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Ya pasaba de la medianoche, y las dos hermanas se encontraban en el dormitorio de Eve. Seguían hablando de la visita de las mujeres a la casa. Edi todavía se sentía eufórica de que por fin pudiera entrar en el famoso club. Eve se estaba cayendo de sueño, mientras que su hermana seguía estando fresca como una lechuga. La pobre Ángela estaba al lado de la ventana e intentando mantener los ojos abiertos. En momentos como esos, la doncella sentía lástima por Amelia, la pobre mujer debía tener una gran paciencia con lady Edi. Era una joven que gozaba de muy buena salud y derrochaba energía, fuera donde fuera. Se alegraba porque lord Mcpherson no la había designado a ella como doncella personal de Edi, estaba segura de que si fuera ese el caso, acabaría tirándose por la ventana de la desesperación. Menos mal que le había tocado a la mayor, Eve era más tranquila y sensata que Edi.

―¡Edi... por Dios! ―exclamó Eve―. Pasa de la medianoche y ya es tarde. Es hora de que te vayas a tu dormitorio, la pobre Amelia debe estar subiéndose por las paredes al ver que no apareces para ayudarte a desvestirte.

―No te preocupes ―respondió restando importancia al asunto―. Amelia ya me conoce muy bien, sabe que soy algo atolondrada, tiene paciencia de santo al soportar todas mis locuras.

Eve no pudo evitarlo y rio por el comentario de su hermana.

―¿Solo un poco atolondrada? ―dijo Eve entre risas.

―¡Vale, tú ganas, soy joven y alocada! ―Dio un beso de buenas noches a su hermana y salió del dormitorio de Eve.

Eve respiró aliviada cuando Edi salió de la estancia. Estaba segura de que su hermana todavía iba a seguir su perorata con la pobre Amelia. Eve se compadecía de la pobre mujer y alababa su paciencia. Cada día que pasaba, Edi se parecía cada vez más a su madre. Eve tenía muy buenos recuerdos de ella, pero su padre también le contaba anécdotas y vivencias de la mujer. Al igual que Edi, tenía muchas energías y un carácter arrollador que hacía que todo el mundo se rindiera ante ella, y siempre llevaba de cabeza a los sirvientes de la casa, sobre todo, a Tina, la mujer que había sido su doncella personal desde los quince años. La mujer también se había quedado muy desolada por la trágica muerte de su ama.

Ángela ayudó a Eve a quitarse el vestido. Mientras la doncella lo guardaba para que no se arrugara, Eve se puso el camisón. Poco después se acostó en la cama y Ángela regresó al lado de la cama para arroparla. Luego, la doncella recogió la bolsa de la labor que estaba tejiendo, cuando le quedaba algo de tiempo libre. Se acercó a la mesilla de noche y apagó la vela que había sobre el mueble; tras darle las buenas noches a Eve, salió del dormitorio para ir a descansar al suyo, que se encontraba en la última planta, donde todos los sirvientes de la casa dormían. La segunda planta de la casa estaba dividida en dos alas. En una de ellas, se encontraban los aposentos de la familia, en la otra, estaban los dormitorios que solían usar los invitados.

Eve intentó dormir, pero le resultó complicado. Se quedó largo tiempo despierta pensando que la visita de esa tarde no habría podido salir mejor. Tenía que dar las gracias a lady Martha, porque estaba claro que había hecho posible que las admitieran. Ella habló a favor de las hermanas para que las demás patrocinadoras las aceptaran como socias. A partir de ahora esperaban asistir a los eventos que el club organizaba. Eve lo deseaba tanto como Edi.

Hora y media más tarde, todavía seguía despierta y dando vueltas en la cama. Su mente volvió a pensar repentinamente en el suceso de la noche anterior. Preocupada por si realmente había alguien que quería matarla. Aunque se devanaba los sesos por encontrar a un responsable, no se podía imaginar quién deseaba verla muerta a ella. No, no, se decía una y otra vez, esa bala no era para ella, sino para Devon. Eve sospechaba que alguna amante enfadada y rechazada quisiera vengarse del lord. Era la única teoría posible que encontraba ella, tras darle vueltas y vueltas al asunto. De lo único que ella se acordaba era de estar en el jardín y al poco tiempo algo tropezaba con ella y la derribaba al suelo. Su cuerpo se estremeció al recordar a Devon encima de ella. En su mente seguía viva la fortaleza de sus músculos, el aroma a perfume y masculinidad que él emanaba. Hacía que todos los cimientos de Eve se tambalearan y que su decisión de mantenerse soltera flaqueara. No, no, no, se estaba volviendo a ir por las ramas de nuevo. Si había un hombre menos adecuado para el matrimonio, ese era Devon St. Claire. Harta de dar vueltas en la cama, separó las mantas y se levantó, se puso la bata de casa rosa de seda y se acercó a la ventana. Corrió la cortina y vio que todavía seguía lloviendo con fuerza y que la noche estaba muy oscura. Volvió a cerrar la cortina y después se sentó en el sillón que tenía cerca de la chimenea, que todavía ardía. Uno de los lacayos había puesto troncos suficientes para que el fuego se mantuviera encendido parte de la noche. Se dejó estar largo rato sentada mientras el tormento de su existencia seguía atormentándola con sus recuerdos.

