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1. EL MEJOR DE LOS CAMINOS

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Dijo el Buda:

«Estar libre de pasiones y tranquilo es el mejor de los caminos.

»A quienes dejan a sus padres, abandonan el hogar, entienden la mente, alcanzan la fuente y comprenden lo inmaterial se les llama shramanas.

»A quienes observan los preceptos de moralidad, son de comportamiento puro e intachable y se esfuerzan por realizar los frutos de la santidad se les llama arhatas.

»Después está el anagamin. Al final de esta vida, el espíritu del anagamin asciende al cielo y realiza la arhatidad.

»Después está el skridagamin. El skridagamin asciende al cielo (tras su muerte), regresa una vez más a la tierra y luego realiza la arhatidad.

»Después está el srotapanna. El srotapanna muere siete veces y renace también siete veces, para luego realizar finalmente la arhatidad.

»Cercenar las pasiones significa que, al igual que ocurre con los miembros cercenados, éstas nunca vuelven a utilizarse.»

El Buda Gautama es como Gourishankar, el pico más alto del Himalaya. Es uno de los seres más puros, una de las almas más virginales, un raro fenómeno en esta tierra. Su singularidad consiste en que el Buda es un científico del mundo interior, un científico de la religiosidad. Se trata de una rara combinación. Ser religioso es sencillo, y también ser científico, pero combinar, sintetizar ambas polaridades, es increíble. Lo es, pero sucedió.

El Buda es el ser humano más rico que nunca ha vivido; rico en el sentido de que en él se ven colmadas todas las dimensiones de la vida. No es unidimensional.

Hay tres maneras de acercarse a la verdad. Una es a través del poder, otra a través de la belleza, y la tercera es la de la grandeza.

El enfoque científico es la búsqueda del poder; por eso lord Bacon dijo aquello de «saber es poder». La ciencia ha convertido al ser humano en alguien muy poderoso, tanto, que puede destruir todo el planeta. Por primera vez en la historia de la conciencia, el ser humano es capaz de llevar a cabo un suicidio global, colectivo. La ciencia ha liberado un poder tremendo. La ciencia no deja de buscar más y más poder. Ése también es un enfoque y una búsqueda de la verdad, pero parcial.

Luego están los poetas, los místicos, y la gente con sentido estético. Buscan la verdad como belleza, como en el caso de Jalaludín Rumí y Rabindranath Tagore, entre otros, que creen que la belleza es verdad. Crean arte, y crean nuevas fuentes de belleza en el mundo. El pintor, el poeta, el bailarín y el músico también se acercan a la verdad, pero desde una dimensión totalmente distinta a la del poder.

El poeta no es como el científico. El científico trabaja con análisis, con la razón, mediante la observación. El poeta funciona a través del corazón, la confianza y el amor, es decir, a través de lo irracional. No tiene nada que ver con la mente y la razón.

La mayoría de las personas religiosas pertenecen a la segunda dimensión. Los sufíes, los baules,1 pertenecen al enfoque estético. De ahí que gentes religiosas creasen tan bellas mezquitas, iglesias, catedrales, y templos, como en Ajanta y Ellora. Allí donde predomina la actividad religiosa se crea arte, música y pintura, y el mundo se torna un poco más hermoso. No se vuelve más poderoso, sino más hermoso, más bello, más vivible.

El tercer enfoque es el de la grandeza. Los antiguos profetas de la Biblia –Moisés, Abraham; Mahoma, el profeta del islam; Krishna y Rama en el hinduismo– utilizan la dimensión de la grandeza, el sobrecogimiento que se experimenta a observar la vastedad del universo. Las Upanishads, los Vedas, se acercan al mundo de la verdad a través de la grandeza. Están repletos de maravillas. El universo es tan increíble, tan majestuoso, que uno sólo puede inclinarse ante él, pues nada más es posible. Uno se siente humilde, reducido a nada.

Ésas son las tres dimensiones normalmente disponibles para acercarse a la verdad. La primera dimensión crea al científico, la segunda al artista, y la tercera a los profetas. La excepcionalidad del Buda consiste en que su enfoque es una síntesis de los otros tres, y no sólo una síntesis, sino que va más allá de los tres mencionados.

El Buda es un racionalista. No es como Jesús, ni como Krishna. Es un racionalista absoluto. Einstein, Newton o Edison no hallarían ningún error en su razonamiento. Cualquier científico quedaría de inmediato convencido de su verdad. Su enfoque es puramente lógico, convence a la mente. No hay lagunas.

Alguien me ha enviado una bonita anécdota acerca de un famoso actor y ateo, W.C. Fields. Realizaba una gira por Estados Unidos. Un día, su agente entró en su habitación del hotel y se sorprendió al verle leyendo un ejemplar de la Biblia que suele haber en la mesilla.

–¡Bill! –dijo– ¿Qué diablos estás haciendo? Creí que eras ateo.

–Estoy buscando lagunas –replicó Fields–; sólo busco fallos.

Pero en el Buda no hay lagunas. Sí, en Jesús pueden hallarse, muchas, porque Jesús cree, confía, tiene fe. Es como un niño. En él no hay argumentos. La prueba existe, pero no hay argumentos que la apoyen. Su prueba es todo su ser.

Pero no ocurre eso con el Buda. Puede que no comulguéis con su corazón, que no creáis en lo que dice, puede que no veáis la prueba que él mismo es, pero tendréis que escuchar sus argumentos. Cuenta tanto con la prueba como con el argumento. Él mismo es la prueba de lo que está diciendo, pero eso no es todo. Si no estáis dispuestos a considerarlo una prueba, entonces puede convenceros, porque es un racionalista.

Incluso alguien como Bertrand Russell, que era ateo, puramente lógico, dijo: «Puedo luchar con Jesús, pero con el Buda empiezo a sentir dudas». Escribió un libro, Por qué no soy cristiano, que fue una obra muy importante y polémica. Los cristianos todavía han de dar una contestación, y mientras no lo hagan, esos argumentos seguirán ahí. Pero frente al Buda de repente duda, no se siente tan seguro, porque el Buda puede convencerle en su propio terreno. El Buda es tan analítico como Bertrand Russell.

Para ser convencido por el Buda no es necesario ser una persona religiosa, y ésa es su peculiaridad. No es necesario creer. No hace falta creer en Dios, ni en el alma, ni en nada… Pero, no obstante, se puede seguir con el Buda, y poco a poco se llega a saber también sobre el alma y la divinidad, pero ya no serán meras hipótesis.

