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Días después, Morton se encontraba comiendo en compañía de su esposa. Dentro de dos días, sería el baile de los Dunant, al que habían sido formalmente invitados gracias a Pamela. Esa sería la ocasión perfecta para deshacerse de St. Claire. Lo había desplumado en varias ocasiones en el White´s, jugando al póker, y no iba a permitir que ese malnacido siguiera quedándose con todas las ganancias y burlándose de él. Lo que tenía que planear era cómo iba a acabar con el idiota del lord.

―Morton, ¿en qué estás pensando? ―lo interrumpió Pamela.

―En nada, mujer… ―respondió él.

―No me mientas, estás completamente distraído. ¡Yo hablándote del vestido que luciré en el baile, y tú…! ―exclamó ella haciendo un mohín.

―Cariño, te verás hermosa con lo que te pongas.

―¿Mucho más que Eve Mcpherson? ―Quiso saber ella.

Morton parpadeó sorprendido por la pregunta mientras respondía:

―¿A qué viene todo esto, Pamela?, debería quedarte muy claro que la que me interesas eres tú. Al fin y al cabo, me casé contigo, ¿no?

Ella cortó un trozo de carne que tenía en el plato, se lo llevó a la boca y masticó despacio, mientras pensaba qué decir.

―Morton, sabías muy bien que mis padres poseen una fortuna mucho mayor que la de lord Mcpherson.

―No quiero seguir hablando de este tema. ―E hizo una seña para que su mujer se callara. Ella tuvo que tragarse la rabia que sentía, sabía perfectamente que su marido todavía seguía sintiendo algo por Eve. Desde que se habían casado, Morton ya no se mostraba tan apasionado con ella en la cama. Y eso le daba mucho que sospechar a Pamela. Por ahora dejaría correr el asunto, pero tendría que estar muy alerta y no permitir que su marido tuviera ninguna clase de acercamiento con Eve. Continuaron comiendo en silencio.

Devon se encontraba comiendo cuando Dawson entró en el comedor portando una bandeja en la que había una tarjeta de visita. En cuanto el mayordomo estuvo a su lado, cogió la tarjeta y pudo comprobar que se trataba de una de sus amantes, Marianne Ashwood. Devon arrugó el ceño y pidió al mayordomo que le dijera a la mujer que no se encontraba en casa, el sirviente asintió y salió de la estancia. Al poco rato, unos gritos se empezaron a escuchar, la puerta del comedor se abrió del golpe y Marianne hizo acto de presencia, mientras el mayordomo intentaba detenerla sin éxito alguno.

―¡Devon, por qué me mientes y me niegas verte! ―exclamó la mujer acercándose a la mesa.

Devon comprobó que estaba muy atractiva con un vestido color fresa de raso. Tenía las mangas abullonadas, que estilizaba la silueta de la mujer. Llevaba el pelo negro suelto con un sombrerito de color rosa fresa también.

―Milord, ¿pongo otro servicio en la mesa? ―preguntó Dawson.

―¡Por supuesto, Dawson! ―respondió Marianne dejando a Devon con la boca abierta.

Después de unos minutos de silencio, Devon dijo resignado:

―Está bien, Dawson, coloca un servicio para la dama.

―Enseguida, milord. ―El mayordomo hizo una reverencia y salió de la estancia.

Cinco minutos después entró con el plato y los cubiertos, lo seguía una doncella portando una fuente con comida para la recién llegada. Marianne y Devon permanecieron en silencio, mientras los sirvientes ponían todo lo necesario sobre la mesa. Minutos después, Dawson salió del comedor, y la doncella se hizo a un lado discretamente para dar algo de intimidad a los comensales.

―¿A qué debo el honor de tu visita, Marianne? ―preguntó Devon después de unos minutos.

―Hace más de un mes que no sé nada de ti ―respondió ella haciendo un mohín.

―Tengo muchas responsabilidades y apenas me queda tiempo para el ocio.

―¡Sí, ya! ―exclamó ella sarcástica―. ¡Pero para verte con las zorras de tus amantes sí tienes tiempo! ―dijo, mientras la rabia bullía en su interior. Ella anhelaba ser la esposa de Devon St. Claire y ninguna otra mujer se lo iba a arrebatar.