Eran las cinco de la mañana. Devon dormía plácidamente, hasta que se despertó de forma brusca y se incorporó en la cama sudando y respirando con dificultad. En su sueño volvía a estar de nuevo en el baile de los Dunant, y en el jardín. Volvió a escuchar de nuevo la detonación, pero esta vez sí que la bala había alcanzado a Devon. Le costó darse cuenta de que se encontraba en su dormitorio sano y salvo, que todo había sido una pesadilla. Se pasó las manos por el pelo mientras intentaba tranquilizarse. Largo rato después, se levantó de la cama, se puso la bata de casa, encendió la vela y salió del dormitorio. Necesitaba un trago que lo ayudara a tranquilizarse. La pesadilla había sido tan real que creyó que estaba en peligro de muerte. Caminó en silencio por el pasillo, la casa estaba envuelta en penumbra. Bajó las escaleras a la planta inferior y fue al despacho a servirse un vaso de whisky. Ya en la estancia, se acercó al escritorio y dejó sobre el mueble la palmatoria de la vela. Luego se acercó a la consola donde estaban las bebidas. Cogió el decantador de whisky y se sirvió una generosa cantidad. Dio un largo sorbo a la bebida, con el vaso en la mano fue a sentarse al sofá. La estancia estaba ya fría pero no le importaba. Por más que se esforzara en encontrar a un responsable, su búsqueda estaba resultando infructuosa. No tenía la menor idea de quién podía querer verlo muerto. Marianne era la única candidata que encontraba como sospechosa. Pero su amante no había sido invitada al baile. Y dudaba mucho que la mujer tuviera la paciencia suficiente como para montar guardia y esperar a que él saliera a la calle. A no ser que... Devon se quedó paralizado con el vaso de whisky a medio camino de la boca. «¿Sería posible que Marianne hubiera contratado a un sicario para acabar con su vida?», se preguntó Devon. Esa era la única solución lógica que encontraba al suceso. Él había mantenido la esperanza de que la bala estuviera destinada a Eve. Pero, con el paso de las horas, se empezaba a dar cuenta de que ella le había dicho la verdad, que no tenía enemigos que quisieran matarla.

Dos horas más tarde, seguía dándole vueltas al asunto. Sacudió la cabeza diciéndose que no podía hacer ninguna conjetura hasta que hablara con los Dunant, y su esposa le proporcionara la lista de invitados que habían asistido al baile. Pero, desde luego, la pesadilla de esa noche lo dejó muy afectado.

Ya amaneciendo, se levantó del sofá y volvió al dormitorio. Se fijó en el reloj y este marcaba las siete y cuarto de la mañana. Subió a la planta superior y entró en el dormitorio. Al entrar en la estancia, vio que Vincent ya estaba rebuscando en el armario la ropa que él se iba a poner ese día. Dio los buenos días al ayuda de cámara, se acercó a la cama y se echó un rato para intentar descansar mientras Dawson no aparecía con la bandeja del desayuno. Devon maldijo en voz baja porque empezaba a quedarse dormido, cuando el sirviente entraba en el dormitorio. Dawson dejó la bandeja sobre la mesilla de noche como siempre, luego le pasó la taza de café a Devon, que se estaba incorporando. Mientras desayunaba dio la orden de que prepararan el baño. Ese día debía ir a la oficina; tenía programadas dos reuniones con dos de los clientes.

Una hora más tarde, ya estaba vestido con un pantalón de corte clásico de color negro, camisa azul cielo, corbatín blanco y gabán de color negro. Delante del espejo se peinó el pelo hacia atrás, para presentar un aire más sofisticado. Sus clientes para él lo eran todo, por eso necesitaba dar la mejor presencia posible. Pidió que tuvieran listo el carruaje para dentro de veinte minutos. Pasado ese tiempo, salió del dormitorio, bajó las escaleras mientras Dawson se acercaba con el maletín de trabajo, anunciando que el carruaje ya lo estaba esperando y le entregaba a Devon el maletín. Uno de los lacayos hizo acto de presencia y lo acompañó hasta el carruaje; al llegar, abrió la puerta para que Devon entrara, ya acomodado en el vehículo, el sirviente cerró la puerta y pocos minutos después el cochero puso en marcha el carruaje dirección al banco. Devon no podía quitarse de la cabeza la pesadilla que lo había desvelado la noche anterior. Tenía que averiguar qué demonios estaba pasando antes de que el culpable lograra su propósito. No era ningún cobarde, pero seguir en la ignorancia no le resultaba nada beneficioso. Tiempo más tarde, el carruaje se detuvo al lado del banco y Devon dejó a un lado sus pensamientos, necesitaba estar tranquilo y sereno con los clientes.