Para viajar con el Buda no hace falta creencia alguna. Se puede llegar hasta él con todo el escepticismo del mundo, pues te aceptará y dará la bienvenida: «Ven conmigo». Primero convence a tu mente, y una vez que ésta está convencida y empiezas a viajar con él, poco a poco empiezas a darte cuenta de que tiene un mensaje que está más allá de la mente, un mensaje que la razón no puede confinar. Pero primero convence tu razón.

El enfoque del Buda es suprarracional, pero no está contra la razón. Esto ha de quedar muy claro desde el principio. Tiene que ver con más allá, con suprarracional, pero que no está contra la razón, sino que sintoniza con ella. Lo racional y lo suprarracional son una continuidad ininterrumpida; ésa es la singularidad del Buda.

Krishna le dijo a Arjuna: «Entrégate a mí». El Buda nunca lo dice, sino que te convence para que te entregues. Krishna dice: «Entrégate a mí y luego te convencerás». El Buda dice: «Convéncete primero, y luego la entrega llega como una sombra. No debes preocuparte por ello, ni hablar de ello».

A causa de su enfoque racional nunca plantea un concepto que no pueda demostrarse. Nunca habla de Dios. H.G. Wells dijo acerca del Buda: «Es el hombre más santo y más impío que ha existido en la historia de la humanidad». Sí, así es… el más santo y más impío. No puede hallarse una persona más santa que el Buda. Cualquier otra personalidad se eclipsa ante él. Su luminosidad es espléndida, su ser no tiene comparación, pero no habla de Dios.

Como nunca habló de Dios, mucha gente cree que el Buda es un ateo, pero no es así. No habló de Dios porque no hay modo de hablar de Dios. Toda conversación sobre Dios es una tontería. Todo lo que podáis decir sobre Dios será falso. Es algo que no puede pronunciarse. Hay otros visionarios que afirman que nada puede decirse de Dios, pero lo dicen, dicen que no puede decirse nada. Pero el Buda es totalmente lógico, y ni siquiera dice eso, porque lo que dice es: «Incluso al decir que sobre Dios no puede decirse nada, ya estás diciendo algo. Si dices: “Dios no puede ser definido” ya le estás definiendo de modo negativo, que no puede definirse. Si dices: “No puede decirse nada” también estás afirmando algo». El Buda es estrictamente lógico. No pronunciará ni palabra.

Ludwig Wittgenstein, uno de los más importantes pensadores de su época, y también de todos los tiempos, dijo: «De lo que no se puede hablar, mejor es callarse. Y sobre lo que no puede ser dicho, uno debe guardar silencio». Porque decir algo sobre algo que es inefable es un sacrilegio.

El Buda no es un ateo, pero nunca habla de Dios. Por eso digo que es una rareza. Lleva a mucha gente a la santidad… ha llevado a más gente que cualquier otro. Millones de personas se santificaron en su presencia, pero nunca pronunció la palabra. No sólo de Dios, sino ni siquiera del alma, del yo… Tiene una teoría al respecto. Se limita a decir: «Puedo mostrarte el camino para ir. Vas y lo miras». Dice: «Los budas sólo pueden indicar el camino, no pueden proporcionarte una filosofía. Eres tú el que estás ahí, así que entra y mira».

Un hombre fue a ver al Buda. Era un gran erudito, una especie de profesor, que había escrito muchos libros, y famoso en todo el país. Se llamaba Maulingaputta. Le dijo al Buda:

–He venido con una docena de preguntas y debéis proporcionarme la respuesta.

Dijo el Buda:

–Yo responderé, pero tú deberás cumplir un requisito. Durante un año permanecerás conmigo en absoluto silencio, y luego responderé, pero no antes. Podría contestar ahora, pero no recibirías las respuestas porque no estás preparado. Todo aquello que pudiera decir sería mal interpretado porque albergas demasiadas interpretaciones en la mente. Todo aquello que pudiera decir pasará por tu mente. Durante un año permanece en silencio, de manera que puedas abandonar el conocimiento. Cuando estés vacío te responderé a todo lo que quieras preguntar, te lo prometo.

Mientras el Buda así habló, otro de sus discípulos, Sariputta, empezó a reírse como un loco. Maulingaputta debió sentirse confundido, así que preguntó:

–¿Qué ocurre? ¿De qué os reís?

Sariputta dijo:

–No me río de ti, sino de mí mismo. Este hombre también me engañó a mí. Llegué con muchas preguntas y me dijo: “Espera durante un año”, y esperé. Y un año ha pasado. Ahora me río porque en este momento han desaparecido todas aquellas preguntas. Y él no deja de pedirme: “¡A ver, hazme esas preguntas!”. Pero yo ya no puedo hacérselas porque han desaparecido. Así que Maulingaputta, si de verdad quieres respuestas para tus preguntas, ¡házselas ahora! No esperes un año. Este hombre es un embaucador.

El Buda dio entrada a muchas personas, a millones, al mundo interior, pero de una manera muy racional. Se trata de un sistema muy sencillo: primero has de convertirte en un receptor, primero debes realizar el silencio; y luego la comunión se torna posible, pero no antes.

El Buda nunca solía responder a preguntas metafísicas. Siempre tenía a punto una respuesta a cualquier pregunta sobre método, pero nunca estuvo dispuesto a responder preguntas sobre metafísica. Ése es su enfoque científico. La ciencia cree en el método. La ciencia nunca contesta al “por qué”, sino que siempre responde al “cómo”.

Si le preguntas a un científico: «¿Por qué existe el mundo?», te dirá: «No lo sé. Pero puedo decirte cómo existe». Si le preguntas: «¿Por qué hay agua?», no podrá responder; se encogerá de hombros. Pero puede decir cómo está el agua; cuánto oxígeno y cuánto hidrógeno hace falta para que el agua “suceda”. Puede ofrecerte el método, el “cómo”, el mecanismo. Puede mostrarte cómo hacer agua, pero no por qué.

El Buda nunca contesta a ninguna pregunta de “por qué”, pero eso no significa que sea ateo. Su enfoque es muy distinto al de otros ateos. Los teístas te exigen creer, tener fe, confiar. El Buda dice: «¿Cómo puede uno creer? Estás preguntando lo imposible».

Escucha este argumento. Está diciendo que cómo puede alguien creer si está dubitativo. ¿Cómo puede creer si la duda ya se ha manifestado? Puede reprimir la duda, puede reforzar la creencia, pero en lo más profundo estará la duda, como un gusano, al acecho y royéndole el corazón. Tarde o temprano la creencia se vendrá abajo, porque es infundada, carece de base. En la base está la duda, y sobre esa base habrás levantado toda la estructura de tu creencia.

¿Lo has observado? Siempre que se cree, la duda acecha en lo más profundo. ¿Qué tipo de creencia es ésa?

