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Eve fue cayendo en un profundo sueño en el transcurso de la noche. En sus sueños, se conjuró la imagen de Devon St. Claire. Eve soñó que Devon la besaba apasionadamente. Sus besos no tenían nada que ver con los de Morton. Su exprometido, había sido el único hombre que la besó. Pero el beso de Devon estaba haciendo que por sus venas corriera un fuego candente, en vez de sangre. Mientras, todo el cuerpo le temblaba de placer, menos mal que él la sostenía entre sus brazos, Eve tenía miedo de que en cualquier momento las piernas le fallaran y acabara cayéndose al suelo. Él continuó besándola al tiempo que incitaba a Eve a profundizar el beso. Pero, en esos instantes, Eve se despertó envuelta en sudor y respirando agitada. Por unos minutos, le costó recordar que se encontraba en su dormitorio y en su cama. Pero el sueño había sido tan real, que Eve llegó a desear que su sueño se hiciera realidad algún día. Ahora se estaba empezando a dar cuenta de que nunca había estado enamorada de Morton, como ella creía estarlo. No era verdadero amor lo que sentía por su exprometido, sino un gran cariño. Ya que no sentía nada especial cuando él la besaba. Pero el beso de Devon... aunque fuera en sueños, la hacía temblar de pies a cabeza. Se regañó diciéndose que tenía que dejar de pensar en ese hombre que tanto la obsesionaba.

Dos horas después de despertarse, todavía seguía sin pegar ojo. Cansada de estar acostada, separó las mantas de la cama y se levantó. Se puso la bata de casa por encima del camisón, y poco después se puso a dar vueltas por el dormitorio. En voz alta, maldijo a Devon St. Claire. Ese hombre se estaba adueñando de su mente y de sus pensamientos. Eve ni siquiera quería pensar qué pasaría si él se atrevía a hablarle y pedirle un baile, estaba segura de que se desmayaría de la impresión. Sacudió levemente la cabeza para sacarse esa idea de la mente, estaba divagando, pensando en algo que nunca iba a suceder. Una mujer decente y respetable como ella, no debía permitir que un hombre de su fama se relacionara con ella. Si se encontraba con Devon nuevamente en un baile, que estaba segura de que sería frecuente, ya que la Temporada social estaba empezando. Lo único que tenía que hacer Eve, era evitarlo a como diera lugar. En teoría era muy sencillo, se dijo, pero en la práctica... estaba segura que no le iba a resultar sencillo. Eve se había dado cuenta que despertaba curiosidad en el lord. No sabía exactamente qué edad tenía, pero Eve calculaba que andaría por la treintena. No, no, no... se dijo rotundamente sacudiendo la cabeza, tenía que sacarse de la mente a ese hombre ya.

Cansada de dar vueltas, encendió la vela y minutos después salió del dormitorio. Caminó en silencio por el pasillo y luego bajó a la planta inferior. El reloj de la entrada marcaban las cinco y media de la mañana. Eve se disponía a ir a la biblioteca, cuando vio luz por debajo de la puerta del despacho de su padre, le parecía imposible que su padre estuviera trabajando tan pronto. Se acercó a la puerta y llamó con suavidad, poco después, entró en la estancia y comprobó que su padre estaba en bata de casa, sentado y concentrado en unos papeles que tenía entre manos.

―Buenas noches, papá ―dijo Eve acercándose a lord John y le daba un beso en la mejilla―. ¿Qué haces tan temprano levantado?

―Hola, cariño, como no podía dormir bajé al despacho a repasar unos documentos que me hacen falta para hoy ―respondió él dejando los papeles sobre el escritorio―. ¿Y tú qué haces despierta tan temprano?

―Me desperté y como no podía dormir, iba a la biblioteca a por un libro y vi luz en el despacho.

―¿Y Edi?

―Imagino que profundamente dormida, tiene el sueño tan profundo que ni un terremoto sería capaz de despertarla.

―Edi me recuerda tanto a tu madre… ―dijo su padre con una nota de tristeza en la voz.

―¿Todavía la sigues extrañando, verdad? ―preguntó Eve abrazándolo.

―Cada día, pequeña, después de tanto tiempo, sigo acordándome de ella. Todavía no me he resignado a perder a la mujer que tanto he amado ―mientras la voz se le empezaba a romper por la emoción.

―Nosotras también echamos mucho de menos a mamá, pero tenemos que ser fuertes e ir superándolo, ya han pasado tres largos años desde que murió.

―Lo sé, Eve, pero mi vida entera y mis recuerdos se han ido con ella. Fue la única mujer que conocí y a la que amé.

Se quedaron largo tiempo abrazados, dándose consuelo mutuo. La muerte de lady Alice Mcpherson había dejado rota a toda la familia. Nadie se esperaba que muriera tan joven.

―Eve, vuelve a la cama e intenta descansar, todavía es muy temprano para que estés levantada ―dijo su padre.