Ya por la tarde, Morton se encontraba sentado en el White´s, tomando un café en compañía de otros dos caballeros. De momento, ninguno de ellos se animaba a jugar una partida. Pero Morton no escuchaba nada de la conversación que mantenían los otros hombres. Seguía maldiciéndose por no haber matado a St. Claire. Pero tenía muy claro que iba a seguir intentándolo. Esperaba que, por lo menos, mientras tanto, no tuviera que soportar su presencia.

―Esto es un aburrimiento si nadie quiere echar una partida ―dijo lord Hansfield, sacando a Morton de sus pensamientos.

―Ojalá aparezca esta tarde lord St. Claire ―continuó diciendo lord Lambert―, él siempre está dispuesto a jugar al póker. Aunque siempre nos despluma, vale la pena, porque el tiempo pasa volando.

―Tiene toda la razón, lord Lambert ―dijo el primero―, la mayoría de los caballeros que frecuentan el club son viejos estirados sin ganas de apostar, eso que son dueños de importantes fortunas.

En ese momento, Morton interrumpió la conversación y preguntó si pedían otros cafés. Los caballeros asintieron y Morton hizo una seña para que el camarero se acercara; minutos después, el joven camarero les estaba sirviendo las bebidas, mientras ellos permanecían en silencio. Y de nuevo a solas, esta vez fue Morton el que dijo:

―Pues yo espero que ese caballero no aparezca por el club. ―Y dio un sorbo a su bebida.

―¿Por qué lord Perkins? ―preguntó Lambert―. ¿Es que tiene miedo de que lord St. Claire lo vuelva a desplumar? ―Rio haciendo que su otro compañero se riera también.

―Ustedes son unos ilusos caballeros, ¿no se dan cuenta de que ese caballero hace trampas? ―continuó diciendo Morton con una nota de enfado en la voz.

Los dos hombres carraspearon y se miraron el uno al otro, luego Hansfield fue el que habló:

―Eso es imposible, si ese hombre hiciera trampas, ya nos hubiéramos dado cuenta hace tiempo.

―Lord Perkins, le aconsejó que antes de ir acusando a alguien de hacer trampas, se asegure usted de tener pruebas concluyentes. Se puede poner en un grave problema por ir difamando a la gente ―siguió diciendo Lambert.

Morton se removió incómodo en su asiento, ya que su pretensión de desprestigiar a Devon no le estaba saliendo como él quería. Más enfadado, se bebió el resto del café. Esos hombres habían salido en defensa de St. Claire y no lo soportaba.

―No tengo pruebas que lo demuestren ―dijo después de un largo rato de silencio―, pero, caballeros, ¿no les parece sospechoso que siempre tenga las mejores cartas?

―Eso, amigo mío, se llama suerte ―respondió Hansfield entre risas―, y lord St. Claire es un gran jugador.

Morton ya no lo soportó más, se levantó de su silla tras acabarse de beber el café, y se despidió de forma cortés de los dos caballeros. Caminó furioso hasta la salida del club. No le hacía falta mirar atrás, para darse cuenta de que los dos hombres se quedaban burlando de él. Solo pretendía dejar en ridículo a Devon, pero la jugada le salió mal. Morton iba a lograr acabar con la buena estrella que protegía a St. Claire, y lograría quitarlo de en medio de una vez por todas. Tenía muy claro que no iba a seguir siendo el hazmerreír de la ciudad. Todo Londres lo tenía como un monigote, ya que no había nacido en cuna de oro como los demás caballeros. La puerta a la gran sociedad inglesa se le había abierto gracias a su matrimonio con Pamela. Su suegro era un hombre muy influyente entre la nobleza, soportaban la presencia de Morton por el respeto que le tenían al padre de su esposa.

Ya fuera del club, intentó tranquilizarse, mientras se acercaba al carruaje que lo estaba esperando. El cochero, que estaba sentado en el pescante, bajó a abrirle la portezuela mientras Morton se dirigía al carruaje. Antes de subir, dio la orden de que lo llevaran a casa. El cochero asintió mientras él se acomodaba en el lado izquierdo del carruaje; poco después, el sirviente subió al pescante y puso el vehículo en marcha. Mientras una fina lluvia empezaba a caer, ya que la tarde estaba nublada, pero había aguantado sin llover. Costara lo que costase, iba a deshacerse de ese maldito lord de una vez por todas. El hombre había tenido suerte una vez, pero la próxima no se iba a librar de la muerte, eso Morton lo tenía muy claro. Además, se estaba empezando a dar cuenta del interés que despertaba su exprometida en el lord y eso hacía que se pusiera furioso de celos. Por desgracia, no había logrado casarse con ella, pero no iba a permitir que Devon se acercara a Eve. No iba a dejar que otro hombre tocara a Eve, ella le pertenecía a él y a nadie más. Siguió pensando mientras el carruaje continuaba rodando por la carretera.

