Читать книгу La Fantasma - Nuri Abramowicz - Страница 11

CINCO

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Ramiro me miró con esa sonrisa todo terreno que tantos beneficios le trae.

—Me parece bien. Vamos para adelante. Tengamos un bebé.

Así sentados uno frente a otro, con la perrita a nuestros pies y la decisión de tener un hijo flotando en el éter, parecíamos los protagonistas de un comercial de créditos hipotecarios: una joven pareja con el futuro por delante.

Después hicimos lo que casi todos los sábados, Ramiro se fue a pasar el fin de semana a Temperley con sus padres y yo subí al departamento. Mi celular estaba atestado de Miseria. Le mandé un mensaje, “Entre el martes y miércoles mando los dos primeros programas”.

No tenía la menor idea de por dónde encarar el trabajo. Me puse a escribir frenéticamente un documento atrás de otro. Todas eran fórmulas refritas sobre Aries y Tauro sin novedad ni gracia. Si seguía así iba a perder un trabajo que no quería pero necesitaba.

El teléfono volvió a sonar; Miseria insistía y yo tuve que contestar.

—¿No tenés nada, no? —Miseria me saludó con una certeza en formato de interrogación.

—No.

—No vas a poder, yo sabía.

—¿Llamaste para darme confianza?

—Llamé para decirte que si no podés, avises, hay por lo menos diez pibes que quieren escribir para mí.

—Esas sugerencias dáselas a Guido, que es el productor.

Me cortó sin decirme nada más. El agua hervía en la pava chifladora y, mientras pensaba que otra vez había olvidado retirar la pava eléctrica del service, empecé a visualizar un futuro sórdido en el que me veía golpeando las puertas de las productoras de realitys, pidiendo trabajo. Tenía altas chances de conseguirlo, porque a esta altura del año cerraban los contratos y necesitaban guionistas dispuestos a trabajar de noche. Era un trabajo monótono, en una atmósfera con olor a cables y a caspa. La salvación a la que nos sometíamos los que llegábamos al verano sin trabajo y sin dinero.

El teléfono volvió a sonar; contesté pero me quedé muda. Desconcertado ante el silencio, Guido habló primero.

—¿Amanda? Soy Guido.

—Hola.

—¿Cómo te va?

Silencio.

—¿Querés que nos veamos? ¿Podés hoy o estás ocupada?

Quedamos en vernos a las 18hs. Un horario descomprometido: tarde para trabajar, temprano para estar de trampa. Encontrarme con Guido era lo mejor que podía pasarme. Tenía que dejarle claro que estaba interesada en escribir para Miseria y, al mismo tiempo, era una oportunidad excelente para conseguir un aumento de sueldo. Y a modo de extra, encontrarme con él era lo más a mano que tenía para no sentir que había estado todo el fin de semana encerrada.

Bajé con Bishú a comprar un cigarrillo y fuimos hasta la plaza, en donde lo fumé mientras la miraba hostigar al salchicha de un divorciado.

Los divorciados tienen perros porque es la excusa para salir a la calle y sociabilizar con las dueñas o dueños de otros perros. Los casados tienen perro porque es la excusa para rajar un rato de la casa. Los chicos quieren un perro para liberarse de la atención de los padres. Los solteros heterosexuales prefieren no tener perros hasta estar en pareja. Los gays tienen talento natural para amar y ser amados por los perros. Yo amo a Bishú y no tengo talento para nada más. Quizás tenga talento para ser madre, se supone que todas las mujeres nacemos con ese talento. Tener hijos es lo más normal del mundo, lo natural. En cambio no tenerlos es, como mínimo, una desgracia.

Volviendo a casa me miré en el reflejo de la vidriera de la panadería: tenía la cara y el color de un pan de leche. Le toqué el timbre del portero eléctrico a Luisa y, como me dijo que estaba libre, subí tranquila. El departamento tenía un ambiente más que el mío y ella estaba con dos clientas.

—Paso en otro momento.

—Ni hablar. Ya estás acá, en una hora salís como nueva.

Luisa me llevó a la pileta, me mojó el pelo aunque le dije que estaba limpio y lo envolvió con una toalla. Listo: estaba atrapada, no podía irme. Me senté en un silloncito, saludé a la que estaba sentada con el gorro puesto y esa actitud de entrega y pasividad que tenemos cuando nos hacen color, y ella me sonrió simpática. Frente a un espejo, una chica de veintipico esperaba a que los químicos del alisado hicieran su trabajo. Me sumergí en la revista que tenía un dossier con 5 Test Para Re Descubrirte:

¿SOS MONÓGAMA O FIEL POR MANDATO? ¿SIEMPRE EN ROL DE VÍCTIMA? ¿NACISTE PARA JEFA O EMPLEADA? ¿TUVISTE ALGUNA VEZ UN ORGASMO O DE TANTO FINGIR TE LO CREÍSTE? ¿QUÉ PIENSAN LOS DEMÁS CUANDO TE CONOCEN?