―Marianne, querida, mis asuntos personales no son de tu incumbencia ―dijo Devon frunciendo el ceño. Por eso había dejado a esa mujer, no soportaba sus celos enfermizos y la obsesión que tenía de él.

―Yo te amo, Devon ―continuó diciendo ella. Puso su mano sobre la de Devon que tenía apoyada sobre la mesa, y empezó a acariciarla.

Devon intentó apartarla, pero ella no se lo permitió.

―Ya hemos hablado muchas veces de esto, te dije que no quiero volver a saber nada de ti.

―Devon… ―continuó con la perorata― ¿no te das cuenta de que yo te amo? Además, sabes de sobra que formaríamos un buen matrimonio, los dos nos entendemos muy bien en la cama.

―Marianne, si sigues con eso, me veré obligado a pedirte que te marches de mi casa.

―¿Quién es ella? ―La mujer no escuchaba y continuaba en sus trece.

―Lo que hago con mi vida privada es asunto mío ―insistió de nuevo. Se levantó, se acercó a Marianne y la sujetó del brazo para instarla a que se fuera, pero ella no se daba por aludida.

―¡Suéltame, imbécil!, ¡estás muy equivocado si crees que te vas a deshacer tan fácilmente de mí, averiguaré quién es esa zorra y la quitaré de en medio!

Esas palabras hicieron que la sangre de Devon empezara a hervir de rabia. Casi fuera de sí, respondió:

―¡Lárgate de una vez de mi casa, si no quieres que mande a un sirviente que te eche fuera! ―dijo, sujetándola más fuerte y sacándola a empujones de la estancia.

―¡No puedes hacerme esto... no... no quiero irme! ―dijo rompiendo a llorar e intentando besarlo. Pero él la esquivó fácilmente.

―¡Dawson... Dawson... Dawson! ―gritó Devon llamando al mayordomo. Segundos después, el sirviente apareció por el pasillo.

―¿Qué deseáis, milord?

―Quiero que saques a la dama de la casa.

―Como vos ordenéis, milord. ―Se acercó a la mujer sujetándola por el brazo. Dawson sacó a la mujer por el pasillo; ella intentaba resistirse, pero el hombre era mucho más fuerte que ella. Mientras, Devon escuchaba los gritos y amenazas que la mujer iba profiriendo mientras intentaba zafarse del sirviente. Minutos más tarde, la casa quedó en silencio y Devon respiró tranquilo. Maldita la hora en la que se había dejado caer en los brazos de esa mujer. Después de unos minutos intentando calmarse, lo logró. Caminó por el pasillo y vio a un lacayo, pidió que le sirviera una taza de café en la biblioteca. Luego, se encerró en la biblioteca a esperar que le sirvieran la bebida, mientras se dejaba caer distraído sobre el asiento.

Eve se encontraba en el dormitorio probándose el vestido que le acababan de traer. Al final, la modista se tuvo que disculpar por el retraso y ella misma había ido a entregárselo, al igual que el de Edi.

El vestido le sentaba de maravilla, y así lo pudo comprobar Eve delante del espejo. El rosa pálido le sentaba muy bien a su piel blanca como la luna. El vestido se le pegaba al cuerpo como una segunda piel. Edi revoloteaba alrededor emocionada. Ella fue la primera en probarse el vestido y se quedó extasiada al ver lo bien que le quedaba el suyo.

―¡Estás preciosa, hermanita! ―exclamó Edi.

―Gracias. La verdad es que estoy muy contenta con el resultado.

Lady Vernon, hace usted un trabajo magnífico.

La mujer asintió por el halago. No le caía de sorpresa, había sido formada en las grandes escuelas de París y a las órdenes de grandes diseñadores. Poco después, Ángela le ayudó a quitarse el vestido, mientras lady Vernon se despedía.

―Eve, vas a lucir hermosa la noche del baile, ojalá tu belleza no eclipse a la hija de los condes.

