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PRELUDIO

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¿Cuáles son las herramientas teóricas y metodológicas de las que se vale el historiador para indagar en el pasado? ¿Acaso no supone una teoría de la historia, es decir, que le permite interrogarse en torno a la naturaleza del conocimiento histórico, del objeto de sus tribulaciones y sus cavilaciones, de la historia misma, de su condición de ciencia, disciplina o arte, y, por añadidura, de su orden ficción o realidad, de su categoría como relato y narración que organiza para hacer inteligible su materia? ¿La historia y la historiografía constituyen explicaciones o interpretaciones? ¿Son ambas cosas a la vez? ¿Acaso el historiador no parte de una idea de sociedad en que vive y lo interroga? ¿No trasluce una idea de sí mismo y de su lugar social e individual en relación con la comunidad académica a la que se adscribe o intenta adscribirse? ¿Cuál es el peso de una y otra en su concepción y en la organización y el orden del pasado? Antes que todo quisiera apuntar una verdad de Perogrullo pero que sitúa la naturaleza y la complejidad de la construcción del conocimiento histórico. La finalidad de la historia es reconstruir el pasado, es decir, su objeto de estudio es el pasado o, para ser más preciso, es el estudio de las acciones humanas en el tiempo las cuales se despliegan en lugares, en territorios, en espacios específicos. En esta tesitura, historia es pasado, pero no todo pasado es historia. Vale aclarar que todo pasado puede ser de interés de la historia o más precisamente del estudioso que se interesa por él. Pero, para serlo es necesaria la labor de “hacerla”, de escribirla, de narrarla; para ello es imprescindible inquirir en él, de interrogarlo. El pasado se hace historia porque acerca de este se hacen preguntas, de tal modo que la historia se elabora, se “fabrica” con interrogantes o, en otras palabras, con problemas de investigación porque sin ellos no hay historia posible, sino sólo pasado como un continuum fluir de múltiples actos e ideas inconexas entre sí y por añadidura ininteligibles para los hombres y las mujeres que, desde el presente, “miran” pero que no atisban en aquel su influencia y sus huellas, no se reconocen en él. A este respecto, cito de memoria un aforismo de Federico Nietzsche: “sólo comprendemos aquellas preguntas que podemos responder” y con el único afán de ilustrar la labor de la historia y de la historiografía o, al menos una postura frente a ambas, pero que creo podría compartirse plenamente, podía parafrasearse de la siguiente manera: “sólo comprendemos el pasado en razón de las preguntas que nos podemos hacer”.

Desde esta perspectiva, la historia es una disciplina científica de tal modo que la historia comparte con todas las ciencias la búsqueda de la “verdad”. En efecto, para el conocimiento científico es un compromiso, no hablo de obligación ni de exigencia moral, sino del sentido y del significado de verdad pero que, en el caso de la historia, es ineludible sostener ante cualquier circunstancia. De nueva cuenta recupero a Nietzsche porque permite dilucidar con mayor claridad y exactitud lo que quiero sostener, a saber: “Nada es más necesario que la verdad y, con relación a ella, todo lo demás no tiene más que un valor de segundo orden”. Por las implicaciones que tiene para los hombres y las mujeres del pasado que nos han heredado en forma de pensamiento y acción este principio tal vez constituye “el ser y el hacer” de la historia.

Una vez expresadas estas reflexiones, que podrían enmarcarse dentro de la teoría de la historia, de inmediato tengo que establecer una diferencia que es propia del objeto de estudio de la historia y de la “esencia” de esa “verdad”. La “verdad histórica” no está ahí, no se descubre, no se revela; esta no se reconstruye, no se aprehende de una vez y para siempre, se “hace” por medio de un conjunto respuestas que no pueden ser sino provisionales en tanto que pueden resultar poco convincentes o incompletas o, para utilizar una expresión propia de las ciencias duras y de algunas disciplinas que con frecuencia utilizan métodos cuantitativos, son hipótesis que, como todas respuestas preliminares, tienen que ser sometidas a revisión para mostrar su capacidad de comprensión, que sirven para enriquecer nuestra mirada del pasado, lo que, como toda ciencia, conlleva una acumulación de conocimiento y de saberes.

