Читать книгу La Fantasma - Nuri Abramowicz - Страница 10

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CUATRO

Me di cuenta del aturdimiento mental que tenía cuando giré la llave de casa. Apenas puse un pie en el departamento, Bishú se me acercó ladrando y enredándose en mis piernas, me rogaba que la sacara a pasear. Ramiro en camisa, calzoncillos y medias hablaba por teléfono y me hacía señas para que lo esperara. En un mismo movimiento me saqué los zapatos, dejé el bolso con la computadora sobre el sofá y manoteé la botella de agua fría que había en el piso. Ramiro se apuró en terminar la conversación, me miró con una sonrisa inmensa, abrió los brazos y me contó que esa tarde en el estudio cerraron contrato con un cliente que estaban persiguiendo desde principio de año.

—¡Te felicito! —Lo abracé fuerte—. ¿Celebramos afuera o pedimos algo y hacemos cenita acá?

La verdad, no tenía ganas de ninguna de las dos cosas. Lo que más quería era comer un yogur mirando una serie. La sola idea de cambiarme para salir me mataba, pero hubiera sido el colmo pedirle que nos quedáramos y no saliéramos a festejar.

—Podemos ir al peruano o a comer unos tacos y tomar unas cervezas, ¿o preferís otra cosa?

—Ay, cosita, ya arreglé con los de la oficina…después celebramos en privado, total podemos festejar cualquier día, ¿no?

­­—Obvio.

Comprobé, sin alegría, que mi deseo de acostarme y mirar algo en la tele se había cumplido.

—¿Sacaste a la perra a la tarde?

—No tuve cuándo, Mumi. Sacala vos, ¿dale?

Ramiro me hablaba desde el baño mientras se lavaba los dientes y se ponía desodorante. Bishú me miraba con ojos de ruego y yo le pedía que tuviera paciencia, pero se ve que no me entendió porque fue a mear al lado de la heladera.

—¿Tenés algo de efectivo encima? Me quedé sin nada y me da fiaca ir hasta el banco.

—Agarrá lo que necesites.

Estaba agachada limpiando el charco, pero pude ver cómo sacaba los billetes grandes y me dejaba el cambio. Antes de irse me dio un beso rápido cerca de la boca y comprobé que también se había puesto perfume. Cerró la puerta fuerte y yo la miré a Bishú, que estaba más tranquila.

—¿Salimos?

Bishú se puso loca de contenta, yo me puse las ojotas, metí las llaves, algo de plata en la carterita y salimos juntas a ver la noche.

***

Con la luz de la mañana filtrándose a través de las maderas de la persiana, me desperté sintiendo el aliento del alcohol en la cara. Abrí los ojos y lo encontré a Ramiro durmiendo sobre el cubrecamas, vestido y con los zapatos puestos. Me levanté despacio, él se movió para el otro lado. Le saqué el calzado, lo tapé con la parte de cubrecamas que quedaba libre y salí de la habitación.

El sol ya iluminaba la mitad del living, otro día de calor. Abrí la ventana de la cocina y vino un potente olor a formol. Luisa, la peluquera del cuarto D, estaba haciendo un alisado definitivo. Mi casa es como la de mamá, nada de olor a pan o flores frescas, lo nuestro es a puro tóxico. Luisa está en litigio con los vecinos del cuarto, del quinto y algunos del tercero, todo por culpa del formol, aunque el del cuarto C también le endilga ruidos molestos. Los vecinos dicen que durante el verano están obligados a mantener las ventanas cerradas, y que aún así el olor entra por las rejillas del baño y de la cocina. Luisa los trata de exagerados, los efluvios del formol duran, como mucho, quince minutos, dice, y además es un edificio apto profesional y ella está trabajando. El consorcio le declaró una guerra que se libra en los espacios comunes y en batallas cotidianas que encarnan tanto propietarios como inquilinos: le cierran la puerta de entrada en la cara, no la saludan, si ven que ella va a tomar el ascensor se apuran a subir, e incluso han llegado a dejar bolsas de basura en la puerta de su departamento.

A mí Luisa me cae bien. Me gusta que cada dos meses cambie el color de pelo, me gustan los tatuajes elegantes que tiene en el brazo izquierdo y, además, me identifico con ella que trabaja en un medio ambiente que la desprecia. Hace poco me la crucé, venía cargada de bolsas de la verdulería. La esperé, la dejé pasar mientras sostenía la puerta y entramos juntas al ascensor, marqué su piso y le sonreí. A partir de ése momento, sin buscarlo, me gané su confianza y lealtad.

—Yo sé que es una bomba el formol, pero ¿qué querés qué haga? Al principio traté de vivir haciendo tatuajes, pero no llegaba a pagar el alquiler. A las clientas les encanta tener el pelo liso y disciplinado y a mí es lo que más plata me deja.

Asentí y noté que tenía unas pestañas larguísimas.

—Son postizas, se colocan una por una.

La peluquera me leyó la mente.

—Impresionante.

Luisa me sonrió y el ambiente se volvió más cálido.

—Cuando quieras date una vuelta, te hago una iluminación, te pongo pestañas o un shock de keratina. A tu mamá le hice uno el otro día y quedó bárbara.