Eve soltó una leve carcajada por las tonterías de su hermana pequeña.

―No seas tonta, Edi, soy una mujer normal y corriente.

―Espero que esa noche llames la atención de algún caballero y pida permiso a nuestro padre para cortejarte.

―Edi… ―respondió Eve poniendo los ojos en blanco― te he dicho mil veces que no está en mis planes casarme.

―Hermana… ―dijo Edi seriamente― ¿no estarás pensando realmente convertirte en una solterona, verdad?

―Eso es lo que de verdad quiero ―afirmó rotundamente―. No necesito tener a ningún hombre a mi lado para ser una mujer feliz.

―¡Por Dios... Eve…! Eres muy joven y hermosa para pensar de esa forma.

―No quiero volver a sufrir de nuevo. Con Morton ya he tenido más que suficiente, me dolió mucho que me fuera infiel con una de mis mejores amigas. ―Las lágrimas empezaron a brotarle por los ojos, mientras su hermana se acercaba a ella y la abrazaba para darle consuelo.

―Tranquila, hermana. Ya sé que para ti lo de Morton ha sido una experiencia muy dura, pero porque un hombre se haya portado como un cerdo contigo, eso no quiere decir que al final encuentres un hombre que te quiera de verdad.

Las dos se quedaron largo rato abrazadas y en silencio. Tiempo después, bajaron a la sala de estar a tomarse una buena taza de chocolate con galletas. Edi decidió que las penas debían ahogarse saboreando una buena taza de chocolate caliente.

A las cinco de la tarde, pidieron a Amelia que diera la orden de preparar el carruaje, pues iban a salir a dar un paseo por el parque. Ese día estaba resultando muy agradable, no llovía y en el cielo se apreciaban unos rayos de sol que hacían que fuese un día cálido.

Quince minutos después, estaban vestidas con unos sencillos vestidos de paseo. Salieron de la casa acompañadas de un lacayo, que las siguió hasta el carruaje y abrió la portezuela para que las hermanas se acomodaran. Poco después, el cochero puso en marcha el carruaje en dirección a Hyde Park, el parque de moda de la época, en la que todos los caballeros y damas de alta sociedad, solían pasear por las tardes. Las más jóvenes iban acompañadas por institutrices, o de alguna doncella, otras iban acompañadas por otras damas o por sus maridos. Al igual que alguno de los caballeros, paseaban con otros, mientras charlaban de la economía y de la política del país. Veinte minutos más tarde, el carruaje se detuvo en una de las entradas del parque, las hermanas se apearon del vehículo para disfrutar al máximo de la buena tarde y de la salida a pasear.

Dos noches más tarde, ya cerca de las siete y media de la tarde, Devon salió del despacho para subir al dormitorio a cambiarse de ropa para asistir al primer baile de la Temporada. Llamó a Dawson para pedirle que subieran la bañera, ya que quería darse un baño. El mayordomo asintió y fue a dar la orden a los lacayos. Poco después, subió al dormitorio y pidió a Vincent que le preparara el frac negro que hacía poco tiempo que el sastre le había confeccionado. Esa prenda era una tendencia que poco a poco se estaba introduciendo en la moda masculina. El ayuda de cámara asintió, se acercó al armario a sacar las prendas, junto con una camisa blanca. Ya en la bañera, Devon se dejó relajar y con los ojos cerrados hasta que el agua se empezó a enfriar. Llamó al sirviente para que le pasara una toalla. Salió de la bañera envuelto en la toalla, se acercó a la cama y Vincent lo ayudó a vestirse. Ya listo, se acercó al espejo, mientras el ayuda de cámara le pasaba el peine. En esta ocasión, Devon se hizo una coleta y la anudó con un lazo negro. Luego se echó unas gotas de perfume.

Bajó a la biblioteca, pidió a Dawson que le sirviera una copa de whisky, ya que era una de las bebidas favoritas de Devon. El mayordomo entró en la estancia, depositó el vaso sobre la mesa auxiliar y Devon dio la orden de que tuvieran preparado el carruaje para las nueve y media de la noche, el baile daba comienzo a las diez, y no era correcto presentarse con puntualidad. Todavía eran las nueve menos cuarto. Fuera, la noche estaba oscura y fría, parecía que quería llover, pero de momento estaba aguantando.