―Voy a acostarme un rato más, ¿quieres que te traiga algo de desayunar?

―No, cariño. Amelia no tardará en levantarse y traerme el desayuno.

―Está bien… ―respondió Eve sin convicción. Dio un beso en la mejilla a su padre, cogió la palmatoria de la vela y se dispuso a salir de la estancia cuando su padre dijo:

―Que paséis un buen día las dos, por si no tengo ocasión de veros en todo el día.

―Igualmente, papá ―dijo Eve. Salió de la estancia cerrando suavemente la puerta y subió nuevamente al dormitorio, el reloj ya marcaba las seis y cuarto de la mañana. Ya en la estancia, se quitó la bata de casa y se acostó dispuesta a dormir un rato más. Pero le resultó imposible, seguía con los ojos abiertos mientras por la ventana se empezaban a apreciar los primeros rayos de luz del día.

Devon acababa de despertarse, cuando Vincent entraba en el dormitorio y se acercaba al armario para elegir la ropa que ese día se pondría Devon. Comprobó que el ayuda de cámara siempre vestía con su acostumbrado pantalón y chaqueta negros. Aunque el joven no tenía instrucciones precisas de cómo debía ser su vestimenta cuando trabajaba, Vincent creía que era el vestuario más apropiado. Poco después, Dawson entró en el dormitorio para preguntarle si ya le servía el desayuno. Devon asintió, y el mayordomo bajó a la cocina a por el desayuno.

Diez minutos después, Dawson entró con la bandeja del desayuno, y como siempre, se acercó a la cama, y dejó la bandeja sobre el regazo de Devon. Pidió al mayordomo que le prepararan el baño, ya que esa mañana tenía una reunión con un importante hombre que quería hacerse cliente del banco. Dos lacayos subieron la bañera, mientras un tercero la llenaba con cubos de agua caliente. Después de desayunar, dejó la bandeja a un lado, apartó las mantas y se levantó de la cama, minutos después se introducía en la bañera, disfrutando del agua caliente. Diez minutos más tarde, Vincent le pasó una toalla para que se secara. Devon salió de la bañera envuelto en una toalla, dejando a la vista un torso y unos músculos de infarto, impresionaba que Devon tuviera ese físico, era una persona que se pasaba el día sentado en una oficina. Pero los hombres St. Claire, eran fuertes por naturaleza. Sus ancestros procedían de la antigua Irlanda y eran guerreros aguerridos que habían luchado por defender su país y la familia. Con su abuelo, ya se empezaban a perder las raíces irlandesas, ya que su abuelo se había casado con una inglesa, y la sangre de su padre era una mezcla de ambos genes. La sangre de su padre y la de él, ya no era pura, pero, aun así, habían heredado el físico y la fortaleza de sus antepasados.

Vincent lo estaba esperando al lado de la cama, para ayudarlo a vestirse. Ese día, había escogido un traje de paño gris, camisa blanca y un corbatín color crema. Esa mañana no llovía, pero estaba siendo un día bastante frío. Ya listo, se echó una mirada en el espejo de cuerpo entero; tras dar la aprobación a Vincent, le pidió que le pasara el peine. Este le pasó el peine y Devon se peinó el pelo hacia atrás. Quería dar muy buena impresión al nuevo cliente, ya que ese hombre era muy rico, y eso se traducía en beneficios para el banco, y también para él. Rato después, salió del dormitorio, mientras el ayuda de cámara quedaba ordenando la estancia. Ya en la planta inferior, Devon pidió a Dawson que tuvieran preparado el carruaje cuanto antes. El mayordomo asintió y minutos después, el cochero ya lo estaba esperando en la entrada de la casa, al tiempo que Dawson le traía su maletín de trabajo. Minutos después salió a la calle. El día era gris, pero de momento aguantaba sin llover. Un lacayo lo acompañó hasta el carruaje, abrió la portezuela para que Devon entrara, pero antes, dio al cochero la dirección donde iba a reunirse con el posible cliente, luego se acomodó en el interior del vehículo mientras el empleado cerraba la puerta, poco después, el cochero puso en marcha el carruaje y ponía rumbo a la dirección que la había indicado Devon.

La mañana transcurrió como él esperaba. Había logrado captar como cliente a lord James Atkinson, heredero de una considerable fortuna. Se reunieron en casa de él, y Devon pudo comprobar con sus propios ojos, que ese hombre era tan rico como se comentaba. Tenía la casa decorada con mucho gusto y de forma exquisita. No había nada en la decoración que estuviera fuera de lugar, ese hombre sabía muy bien lo que hacía. Firmaron el contrato y lord James indicó la cantidad con la que quería abrir la cuenta. Después se tomaron una copa de oporto para celebrar que la reunión había salido según lo previsto. Cerca de las dos de la tarde, Devon fue a su oficina, tras parar a comer algo en el White´s. Decidió ir temprano para no encontrarse con conocidos que lo distrajeran ese día.