De este modo, dichas respuestas hacen ostensible la necesidad de formular nuevas preguntas las cuales no surgen necesariamente de los las limitaciones y alcances del conocimiento histórico y de la historia sino de las aportaciones y los avances en otros campos de conocimiento del mundo físico o material y del mundo social, de las tribulaciones que enfrentan y que se plantean las sociedades, los grupos o los individuos lo que nos posibilita una idea más completa y compleja del pasado. A estas alturas conviene subrayar que esta situación no es una característica exclusiva de la historia; también aquellas ciencias o disciplinas que han alcanzado un grado de mayor desarrollo de sus corpus teóricos y metodológicos, como pueden ser la física, las matemáticas o la biología.

No obstante, el conocimiento histórico por su propia naturaleza está comprometido con la necesidad de formular nuevas preguntas en la misma medida en que los hallazgos, los saberes que produce son aproximaciones al y del pasado, lo que obliga a continuo retorno porque su sustento no reside en la reproducibilidad de los sucesos y de los procesos ni en la experimentación de los hechos, sino en su capacidad de hacer más completa nuestra idea del pasado y, por añadidura del presente. Su afán científico, acaso su estatuto de cientificidad, está en ofrecer una “cierta” imagen del pasado mediante la comprensión, explicación y la interpretación del porqué, cómo, quién y donde se suscitaron las acciones humanas. Su rigor radica en un conjunto de procedimientos teóricos y metodológicos que dan cuenta de su veracidad y plausibilidad, así como de su producto más acabado, los discursos y las narraciones, la producción historiográfica.

Esto no significa que la verdad histórica, la historia misma, sea la suma de verdades. Para retomar una idea Michel Foucault, el saber histórico es en realidad una arqueología en el sentido en que los estratos, los hallazgos historiográficos se sedimentan y se asientan uno sobre otro hasta configurar un edificio complejo y completo que configura la historiografía. Pero esto no es más que el inicio de la tarea de la historia y del historiador. Es la labor que Michel de Certeau define como “operación historiográfica”. Así, uno de los principales problemas que tiene que enfrentar quien se interesa por el pasado es definir y delimitar qué de ese pasado que en un primer momento se presenta como un todo indiferenciado y caótico. Creo que esta es una de las claves o “secretos” de quien se interesa por el estudio del pasado; aquí empieza el arduo trabajo de quien se interesa por él y que necesita ser ordenado mediante el trabajo historiográfico esto es en ordenarlo en un cuadro de relaciones, actores, instituciones y procesos que el historiador organiza, comprende, explica e interpreta todo lo cual se materializa en un relato o narración histórica, es decir, en transformar el pasado en historia en tanto disciplina científica con sus conceptos, métodos y fuentes que el historiador tiene a su disposición. En este sentido, creo que toda historia es historia contemporánea porque el interés por el pasado se origina en las tribulaciones y preocupaciones del presente. En resumen, mientras más cerca estamos de los problemas del presente, mientras más somos contemporáneos de nuestros mismos, más y mejor nos aproximamos al pasado porque estamos obligados a comprenderlos mejor.

El interés por un fragmento del pasado o de todo el pasado nace, sí, de la institución histórica la cual define una agenda de investigación legítima y legitimada por una comunidad académica que decide y que convalida determinados temas y problemas históricos que merecen ser investigados. Asimismo, esa comunidad delimita el tipo y la calidad de las fuentes a las que el historiador o el especialista tienen que recurrir para rehacer y repensar el pasado y convertirlo en historia y en historiografía. Así, la pertenencia a una comunidad de especialistas está determinado por el dominio de un lenguaje y de unas prácticas disciplinares. No obstante, debemos admitir que existe un cierto grado de autonomía del individuo para decidir cómo formular las preguntas desde el presente o, para ser más precisos, desde su presente. De esta manera el individuo que hace del estudio del pasado su profesión, que práctica la historia y que en la medida en que la ejercita se hace historiador, tal y como un artesano hace de su materia prima un largo proceso de reelaboración, de concienzuda reflexión sobre las razones, el sentido o sinsentido de las acciones y de las creaciones humanas, no puede sino estar íntimamente vinculado a su tiempo y a su espacio, a su vida cotidiana. En resumen, considero que la historia es profundamente entretejida con una concepción del mundo por lo que la historia y la historiografía no pueden ser sino profundamente humanas. Desde luego, esto conlleva un modo de concebirla, definirla y ejercerla y admite que su cultivo implica hacer de ella un estilo de vida en la que el pasado tiene sentido para dilucidar el presente, lo que con frecuencia se olvida.