El Buda dice que si no hay duda entonces no tiene sentido creer. Porque entonces uno sabe. No es necesario ningún Krishna que diga: «Entrégate y luego creerás». No hace ninguna falta. Si Arjuna tuviese fe, la tendría; si no la tiene, entonces no hay modo de crearla. Como mucho, Arjuna podrá jugar a hacer creer, a pretender que cree. Pero la creencia no puede imponerse.

Para aquéllos cuya fe es natural, espontánea, no es una cuestión de fe, porque simplemente creen. Ni siquiera saben lo que es creer. Los niños simplemente creen. Pero una vez que la duda penetra, creer se torna imposible. Y la duda ha de entrar, pues es parte del proceso de crecimiento.

La duda nos hace maduros. Sigues siendo infantil hasta que la duda penetra en tu alma. A menos que el fuego de la duda empiece a quemarte, seguirás siendo inmaduro; no sabrás qué es la vida. Sólo empiezas a saber qué es la vida al dudar, al tornarte escéptico, al tener preguntas.

El Buda dice que la fe llega, pero no en contra de la duda, y no como una creencia. La fe llega destruyendo la duda con argumentos, destruyendo la duda con más duda, eliminando la duda mediante la propia duda. Un veneno sólo puede ser destruido mediante otro veneno, y ése es el método del Buda. No habla de creer. Dice que hay que profundizar en la duda, llegar hasta el fondo, sin miedo; no hay que reprimirla. Hay que recorrer todo el camino de la duda, hasta el final, y ese mismo periplo te llevará más allá. Porque llega un momento en que la duda empieza a dudar de sí misma. Ésa es la duda esencial, cuando la duda duda de sí misma. Ese momento ha de producirse si se llega hasta el fondo. Primero se duda de la creencia, se duda de eso y de lo otro. Y un día, cuando ya se ha dudado de todo, de repente surge una duda nueva y esencial: empiezas a dudar de la duda.

Eso es algo totalmente nuevo en el mundo de la religiosidad. La duda mata a la duda, la duda destruye a la duda, y se obtiene la fe. Esta fe no está contra la duda, sino más allá. Esta fe no se opone a la duda, sino que es la ausencia de duda.

El Buda dice que has de volver a ser niño, pero el camino ha de pasar por el mundo, cruzar muchas junglas de dudas, argumentos, y raciocinios. Y cuando una persona regresa a casa, realiza su duda original, que es del todo distinta. No es que sea un niño, sino un hombre… maduro, experimentado y, no obstante, infantil.

Este sutra, el Sutra de cuarenta y dos secciones, nunca existió en la India. Nunca existió en sánscrito o en pali, sino sólo en chino.

Cierto emperador Ming de la dinastía Han, en 67 d.C., invitó a unos cuantos maestros budistas a ir a China para llevar el mensaje del Buda. Nadie sabe los nombres de dichos maestros, pero un grupo de ellos fue a China. El emperador quería que se recopilase una pequeña antología de escritos budistas como primera presentación para el pueblo chino.

Las escrituras budistas son muy extensas, y la literatura budista es un mundo en sí misma, pues existen miles de escrituras, que estudian detenidamente todos los detalles, porque el Buda cree en el análisis lógico. Llega a la raíz de todas las cosas. Su análisis es profundo y perfecto, y por ello profundiza mucho en los detalles. Así pues, se trataba de una tarea difícil. ¿Qué podría traducirse en un país totalmente nuevo donde nunca había existido nada parecido al Buda? Por ello estos maestros budistas compusieron una pequeña antología de cuarenta y dos secciones. Recopilaron dichos de aquí y allá, de esta escritura y de aquélla, de este sermón y del otro.

Este libro fue recopilado al estilo de las Analectas confucianas porque debía presentarse a un país confuciano, a gentes que estaban muy familiarizadas con la forma de expresarse de Confucio, con el modo en que se recopilaron las escrituras confucianas. La gente estaba familiarizada con Confucio, así que los maestros budistas compusieron este sutra siguiendo ese modelo. Las Analectas de Confucio empiezan cada frase, cada párrafo, con la frase: «Dijo el maestro…». Este sutra empieza de modo parecido, y cada dicho empieza con: «Dijo el Buda…».

A principios del siglo xx los eruditos solían creer que el original debía haber existido en sánscrito o pali, y que debió desaparecer o perderse, y que este sutra en chino era una traducción. Pero estaban equivocados. Este sutra nunca existió en la India. Y de hecho, nunca existió. Sí, desde luego, todos los dichos que aparecen son del Buda, pero la obra en sí es nueva, se trata de una antología nueva. Es algo que hay que tener en cuenta y no olvidarlo.

Y eso es lo que lo convierte en una introducción básica tan buena al mundo del Buda. Es muy simple; lo contiene todo de un modo muy simple. Es muy directo. Es, en esencia, todo el mensaje del Buda, pero muy conciso y, a diferencia de otras escrituras budistas, no es muy largo ni verboso.

Dijo el Buda:

«Estar libre de pasiones y tranquilo es el mejor de los caminos».

Siempre habla sobre el camino, pero nunca del objetivo. Porque dice: «¿Qué puede decirse del objetivo? Hablar de ello es trivial. Si sabes, sabes. Si no sabes, no hay manera de imaginárselo antes de alcanzarlo». Sólo habla del camino. Ni una palabra acerca del objetivo: Dios, Brahma, la verdad, el absoluto, el Reino de Dios. No, ni una palabra acerca del objetivo; sólo habla del camino.

«Estar libre de pasiones y tranquilo es el mejor de los caminos».

En esta sencilla frase se halla condensada toda la enseñanza del Buda. Estar libre de pasiones y tranquilo… Son dos aspectos de un único fenómeno, dos caras de una moneda: estar libre de pasiones y tranquilo. No se puede estar tranquilo si no se está libre de pasiones, y no se puede estar libre de pasiones si no se está tranquilo. Van juntos, y hay que trabajar en ambos aspectos a la vez.

¿Por qué el ser humano está tan tenso? ¿Por qué existe tanta ansiedad y angustia? ¿Por qué el ser humano no está tranquilo, recogido y centrado? Son muchas las pasiones que tiran de vosotros de aquí y de allá. Tiran de vosotros en muchas direcciones, y por eso os fragmentáis, os dividís, os quebráis. Perdéis el centro. Os olvidáis por completo de quiénes sois.

