Читать книгу La Fantasma - Nuri Abramowicz - Страница 8

DOS

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Mediados de noviembre y la ciudad ya es un horno, no quiero ni pensar lo que va a ser enero en Buenos Aires. Me bajé del colectivo en Ángel Gallardo y caminé hasta el bar que está en diagonal al monumento al Cid Campeador. Hay pocas esculturas en la ciudad y de las que hay, la mitad, por lo menos, deben ser de tipos montados a caballo. Guido ya estaba sentado cuando llegué. Se puso contento de verme.

—¿Qué tomás? ¿Café, gaseosa o qué?

Ahora, cuando lo pienso, más que contento diría que Guido estaba aliviado de tenerme ahí.

—Agua fría con limón. ¿No llegó el astrólogo?

Guido le hizo una seña al mozo mientras me miraba y negaba con un gesto. Alrededor había solamente otras dos mesas ocupadas. En una, un señor tomaba un café con leche mientras leía el diario, y en la otra, dos jubilados jugaban concentrados al dominó. Guido me miró y tuve la certeza de que quería preguntarme algo que no tenía nada que ver con el trabajo.

—¿Qué tal tu hijito?

Hablé primero para no darle lugar a que me preguntase nada.

—Bien, divino. Duerme, llora, le cambiamos los pañales… ¿qué otra cosa te puedo decir, no?

En ese momento se abrió la puerta del bar y la versión argentina de Iggy Pop entró y miró para todos lados buscándonos. Flaco hasta lo humanamente posible y sin embargo fibroso, pómulos marcados, ojos azules, jeans y musculosa ajustada, una cadena corta con un candado en el cuello y zapatillas. Saludó al tipo de la barra y se acercó a nuestra mesa. Guido y yo nos paramos para saludarlo, pero él nos hizo un pedido, antes de realizar cualquier otro gesto.

—¿Les jode si vamos arriba para que pueda fumarme un pucho?

Miseria ya estaba caminando hacia las escaleras. No escuchó los por supuesto y claro y vamos que le respondimos.

Puse un pie en la terraza y recibí una trompada de viento que hervía. No era un lugar que estuviera preparado para los clientes, pero se ve que a Miseria lo conocían. Había algunas sillas de plástico apiladas y una mesa de hierro despintada que decía Quilmes debajo de un techo de cañas. El astrólogo ya estaba sentado, fumando con las piernas cruzadas en dos vueltas. Estiró el paquete de cigarrillos, al cual le quedaban tres o cuatro, y nos ofreció.

—Muchas gracias.

Con semejante calor, Guido debe haber aceptado más por cordialidad que por ganas.

—No fumo, gracias.

Negué y sonreí cordial. Miseria dejó el paquete sobre la mesa. Guido me miró extrañado, saqué del bolso la computadora y la abrí. Miseria me clavaba los ojos sin reparos.

—¿Cuál es tu cóctel?

Aplastó su cigarrillo en un cenicero de lata plateado que decía Crotta en rojo sin dejar de mirarme.

—Nada, ya tomé una agua con limón.

Le sonreí otra vez; él me miró serio, sin decir nada.

—Sol, Luna y Ascendente te estoy preguntando. —Giró la cabeza y le habló a Guido—. El que pone la jeta en esto soy yo. Si me traés una idiota, no te pongo ni la punta.

Era evidente: yo no estaba preparada para Miseria.

—Bajemos un poco los decibeles. No empecemos así porque todo va a ser mucho más difícil. Amanda es de lo mejor y más responsable que conozco.

—¿Amanda?

El astrólogo lo miró incrédulo y luego me miró a mí.

—Amanda Kohen.

Me presenté con nombre y apellido, como si eso me diera más importancia.

—Me importa un carajo. Yo puse mis condiciones y hablé bien clarito con Aníbal. ¿No te dijo nada? Llamalo a Aníbal.

Sacó su celular del bolsillo del jean y empezó a buscar el número. Lo miré a Guido y amagué con levantarme, pero él me hizo un gesto y volví a sentarme.

—La reunión es entre nosotros, ¿qué es lo que te preocupa?

La mano de Guido se posó en el hombro de Miseria. Esa táctica ya se la había visto en otras oportunidades: buscaba contacto físico para calmarlo y contenerlo. Funcionó. Miseria dejó el teléfono sobre la mesa y mientras encendía otro cigarrillo su tono bajó. Un poco.

—¿Vos sabés quién soy yo? ¿Querés que me pare frente a la cámara y me ponga a decir las pelotudeces que dicen el tarado de Ofiuco o la otra, la yanki que no me acuerdo el nombre? Vas muerto conmigo.

En aquella terraza sofocante, todos interpretábamos una versión de nosotros mismos. Yo, con el vestido pegado al plástico de la silla, era testigo de cómo hablaban de mí como si no estuviera presente. Miseria caminaba nervioso, como si el calor fuera un dato de meteorología y no una verdad aplastante. Guido, en cambio, mantenía la serenidad, como si su interlocutor fuera alguien maduro y centrado.

Respiré hondo y sentí en todo mi cuerpo la certeza de que el verano sería la muerte.

—Miseria, estás acá. Amanda vino de lejos, yo dejé lo que estaba haciendo… ¿Querés cancelar todo? No tengo problema, soy empleado del canal, si no es con vos, habrá otro que quiera hacer el cierre de programación.