Eve y Edi se encontraban en sus respectivos dormitorios arreglándose para el baile. En esos momentos, Ángela estaba peinando a Eve. Le recogió el pelo en un moño bajo la nuca, dejando algunos mechones sueltos y que se rizaban destacando la belleza de Eve. Luego aplicó una base sencilla de cosméticos. La doncella rebuscó en el joyero y esa noche decidió que, a la joven, le combinaba muy bien un collar de diamantes y pendientes a juego. Luego Eve se levantó, después de aplicarse unas gotas de perfume, se acercó al espejo a contemplar el resultado. Ángela se acercó a ella orgullosa del resultado, su ama se veía deslumbrante.

Amelia llamó a la puerta y asomó la cabeza para avisar de que Edi ya estaba arreglada. Eve asintió y preguntó al ama de llaves por su padre. La sirvienta respondió que lord Mcpherson se encontraba durmiendo. Sam le había dicho que el hombre llegó muy cansado del trabajo. Eve hizo una mueca de disgusto, su padre no tenía que dedicarle tantas horas al trabajo. Ella tenía la esperanza de que las acompañara al baile de los Dunant. Eve aprovechó a decirle a Amelia que diera orden al cochero de tener el carruaje listo para las diez menos cuarto de la noche. La mujer salió del dormitorio para avisar a Linwood, el cochero, que tuviera listo el carruaje para la hora prevista.

A las nueve y media, las hermanas se encontraron en el vestíbulo de la casa. Edi estaba radiante con el vestido marfil, parecía una princesa de cuento de hadas, se dijo Eve, mientras veía cómo su hermana descendía por las escaleras. Era una joven muy hermosa y no tardaría en captar el interés de los caballeros, porque Eve tenía muy claro que los hombres iban hacer cola para conquistar el corazón de Edi.

Poco después, Amelia las ayudó a ponerse sus respectivas capas. La de Eve era rosa pálido y la de su hermana color marfil. A las diez menos veinte de la noche, un lacayo las acompañó hasta el carruaje que las estaba esperando. Al llegar, el sirviente les abrió la portezuela y las ayudó a subir al vehículo. Se sentaron una frente a la otra. Ya acomodadas, el lacayo cerró la puerta y minutos más tarde el carruaje emprendía la marcha. La casa de los condes no quedaba muy lejos.

A las diez en punto de la noche, el carruaje de Devon se ponía a la fila para esperar a que le tocara bajarse, la cola empezaba a ser grande y Devon tuvo que esperar a que le llegara su turno para apearse del carruaje. Devon se puso a mirar por la ventanilla y vio que varios lacayos de librea se movían de un lado para otro, ayudando a bajar a los invitados y presentarlos ante los anfitriones.