Fijaos en lo siguiente: ¿quiénes sois cuando ansiáis dinero? Sólo sois una avaricia de dinero, y nada más. ¿Quiénes sois cuando estáis enfadados y tenéis el ego herido? No sois más que cólera, un ego herido y nada más. ¿Quiénes sois cuando estáis llenos de pasión sexual? Sois sólo sexualidad, libido y nada más. ¿Quiénes sois cuando sois ambiciosos y ansiáis poder, prestigio y respetabilidad? Sois simplemente ambición y nada más.

Observad, observad y descubriréis muchas pasiones en vosotros, pero no descubriréis quiénes sois. Todas esas pasiones os destrozan, y cada pasión va a la suya. Si queréis dinero entonces debéis sacrificar las otras pasiones. Una persona que está loca por el dinero puede llegar a olvidarse del sexo; es muy fácil que un mísero sea célibe. De hecho, el celibato puede ser una especie de tacañería. No se quiere compartir la energía, no se quiere compartir la energía sexual con nadie; se es miserable.

Una persona con ambiciones políticas puede tornarse célibe con mucha facilidad porque toda su pasión le empuja en un sentido. Un científico muy metido en sus investigaciones puede olvidarse de todo lo referente al sexo contrario. Es fácil; si una pasión os posee por completo, entonces os olvidáis de todo el resto.

Es bien sabido que los científicos son gente muy ensimismada. Toda su mente está pendiente en una única dirección, pero también tiene miras muy estrechas. Su campo de visión se va estrechando cada vez más. Eso es la especialización. Una persona avariciosa se torna cada vez más estrecha. Sólo piensa en dinero, no deja de contar dinero. Su mente sólo conoce una música, la del dinero; sólo un amor, por el dinero.

La gente poseída por una única pasión está, en cierto modo, integrada. No son ricos, y su ser carece de muchas dimensiones; sólo tienen un gusto, pero cuentan con cierta integración. No están divididos. Ese tipo de persona no enloquece, porque ya están locos por una única dirección, así que no están divididos. Pero eso sucede muy raramente. Por lo general, una persona corre en todas direcciones a la vez.

Así me lo han contado:

Enviaron a un científico y a un gorila juntos al espacio exterior. Prendido a la parte delantera del traje espacial del gorila había un sobre con instrucciones especiales. Muerto de curiosidad, el científico esperó hasta que al gorila le tocase dormir, para así poder hurgar en el sobre.

Abrió el sobre con mucho cuidado y desplegó la única hoja de papel que contenía, y donde ponía lo siguiente: «No olvides dar de comer al científico».

Un científico se reconcentra; su vida es concentración, y una persona concentrada alcanza una especie de falsa unidad. Las personas ordinarias no están tan concentradas. La meditación está muy lejos para ellas, ¡ni siquiera son capaces de concentrarse! Sus vidas son un revoltijo, una maraña. Una mano tira hacia el norte, una pierna hacia el sur, un ojo mira hacia el este, y el otro hacia el oeste. Van en todas direcciones. Este tira y afloja en muchas direcciones les destroza. Se fragmentan, perdiendo su integridad. ¿Cómo se puede así estar silente, o tranquilo?

La persona que está concentrada tampoco puede estar tranquila, porque su vida está desequilibrada. Se mueve en una única dirección, y todos los demás aspectos de su vida quedan inánimes. Un científico no se fija en la belleza, en el amor. No sabe qué es la poesía; se halla demasiado confinado en su mundo matemático. Está desequilibrado. Muchas de sus partes están famélicas, hambrientas. No puede estar tranquilo. ¿Cómo se puede estar tranquilo cuando se está famélico?

Quien se mueve en todas direcciones tiene un poco más de riqueza que el especialista, pero esa riqueza tiene un componente esquizofrénico; se halla dividido. ¿Cómo se puede estar silente y tranquilo cuando son tantos los señores que tiran de uno en direcciones distintas?

Esos suelen ser los dos tipos de personas que hay, y ambos tipos están desasosegados, hundidos en la confusión.

Dijo el Buda:

«Estar libre de pasiones y tranquilo es el mejor de los caminos».

¿Qué es este camino?

«A quienes dejan a sus padres, abandonan el hogar, entienden la mente, alcanzan la fuente y comprenden lo inmaterial se les llama shramanas

Esta palabra, shramana, es muy básica, y debe comprenderse bien. En la India han existido dos caminos. Uno es el del brahmán y otro el del shramana. El camino del brahmán es el de la gracia. El brahmán cree que uno no puede realizarse mediante el propio esfuerzo. El esfuerzo propio es tan pequeño, y somos tan diminutos… ¿Cómo sería posible conocer la verdad mediante el propio esfuerzo? Es necesaria la ayuda de Dios, la gracia.

El camino del brahmán es el sendero de la gracia, y por ello es necesario orar. Sólo con la ayuda de Dios puede uno avanzar por el camino. A menos que Él quiera, uno no puede llegar por sí mismo; no es posible que uno avance solo. Dios es necesario, su ayuda es necesaria, su mano es necesaria… a menos que Él nos eleve por encima del mundo, no haremos sino luchar en vano. Así que, para el brahmán, la oración es el camino. El brahmán cree en la oración.

El shramana es diametralmente lo opuesto. La palabra shramana proviene de la raíz shram, que significa “aplicarse, esforzarse”. Shram quiere decir “esfuerzo”. No existe la posibilidad de ninguna gracia, porque el Buda nunca habla de Dios. El Buda dice que si no conoces a Dios, ¿cómo puedes rezarle? ¿A quién vas a rezar? Tu oración provendrá de una profunda ignorancia. ¿Cómo puedes rezarle a un dios que no conoces y al que nunca has visto? ¿Qué tipo de comunicación es posible en esas circunstancias? Estarás hablándole a un cielo vacío. ¡También puedes estarte hablando a ti mismo! Es una locura.

¿Has visto a los locos hablando consigo mismos, sentados solos y hablando con alguien? Hablan con alguien, pero todo el mundo se da cuenta de que allí no hay nadie. Están hablándose a sí mismos.

En el enfoque racionalista del Buda, un hombre rezándole a Dios es un loco. ¿Qué haces? ¿Acaso sabes si Dios existe? Y si lo supieras, no tendrías necesidad de rezar. Dices que rezas a fin de conocer a Dios… El brahmán dice: «Sólo podemos conocer a Dios a través de la oración, mediante su ayuda, por su gracia».

Es absurdo, lógicamente absurdo. Es un argumento circular. Estás diciendo: «Sólo podemos conocer a Dios a través de la oración». Entonces, ¿cómo puedes rezar si todavía no conoces a Dios? Y dices: «Sólo a través de la oración podremos alcanzar su gracia». Se trata de un círculo vicioso, es ilógico. El fallo en este razonamiento está muy claro, la laguna es bien aparente.