Mientras Eve y Edi comían, las dos hermanas decidieron que esa misma tarde irían de compras. La próxima semana tendría lugar el primer baile que abría la nueva Temporada social londinense. Ofrecían el baile lord Michael Dunant, y su esposa lady Beverly Dunant, condes de origen francés afincados en Londres, una de las familias más prestigiosas de la ciudad. Esa noche, iba a ser presentada en sociedad su hija Adele Dunant. Y al que Eve y su hermana Edi habían sido invitadas.

A las cuatro de la tarde, las dos estaban subidas en el carruaje dispuestas a que lady Vernon, una de las mejores modistas de la ciudad, les confeccionara los mejores vestidos. Por el dinero no tenían problema, ya que la mujer mandaría las facturas a lord Mcpherson.

Minutos más tarde, el lacayo que las acompañaba junto al cochero las ayudó a apearse. Las dos hermanas bajaron y fueron directamente a la tienda de la afamada modista. Ya en el interior del local, se vieron asaltadas por un sinfín de telas y de colorido. Tanto a Eve, como a Edi, no les quedó más remedio que armarse de paciencia, ya que la tienda estaba abarrotada de clientas y las empleadas no daban abasto a atender a todas las mujeres, ya que tenían que enseñar los muestrarios, tomar medidas y cobrar los trabajos realizados. Casi una hora más tarde, llegó el turno de las hermanas. Una joven empleada les enseñó varios modelos de una revista de moda. Eve, se decidió por un vestido palabra honor rosa pálido de seda. El corpiño era de encaje y volantes. Llevaba a juego unos guantes de encaje del mismo color. Eve decidió que se pondría los botines blancos de piel de cabritilla que se había comprado hacía poco tiempo. La dependienta comenzó a tomarle las medidas para confeccionarle el vestido que le gustaba.

Edi tardó mucho más tiempo en decidirse, ya que le gustaban unos cuantos modelos que le enseñaba otra de las empleadas en la revista. Después de unos largos veinte minutos, se decidió por un vestido de crepe, en color marfil. El escote corazón y bordado con diminutas cuentas de pedrería que resaltaban el modelo del vestido, que también incluía guantes del mismo tono. La joven quedó satisfecha con la elección después de que le tomaran las medidas. Rato después, salieron de la tienda, la modista se encargaría de que en los próximos tres días, recibieran el pedido en casa. Luego se acercaron a la confitería y compraron una fuente de pasteles para la cena. Regresaron al carruaje, mientras empezaba a caer una fina lluvia. Las dos hermanas corrieron hacia el vehículo para resguardarse de la lluvia. El lacayo, que se encontraba sentado en el pescante con el cochero, bajó a abrir la portezuela para que las mujeres entraran cuanto antes. Eve y Edi se acomodaron una frente a la otra, mientras el carruaje se ponía en marcha y regresaban a la casa. Para cuando llegaron, la lluvia caía con más fuerza. En cuanto el cochero aparcó el carruaje en la entrada, la puerta se abrió y dos lacayos salieron con paraguas para resguardar de la lluvia a las hermanas. Antes de bajar, Eve entregó el paquete de pasteles al lacayo que las había acompañado, el hombre llevó los dulces a la cocina. Entraron en casa, Amelia las estaba esperando y las ayudó a quitarse las capas mojadas, tras sacudirlas un poco, las entregó a una doncella para que las pusiera a secar.

Eve y Edi subieron a sus respectivos dormitorios a descansar y cambiarse de ropa antes de la cena. Ángela ya estaba buscando en el armario el vestido que Eve se iba a poner esa noche. Mientras, Amelia acompañaba a Edi al suyo, ya que aparte de ser ama de llaves, era la doncella personal de la más joven de las hermanas.

Eve, en su dormitorio, se sentó un rato a descansar en el sillón que tenía en el dormitorio. No se tenía en pie de lo agotada que estaba. Ir de compras con Edi era un tormento, se decía, mientras se dejaba caer derrotada sobre el mueble. Su hermana podía pasar horas y horas en una tienda, ya que no era capaz de decidirse qué era lo que más le gustaba.

Milady, ¿qué le parece el vestido lila de terciopelo para la cena? ―dijo Ángela interrumpiendo sus pensamientos.

―¿Cómo dices…? ―preguntó Eve que no se había dado cuenta que la doncella le estaba haciendo una pregunta.

Milady, le preguntaba si le parece bien la elección del vestido de terciopelo lila para la cena.

―Sí, me parece perfecto.

La doncella sacó el vestido del armario, lo dejó sobre la cama, luego se acercó al tocador, y en el joyero buscó los complementos ideales para lucir el vestido. Se decidió por una gargantilla de oro blanco y pendientes a juego. En el pelo le pondría una diadema de rosas blancas y lilas.