Casi media hora después, le tocó el turno a Devon. El sirviente abrió la puerta del carruaje y acompañó a Devon ante lord y lady Dunant. Caminó por el camino iluminado por lámparas de gas para que los invitados no tuvieran que hacer el recorrido a oscuras. No los conocía en persona, pero lo habían invitado porque era un hombre de prestigio y tenía su escaño en la Cámara de los Lores. Devon comprobó que eran una pareja alegre y afable. Lord Dunant era un hombre alto, porte regio y aristocrático. Su pelo rubio ya empezaba a ser entrecano, pero se veía que todavía era un hombre bien parecido. Su esposa, era más menuda que su marido, delgada y con un rostro muy bello de facciones delicadas. De pelo rubio, al igual que el de su esposo, también empezaba a tener algunas canas. Al lado del matrimonio se encontraba la hija, una joven de dieciocho años. La chica era muy atractiva, un poco más rellena que su madre, pero sin excederse. Lucía un vestido blanco de volantes. El pelo lo llevaba recogido en un moño alto en la cabeza, en la que lucía una diadema de brillantes. En el cuello adornaba un exquisito collar de perlas, el cual tenía unos pendientes iguales de perlas. Tras el saludo de rigor, Devon entró en el interior de la mansión y un mayordomo lo acompañó al salón donde se ofrecía el baile. Los anfitriones querían agasajar a los invitados con una exquisita cena antes de que diera inicio al baile. Ya en la estancia, Devon pudo comprobar lo grande que era el salón. Las paredes estaban pintadas en un color dorado que combinaba con el suelo de madera de la estancia abrillantado y pulido. Del techo colgaba una enorme lámpara iluminada por varias velas. El salón tenía dos amplios ventanales de los cuales colgaban unas cortinas de encaje de un tono muy parecido al de las paredes. A la derecha, había instalado un palco en donde los músicos afinaban los instrumentos. De frente, había una mesa montada en la que había varias botellas de champán y de vino, también jarras de limonada y de agua. Los sirvientes portaban entre las manos bandejas de canapés, que iban ofreciendo a los invitados. Una de las mujeres se acercó a Devon con la bandeja, pero él declinó el aperitivo, aunque sí que se sirvió una copa de champán. Tenía la sensación de que la noche iba a ser movidita y que le esperaban muchas sorpresas, se decía, mientras iba saludando a los invitados que entraban en la estancia y daba pequeños sorbos a su copa.

Ya pasaban de las diez y media, cuando una figura que Devon reconoció al instante hizo acto de presencia. Lady Eve Mcpherson estaba entrando en el salón del brazo de una joven, que Devon supuso que sería su hermana, ya que había gran parecido físico entre las dos mujeres.

Nada más entrar en el salón, Eve notó que alguien la estaba observando, ya que el vello de la nuca se le erizó. Eve echó una mirada por la estancia, y se encontró con la mirada de Devon St. Claire puesta en ella. Eve desvió rápido la vista de él, pero ella ya se había dado cuenta de lo atractivo que estaba el lord. Se pegó todavía más a Edi con intención de evitarlo. Ambas se sirvieron una copa de champán mientras esperaban a que el resto de los invitados entraran y se anunciara la cena. Aunque Eve intentaba evitarlo, el cuerpo le temblaba de pies a cabeza solo de pensar en la presencia de Devon. No tenía ni idea por qué le afectaba tanto la presencia de ese hombre.

Casi una hora más tarde, hicieron acto de presencia Morton y su esposa Pamela. En cuanto Eve vio entrar a la pareja, se dijo que la noche ya no podía ir a peor. No tenía ni idea de cómo su exprometido consiguió que lo invitaran. Pero Eve tenía un pequeño rayo de esperanza de no encontrarse esa noche con la feliz pareja. A ella todavía le costaba superar la traición. Edi, que se encontraba a su lado, se percató de la presencia de los dos, cogió la mano de su hermana y le dio un suave apretón para transmitirle ánimos. Eve agradeció el gesto de preocupación de su hermana pequeña, era joven, pero muy despierta y observadora para su edad.

Cerca de la medianoche, sonó el wong que anunciaba que la cena ya estaba lista para servirse. Dos lacayos acompañaron a los invitados al comedor. Al entrar en la estancia, Eve pudo ver que en la mesa estaban indicados los sitios que debía ocupar cada comensal. A Eve y Edi le tocó sentarse una frente a la otra. A Eve, a su derecha, le tocó sentarse con lord Wesley, mientras que a su izquierda debía sentarse lady Sttanford. Ya sentada, Eve echó una hojeada para saber en qué lugar estaba sentado Devon. Por fortuna para Eve, a él le había tocado sentarse al otro extremo de la mesa. A su derecha estaba sentada lady Katrina Sttanford, sobrina de la mujer que estaba sentada a su lado. A la izquierda de Devon, se encontraba sentada lady Meredith Owens. Eve siguió mirando con envidia cómo él iniciaba una charla con Katrina. Sin duda, la mujer era hermosa. A Eve le hubiera gustado estar en el lugar de la mujer y captar la atención del atractivo lord, el hombre que le robaba cada noche el sueño. También se percató de que Morton y Pamela les había tocado sentarse cerca de Devon.

Un lord enamorado

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