Ése es el problema de la persona religiosa común, que no puede argumentar. El ateo puede destruir todo ese argumento de un plumazo. La gente religiosa evita el debate porque saben que carecen de toda base desde la que argumentar.

«Buscamos a Dios», dices, y al mismo tiempo estás diciendo: «Sólo podemos buscarle a través de la oración». Todavía no le conoces… así que la oración no es posible. Y si le conoces, entonces la oración es innecesaria.

El Buda dice que sólo mediante tu propio esfuerzo, a través de tu propio shrama, alcanzarás la santidad. No es cuestión de ningún tipo de gracia. En cierto modo parece algo muy duro, y por otra parte parece muy científico.

Aquí estás solo, perdido en el bosque de este mundo, y rezas bajo un árbol, sin saber a quién le estás rezando, sin saber dónde está Dios, y sin saber si existe o no. Puedes estar perdiendo el tiempo. Porque si no hay Dios, ¿entonces qué? Todo ese tiempo que malgastaste rezando podrías haberlo empleado en investigar, en descubrir.

Dice el Buda que una vez que comprendes que estás perdido y que has de hallar tu propio camino, y que no va a llegar ningún tipo de ayuda, entonces te tornas responsable. La oración es irresponsable. Rezar no es más que evitar la responsabilidad, rezar es ser perezoso. Rezar no es más que una escapatoria. Dice el Buda que se necesita esfuerzo. Rezar es un insulto. Así que en el enfoque budista no existe nada parecido a la oración, sólo meditación. Se puede meditar, no se puede rezar.

Ésta es la diferencia entre meditación y oración. La oración requiere creer en Dios, mientras que la meditación no necesita de ninguna creencia. La meditación es puramente científica. Dice que existen estados mentales donde el pensamiento se detiene. Dice sencillamente que existen maneras de detener el pensamiento, de desechar el pensamiento y alcanzar un estado mental silencioso, un estado mental tranquilo y sereno. Y es ese estado metal el que te proporciona lo que es la verdad, el que te proporciona un atisbo, el que abre la puerta, pero sólo llega a través de tu propio esfuerzo. Cada individuo está solo y debe esforzarse, y si falla, sólo él será responsable. Si no llegas, no podrás echarle la culpa a nadie porque no hay nadie al que culpar.

El camino del Buda es el camino del shramana, del que cree en su propio esfuerzo. Parece muy austero y arduo. Uno empieza sintiendo miedo. A causa de nuestro miedo necesitamos ayuda de alguien. Incluso la creencia de que Dios existe en alguna parte nos proporciona alivio.

Así me lo han contado:

Un pasajero mareado que estaba echado desmayadamente en una tumbona de cubierta llamó a un sobrecargo que pasaba por allí. Y señalando hacia la lejanía, dijo:

–Allí, a lo lejos, hay tierra, ¿verdad?

–No, señor –replicó el sobrecargo–. Es el horizonte.

–Es igual –suspiró el pasajero–. Eso es mejor que nada.

Pero el horizonte es nada. ¿Cómo puede ser mejor que nada? Sólo parece existir, pero en realidad no está ahí. El horizonte es puramente ilusorio. Pero a un pasajero mareado eso le parece bien. Al menos es algo… mejor que nada.

Para el Buda, creer es como el horizonte. Tus dioses son como horizontes, espejismos. Crees en ellos porque te sientes solo. No sabes si existen o no; los has creado porque los necesitas. Pero tu necesidad no garantiza su verdad. Tu necesidad no garantiza su realidad.

Te hallas en una noche oscura atravesando un bosque. Estás solo, y necesitas compañía. Puedes imaginarte un compañero, puedes empezar a hablarle, incluso puedes empezar a responder como si tú fueses el compañero. Eso te proporcionará la ilusión de que hay alguien ahí. Puedes creer en el compañero, y puedes estar totalmente hipnotizado por esa creencia, pero eso no significa que en realidad puedas crear al compañero.

La gente empieza a silbar cuando están solos. Al atravesar una noche oscura empiezan a silbar. Ayuda, es mejor que nada. Uno escucha su propio sonido y le da la impresión de que hay alguien más. La gente empieza a cantar; «quien canta, su mal espanta». Como siempre has escuchado hablar a los demás, el sonido que escuchas te da la impresión de que debe haber alguien más ahí.

Pero el Buda dice que por el hecho de sentir una necesidad, la realidad no tiene por qué satisfacerla. La realidad no cambia según tus necesidades. Tu necesidad es cierta, estás solo y te gustaría contar con una figura paterna en el cielo, con un Dios. Por eso los cristianos llaman “Padre” a Dios; es una figura paterna.

Los psicólogos estarían de acuerdo con el Buda, pues dicen que la idea de Dios no hace sino reflejar la necesidad de una figura paterna. Todo niño tiene un padre protector, que le proporciona sensación de seguridad. Uno se siente fenomenal porque el padre está ahí. Luego se crece, y se alcanza la madurez. Y tu padre deja de ser una protección. Sabes que tu padre es tan débil y limitado como tú. Y más tarde ves que tu padre se torna más débil con el paso de los días, se hace viejo. Pierdes la confianza, pero la necesidad sigue estando ahí; necesitas una figura paterna. Quieres ir a algún sitio y hablarle a tu padre, que ya no está. Al sentirte perdido creas un dios, una diosa; creas una figura paterna o materna. Se trata de tu necesidad, sí –de una necesidad psicológica–, pero esa necesidad te mantiene inmaduro.

El Buda es madurez. Dice que hay que dejar de lado a todas esas figuras, que no existen, y que, de existir, ésa no es la manera de hallarlas. La manera es tornarse tranquilo y sosegado. El camino es estar muy solo y, por tanto, aceptar la soledad de tal modo que no haya necesidad de la gracia de nadie. Tornarse tan silencioso y solitario que estés colmado en tu propio ser, que tengas suficiente contigo mismo. Entonces estarás tranquilo. Entonces empezará a sucederte una gracia, pero no se tratará de la gracia proveniente de Dios. Se trata de una gracia que se expande a partir de tu propio centro. Estarás lleno de gracia.

El Buda, tanto sentado como de pie o caminando, es la gracia personificada. Pero esta gracia no proviene de ningún sitio; se manifiesta a partir de su interior más profundo, burbujea ascendiendo de su propio centro. Es como una flor floreciendo en un árbol… sale del árbol. No es un don de nadie más, es un desarrollo.

Ésa es la diferencia entre el camino del brahmán y el del shramana. En el camino del brahmán la verdad es un don, un don de Dios. En el camino del shramana la verdad es un desarrollo que te sucede a partir de tu propio ser. Es tuya. La verdad no es algo externo que haya que descubrir, sino algo interno que hay que realizar.