Edi y Eve, esa tarde, se encontraban en la tienda de lady Vernon escogiendo unos vestidos para el baile que iba a dar lady Osbald el próximo sábado, y al que las dos hermanas habían sido cordialmente invitadas. Esa misma mañana, Amelia les dio las invitaciones. Y a la semana siguiente, asistirían por primera vez a la merienda que ofrecían las anfitrionas de Almack´s. Después de rebuscar entre varios modelos de la revista que una de las empleadas le estaba mostrando, Eve se decidió por un vestido palabra de honor de seda color lavanda. El corpiño del vestido era de encaje, mientras que el resto del vestido era liso, y en la cintura tenía un lazo que se ataba a la espalda. El conjunto tenía unos delicados guantes de seda del mismo tono que el vestido. Eve pensó que, como complemento ideal, la gargantilla de oro con diamantes engarzados y pendientes a juego, iban a favorecer mucho al vestido. Poco después, la dependienta le tomó las medidas para confeccionar el vestido.

Con Edi, la cosa fue muy diferente. La pobre dependienta se estaba volviendo loca con la joven, su hermana no se decidía por un modelo en concreto. Había un vestido blanco y escote corazón que le gustaba mucho, pero le llamaba más la atención uno de color melocotón y terciopelo. El escote era redondo y corpiño entallado, mientras que el resto del vestido era voluminoso. El conjunto tenía unos guantes de piel de cabritilla de un tono muy parecido al vestido. Después de una larga hora, Edi se decidió por el vestido de color melocotón. Ya tenía demasiados vestidos blancos. Pero las jóvenes de su edad, en los bailes debían vestir de blanco o en tonos pasteles. La pobre dependienta respiró aliviada cuando por fin pudo tomarle las medidas para confeccionarle el vestido. Ir de compras con Edi, resultaba un verdadero suplicio para Eve, pero no le quedaba más remedio que soportar a la alocada de su hermana pequeña.

Seguía lloviznando cuando salieron de la tienda de la modista y caminaron hasta dar con la sombrerería. En la tienda, Edi se decidió por un tocado en un tono muy parecido al color melocotón del vestido. Eve se compró un sombrerito blanco y con el dibujo de una flor de color lavanda, que le iba a quedar muy bien con el vestido que le estaban confeccionando. De nuevo en la calle, entraron en la zapatería, donde Eve se compró unos botines de piel de cabritilla de un tono más oscuro que el vestido. Edi, en esa ocasión, se decidió bastante rápido por unos botines de color crema que irían muy bien con el vestido, ya que no los encontraba más parecidos al vestido.

A las seis de la tarde, agotadas, fueron a una tetería a tomarse un té. En el interior de la tienda, una madura camarera les sirvió una taza de té a cada una, junto con una porción de tarta de chocolate para cada una. Dieron un sorbo a la bebida y comprobaron que estaba muy buena, luego probaron la tarta que estaba deliciosa. Permanecieron sentadas en el local cerca de media hora, mientras hablaban y recordaban todas las compras que habían hecho durante la tarde. A lo largo de la semana, las tiendas enviarían a casa todos los pedidos que las hermanas habían hecho.

Ya empezaba a anochecer, cuando decidieron regresar al carruaje que las estaba esperando al principio de la calle. Linwood, que estaba sentado en el pescante, en cuanto vio a aparecer a las hermanas bajó y abrió la puerta para que las mujeres subieran al carruaje. Las dos se acomodaron una frente a la otra. Linwood subió de nuevo al pescante y puso el carruaje en marcha. Eve se recostó en el asiento de lo agotada que estaba, había pasado la noche en blanco y eso estaba empezando a pasarle factura a su cuerpo. Esperaba que esa noche pudiera pegar ojo, necesitaba una reparadora noche de sueño. Pero su tranquilidad duró muy poco tiempo, ya que Edi empezó a hablar como una cotorra, deseosa de que los artículos que había adquirido, llegaran lo antes posible a casa para poder probárselos. Eve, que tenía intención de que el camino de regreso a casa fuera en silencio, no le quedó más remedio que desechar esa idea. Su hermana la estaba acribillando a preguntas y la joven no tenía intención de callarse por el momento.

Por fin, el carruaje se detuvo en la entrada de la casa. La puerta de la entrada se abrió y uno de los lacayos salió del interior para ayudarlas a bajar del vehículo; a esas horas, la débil lluvia había cesado, pero hacía bastante frío. Bajaron del carruaje y Amelia apareció en la entrada. En cuanto Edi la vio, la joven corrió hacia la doncella para contarle todo lo que se había comprado esa tarde. Su hermana sentía un cariño especial por su doncella. Edi llegó a la entrada corriendo como si fuera un vendaval y se abrazó a Amelia. La mujer puso los ojos en blanco, no le habían llegado a nada las pocas horas de tranquilidad de esa tarde. Las dos subieron al dormitorio de Edi, mientras la joven hablaba y hablaba sin parar.

Eve entró en la casa y también subió a su dormitorio para cambiarse de ropa y descansar un poco antes de que se sirviera la cena. Entró en la estancia saludando a Ángela que estaba sentada en el sillón tejiendo. Dejó la labor, se levantó y luego se acercó al armario a escoger un vestido para que Eve se cambiara para la cena. La doncella le informó que esa noche su padre tenía un invitado a cenar. Genial, se dijo Eve, sus planes de acostarse temprano a dormir se acababan de ir al traste. Mientras se echaba unos minutos en la mullida cama.