Mientras, en su dormitorio, Edi se había tirado en la cama en cuanto entró por la puerta. El día le había resultado largo. Le encantaba ir de compras, como a toda mujer. Pero odiaba las grandes colas que había que hacer en las tiendas. Sobre todo, cuando la Temporada estaba a punto de iniciarse. Las tiendas más prestigiosas de la ciudad eran un hervidero de damas buscando diseños exclusivos para la nueva Temporada. Amelia se acercó al armario y preguntó:

Milady, ¿qué vestido desea ponerse para la cena? ―dijo la mujer mientras rebuscaba entre el extenso guardarropa.

―No sé... Amelia, ¿cuál crees tú que debo ponerme? ―respondió la joven rodando en la cama y mirando a la doncella.

―Yo creo que el vestido verde claro será perfecto ―dijo Amelia sacando el vestido del armario y mostrándoselo a Edi.

La joven miró con atención el vestido mientras se decidía si se ponía el vestido o se descartaba. Edi había heredado esa costumbre de su madre, ya que Eve era la que más parecido tenía con lord Mcpherson.

―Creo que tienes razón. ―Amelia respiró aliviada―. Quería mucho a Edi, pero creía que había tenido muy mala suerte cuando lord Mcpherson extendió sus funciones de ama de llaves, a doncella personal, para asistir a la más pequeña de las hermanas. Amelia la adoraba, eso nadie lo ponía en tela de juicio, pero cuando llegaba la hora de ayudarla a vestirse, Edi tardaba una eternidad en decidir el vestido que quería ponerse. Pero a la mujer no le quedaba más remedio que armarse de paciencia, bien era sabido por todos los que vivían en la casa, como era la hija más pequeña de lord Mcpherson.

Ya pasaban de las seis y media. Eve, en su dormitorio, ya estaba vestida y en esos momentos estaba sentada frente al tocador, mientras Ángela la peinaba. Le recogió el pelo en una trenza y le puso la diadema. Luego le aplicó una fina capa de polvo de arroz en el rostro, para matizar las facciones de Eve. Aunque su piel era lisa y libre de impurezas, a la doncella le gustaba que su ama se viera perfecta.

―Ángela ―dijo Eve después de mirarse en el espejo de cuerpo entero―, ¿puedes ir un momento a ver si mi padre ya está en casa?

―Por supuesto, milady. ―La doncella salió del dormitorio de Eve y caminó por el pasillo. No le hizo falta avanzar mucho más, cuando se encontró con Sam, el ayuda de cámara de lord Mcpherson.

―Hola, Sam, ¿lord Mcpherson se encuentra en casa? ―preguntó Ángela.

―Hola, Angie ―respondió Sam―. Sí, lord Mcpherson hace rato que llegó y en estos momentos se está dando un baño. Esta noche cenará en casa, ha invitado a un amigo y a su esposa a cenar.

―Gracias, Sam ―respondió la doncella, él asintió y después de despedirse, Ángela regresó al dormitorio de Eve.

Milady ―dijo la doncella tan pronto entró en el dormitorio―, acabo de encontrarme con Sam en el pasillo, me ha dicho que vuestro padre ya está en casa. Se encuentra en el dormitorio arreglándose, tiene visita para cenar.

Eve suspiró con resignación, su padre tenía costumbre de invitar a cenar a gente sin molestarse siquiera en avisar a sus hijas, menos mal que tanto su hermana como ella tenían la precaución de cambiarse y arreglarse para la hora de cenar, ya que nunca eran avisadas cuando tenían visitas. A no ser que fuera una visita oficial y estuviera programada por ellas mismas. En relación con las normas de etiqueta, su padre era un completo desastre, ya que él se preocupaba más de que a su familia nunca le faltara de nada. Su padre poseía título nobiliario de nacimiento, aparte de eso, había heredado una cuantiosa fortuna. Su familia podría vivir felizmente con todo ese dinero, pero su padre estaba empeñado en seguir trabajando, era la vía de escape que tenía para olvidarse de todo el dolor que le había causado la muerte de su querida esposa.

Poco después, sonó el wong anunciando que la cena ya estaba lista. Eve y Edi salieron de sus respectivos dormitorios, se encontraron en el pasillo, bajaron juntas a la sala de estar, mientras esperaban que su padre bajara. Diez minutos más tarde, lord Mcpherson se reunía con ellas en la estancia. Amelia anunció en esos momentos que lord y lady Everett acababan de llegar. Pidieron perdón por el retraso; poco después, el mayordomo los acompañó al comedor. En la estancia, tres lacayos apartaron las sillas de las damas, mientras dos doncellas empezaban a servir la cena. Tanto Eve como Edi, esperaban que la reunión no se extendiera más tiempo del necesario, las dos se encontraban muy cansadas después de la agotadora tarde de compras.