Me decidí por el de la monogamia y empecé a anotar mis respuestas en el celular.

—En una pareja siempre hay alguien que quiere más y alguien que se deja querer. Bueno, yo soy la que quiere más. —La de la tintura hablaba sin inhibiciones—. Las mujeres somos así: nos enamoramos más que los hombres.

Luisa me dedicó una mirada fugaz, chequeando que siguiera sentada.

—Nada que ver. —La del formol le cebó un mate y se lo alcanzó. Quizás eran dos amigas que habían ido juntas a la peluquería—. Los hombres también se enamoran.

—No digo que no. Pero es más común que se calienten y se confundan pensando que es amor.

—Qué prejuicio viejo. Aparte, discúlpame, la que le mete los cuernos sin piedad a Darío sos vos, tía.

En todo este tiempo parecía que, fuera de mi pequeño mundo, los vínculos familiares habían cambiado más de lo que me imaginaba.

—A Darío lo amo, hago todo por él. Todo. Me mato. Llevo y traigo a los pibes al colegio, a los médicos, al club. Laburo, voy al gimnasio, me ocupo de que la heladera esté llena y de que a la noche haya comida lista, armo programa con amigos los fines de semana y le recuerdo que tiene que llamar a su vieja por lo menos una vez cada dos días. Lo mío no es meter los cuernos, es un recreo.

Luisa y la sobrina se rieron, yo dibujé una sonrisa, como para no quedar antipática.

—Esa es tu excusa para tener amantes. Por eso no pienso casarme nunca. Odio necesitar excusas.

—Sería mala gente si te dijera que estar casada es lo mejor que te puede pasar.

—Serías de esa gente que miente y se les nota. Como a la mayoría de la gente.

El comentario de la sobrina nos hizo reír a todas y decidí abandonar la revista.

—Chicas, paren un poco. No coman delante de los pobres. Se olvidaron de lo agotador que es tener citas espantosas.

Luisa terminaba de envolver el pelo en papel film. Trabajaba con precisión y delicadeza. ¿Cuántos años tenía? No tenía ganas de preguntárselo ahora. Éramos cuatro mujeres deslizándonos entre los veintipico y los cuarenta y pico.

—Pensar así es una trampa: si te la pasás recordando tus citas horrendas, vas a terminar conformándote con cualquier cosa, te lo digo yo que tengo récord en eso de salir con tipos que me piden que les jure que no le voy a contar a nadie que estuve con ellos.

—¿Y qué hacés?

Sin darme cuenta, ya había caído en el hechizo de la sobrina que hablaba con la seguridad que da estar surfeando la ola de la juventud. Yo ya había empezado a descubrir que después de cierta edad, las certezas empiezan a mostrar sus fisuras de manera irreversible. Ella me miró cómplice mientras levantaba el teléfono y me lo mostraba a través del espejo.

— Esta es la caja negra que guarda todas las pruebas.

—No te des tantos aires. —La tía le puso un freno—. No sos de las que después salen a chantajear. Guardá ese teléfono para sacarte fotitos con filtro y hacerte la viva por ahí.

—Yo estoy sola, me acuerdo de las citas fallidas y confío en que un día voy a encontrar a alguien.

Luisa habló con un optimismo melancólico que me hizo quererla más. Irradiaba esa combinación digna y honesta que tiene la gente que más me gusta.

—Sos una romántica, Luisa. Te merecés lo mejor.

La sobrina le hizo un guiño y Luisa le devolvió una mirada enigmática.

—Vení, vamos al lado de la ventana que te paso el secador.

Cuando el secador empezó a trabajar sobre el pelo cargado de formol, todas cerramos los ojos porque el vapor que salía nos ardía fuerte. No había dudas de que era insalubre, lo curioso era someterse a eso por voluntad propia.

—Ya está. Acordate de no lavarlo, mínimo, durante las próximas 48 horas.

La sobrina asintió y se sentó al lado mío. Quise saber si estaba segura de que la absorción de químicos no le haría daño al organismo, pero Luisa me hizo una seña para que fuera a ocupar la silla que estaba libre. Cuando me senté y la miré a través del espejo me devolvió una sonrisa profesional, esperando que le dijera qué quería que me hiciera. Yo tenía una foto del corte que había elegido en el celular, a lo mejor también le pediría que le diera un toque de color a algunos mechones, unos reflejos discretos.

—¿Tenés o no tenés ganas de estar de novia?

En vez de mirarla a ella, me miré a mí cuando hice la pregunta. Sin embargo, Luisa me contestó con cuidado, pensando la respuesta.

—No sé. Tuve uno cuando era más chica, antes de venir a Buenos Aires. La verdad es que estoy bien conmigo, a veces mejor, otras peor, pero básicamente me gusto. Pasar un par de noches con alguien más o menos puede ser, pero para novio… —Luisa estudiaba minuciosamente mi pelo, separándolo en mechones y levantó la mirada hasta clavarla en la mía—. Tenés las puntas re secas ¿Qué querés?

—Que me cambies un poco la cabeza.

La Fantasma

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