A las nueve y media de la noche, lord Mcpherson y sus dos hijas se encontraban sentadas en el salón dorado esperando al invitado. Eve estaba elegantemente ataviada con un vestido azul oscuro de muselina de cuello alto bordado con diminutas estrellas brillantes de color dorado. En esa ocasión, Ángela le había recogido el pelo en un sencillo moño bajo la nuca. Había aplicado en el rostro de Eve una suave capa de cosméticos. Edi también estaba preciosa con un vestido de raso blanco de encaje. La joven llevaba el pelo recogido en una sencilla trenza que favorecía a Edi. Lord Mcpherson estaba muy guapo con un traje gris, camisa blanca y corbatín en un tono más claro que el traje.

Casi quince minutos después, Amelia entró en el salón anunciando que la visita acababa de llegar. John hizo una seña para indicar que dejara entrar al invitado, mientras los tres se ponían de pie. El ama de llaves se hizo a un lado mientras un joven alto y delgado apareció en la estancia. A Eve ese hombre no le dio muy buena espina, aparte de que no era muy agraciado físicamente. Su color de pelo era negro como el carbón, sus ojos azules fríos como el hielo. Tenía la nariz grande y torcida y su rostro parecía cadavérico, ya que se podían apreciar los huesos de su cara. Pero Eve hizo todo lo posible por no echarle a perder la velada a su padre.

―Lord Stephen Cummins ―dijo su padre, mientras se acercaba al invitado y le estrechaba la mano―, me alegro mucho de que haya aceptado usted mi invitación a cenar.

―Para mí es un placer ―respondió el hombre mostrando unos dientes torcidos y amarillos.

―Lord Cummins, estas son mis dos hijas, lady Edi y lady Eve ―dijo John señalando a sus preciosas hijas.

―Es todo un honor conocer a dos hermosas damas como ustedes. ―Y besó la mano que las dos hermanas le extendieron, primero la de Edi y luego la de Eve. El contacto de ese hombre hizo que por el cuerpo de Eve recorriera un frío escalofrío. No sabía por qué ese hombre no le caía nada bien. Finalmente se recompuso y respondió:

―El placer es mío, conocer a un caballero tan interesante como usted ―mintió Eve.

―Igualmente ―dijo su hermana también.

Amelia volvió a irrumpir en el salón dorado para anunciar que la cena estaba lista y que podían pasar al comedor cuando lo dispusieran.

―Lord Cummins, ¿le parece bien que empecemos ya a cenar? ―preguntó John.

―Por supuesto… ―respondió Stephen.

Poco después, los cuatro se encaminaron al comedor. Edi y Eve iban delante seguidas por los dos hombres. Al llegar, un lacayo les abrió la puerta para que entraran en la estancia. Se acercaron a la mesa, mientras dos lacayos apartaban las sillas para que las damas se sentaran. Un rato después, dos doncellas empezaron a servir la cena. Esa noche, la cocinera había preparado de primero una crema de verduras, de segundo pato a la naranja con patatas asadas, y de postre tarta casera de queso. La conversación giraba en torno a temas como la política, la economía y los últimos matrimonios que se habían realizado recientemente. Fue en ese momento cuando Eve aprovechó la ocasión y preguntó:

―¿Milord, está usted casado? ―dijo Eve mirándolo.

―No, milady... pero pienso estarlo muy pronto.

―Ahhh…, ¿pero está usted prometido? ―continuó preguntando Eve.

―Más o menos… ―fue la respuesta escueta del hombre.

En ese momento, John carraspeó para llamar la atención de los comensales. Luego de un largo silencio, dijo:

―Eve, cariño… ―empezó diciendo su padre. Eso hizo que todas las alarmas saltaran en la cabeza de Eve―. Lord Cummins me ha pedido formalmente tu mano en matrimonio.

―¿Cómo dices, padre? ―preguntó Eve, esperando haber escuchado mal lo que su padre había dicho, mientras Edi se quedaba estupefacta con la boca abierta.

―El caballero me ha pedido tu mano en matrimonio y acepto que te cases con él.

―¡Qué!, ¡quieres que me case con este hombre sin consultar siquiera mi opinión! ―exclamó Eve, mientras notaba que la rabia empezaba a bullir en su interior.

―Hija... escúchame. Lord Cummins pertenece a una de las familias más ilustres de todo el país. Es heredero de una incalculable fortuna y siendo su esposa nunca te faltará de nada.

―Padre, no voy a casarme con este hombre ni con ningún otro. ―Eve dejó caer con fuerza los cubiertos sobre el plato y se levantó de la mesa, salió de la estancia sin excusarse siquiera. Edi la imitó y salió del comedor abrazando a su hermana. Las lágrimas empezaron a brotar de los ojos de Eve, mientras las dos subían al dormitorio de la mayor.