Esa misma noche, Devon se encontraba muy aburrido en la biblioteca, mientras se llevaba a los labios un vaso de whisky. Decidió que esa noche iría a darle una visita a su última amante. Estaba seguro de que lady Salcombe estaría encantada de su visita, sobre todo si Devon llevaba con él joyas caras y exquisitas que tanto le gustaban a su amante. Todas ellas adoraban los regalos con que Devon las agasajaba, pero lady Salcombe estaba obsesionada con lucir siempre joyas caras. La mujer estaba casada con un hombre mucho mayor que ella, lord Salcombe, que se negaba a satisfacer todos los caprichos de su bella y joven esposa. Por eso, cuando la mujer había puesto los ojos descaradamente en Devon, este no se había negado a atender las atenciones que le prodigaba la mujer. Era la única de sus amantes que todavía permanecía en secreto, para que el marido de ella no se enterara, pero Devon estaba seguro de que el buen hombre intuía que su esposa tenía amantes; a su edad, era difícil que dejara satisfecha a una mujer tan atrevida y fogosa en la cama. Sacó la leontina del reloj del bolsillo y miró qué hora era, iban a ser las diez y media de la noche, se dijo pensativo. Todavía era temprano, si se daba un baño rápido y se cambiaba, encontraría a su amante en el sitio de siempre. No tenía ni idea por dónde andaría la mujer, ya que no le había mandado recado para citarse esa noche. Con decisión, se levantó del asiento y salió de la estancia tras beberse de un trago el contenido del vaso.

―¡Dawson! ―llamó Devon al mayordomo, tan pronto abrió la puerta de la biblioteca.

―¿Qué deseáis, milord? ―preguntó Dawson bajando por las escaleras.

―Necesito que suban la bañera al dormitorio, voy a darme un baño.

―Enseguida, milord ―prosiguió diciendo el mayordomo. Pero en ese momento se acordó de algo y dijo―. Milord, me olvidaba... esta tarde ha llegado una invitación para vos. ―Y le entregó el sobre.

Devon abrió el sobre y vio que la invitación era de lord Dunant y su esposa. Lo estaban invitando al baile que daba el matrimonio la semana que viene.

Entregó de nuevo el sobre a Dawson y dijo:

―Confirma mi asistencia al baile.

Devon estaba encantado porque por fin empezaba a ver algo de diversión. Londres era una ciudad aburrida cuando la Temporada social finalizaba. Estaba deseando ver a las nuevas debutantes casaderas y ver cómo sus institutrices, madres y matronas, se afanaban en buscar a un buen caballero para casarlas. Devon intentaba evitar a esas mujeres todo lo posible, pero él no tenía la culpa de atraer a las féminas como la miel a las moscas. Jóvenes inocentes, que se sentían atraídas por su físico y por su fama de mujeriego. Pero en cuanto Devon St. Claire hacía acto de presencia, las madres y las acompañantes de las debutantes, intentaban poner a buen recaudo a sus hijas y pupilas.

Devon subió al dormitorio, mientras los lacayos subían la bañera y la llenaban con cubos de agua caliente. Ya en la estancia, pidió a Vincent que le preparara un atuendo adecuado a esa noche, que iba a salir. El ayuda de cámara escogió para la ocasión calzas de color negro, camisa beige, corbatín blanco, completaban el atuendo unas botas negras Hesse y un gabán negro. La noche era muy fría y seguía lloviendo con intensidad.

Media hora más tarde, Vincent lo estaba ayudando a acabar de arreglarse. Mientras observaba los resultados en el espejo de cuerpo entero del dormitorio. Su ayuda de cámara tenía muy buen gusto para combinar el vestuario.

Ya listo, bajó de nuevo a la planta inferior, pidió a Dawson que prepararan el carruaje, luego fue al despacho, donde guardaba oculta la caja fuerte que contenía sus documentos más valiosos, gran cantidad de dinero y alguna que otra joya que iba adquiriendo para complacer a lady Salcombe. Entró en la estancia y tras marcar la combinación, sacó un estuche de terciopelo negro. Devon abrió el estuche y contempló el magnífico collar de oro blanco y diamantes engarzados y zafiros, formando diminutas rosas alrededor. Acarició con la mano la exquisita joya, una de sus últimas adquisiciones al joyero Martin Cristienssen, poseedor de la única joyería de prestigio de todo Londres. Ese hombre trabajaba con materiales de primera calidad y sus diseños en el mercado eran únicos. Cerró el estuche justo en el momento que Dawson llamaba a la puerta para avisarle de que el carruaje estaba listo. Devon cerró la caja fuerte y guardó la joya en una bolsa de terciopelo, al tiempo que le decía al mayordomo que enseguida salía. Ya fuera de la estancia, Dawson lo acompañó hasta la entrada principal. Devon dejó la bolsa sobre la consola y se puso los guantes que el mayordomo le daba, poco después, cogió la bolsa del mueble y dijo que no lo esperaran despiertos. El cochero lo estaba esperando con el abrigo y el sombrero bien calado para intentar resguardarse del frío y de la humedad. Abrió la portezuela del carruaje tan pronto lo vio salir por la puerta. Devon llegó al carruaje y dio la dirección del Regency, un club que frecuentaban mujeres y hombres. En el local, las clases inferiores se mezclaban con la nobleza. A su parecer, era un club mundano que tenía mucho que desear, pero era el único lugar seguro en el que podría localizar a su amante, ya que era clienta habitual del club. Tras asentir, el cochero subió al pescante y fustigó a los caballos para que se pusieran en marcha. El carruaje empezó a rodar, mientras Devon cerraba la cortinilla de la ventanilla para que no lo reconocieran.

