Читать книгу Dijo el Buda... - Osho - Страница 7
3. PERMANECED POR TANTO ATENTOS
ОглавлениеDijo el Buda:
«Si una persona que ha cometido muchas ofensas no se arrepiente y limpia su corazón del mal, a esa persona le alcanzará su retribución con tanta seguridad como los ríos fluyen hacia el mar, que se torna más ancho y profundo.
»Si quien ha cometido una ofensa y lo reconoce, se reforma a sí mismo y practica la benevolencia, la fuerza de la retribución se irá agotando de forma gradual de igual manera que una enfermedad va perdiendo de forma gradual su perniciosa influencia cuando el paciente transpira».
Dijo el Buda:
«Cuando al verte practicando benevolencia, una persona malvada se acerca y te insulta de forma maliciosa, deberás soportarlo con paciencia y no sentir cólera. Pues la persona maliciosa se insulta a sí misma al tratar de insultarte a ti».
Dijo el Buda:
«En una ocasión llegó un hombre ante mí y me denunció por seguir el camino y practicar gran benevolencia. Pero permanecí silencioso y no le respondí. La denuncia cesó, y entonces le pregunté: “Si le llevas un regalo a tu vecino y éste no lo acepta, ¿significa eso que el regalo te es devuelto?”. El hombre contestó que sí. Entonces le dije: “Tú ahora me denuncias, pero yo no lo acepto, y por ello debes aceptar ese hecho erróneo sobre tu propia persona. Es como un eco tras un sonido, como una sombra que sigue a un objeto. Nunca escaparás al efecto de tus propios actos nocivos. Por tanto, permanece atento y cesa de hacer el mal”».
El ser humano es una multitud, una enorme multitud de muchas voces –relevante, irrelevante, consistente, inconsistente–, y cada voz tira de su lado; y el conjunto de todas las voces destroza al ser humano. El ser humano corriente es una confusión, de hecho es una especie de locura. Te las arreglas para parecer cuerdo. Pero en tu interior bullen capas y capas de demencia, que pueden entrar en erupción en cualquier momento, puedes perder el control en cualquier instante, porque tu control viene impuesto desde el exterior. No es una disciplina que provenga del centro de tu ser.
Por razones sociales, económicas y políticas te has impuesto un cierto carácter a ti mismo. Pero son muchas las fuerzas vitales en tu interior que están en contra de ese carácter. De hecho lo sabotean continuamente. Por eso cada día cometes muchos errores, te equivocas mucho. Hay ocasiones en las que incluso sientes que nunca quisiste hacer esto o lo otro. Pero a pesar de ti mismo no dejas de cometer errores, porque no eres uno, sino muchos.
El Buda no llama pecados a esos errores, porque al llamarlos pecados te estaría condenando. Él sólo los llama fallos, equivocaciones, errores. Errar es humano, no errar es divino. Y el camino de lo humano a lo divino pasa por la atención. Las numerosas voces de tu interior pueden dejar de torturarte, de tirar de ti, de empujarte. Esas voces pueden desaparecer si estás atento.
En el estado de atención no se cometen errores. No es que los controles, sino que en un estado atento, alerta, en un estado consciente, cesan muchas voces. Sólo escuchas una, y todo lo que haces proviene del hondón de tu ser. Nunca es erróneo. Debes comprender eso antes de que sigamos con esos sutras.
En la psicología humanista hay un paralelismo para que lo comprendas. Es lo que el análisis transaccional denomina el triángulo dramático entre los papeles de padre, adulto, y niño. Ésas son tus tres capas, como si fueses un edificio de tres plantas. La primera es la del niño, la segunda es la del padre, y la tercera planta es la del adulto. Las tres coexisten.
Ése es tu triángulo y conflicto interno. El niño dice una cosa, el padre otra, y el adulto, la mente racional, dice algo más.
El niño dice “disfrutar”. Para el niño este momento es el único momento; no tiene más consideraciones. El niño es espontáneo, pero inconsciente de las consecuencias, del pasado y del futuro. Vive en el momento. Carece de valores y de atención, de conciencia. El niño consiste en conceptos sentidos; vive a través de la sensación. Todo su ser es irracional.
Pero claro, entra en muchos conflictos con los demás, y también alberga muchas contradicciones en su interior, porque una sensación le ayuda a hacer una cosa, y luego empieza de repente a sentir otra cosa. Un niño nunca puede acabar nada. Para cuando pudiera hacerlo su sensación ya ha cambiado. Empieza muchas cosas pero nunca alcanza ninguna conclusión. Un niño es inconclusivo. Disfruta, pero su disfrute no es creativo, no puede serlo. Disfruta, pero la vida no puede vivirse sólo a través del disfrute. No puedes ser un niño para siempre. Has de aprender muchas cosas, porque no estás aquí solo.