«A quienes dejan a sus padres, abandonan el hogar, entienden la mente, alcanzan la fuente y comprenden lo inmaterial, se les llama shramanas

A continuación, la definición de shramana. ¿A quién se llama shramana? ¿Quién es realmente un buscador de la verdad? ¿Quién realiza un esfuerzo de verdad, auténtico, para descubrir qué es la verdad? Lo primero es que dejan a sus padres.

Es algo simbólico, no lo toméis de forma literal. Es muy simbólico y muy psicológico. Un hijo vive nueve meses en el vientre materno… totalmente protegido, en una atmósfera cálida y hermosa; nunca más volverá a hallar esas condiciones. Sin preocupaciones ni responsabilidades, ni siquiera para respirar. No necesita preocuparse de respirar, ya que la madre lo hace por él. No debe preocuparse de pasar hambre, pues la madre le alimenta. Está muy protegido, muy seguro.

Los psicólogos dicen que, en la búsqueda religiosa, las personas están buscando el mismo vientre. Todos sus conceptos acerca del paraíso no son más que vientres magnificados, totalmente confortables. En la mitología hinduista se dice que en el cielo existe un árbol, llamado kalpavriksha, que concede los deseos. Te sientas debajo y en el momento en que surge un deseo, incluso antes de que te dés cuenta de que ha surgido, el deseo será colmado. Piensas en comida y ahí aparece la comida, instantáneamente. Piensas en una cama porque tienes sueño, y ahí aparece la cama.

Eso es precisamente lo que es el vientre. El vientre es un kalpataru, un árbol de los deseos. El feto nunca es consciente de ninguna necesidad. Antes de que sea consciente de ellas, éstas se ven satisfechas; es del todo automático. Pero el niño debe abandonar el vientre; es necesario a fin de crecer. Las comodidades en sí mismas no te ayudan a crecer, porque no hay desafíos. El niño debe abandonar el vientre, y lo primero que ha de hacer tras dejar el vientre es la base de toda supervivencia: debe respirar por sí mismo. Debe realizar un esfuerzo por su parte. Se convierte en shramana.

En el vientre de la madre era un brahmán. Todo sucedía a través de la gracia. Todo sucedía, él no tenía que hacer nada. Pero todo el mundo debe salir del vientre. Todo brahmán ha de convertirse en shramana. El Buda dice que siendo shramana es posible crecer.

Con el tiempo, el niño crece distanciándose cada vez más de la madre; luego llega un momento en el que ya ni siquiera depende del pecho. Pero sigue dependiendo de la madre para alimentarse. Más tarde irá al colegio, alejándose todavía más de la madre, haciéndose cada vez más independiente, más individual. Entonces, un día, se enamora de otra mujer y se aparta totalmente de la madre.

Por eso ninguna madre puede nunca perdonar a la mujer que se ha llevado a su hijo. Nunca. Es imposible que la madre perdone a la mujer que se ha llevado a su hijo… Se trata de un conflicto muy profundo. Pero un hombre madura de verdad cuando se enamora de una mujer, porque es cuando le da la espalda a su madre. Da un giro de 180 grados.

El Buda dice que en el mundo psicológico todavía hay más raíces que cortar. Hay que hacerse cada vez más consciente de que, aunque puede que nos hayamos alejado de nuestra madre, hemos ido creando madres psicológicas. Podemos habernos alejado del padre, pero hemos creado una figura paterna en el cielo: un Dios que gobierna el mundo, el soberano supremo, al que llamamos “Padre”. Con eso sólo lográis volver a ser dependientes, como si vuestra independencia os asustase. Todas ésas son raíces, y hay que cortarlas todas.

Jesús dice en algún sitio… y sospecho que debe haber sacado esas ideas de alguna fuente budista, porque Jesús vivió quinientos años después del Buda y por esa época, por todo el Oriente Medio se habían diseminado actitudes budistas. Penetraron en toda Asia, y mucho en Egipto.

Jesús creció en Egipto. Ahí es donde debe haberlo aprendido. Y además existen muchas posibilidades de que visitase la India antes de regresar a Jerusalén a predicar. Muchas, sí, muchas posibilidades. Hay fuentes que dicen que visitó la universidad budista de Nalanda. Debe haberse enterado de lo referente al camino del shramana, porque en sus enseñanzas dice unas cuantas cosas que carecen de referencias tradicionales en la ideología judaica.

Dice, por ejemplo: «A menos que odiéis a vuestro padre y vuestra madre, no podéis ser mis discípulos». Los cristianos siempre se sienten un tanto incómodos cuando escuchan eso. ¿Qué clase de enseñanza es ésa? «A menos que odiéis a vuestro padre y vuestra madre…» ¿Y decís que Jesús es amor y que vino para enseñar amor al mundo? ¿Decís que Dios es amor? La enseñanza parece estar llena de odio: «Odia a tu padre y tu madre». Todos los grandes maestros han dicho: «Respetad a vuestro padre y a vuestra madre». ¿Qué tontería está diciendo Jesús acerca de odiar? Debe haberlo aprendido de algunas fuentes ajenas al judaísmo.

Esas fuentes sólo pueden ser budistas, porque el Buda dice: «A quienes dejan a sus padres, abandonan el hogar…».

Pero no lo entendáis de manera literal. Ni tampoco a Jesús. Porque no está diciendo: «Odiad a vuestro padre y a vuestra madre». Lo que dice es que debéis separaros por completo del padre y la madre. Está diciendo que debéis trascender toda seguridad. Volveros inseguros. Apartaros de toda independencia, ser independientes. Ser un individuo. Eso es lo que está diciendo.

Jesús utiliza un lenguaje muy crudo, y el Buda utiliza lenguaje cultivado. Jesús no recibió muy buena educación; era un hombre inculto, fue hijo de un carpintero. Y la tradición judaica es muy cruda. Los profetas utilizan un lenguaje muy fogoso. Su lenguaje parece más político que religioso. El Buda era hijo de un rey, y fue muy bien educado y era culto. Su terminología es distinta porque fueron personas diferentes, pero el sentido es el mismo.

Uno ha de dejar a los padres, debe abandonar el hogar, hay que dejar el pasado. Hay que ser totalmente independiente, estar solo… estremecerse en ese recogimiento, pero uno debe “ser” solo. Hay que ser totalmente responsable de uno mismo, y sólo entonces puede entenderse la mente. Si se depende de los demás, esa dependencia impedirá entender quién se es.