Miseria lo miró con odio, pero se sentó. Le dio una honda calada al cigarrillo, que se consumió casi hasta la mitad, y me hizo un gesto para que le pasara la computadora. Lo hice y él se puso al mando.

—Fecha, hora y lugar de nacimiento.

No me miraba, tenía la vista fija en la página que había abierto.

Ahora pienso que lo que siguió a continuación me lo gané por idiota. No se le da información personal a un desconocido. Pero en ese momento no sabía lo que hacía y le pasé los datos. Él se quedó un instante frente la pantalla, entornando los ojos.

Silencio.

Levantó la vista, me miró, hizo una mueca; no sé si fue de asco o era una sonrisa. Aplastó el cigarrillo en el cenicero y me miró de nuevo.

—No, no creo. Guido, busquemos a otra persona.

—¿Qué ves?

Para mí, la astrología, el espiritismo, el tarot y todo lo que se vende en los estantes de autoayuda y terapias alternativas eran respuestas mágicas para personas desorientadas y agobiadas con la realidad. Yo, no cabe dudas, estaba atravesando una especie de crisis existencial, de ahí el interés que tenía en lo que Miseria estaba viendo en ese gráfico.

—¿Es mi carta astral? —Lo miré de reojo entusiasmada e insistí—: ¿Qué ves?

Mi voz sonó despreocupada y ligera. Un tono que jamás volví a usar con él.

Me miró y se tiró para atrás contra el respaldo de la silla de plástico. Puso los ojos en la pantalla y no los levantó hasta que terminó de hablar.

—Sos lo menos. El cero y la nada. Una condena, un fantasma, humo. El grito, el vacío, el horror reprimido, almacenado y abandonado en el fondo del cuerpo. El cáncer dormido. Lo que se intuye pero se desestima. Lo que lastima. Lo negado, lo robado, lo muerto y enterrado, lo putrefacto, lo fermentado. La voluntad amordazada, suprimida, secuestrada, cautiva sin chances de ser rescatada. La sobra, una abandonada. Malamente domesticada, cumplís con lo que se espera que hagas y no hay nada más para dar. Te esfumás, no dejás nada. El olvido es tu presencia más fuerte, te aventaja y te espera en la línea de llegada. Hija no deseada, manoseada, manipulada, sometida. Madre vampira, soreta, ladrona, jodida, envenenada, viciosa, clandestina, tullida. Mentirosa, falsa, cagona, vaga, cobarde, incapaz, cómoda, autocomplaciente, carente de iniciativa, avestruz. En síntesis, una infeliz. Igual viste que esto es subjetivo, por ahí otro agarra tu carta y ve otra cosa…pero lo más probable es que nunca llegues a nada por tu cuenta y te muevas para siempre a la sombra de los demás.

Me devolvió la computadora empujándola con la mano. Guido tragó saliva, mudo. Yo clavé la vista en el Cid Campeador y hablé sin darme cuenta de lo que decía.

—Sí que tengo voluntad propia.

Miseria no me contestó; encendió otro cigarrillo mientras escribía un mensaje. Guido evitó mirarme y empezó a buscar algo en su celular. Yo percibía como se iba acumulando en mi garganta la necesidad de irme de ahí lo antes posible y la impotencia por sentir que estaba obligada a quedarme, dar una imagen profesional y hacer de cuenta que aquí no había pasado nada.

—Entonces, tal como hablamos, —Guido se esforzó por poner un manto de levedad al bajo astral en el que cayó la reunión—, la idea es que Miseria diga unas palabras sobre astrología, signos, esas cosas. Pero claro, con cierta estructura y una vuelta de rosca, porque astrólogos hay miles y apuntamos a diferenciarnos del resto.

De repente tenía frío y sentía la transpiración bañándome las axilas y la espalda. Seguro estaba enfermándome.

—¿Cuándo empezamos a grabar?

El astrólogo estaba impaciente por irse y yo por renunciar antes de empezar.

—En un mes tenemos aire, grabamos en quince. Amanda estaría bien que tuvieras los dos primeros signos para el miércoles o jueves, ¿podrás?

Guido me miraba preocupado, yo permanecí inmóvil. Miseria se puso de pie y me miró.

—¿Tenés mi dirección? Quiero leer lo que mandes antes que los productores.

—No te preocupes. Vas a tener una copia impresa y otra en tu correo, yo personalmente voy a encargarme de que sea así.

Guido podía dejar que Miseria me basureara, pero no iba a permitir que fuera él quien pusiera las condiciones de trabajo.

—Que demuestre que sirve y ahí nos fumamos uno todos juntos. Si me manda una boludez, entonces el que más negra la va a tener vas a ser vos: Aníbal se va a enterar que trajiste a una idiota para guionar.

Miseria sacó el atado de cigarrillos vacío, anotó su dirección de mail ahí y me la pasó.

—Si mandás mierda, recibís mierda. —Miseria me hablaba y yo no era capaz de mirarlo—. Adentro y afuera es lo mismo, ése es el ABC de los pelotudos que estudian astrología, deberías saberlo si querés el trabajo.

Se rió como si hubiera dicho algo gracioso.

—¿Y yo qué mierda hice para que me dijeras todo lo que me dijiste recién?

—Me pediste que te dijera qué veía en tu mapa natal. —El tono de Miseria era genuinamente casual y desapegado—. ¿Paga el canal, no?

Guido asintió. Miseria se puso de pie y luego de hacer un gesto parecido a un saludo empezó a bajar las escaleras.

La Fantasma

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