Si estuvieses solo entonces no habría problema, podrías ser un niño para siempre. Pero la sociedad está ahí, y también millones de personas; has de seguir muchas reglas y valores. De otro modo habría tantos conflictos que la vida sería imposible. Así que hay que disciplinar al niño, y ahí es donde entra el padre.
La voz parental en tu interior es la voz de la sociedad, de la cultura y la civilización; esa voz permite que vivas en un mundo donde no estás solo, donde hay muchos individuos con ambiciones que entran en conflicto, donde hay mucha lucha por la supervivencia, donde hay mucho conflicto. Has de ir abriéndote camino, y debes avanzar con mucho cuidado.
La voz parental es la de la cautela. Te civiliza. El niño es salvaje, y la voz parental te ayuda a civilizarte. La palabra “civil” es muy interesante. Significa alguien ha sido vuelto capaz de vivir en una ciudad; se ha convertido en un miembro de un grupo, de una sociedad.
El niño es muy dictatorial. Cree que es el centro del mundo. El padre ha de enseñarte que no eres el centro del mundo; todo el mundo piensa lo mismo. Ha de convertirte en alguien cada vez más atento al hecho de que en el mundo hay mucha gente, que no estás solo. Has de tenerles en cuenta si quieres que toda esa gente te tenga en cuenta a ti. Si no, te aplastarán. Es una cuestión de supervivencia, de política, de políticas.
La voz parental te proporciona mandamientos: qué hacer y qué no hacer. La sensación es ciega. El padre te hace cauto. Es necesario.
Y luego está esa tercera voz interna, la tercera capa, que es cuando te haces adulto y dejas de estar controlado por tus padres; tu razón ha madurado y ahora puedes pensar por ti mismo.
El niño consiste en conceptos sentidos; el padre consiste en conceptos enseñados, y el adulto consiste en conceptos pensados. Y esas tres capas están luchando continuamente entre sí. El niño dice una cosa, el padre dice lo contrario, y la razón puede decir algo totalmente distinto.
Ves un plato de comida estupendo. El niño dice que comas todo lo que desees. La voz del padre dice que hay que tener en cuenta muchas cosas, como si realmente tienes hambre o si sólo estás comiendo con los ojos. ¿Es esta comida realmente nutritiva? ¿Alimentará tu cuerpo o puede resultar perjudicial? Espera, escucha, no te precipites. Y luego está la mente racional, la mente adulta, que puede decir otra cosa, totalmente distinta.
No es necesario que tu mente adulta esté de acuerdo con tus padres. Tus padres no eran omniscientes, no lo sabían todo. Eran tan falibles como tú y como tantos seres humanos, y muchas veces encuentras lagunas en su razonamiento. En muchas ocasiones te parecen dogmáticos, supersticiosos, que creen en tonterías y siguen ideologías irracionales.
El adulto dice no, y tus padres dicen sí; el adulto dice no vale la pena, y el niño tira de ti para ir a otro sitio. Ése es el triángulo que mora en tu interior.
Si escuchas al niño, tu padre se enfada. Así que una parte se siente bien –puedes comer todos los helados que desees– pero tu padre interno se enfada; una parte de ti empieza a condenar. Y entonces empiezas a sentirte culpable. Surge la misma culpa que solía manifestarse cuando eras un niño de verdad. Pero aunque ya no eres un niño, ese niño no ha desaparecido. Está ahí; está en tu planta baja, en la base, en tus cimientos.
Si sigues al niño, si sigues la emoción, el padre se enfada y empiezas a sentirte culpable. Si sigues al padre entonces el niño se siente forzado a hacer cosas que no quiere. El niño se siente manipulado innecesariamente, siente que se le transgrede. Cuando escuchas al padre pierdes libertad, y el niño empieza a rebelarse.
Si escuchas al padre, tu mente de adulto dice: «¡Qué tontería! Esta gente nunca supo nada. Tú sabes mucho más, estás en sintonía con el mundo moderno, eres más contemporáneo. Esas ideologías están muertas, pasadas de moda, ¿para qué te preocupas de ello?». Si escuchas a tu razón entonces sientes que estás traicionando a tus padres. Vuelve a aparecer la culpa. ¿Qué hacer? Además, es casi imposible hallar alguna cuestión en la que las tres capas se pongan de acuerdo.
Ésa es la ansiedad humana. No, las tres capas nunca se ponen de acuerdo sobre nada. Nunca hay compromiso.
Ahora bien, también están los maestros que creen en el niño. Insisten más en el niño. Por ejemplo, Lao Tzu dice: «No va a haber acuerdo. Abandona la voz parental, los mandamientos, todos los Antiguos Testamentos. Suelta todos los “debería” y vuelve a ser niño». Eso es lo que dice Jesús. El énfasis de Lao Tzu y Jesús es volver a ser niño, porque sólo con el niño serás capaz de ganar tu espontaneidad, volverás a formar parte del fluir natural, del tao.