Esto último me lo dijo mientras cerraba la puerta del ascensor y entraba a su departamento.

Después, cuando le pregunté a mamá si era cierto, me dijo que ya había ido dos veces a lo de Luisa y la había recomendado a muchas amigas y señoras del grupo de dieta.

—Las chicas quedaron fascinadas con tu vecina. Es excelente y cobra menos que la peluquería.

Quise saber por qué nunca me había dicho nada, si después de todo Luisa era mía, quiero decir, mí vecina, pero mamá me contestó que no tenía para qué contarme todo y dio por finalizado el tema.

Rellené una botella de agua y me senté frente a la computadora, asumiendo que había llegado el momento de ponerme a trabajar. Lo primero que hice fue buscar modelos de corte de pelo y color para, en algún momento, ir a lo de Luisa con algo en concreto. No vi nada que me convenciera y enfoqué en el trabajo.

Había cientos de páginas y portales de astrología que ofrecían hacerse la carta astral gratis, elegí una: Tufuturo.com. Me inscribí con el mail que uso cuando sé que van a llenarme la casilla de promociones que no me interesan. Recibí la interpretación de mi carta astral a nombre de Stella Maris Carter, mi alias desde que tengo ocho años. La interpretación no fue despiadada como la de Miseria, pero sí totalmente contradictoria: “La influencia de la luna te hace transitar ámbitos poco convencionales, sintiéndote libre de construir vínculos independientes y creativos. Tu sol hace que te identifiques con los valores tradicionales, aunque parezcan anticuados, pero eso no es un problema: tu carisma hará que todos te sigan. Eres una líder innata”.

Si hay algo que jamás tuve es carisma, y estoy a años luz de ser una líder innata. Pero claro, debe ser porque el horóscopo le habla a Stella Maris Carter y no a mí, aunque las dos nacimos el mismo día, a la misma hora. Todavía faltaba el remate: “Tu Ascendente sugiere un camino de servicio al prójimo. Siempre sensible, dejas de lado tu ego para un bien mayor”. Quien pretenda encontrar orientación en esta sarta de contradicciones seguro se pega un tiro.

Busqué quién era el astrólogo más seguido en la web y me sorprendió encontrarme a Lilith. Casi dos millones de seguidores. Espléndida, positiva, ágil y desenvuelta. Mucho entusiasmo al hablar, mucho entrenamiento en pilates y un brushing envidiable: más parecida a una actriz de comedia yanki que al estereotipo que yo tenía de lo que era una astróloga. El posteo tenía una placa color pastel: Saturno retrógrado: claves para saber qué sentir. Claro, pensé con ironía, quizás mi error siempre fue nunca saber qué sentir de antemano. Miré su informe hasta el final, sin retener una palabra de lo que decía. Lo que más me intrigaba era cuánto tiempo le dedicaba a lograr esos musculosos brazos, cuánto costó su sonrisa blanca que seguro brillaba en la oscuridad y, sobre todo, de dónde sacó esa seguridad personal. Su voz era femenina y al mismo tiempo fuerte y prescriptiva: “Saturno se puso retrógrado en Sagitario y está a punto de tocar a Marte, excelente momento para invocar al Self Control y realizar un work out intenso. Comienza de una vez por todas con tu rutina de running o musculatura que tanto has postergado. Saturno te da la chance de que concretes lo que te propusiste”.

Abajo en la pantalla aparecía la opción de suscribirse a su canal, pagando una módica cuota en dólares o su equivalente en moneda local y un link para tomar nota de las conferencias en distintos lugares de Latinoamérica. Además tiene su libro anual de predicciones según tránsitos planetarios, agendas astrológicas y una línea de accesorios con motivos zodiacales. La astróloga capitalista encontró la veta.

—¿Hay algo para desayunar?

Ramiro me miraba desde la puerta del baño.

Lo vi despeinado, vestido con la ropa de anoche y esa actitud de “soy lo que soy y estoy contento de serlo” y pensé que había llegado el momento de decirle que lo quería mucho pero necesitaba alguien que me quisiera más y que se tuviera mayor amor propio. No podía dejarlo pendiente. Era una oportunidad única, el momento justo de despedirnos en buenos términos.

—¿Querés que salgamos? A mí me vendría bárbaro, estoy muerta de hambre, creo que no como desde ayer al mediodía.

Fuimos a desayunar al bar de la esquina que tenía mesitas afuera. En el camino pasamos por una veterinaria y le compramos una golosina a Bishú, que se entretuvo comiéndola debajo de la mesa. Ramiro me contó del nuevo cliente, yo le conté de mi trabajo y los dos nos pusimos contentos por el otro. Se hizo el silencio que estaba esperando, había llegado el momento de plantearlo. Lo miré a los ojos, él me miró y me sonrió.

—Me querés decir algo, te conozco.

Ramiro me sonreía mirándome fijo.

Me di cuenta de que me transpiraban las manos y se me había secado la boca. Las despedidas nunca fueron mi fuerte.

—Quiero dejar los anticonceptivos. Estamos juntos hace tiempo, ya pasé los treinta, a vos te falta poco para los cuarenta, no tiene sentido seguir esperando. Tengamos un hijo.

No pensé lo que estaba diciendo, simplemente lo dije.

La Fantasma

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