Los Everett todavía seguían en casa de Eve. Esta le había preguntado discretamente qué hora era a una de las doncellas que servía la mesa. Ya pasaban de las doce y media de la noche, el matrimonio no tenía prisa por querer irse a dormir. Su hermana estaba haciendo milagros para mantenerse despierta. Algo similar le pasaba a Eve, ya que la conversación entre su padre y la pareja era insulsa y soporífera a más no poder. En ese momento, los hombres se disculparon y se encerraron en el despacho a disfrutar de una buena copa de oporto y de su acostumbrado puro. Mientras, las mujeres fueron a sentarse al salón dorado y una doncella les sirvió té. Se pusieron a hablar de la nueva Temporada social que estaba a punto de comenzar, haciendo apuestas de quiénes serían las nuevas debutantes presentadas en sociedad, y qué parejas formarían una unión ventajosa. Eve esperaba que no saliera a colación nada relacionado con la cruz de su existencia, Devon St. Claire. No necesitaba que nadie se lo estuviera recordando a cada momento.

La velada duró hasta bien entrada la madrugada, cuando los invitados anunciaron que se iban. Amelia y otra doncella ayudaron a ponerse los abrigos a la pareja, poco después subieron al carruaje. Eve y Edi dieron las buenas noches a su padre y subieron a sus dormitorios. Una somnolienta Ángela estaba esperando a Eve para ayudarla a cambiarse y ponerse el camisón. La joven respiró aliviada al poder acostarse a descansar. La doncella le desabrochó el vestido y lo dejó caer al suelo, separó las piernas para que Ángela lo guardara, mientras ella se ponía el camisón. Luego se sentó frente al tocador y la doncella le quitó la diadema y deshizo la trenza quedando una cascada de rizos.

Veinte minutos más tarde, Eve ya estaba acostada y a punto de quedarse profundamente dormida. En cuanto le dio las buenas noches a la doncella, ya no fue capaz de permanecer más tiempo con los ojos abiertos. El día le había resultado agotador y eterno.

Amelia ayudó a Edi a quitarse el vestido y ponerse el camisón. La joven estaba cansada, pero, aun así, tenía ganas de charlar. El ama de llaves puso los ojos en blanco pidiendo paciencia. No tenía ni idea de dónde sacaba esa niña tantas energías, sobre todo a esas horas de la madrugada. Media hora después y de insistir para que se acostara, Edi cayó rendida en la cama. Amelia la arropó, apagó la luz de la vela y salió del dormitorio para ir a descansar.

Devon ya llevaba más de una hora en el club y todavía no había visto a lady Brigitte Salcombe. Esperaba que ella apareciera esa noche. Llevaba semanas sin acostarse con ella y su cuerpo anhelaba el contacto de su suave piel. Su cuerpo se estremeció de placer al recordar los besos, las caricias y todas las noches de pasión que había compartido con su amante. Pidió otra bebida mientras esperaba a que la mujer llegara. Seguramente estaba esperando a que su marido se quedara durmiendo y poder salir de la mansión en que la tenía recluida. Ojalá no se equivocara y ella apareciera, mientras pensaba en la joya que había dejado a cargo del cochero. Estaba seguro de que la mujer se iba a quedar asombrada por la exquisita joya. Su fortuna era considerable y podía permitirse el lujo de agasajar a las mujeres que tanto placer le daban. Pero Devon tenía muy claro que las relaciones con esas mujeres no iban a pasar de lo físico. Ninguna de sus amantes se podía comparar con Evelyn. Su prometida había sido una mujer única e irremplazable. Devon creía que cuando Dios había fabricado a Evelyn, rompió el molde y no existía sobre la faz de la Tierra una mujer como ella. Se bebió el contenido de la copa, sacó el reloj y comprobó que ya pasaban de las dos y cuarto de la madrugada. Esperaría un poco más, si Brigitte no aparecía pronto se iría a casa. Se sintió molesto porque esa noche no iba a poder disfrutar de los encantos de su amante.

Devon estaba a punto de levantarse de la mesa donde estaba sentado, dispuesto a marcharse a casa, cuando de pronto escuchó muy cerca del oído, una voz aterciopelada que reconoció al instante.

―Me estabas esperando… ―susurró Brigitte.