Su mensaje es muy hermoso, pero parece impracticable. A veces, sí, ha sucedido que una persona vuelva a ser niño. Pero eso es tan excepcional que no es posible llegar a pensar que la humanidad volverá a ser de nuevo infantil. Es algo tan hermoso como una estrella… pero muy lejana, inalcanzable.
Luego están los otros maestros –Mahavira, Moisés, Mahoma, Manu–, que dicen que hay que escuchar a la voz parental, escuchar a la moral, lo que dice la sociedad, lo que te ha sido enseñado. Escucha y síguelo. Si quieres encontrarte bien en el mundo, si quieres estar tranquilo en el mundo, escucha al padre. Nunca vayas en contra de la voz parental.
Eso es lo que más o menos ha hecho el mundo. Pero entonces uno nunca se siente espontáneo, natural. Siempre te sientes confinado, enjaulado. Y cuando no te sientes libre, puedes sentirse tranquilo, pero ese sosiego es baladí. A menos que la paz venga acompañada de libertad no puedes aceptarla. A menos que la paz venga acompañada de gozo no puedes aceptarla. Implica conveniencia, comodidad, pero tu alma sufre.
Sí, también los hay que se han realizado a través de la voz parental, que han realizado la verdad. Pero eso tampoco es nada común. Y ese mundo ya ha desaparecido. Moisés, Manu y Mahoma tal vez fueron muy útiles en el pasado. Ofrecieron mandamientos al mundo. «Haz esto. No hagas aquello». Simplificaron las cosas, las simplificaron mucho. No dejaron nada para que tú decidieses; no confiaban en que fueses capaz de decidir. Se limitaron a ofrecerte una fórmula prefabricada: «Éstos son los diez mandamientos que hay que seguir. Limítate a cumplirlos y todas tus esperanzas y deseos se materializarán. Sé obediente».
Todas las religiones antiguas insisten demasiado en la obediencia. La desobediencia es el único pecado. Eso es lo que cuenta el cristianismo. Adán y Eva fueron expulsados del jardín de Dios porque desobedecieron. Dios les dijo que no comiesen del fruto del árbol del conocimiento y ellos desobedecieron. Fue su único pecado. Pero todos los niños cometen ese mismo pecado. El padre dice: «No fumes», pero él lo hace. El padre dice: «No vayas al cine», pero él va. La historia de Adán y Eva es la historia de todos los niños. Y luego vino la condenación, la expulsión…
La obediencia es la religión de Manu, Mahoma y Moisés. Pero ese mundo ha desaparecido, y son muchos los que no se han realizado en él. Muchos estuvieron tranquilos, fueron buenos ciudadanos, buenos y respetables miembros de la sociedad, pero poca cosa más.
Luego esta el tercer énfasis, el de ser adulto. Confucio, Patañjali o los agnósticos modernos –Bertrand Russell–, y todos los humanistas del mundo insisten en lo mismo: «Cree sólo en tu propia razón». Eso parece muy difícil, tan difícil que la vida se convierte en un conflicto. Como te han criado tus padres, has sido condicionado por ellos. Si sólo escuchas a tu razón habrás de negar muchas cosas en tu ser. De hecho, has de negar toda tu mente. Y no es fácil borrarla.
Naciste como niño sin ninguna razón. Eso también está ahí. Básicamente eres un ser emocional; la razón llega muy tarde. De hecho llega cuando todo lo que ha de suceder ha sucedido. Los psicólogos dicen que un niño aprende casi el 75% de todo su conocimiento cuando tiene alrededor de 7 años, el 50% cuando tiene 4 años. Y todo ese aprendizaje tiene lugar cuando eres un niño, y la razón llega muy tarde. Es una llegada muy tardía. De hecho, llega cuando todo lo que tenía que suceder ha sucedido.
Vivir con la razón es muy difícil. Hay gente que lo ha intentado –un Bertrand Russell aquí y allá…–, pero nadie ha alcanzado la verdad a través de ella, porque para ello no basta con la razón.
Se han elegido y ensayado todas esas probabilidades, pero ninguna ha funcionado. El punto de vista del Buda es totalmente distinto. Ésa es su original contribución a la conciencia humana. Dice que no hay que elegir ninguno, sino que hay que pasar a ocupar el centro del ángulo. No elijas la razón, no elijas al padre, no elijas al niño; simplemente pasar a ocupar el centro del ángulo y permanecer silente y atento. Su enfoque es enormemente significativo. Desde ahí podrás tener una clara perspectiva de tu ser. Y esa perspectiva y claridad permiten que llegue la respuesta.