Cortar todos los recursos, cortar toda relación. Ahora estás solo, ahora no hay nadie más. Debes mirar en tu propia alma, debes hallarte a ti mismo. Ésa es la única manera de encontrarse a uno mismo. Entonces llegas a la auténtica fuente del ser, al entender con la mente… y comprender lo inmaterial.

Mira, el Buda no habla de comprender lo espiritual, sino de comprender lo inmaterial. Ésa es la diferencia. Su enfoque es tan racional que no sostendrá nada en lo que pueda hallarse una laguna. No dice “lo espiritual”; sólo dice “lo inmaterial”.

Pregúntale al físico, porque él entenderá el lenguaje del Buda. El científico dice: «Analizando el átomo llegamos a los electrones». Los electrones son partículas eléctricas casi inmateriales. La materia ha desaparecido, sólo resta energía. No podemos decir que sea materia, sólo podemos llamarlo inmaterial. Y luego, al analizar el electrón hemos llegado casi al vacío, a la vaciedad inmaterial. El físico entendería muy bien la terminología budista.

El Buda llegó al mismo punto analizando la mente. Al analizar la mente llegó a un punto en el que ningún pensamiento existía… sólo vacío. Él lo llama “lo inmaterial”. El pensamiento es el “material” interior. Cuando dispersas el pensamiento y sólo queda espacio, entonces tienes lo inmaterial.

Lo mismo ha sucedido en la física moderna. Analizaban la materia en el mundo exterior y llegaron a lo inmaterial. El Buda llegó a lo inmaterial en su viaje interior, y la ciencia ha llegado hasta allí en su viaje externo, pero ambos han alcanzado lo inmaterial. Los científicos tampoco dirán que es algo espiritual. El científico sólo puede decir que, sea lo que sea la materia, ya no está presente. No puede decir qué es lo que hay. «Sólo puede decirse que, sea lo que fuere lo que solíamos considerar como materia, ya no se halla presente; todo lo que podemos decir es una negación».

Dice el Buda:

«…y comprenden lo inmaterial, se les llama shramanas

Éstas son las categorías de shramanas:

«A quienes observan los preceptos de moralidad, son de comportamiento puro e intachable y se esfuerzan por realizar los frutos de la santidad, se les llama arhatas

Arhat es el estado más elevado de inmentalidad. La palabra arhat significa “quien ha conquistado a sus enemigos”. Ari significa “enemigo”, y arhat, “quien ha conquistado a sus enemigos”.

¿Quién es el enemigo? No está fuera de ti. Las pasiones, distracciones, deseos, odios, celos, la posesividad, la cólera, la sexualidad… Ésos son los enemigos.

En cierto modo, tu mente es el enemigo, el enemigo de fondo. A quien ha conquistado la mente se le llama arhat. Se trata del estado más elevado, el de alguien que está por encima de todas las nubes.

¿Alguna vez has viajado por el aire y te has fijado cuando el avión remonta por encima de las nubes? Todas las nubes están por debajo y tú te hallas en un cielo puro y azul. Ése es el estado interior del arhat. Se va penetrando la mente. Con el tiempo desaparecen las nubes de las pasiones, se quedan atrás, y uno asciende más y más por el espacio puro, en un espacio inmaterial. Ése es el estado del arhat.

Es el estado más elevado en la terminología budista. A lo que los cristianos llaman Cristo, el Buda lo llama arhat. Los jainistas lo llaman arihanta, que es una palabra que significa lo mismo. Lo que los hinduistas llaman avatara –Rama, Krishna– es ese mismo estado, el de arhat.

Pero el Buda es muy científico también en eso. No lo llama avatara, porque significa “Dios descendiendo en el mundo”, y eso implica creer en Dios. No utiliza ningún término que contenga presupuestos. Utiliza términos simples, sin presupuestos.

«Después está el anagamin

Arhat es el estado más elevado, y luego está el anagamin, que significa “el que no regresa”. Y dice:

«Al final de esta vida, el espíritu del anagamin asciende al cielo y realiza la arhatidad.»

Está justo por debajo del estado de arhat.

Anagamin es una palabra que significa “el que no regresa”. Ido, estará ido. Ido para siempre, sin tener que regresar. Ha llegado al punto de no retorno. Está cerca de ser un arhat, ha traspasado las nubes. Está en el límite, se halla en el umbral de llegar a ser arhat. Tal vez en él quede un pequeño apego, y ese apego está relacionado con el cuerpo. Así que al morir también desaparece ese apego. No regresará.

«Después está el skridagamin.»

Skridagamin significa “el que regresa”.

«El skridagamin asciende al cielo (tras su muerte), regresa una vez más a la tierra…»

Sólo una vez… Mantiene algún apego; muy débil, pero todavía existen algunas raíces y por ello se ve obligado a regresar a otro vientre. No carece absolutamente de deseos. El arhat carece de todo deseo. Un skridagamin ha ido más allá de los deseos groseros, pero todavía mantiene algunos sutiles.

¿Cuáles son los deseos groseros? El deseo de dinero, poder, prestigio… Ésos son los deseos groseros. El deseo de ser libre, de estar tranquilo, de alcanzar el estado final de arhatidad… son deseos sutiles, pero siguen siendo deseos. Deberá regresar una vez.

«Después está el srotapanna.»

La palabra srotapanna significa “el que ha entrado en la corriente”. Srota significa “corriente”, y apanna, “el que ha entrado”. Srotapanna quiere decir “el que ha entrado en la corriente”. Ha iniciado su periplo por el camino. Ya no es mundano, se ha convertido en sannyasin, ha entrado en el río. El mar está lejos, pero ya ha entrado en el río, ha empezado. Y cuando se inicia un viaje, éste siempre acaba. Por muy lejos que esté, ahí está.

El problema radica en quienes no han entrado en la corriente. Permanecen en la orilla. Son los seres mundanos, de pie en la orilla. El sannyasin, el bhikkhu, es el que ha entrado en el río, y sabe muy bien que el mar está lejos, pero ahora ha cubierto la mitad del viaje, sólo con entrar.

«Después está el srotapanna. El srotapanna muere siete veces y renace también siete veces, para luego realizar finalmente la arhatidad.»

Son cosas simbólicas, no hay que tomárselas literalmente… son sólo simbólicas. “Siete” no quiere decir exactamente siete. Significa que morirá muchas veces, y que también renacerá otras tantas, pero su rostro mira hacia el mar. Ha entrado en el Ganges y el viaje ha empezado.

«Cercenar las pasiones significa que, al igual que ocurre con los miembros cercenados, éstas nunca vuelven a utilizarse.»