El cuerpo de Devon se tensó de placer, al notar el cálido aliento de su amante sobre su piel. Luego ella se sentó en la silla que había frente a él.

―Pensaba que esta noche no ibas aparecer por el club. No tuve tiempo de enviarte un recado por un sirviente ―dijo Devon mirándola con intensidad.

―Tenía pensado venir temprano, pero Arthur tardó una eternidad en quedarse dormido.

―Me alegro de que pudieras librarte del viejo y acudir al club.

Se acercó a ella y la besó apasionadamente; por fortuna, en ese antro nadie estaba pendiente de lo que hacía la gente, solo deseaban divertirse y nada más. Después de unos minutos, dijo:

―Brigitte, salgamos de aquí, tengo algo que quiero darte.

―¿En serio…? ―preguntó ella haciéndose la sorprendida.

Devon se levantó de la silla y extendió la mano a Brigitte para que se levantara. Abrazados, salieron del club. Fuera ya no llovía y fueron dando un pequeño paseo hasta el carruaje. Jonas, el cochero, bajó del pescante nada más ver a la pareja. Esperó pacientemente con la portezuela abierta mientras Devon y la mujer llegaban al lado del carruaje. Jonas entregó discretamente a su patrón la bolsa de terciopelo que había dejado a su cargo. Luego, el cochero ayudó a la dama; cuando estuvo acomodada, Devon tomó asiento al lado de ella. Poco después, Devon dio unos suaves golpes en el techo, y enseguida el carruaje se puso en marcha. Jonas sabía perfectamente a dónde debía dirigirse cuando su patrón estaba en compañía de esa mujer.

Devon abrió la bolsa y sacó de su interior el estuche del collar.

―Esto es para ti, mi amor. ―La besó de nuevo, pero esta vez con más intensidad y mucha más pasión. Largo rato después, Brigitte abrió el estuche y se quedó asombrada al ver la carísima joya.

―¡Ohhh, Devon... es... es asombroso…! ―exclamó la mujer―. ¡Nunca había visto un collar tan espectacular!

―Sabía que te iba a gustar, lo vi en la joyería y pensé que era perfecto para ti ―respondió él, sacando el collar del estuche y lo puso en el delicado cuello de Brigitte.

―Estás increíblemente hermosa. ―Y volvió a besarla.

―Estoy deseando verme en el espejo ―dijo ella entre beso y beso.

Media hora más tarde, el cochero aparcaba al lado del Savoy, el hotel más glamuroso de la época. Jonas bajó del pescante, y abrió la portezuela del carruaje para que Brigitte y Devon bajaran. Poco después, subieron las escaleras del edificio y el portero les abrió la puerta. Ya en el interior del edificio, una nube de colorido y elegancia los recibió. Devon se acercó a recepción y reservó una habitación, luego un botones los acompañó a la habitación que les habían asignado. Siguieron al empleado por el amplio pasillo. El Savoy había sido inaugurado recientemente; larga cola de gente se arremolinaba para disfrutar de todos los servicios que ofrecía. Llegaron a la puerta y después de darle las gracias y una pequeña propina al botones, entraron en la estancia.

La decoración de las paredes era roja. Dominaba la estancia una gran cama con dosel de madera de caoba. Un edredón beige cubría la enorme cama, al igual que las cortinas que cubrían el dosel. A ambos lados de la cama, había dos mesillas de noche también de la misma madera. Dos lámparas descansaban encima de la mesilla, ya que el hotel era uno de los primeros edificios que disponía de electricidad, cuarto de baño y agua corriente. A la derecha, estaba situada la cómoda con espejo. Al lado, se encontraba la puerta del cuarto de baño. A la izquierda, había un armario empotrado de dos puertas.

Lo primero que hizo Brigitte al entrar fue acercarse al espejo de la cómoda para ver lo bien que adornaba su cuello el magnífico collar.

―Espectacular ―dijo Devon situándose detrás de ella y besando su dulce cuello.

Ella inclinó un poco la cabeza mientras Devon empezaba a acariciar su espalda suavemente. Minutos después, ella se giró y lo besó. Devon puso la mano en su cintura y fue subiendo poco a poco hasta los pechos de Brigitte, luego fue desabrochándole el vestido, y la prenda fue cayendo lentamente al suelo, al tiempo que él se quitaba las calzas. Devon la cogió en brazos sin dejarla de besar y la dejó sobre la cama. Siguió desnudándola y acariciándola por todo su cuerpo. Ella, a su vez, le desabrochó la camisa a Devon frenética. Mientras los dos seguían envueltos en una nube de pasión. Devon ya no pudo resistirlo más y con una poderosa embestida entró en el interior de Brigitte, mientras los dos agonizaban por un deseo que los hacía arder de puro fuego. Vivieron una noche intensa de placer, mientras la luz del día se empezaba a colar por los grandes ventanales de la habitación, y fue entonces cuando ambos se quedaron dormidos, exhaustos después de la tórrida noche de placer que habían vivido.