Ya, en la estancia, Eve se acercó a la cama envuelta en lágrimas; todavía no acababa de creerse que su padre le hubiera entregado su mano en matrimonio a ese esperpento de hombre. No le importaba el dinero que tuviera, le resultaría repugnante tener que acostarse a diario con ese hombre. Edi contó lo que estaba pasando a Ángela, ya que se quedó muy preocupada al ver entrar a Eve en el estado en que se encontraba. No se podía creer que lord Mcpherson hubiera hecho una cosa semejante como esa.

En el comedor, Stephen se quedó anonadado por la reacción de la joven. Esa noche, él esperaba que se formalizara un compromiso entre la hija mayor de lord Mcpherson y él. John se disculpó con el hombre, prometiéndole que su hija se casaría con él. Sentía la necesidad de ver a Eve casada con un caballero que le pudiera seguir ofreciendo todas las comodidades a las que su hija estaba acostumbrada. A él mismo le había sorprendido la reacción de Eve. Sabía de sobra que, si le decía de antemano los planes que tenía para ella, estaba seguro de que Eve se negaría en redondo a conocer al hombre. Luego se encerraron en la biblioteca a tomarse una copa de oporto, mientras seguían con sus planes. Hablaría con su hija cuando estuviera más tranquila y se daría cuenta de que era una de las mejores opciones que tenía para asegurar su futuro. Los hombres prolongaron la velada hasta bien entrada la madrugada.

Eran las dos de la mañana y en el dormitorio todo seguía igual. Eve continuaba llorando desconsolada mientras su hermana la intentaba tranquilizar.

―¡No puedo creer que papá me haga esto! ―exclamó entre lágrimas.

―¡Cálmate, Eve! ―rogó Edi desesperada.

―¿Cómo quieres que me calme si papá me quiere casar con ese hombre tan feo? ―dijo llorando.

―¿Tan horrible es ese hombre? ―Quiso saber la doncella.

―¡Ohhhh, sí que lo es! ―exclamó Edi apartando la mirada de Eve mientras contestaba a Ángela.

Las dos mujeres intentaron calmar a Eve, pero era imposible. La joven estaba demasiado angustiada por el trágico destino al que su padre la quería obligar. Cerca de las cuatro menos cuarto de la mañana, la doncella decidió bajar a la cocina a prepararle un té que ayudara a calmar a Eve. Entre Ángela y Edi, habían ayudado a Eve a sacarse el vestido y luego le pusieron el camisón. Abrieron la cama y la acostaron, luego la taparon con las mantas mientras la pobre Eve seguía llorando. Diez minutos después, la doncella regresó de nuevo al dormitorio de Eve con una humeante taza de té entre las manos. Se acercó a la cama y Eve se incorporó para beberse la infusión que Ángela le ofrecía. Minutos después, el llanto fue cesando y Eve se fue calmando. Luego, se recostó de nuevo en la cama y se fue quedando profundamente dormida.

Edi se alegró de que la infusión hiciera efecto en su hermana. Le dolía el alma verla sufrir de esa forma. Esperaba que su padre no le tuviera preparada una sorpresa como esa a ella también. Esa noche, Edi pidió a Amelia que le llevara el camisón al dormitorio de su hermana, que iba a dormir con Eve. Ángela se ofreció para quedarse velando por Eve el resto de la noche; pero Edi rechazó la oferta diciendo que era su hermana y que la cuidaría ella. Media hora más tarde, Edi ya estaba acostada al lado de Eve en la cama, dio las buenas noches a la doncella, la mujer apagó la vela y poco después salió del dormitorio de Eve. Pasaron tranquilas y durmiendo el resto de la noche. En la calle, la noche estaba oscura y seguía lloviendo con fuerza, mientras las rachas de viento golpeaban las ventanas. Pero las dos hermanas no se enteraron de nada.

En su dormitorio, John seguía disgustado por la reacción de Eve. Ya estaba acostado, pero todavía tenía la vela encendida. Lo único que él pretendía era proporcionarle un buen futuro a su hija. Conocía el carácter de lord Cummins y sabía que era el candidato ideal para su hija, ambos formarían una pareja perfecta. Reconocía que el hombre no era muy agraciado, pero eso era lo que menos le importaba a él. Lo importante era que Stephen tratara con respeto a su hija, no quería que Eve volviera a sufrir como lo había hecho por el desgraciado de Morton. Estaba seguro de que si ella se negaba en un principio a aceptar a ese hombre, era porque todavía seguía dolida por lo de su exprometido. Apagó la vela decidido a que volvería a sacar el tema cuando Eve se tranquilizara. Ella misma iba a darse cuenta de que al final era lo que más le convenía. Pero esa noche dio muchas vueltas en la cama sin poder dormir. Por mucho que intentara mantener la mente despejada y poder descansar, le estaba resultando complicado. No podía sacarse de la cabeza las palabras de Eve y cómo se había ido del comedor hecha un mar de lágrimas acompañada de Edi. Empezaba a amanecer cuando John se quedó profundamente dormido por el agotamiento acumulado a lo largo de la noche.

