eve no estaba por la labor de querer casarse. A Edi, la idea tampoco la convencía mucho, su hermana se había presentado en sociedad la Temporada pasada, todavía era debutante y muy joven, tenía mucho tiempo por delante antes de atarse para toda la vida a un hombre. Pero la idea, poco a poco, se iba cuajando en la mente de su hermana, y en esos momentos, no paraba de insistir que era muy buena idea que lady Martha las ayudara a buscar un buen marido. Eve intentó por todos los medios que su hermana la dejara tranquila, y que se fuera con sus ideas a otra parte. Pero su hermana seguía sin darse por aludida y continuaba enumerando las ventajas que tenían si las dos se casaban. Eve adoraba a su hermana pequeña, eso lo tenía muy claro, pero había días como en esos momentos, que deseaba estrangularla con sus propias manos para que se callara. Edi era terrible cuando una idea se le ponía entre ceja y ceja.
Después de una larga hora, que a Eve le pareció eterna, por fin su hermana le dio un beso de buenas noches, y poco después salía de su dormitorio para ir acostarse. Eve suspiró aliviada, mientras Ángela, la ayudaba a quitarse el vestido y a ponerse el camisón; poco después, se sentó frente al tocador y la doncella le fue deshaciendo el peinado. Largo rato después, con Eve ya acostada, la doncella apagaba la vela y tras darle las buenas noches, salió del dormitorio. Eve cerró los ojos e intentó dormir.