Eran las once de la mañana cuando Devon abrió los ojos. Se quedó largo tiempo observando cómo su amante yacía profundamente dormida, después de la larga noche tan apasionada que habían vivido. Ayudaba el hecho de que Devon llevaba semanas sin acostarse con ella y su cuerpo la había necesitado desesperadamente. Era una mujer hermosa, pero se veía todavía más preciosa después de hacer el amor toda la noche.

―Buenos días ―dijo él besando sus labios para despertarla.

―Hola, mi amor ―respondió ella tras un largo beso.

―Brigitte, debo irme ya... se me ha hecho muy tarde.

―No entiendo por qué sigues trabajando, tu fortuna debe ser formidable…

―Pero el dinero no dura eternamente ―la interrumpió Devon―. Me enseñaron desde muy joven lo importante que es ganarse uno su propio dinero.

―Si yo fuera tú, no me andaría con tantas contemplaciones, me dedicaría a disfrutar de la buena vida y a gastar el dinero a manos llenas.

―Con esa intención te casaste con el viejo Arthur Salcombe, ¿no es cierto?

Ella suspiró y finalmente dijo:

―Esperaba que siendo su esposa me diera acceso a su fortuna y administrar el dinero a mi modo. Es un anciano y creí que podría manejar a Arthur a mi antojo, pero nada salió como yo esperaba. Apenas me da dinero para comprarme vestuario nuevo. Mucho menos puedo pedirle que me compre joyas. ―Y acarició el delicado collar que descansaba en su cuello.

―¿Por qué no lo abandonas? ―sugirió Devon.

―¡Estás loco!, ¿y perder toda la fortuna que heredaré cuando el viejo pase a mejor vida?

―A mi lado nunca te faltaría de nada. ―Y la volvió a besar.

―¡Pero tú no quieres una esposa! ―exclamó ella.

―Tienes que conformarte con lo que te ofrezco. Siendo mi amante puedes disfrutar de privilegios que otras mujeres no pueden aprovechar ―dijo señalando el collar.

Poco después, separó las mantas de la cama y se levantó, mientras Brigitte se recostaba sobre el enorme cabecero de la cama. Devon se vistió lo más rápido posible y tras despedirse con otro beso de su amante, salió del hotel a grandes pasos. El carruaje seguía aparcado en el mismo lugar de la noche pasada. Pudo ver que Jonas salía del interior del vehículo y se recomponía la ropa. Estaba seguro de que el cochero había pasado la noche en el interior del carruaje. En cuanto lo vio, se excusó con él y abrió la portezuela para que Devon entrara. Después de indicarle a Jonas que lo llevara a casa, el cochero subió al pescante y poco después, el carruaje se ponía en marcha.

Mientras viajaba en el carruaje, pensó que Brigitte Salcombe era igual que las demás amantes que habían pasado por su vida. No se conformaba solamente con las noches de placer que le daba, ni todos los regalos caros que recibía de Devon, lo quería todo. Ella misma le había insinuado que si él le ofreciera matrimonio, abandonaría a su decrépito marido. Las mujeres eran unas interesadas que nunca se conformaban con lo que él les daba, pensaba cínico. Todas estaban deseosas por cazar a uno de los solteros más cotizados de Londres. Aunque todo el mundo sabía que era un mujeriego empedernido, las apuestas seguían siendo altas para saber qué mujer sería capaz de echarle por fin el lazo a Devon St. Claire. Pero él seguía teniendo muy claro que nunca se iba a casar; el amor, para él, había muerto con su amada Evelyn y no había más que decir al respecto.

Ya en casa, pidió a Dawson que le subieran la bañera al dormitorio porque necesitaba darse un baño. Diez minutos después, estaba dentro de la bañera notando cómo los músculos del cuerpo se le relajaban con el agua caliente. Poco después, salió envuelto en una toalla y Vincent lo ayudó a vestirse. Ese día, el ayuda de cámara eligió un traje pantalón y chaqueta azul oscuro, camisa azul cielo y pañuelo azul oscuro. Ya vestido, contempló el resultado delante del espejo, mientras Vincent le pasaba el peine y Devon se peinó el pelo hacia atrás. Luego, bajó al piso inferior donde Dawson ya lo estaba esperando con el maletín entre las manos. Cuando estuvo al lado del mayordomo, cogió el maletín y salió de la casa acompañado de un lacayo que lo siguió hasta el carruaje que lo estaba esperando. El sirviente abrió la portezuela y Devon entró en el interior del vehículo. Después de acomodarse, dio unos suaves golpes en el techo y poco después el cochero puso el carruaje en marcha y lo llevaba a la oficina del banco; después de todo el retraso que llevaba esa mañana, seguramente tendría un montón de trabajo acumulado en su oficina. Brigitte lo había entretenido mucho más de lo que se esperaba esa mañana.

Un lord enamorado

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