Devon se despertó esa mañana con la luz del día colándose entre las cortinas corridas. Diez minutos después, Vincent entró en el dormitorio dándole los buenos días y luego se acercó al armario a buscar un atuendo apropiado para ese día. También entró Dawson portando la bandeja con su desayuno. Devon se incorporó en la cama, mientras el mayordomo dejaba la bandeja sobre su regazo. Aprovechó para dar la orden para que le prepararan el baño. Mientras Devon se tomaba el café, pensó que esa tarde iba a pasarse por el White´s. Tenía ganas de echar una partida a las cartas y enterarse de las novedades. También era la oportunidad perfecta para empezar a hacer averiguaciones y podría enterarse si había algún caballero al que molestaba su existencia.

Veinte minutos más tarde, apartó las mantas de la cama y se levantó. Luego se sumergió en la bañera de agua caliente. Largo rato después, pidió al ayuda de cámara que le pasara una toalla para poder secarse. Salió de la bañera, se secó, luego se puso la ropa interior y se acercó a la cama donde Vincent tenía sobre el mueble unas calzas de color gris, camisa en un tono más oscuro que el pantalón y medias blancas. Completaban el atuendo un gabán negro y las botas Hesse favoritas de Devon. Vincent lo ayudó a vestirse, luego se puso delante del espejo para contemplar el resultado. Se veía increíble con el conjunto.

Salió del dormitorio mientras el ayuda de cámara se quedaba ordenando algunas prendas en el armario. Bajó las escaleras y llamó a Dawson para que le prepararan el carruaje. El mayordomo salió de la cocina, en la que estaba reunido con la cocinera para ponerse de acuerdo con el menú del día.

―Dawson, ordena a Jonas que tenga preparado el carruaje para dentro de quince minutos ―dijo Devon en cuanto el mayordomo estuvo a su lado.

Dawson asintió y preguntó:

―Deseáis algo más, milord.

―Sí, necesito que me traigas la carpeta que hay encima del escritorio del despacho.

―Enseguida, milord. ―Dawson hizo una reverencia y fue al despacho a buscar la carpeta que Devon le indicaba. Poco después, regresó al lado de Devon, le entregó la carpeta y anunció que Jonas ya tenía listo el carruaje. Devon asintió, al tiempo que Dawson llamaba a uno de los lacayos para que lo acompañara hasta el carruaje. Devon salió de la casa detrás del lacayo, mientras se calaba el gabán para protegerse de la lluvia que caía. El hombre ya lo estaba esperando con la puerta abierta cuando Devon llegó al lado del carruaje. Subió al vehículo y se acomodó en el interior, mientras el sirviente cerraba la puerta y regresaba al interior de la casa para continuar con sus labores. Minutos después, Jonas fustigó a los caballos y el carruaje emprendió la marcha. Ya al lado del banco, Devon se apeó y caminó hasta el interior del edificio.

Esa mañana, Eve se despertó con un terrible dolor de cabeza, después de las largas horas que se había pasado llorando. Giró la cabeza hacia el lado izquierdo y vio que Edi estaba profundamente dormida a su lado. La pobre se había quedado a pasar la noche con ella en su dormitorio. No estaba segura de qué hora era, pero la mañana estaba muy avanzada, ya que se colaba bastante luz por la ventana, las cortinas ya estaban abiertas, estaba segura de que Ángela entró en el dormitorio sin hacer ruido y abrió las cortinas para que entrara la luz en la estancia; el día estaba gris y no tenían problema de que la luz del sol las despertara.

Al poco rato, notó que su hermana se removía en su lado y abría los ojos. Edi dio los buenos días y preguntó:

―Eve, ¿cómo te encuentras?

―Tengo un dolor de cabeza espantoso… ―respondió Eve llevándose las manos a las sienes y masajeándolas.

―Y no es para menos... no sé qué le pueda estar pasando por la cabeza de papá para obligarte a casarte con ese hombre. ―Un frío escalofrío recorrió el cuerpo de Edi al recordar a Cummins.

―Edi, estoy decidida a evitar este matrimonio a toda costa ―dijo Eve incorporándose en la cama y apoyándose en el cabecero de la cama, su hermana hizo lo mismo.

―¿Y cómo lo vas a hacer?

―No sé cómo... pero te aseguro que ese matrimonio no se va a realizar, así como si me tengo que escapar de casa.

Su hermana se tensó y dijo:

―Eve, no puedes hacer eso, no puedes huir y dejarme sola, eres mi hermana y la única persona con la que puedo contar para que cuide de mí.

―No digas tonterías, cariño ―dijo Eve abrazando a su hermana―. Tienes a Amelia que te quiere mucho y cuida muy bien de ti.

Las dos hermanas interrumpieron la conversación al escuchar que la puerta del dormitorio se abría. Ángela estaba entrando en la estancia cargada con una bandeja con el desayuno, en la que había dos tazas de chocolate y un plato de galletas de canela recién horneadas.

―Ángela, ¿qué hora es? ―preguntó Eve a la doncella, mientras se acercaba a la mesilla de noche y dejaba la bandeja sobre el mueble.