El pensamiento histórico no debe descartar, desdeñar o negar otras formas de conocimiento sino incorporarlas y más aún fomentar los intercambios con, por ejemplo, la literatura, el arte, la poesía, el periodismo o la fotografía no sólo porque registran y dan testimonio de actividades humanas que podrían pasar desapercibidas tanto al pensamiento como a nuestra experiencia históricas y, todavía más, porque estas ramas del saber son también producto humano; tampoco se deben excluir otros modos de comprender y de relacionarse con la sociedad y con la naturaleza acaso porque constituyen la parte más íntima y menos revelada de la “naturaleza humana”: lo inconsciente, lo subjetivo, lo irracional o, en términos más generales, las mentalidades. A propósito de esta dimensión de lo humano, Carl Gustav Jung ha afirmado que “El inconsciente es la historia de la humanidad desde los tiempos inmemoriales”. Así, podemos afirmar que esas formas de conocer y estar en el mundo también tienen una racionalidad que organiza y orienta las acciones humanas. Asimismo, modo como no incorporar las aportaciones que han hecho los estudios culturales y los estudios poscoloniales para “leer” y acercarnos al pasado no para imponernos sobre este sino para poseer herramientas mentales y modelos de pensamiento que nos permitan una mejor y más completa comprensión del pasado.

De ese modo puede hacerse visible a otros seres con sus lenguajes escritos, orales, gestuales, con sus tradiciones, usos, costumbres, identidades, ofreciéndonos nuevas posibilidades para interrogar al pasado e interrogarnos de nosotros mismos acerca del significado de las culturas, géneros, razas, sobre todo de los grupos subalternos como mujeres, niños, ancianos, entre otros, así como referirnos a ámbitos de la producción material y cultural que están ahí inmóviles y sin vida pero que, sin embargo, son parte del concierto del pasado y del presente y que han sido excluidos o marginados del quehacer histórico. Y aquí me refiero únicamente a las disciplinas sociales y humanísticas, pero de igual modo puede decirse de las relaciones entre la historia y las ciencias naturales y las ciencias exactas y esto sea aún más conveniente cuando se ha puesto en entredicho la idea de ciencia y de sus resultados por corrientes de pensamiento vinculadas al posmodernismo.

Aquí afirmo que es necesario pensar el mundo de otro modo y para esto hay que entrenarnos, formarnos en un pensamiento que tenga como referencia permanente los nexos entre el presente y el pasado, en estar conscientes de las múltiples relaciones del mundo social y del mundo natural lo cual demanda de una manera de concebir y construir el conocimiento que reconozca que el conocimiento no se propone simplificar nuestro estudio de la realidad sino examinarla a partir su complejidad aunque no siempre sea posible alcanzarla. En este sentido estimo fundamental que el interesado en la historia debe pensar y experimentar en primer lugar varias formas de acercarse al pasado lo que puede hacerse por medio de ejercicio en las sub disciplinas derivadas de la misma especialización de los estudios históricos: desde la historia política, la historia social, historia cultural, historia de la cultura material, la historia visual, la historia del cuerpo, historia oral, historia de los sentimientos, hasta las nuevas formas de practicar la biografía y la narrativa porque cada una de ellas establece relaciones con campos y disciplinas del saber que facilitan una más compleja comprensión del pasado y del presente. Creo que sólo así es posible tener una nueva visión de la historia y de sus relaciones con las ciencias, en particular con las ciencias sociales y las humanidades, así como de la selección de los géneros narrativos hoy en boga. De hecho, no podemos negar que gran parte del giro historiográfico al que hemos asistido en las últimas décadas ha sido posible por los efectos que tuvieron el giro epistemológico y lingüístico que insistió en la complejidad de la realidad, en la importancia de las representaciones y de la vuelta al sujeto como objeto de estudio.

Aquí reside una de las tareas elementales y el gran desafío para la historia como disciplina y del historiador como profesional: contribuir con sus herramientas teóricas, metodológicas y técnicas de análisis e interpretación de sus fuentes y contribuir a la formación de una mente y de una práctica científica y cotidiana distinta y por añadidura a una comprensión “compleja” del pasado y del presente. Con mayor precisión, agudeza y elegancia, Polibio advierte el sentido de la “verdad histórica” y de la construcción del conocimiento histórico: “Es natural que el hombre ame a su país y a sus amigos y odie a los enemigos de ambos. Pero al escribir la Historia debe prescindir de tales sentimientos y estar dispuesto a alabar a los enemigos que lo merezcan y a censurar a los amigos más queridos y más íntimos”.

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