Y cuando el Buda habla de suprimir las pasiones, quiere decir que es como si alguien te cortase la mano; ya no podrías utilizarla. O como si alguien te sacase los ojos; ya no podrías ver con ellos. El que está dispuesto a entrar en la corriente es alguien que, por sí mismo, suprime voluntariamente las pasiones, que dice: «No las volveré a utilizar».

Recuerda, no se trata de represión en la acepción freudiana del término. No se reprimen, sino que uno les retira la energía. El sexo sigue ahí, y no se reprime, sino que se deja de cooperar con él. La diferencia es enorme. Cuando el sexo está presente y se reprime, se lucha contra él, no se supera… se sigue con él. Si se lucha contra él, se sigue estando aferrado. Y si se lucha contra él se sigue asustado por su causa.

El Buda dice que uno simplemente no coopera con él. Surge un deseo, un deseo sexual… ¿Y qué haces? El Buda dice que sólo lo observes. Déjalo estar ahí. Llegará y se irá. Parpadeará en la mente, intentará atraerte; permanece vigilante, no permitas ninguna inconsciencia, si no acabará penetrándote. Simplemente permaneces alerta.

Dice el Buda: «Uno ha de permanecer simplemente atento. Entonces se es como una casa en la que arden lámparas, y donde hay lámparas encendidas los ladrones temen entrar. Cuando no hay lámparas y la casa está a oscuras, entonces los ladrones entran con facilidad. Quien está realmente atento es como una casa en la que hay un vigilante en la puerta, totalmente despierto, y donde hay lámparas encendidas. Los ladrones lo tienen difícil para entrar, no pueden reunir el valor suficiente».

Lo mismo sucede cuando se permanece consciente, que es como contar con un guardia. Cuando se es consciente, la casa está iluminada. Las pasiones no pueden penetrar. Pueden acercarse, pueden merodear por los alrededores, intentarán persuadirte. Pero si sólo observas, desaparecerán por sí mismas, porque viven gracias a tu cooperación. No luches contra ellas y no te abandones a ellas; limítate a permanecer consciente. Con el tiempo caerán como miembros cercenados.

Si empiezas a luchar estarás creando otro problema. En lugar de abandonarte a ellas te convertirás en alguien represor. El problema no se habrá solucionado, sólo habrá cambiado de nombre.

Así me lo han contado:

Un médico trataba a un hombre que le trajeron muy borracho. «Si el paciente vuelve a ver serpientes verdes, déle algo de esta medicina», le dijo a la enfermera.

Regresó más tarde y vio al hombre delirando, pero no le habían administrado la medicina.

–¿No le dije que le diese esta medicina si volvía a ver serpientes verdes? –preguntó el médico.

–Pero es que no las veía –contestó la enfermera.

–¿Ah, no?

–No, estaba viendo sapos morados.

No hay diferencia entre ver serpientes verdes o sapos morados… estás borracho.

Hay gente que coopera con sus pasiones y otra que lucha contra ellas, pero ambos tipos siguen con las pasiones. Una actitud es amistosa, y la otra antagónica, pero ambas siguen con las pasiones y son maneras de cooperar de forma sutil. Una ha abandonado la relación. Y la otra se ha convertido en espectadora.

Una vez que se empieza a observar, uno se hace consciente de capas y más capas de pasiones. Existen muchas capas. Cuando desaparecen las pasiones groseras, se manifiestan otras capas más sutiles.

Toda nuestra vida es como una cebolla. La pelas y la pelas, una capa tras otra, y hallas otra más fresca, más nueva, más viva. Pero si sigues pelando, llega un momento en que te quedas con las manos vacías. Eso es lo que el Buda denominó nirvana… vacío. Todas las capas han desaparecido.

Así me lo han contado:

El guitarrista de un conjunto pop se vio involucrado en un accidente de coche y sufrió heridas en la cabeza. Al llegar al hospital el médico ordenó que le cortasen la larga y espesa cabellera para poder averiguar la gravedad de las heridas. La labor recayó en una enfermera, que se puso manos a la obra armada de unas enormes tijeras.

Al cabo de diez minutos, le preguntó al joven:

–¿Ibas a la North Lancaster Comprehensive School de pequeño?

–Sí, así es –dijo el joven– Soy de Londres. Pero vaya, ¿cómo has sabido a que colegio fui?

–Porque te he llegado hasta la gorra –contestó la enfermera mientras seguía cortando.

Capa tras capa… Y cuanto más cortes, más encontrarás… Por ejemplo, muchas cosas desaparecidas durante años; ¡te encontrarás la gorra! Cuanto más profundices en tu mente, más llegarás a tu infancia. Hallarás muchas cosas olvidadas y perdidas. Nada se pierde, todo se va acumulando. Cuando llegas a un punto en el que no puedes encontrar nada más, entonces es que has llegado a tu ser. El ser no es una capa; el ser es simplemente espacio, espacio puro. El ser es simplemente vacío.

El Buda llama “no ser” al ser, lo llama anatta. El Buda dice que si te encuentras a ti mismo, entonces debe haber alguna otra capa. Cuando de repente alcanzas un punto en el que no puedes encontrarte –eres, pero no puedes encontrarte– entonces es que has llegado a casa. Y eso sólo puede realizarse mediante esfuerzo.

Éste es el marco referencial. A continuación pasaremos a su metodología: las formas de meditación, de disciplina interna; los medios para trascender el ego, para trascenderlo todo. Por eso he llamado a esta serie de charlas “La disciplina de la trascendencia”. Pero éste es el marco referencial del Buda.

Por lo general te hallas de pie en la orilla. No puedes albergar esperanza, te hallas en un estado de desesperanza. Si te haces srotapanna, si entras en la corriente, entonces es lo que yo denomino sannyas. A través de sannyas te conviertes en srotapanna, entras en la corriente, reúnes valor y das el salto. Entre la orilla y la corriente media un salto cuántico. Están muy cerca, pero son totalmente distintas.

La orilla nunca va a ninguna parte. Carece de crecimiento, nunca se mueve. Es estática, está estancada, anquilosada, muerta. Y justo al lado pasa un río, que va a alguna parte.

Si tu vida no va a ninguna parte, entonces estás en la orilla. Entra en la corriente e inicia un viaje. Tu vida empieza a cambiar, a transformarse. Inicias una transfiguración, una metamorfosis, y a cada momento hay nuevas visiones que te abren sus puertas. Un día el río alcanza el mar. Ese día te conviertes en arhat, te disuelves en el mar.

Primero srotapanna, luego skridagamin, a continuación anagamin, finalmente arhat. Ésos son los estados. Se trata de un marco referencial muy científico. De ser una persona mundana pasas a srotapanna e inicias el viaje.

Basta por hoy.

Dijo el Buda...

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