Milady, son las diez y media de la mañana.

Edi apartó las mantas y se levantó de la cama, para coger su taza de chocolate. Eve apartó también las mantas mientras se sentaba en el borde de la cama, luego la doncella le pasó el desayuno.

―¿Sabes si nuestro padre está en casa? ―esta vez fue Edi la que preguntó.

―No, milady, Sam me ha dicho que se marchó muy temprano a trabajar.

«Mejor», pensó Eve. No tenía ganas de ver a su padre por ahora. Después de desayunar se arreglaron y pasaron el resto de la mañana leyendo en la biblioteca. Una de las doncellas había encendido el fuego de la chimenea y las dos hermanas estaban sentadas en el sofá de la estancia. En la calle, el viento volvía a arreciar y la lluvia a esas horas era más intensa.

Ya por la tarde, Devon se encontraba en el White´s, sentado en una mesa con lord Hansfield y lord Lambert. Los dos hombres querían contarle a Devon la acusación que había hecho Morton el día anterior, pero ninguno de los dos caballeros sabía cómo empezar. Finalmente fue Lambert el que dijo:

―Lord St. Claire, hay algo que debe usted saber.

―¿De qué se trata? ―preguntó Devon con el ceño fruncido, mientras daba un sorbo a su bebida.

―Ayer tuvimos una conversación en la que lord Perkins lo acusa de hacer trampas en el juego ―prosiguió diciendo Lambert.

―Así es ―apostilló Hansfield.

―Caballeros... no puede ser posible que se crean esa desfachatez. Ese nuevo rico no tiene la menor idea de cómo se juega de verdad a las cartas, y tiene que encontrar algún culpable que justifique su ineptitud.

―Eso es lo mismo que pensamos nosotros ―dijo Hansfield entre risas―, pero le hemos advertido que no puede ir acusando a la gente si no tiene pruebas.

―Gracias por ponerme sobre aviso, de ahora en adelante tendré más cuidado con ese hombre.

―A mí, Morton Perkins no me cae nada bien, soporto su presencia por su suegro, él sí que es un caballero de verdad y honorable ―continuó diciendo Lambert.

Devon y Hansfield dieron la razón al hombre. Pero ahora estaba empezando a darse cuenta de que se estaba creando un enemigo. El muy ingenuo estaba difundiendo comentarios de que Devon hacía trampas jugando a las cartas. Menos mal, que los caballeros de verdad lo respetaban y apreciaban. Sabían muy bien que él era incapaz de hacer trampas, tenía buena suerte y buenas manos y no había más que decir del asunto. Pero en la mente de Devon se fue cristalizando la imagen de Morton como el autor del disparo. Él sí que había estado presente en el baile de los Dunant, con su esposa. Había enviado una nota por una doncella para saber cuándo lo podían recibir, pero el mayordomo informó a la sirvienta de que los Dunant se fueron en un crucero que iba a durar una larga temporada. La noticia no fue recibida con mucho agrado por Devon, que se veía incapaz de pensar en quién quería eliminarlo.

Devon permaneció en el club hasta altas horas de la noche jugando a las cartas, en la que volvió a llevarse todo el dinero que se había apostado. Después de recoger las ganancias, se despidió de los caballeros y salió del club. Jonas abrió la portezuela del carruaje, mientras Devon se acercaba. Antes de subir al vehículo, dio la orden al cochero de que lo llevara al Regency; esa noche, tenía ganas de ver a Brigitte. Esperaba que la mujer acudiera al club. Luego subió al carruaje y se acomodó en el asiento; poco después, Jonas puso el carruaje en marcha.

Tres cuartos de hora más tarde, el carruaje se detenía frente al club. Devon se apeó y caminó rápido hasta la entrada. Se caló bien el gabán para protegerse del frío, ya que había parado de llover. Entró en el antro buscando con la mirada a su amante, pero no la veía por ningún lado. El local a esas horas estaba lleno a reventar y a Devon le costó llegar hasta la única mesa que había libre. Poco después de sentarse, una camarera vestida de cabaretera se acercó a él para tomar nota de lo que iba a pedir. Devon pidió una cerveza. La mujer asintió y fue a la barra a buscar la consumición; a los cinco minutos, la mujer regresó con la cerveza y la dejó sobre la mesa. El tiempo fue pasando y Brigitte no aparecía. Se sintió desilusionado porque esa noche deseaba acostarse con ella, su cuerpo la necesitaba desesperadamente. Después de dos horas que le parecieron eternas, se dio cuenta de que la mujer no iba a ir esa noche. Se bebió la segunda cerveza dispuesto a marcharse del club. Minutos después pagó la cuenta y salió furioso por no poder saciar su deseo con Brigitte. «Seguramente el carcamal de su marido le había impedido ir al club», pensó Devon, mientras subía al carruaje y este emprendía el camino de regreso a casa. Tenía que encontrar otra manera de verse con su amante a escondidas y poder acostarse con ella cuando quisiera.

Un lord enamorado

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