Podemos decirlo de otro modo. Si funcionas como un niño, se trata de una reacción infantil. En muchas ocasiones funcionas como tal. Alguien dice algo y te hace daño, y coges una rabieta, lleno de cólera y genio… y lo pierdes todo. Más tarde te sientes fatal por haber perdido tu imagen. Todo el mundo te cree tan sensato y resulta que eras infantil, y eso que la cuestión no era tan importante.
O bien sigues la voz parental, pero luego piensas que sigues dominado por tus padres. Todavía no eres un adulto, no eres lo suficiente maduro para tomar en tus manos las riendas de tu vida. O a veces sigues a la razón, pero entonces piensas que no basta con la razón, que también se necesita la emoción. Y sin emoción un ser racional se queda en cabeza; pierde contacto con el cuerpo, con la vida, se desconecta. Funciona como un mecanismo pensante. Pero pensar no puede hacerte sentir vivo, en pensar no está el jugo de la vida. Está lleno de sequedad. Entonces anhelas, anhelas algo que pueda dejar que tus energías fluyan, que te vuelva a permitir ser inmaduro, y sentirte vivo y joven. Ése es el proceso y acabas mordiéndote la cola.
El Buda dice que no son más que reacciones y que cualquier reacción está destinada a ser parcial –sólo la respuesta es total– y todo lo parcial es una equivocación. Ésa es su definición de error: todo lo que es parcial es una equivocación. Porque el resto de tus partes siguen insatisfechas y deberán vengarse por ello. Sé total. La respuesta es total, la reacción es parcial.
Cuando escuchas a una única voz y la sigues te estás buscando problemas. Nunca te satisfará. Sólo quedará satisfecha una parte, y las otras dos estarán insatisfechas. Así que dos terceras partes de tu ser quedarán insatisfechas, y una tercera parte estará satisfecha, y por esa razón siempre estarás agitado. Hagas lo que hagas, la reacción nunca puede satisfacerte, porque es parcial.
La respuesta… La respuesta es total. Dejas de funcionar desde un triángulo, ya no eliges; simplemente permaneces en una conciencia imparcial. Permaneces centrado. Y actúas a partir de ese estar centrado, frente a lo que sea. No es ni el niño, ni el padre, ni el adulto. Has ido más allá del triángulo. Ahora eres tú, ni el niño, ni el padre, ni el adulto. Eres tú, tu ser. El triángulo es como un tornado y tu centro es el centro del tornado.
El Buda dice que siempre que es necesario responder, lo primero es permanecer atento, consciente. Recordar el centro. Enraizarse en el centro. Permanece ahí durante unos momentos antes de hacer nada. No es necesario pensar en ello porque el pensamiento es parcial. No es necesario sentirlo porque la sensación es parcial. No es necesario descubrir claves a partir de tus padres, de la Biblia, el Corán, la Gita…, todo ello representa lo parental, y no hay necesidad. Basta con que permanezcas tranquilo, silencioso, atento, observando la situación como si estuvieses fuera de ella, ajeno, como un observador en una montaña.
Ése es el primer requisito, permanecer centrado siempre que se quiere actuar. Luego, a partir de ese estar centrado, se deja surgir la acción, y por ello todo lo que hagas será virtuoso, será lo preciso.
El Buda dice que la atención precisa es la única virtud que existe. No estar atento es caer en el error. Actuar de manera inconsciente es caer en el error.
Ahora los sutras.
Dijo el Buda:
«Si una persona que ha cometido muchas ofensas no se arrepiente y limpia su corazón del mal, a esa persona le alcanzará su retribución con tanta seguridad como los ríos fluyen hacia el mar, que se torna más ancho y profundo.
»Si una persona que ha cometido muchas ofensas no se arrepiente…»
Arrepentimiento significa toma de conciencia retrospectiva, arrepentimiento significa mirar hacia atrás. Has hecho algo. Si entonces hubieras sido consciente no habría tenido lugar ninguna ofensa, pero no lo eras en el momento en que lo hiciste. Alguien te insultó, te enfadaste y le golpeaste en la cabeza. No eras consciente de lo que hacías. Ahora las cosas se han calmado, la situación ha desaparecido, y ya no estás colérico; puedes mirar hacia atrás con mayor facilidad. En aquel momento perdiste la conciencia. Lo mejor hubiera sido ser consciente en aquel momento, pero no fue así, y ahora no tiene sentido pensar en aquella posibilidad. Pero si puedes observar, podrás hacerte consciente de lo sucedido.
Eso es lo que Mahavira llama pratyakraman, mirar hacia atrás; lo que Patañjali llama pratyahara, introspección. Es lo que Jesús llama arrepentimiento. Es lo que el Buda llama pashchattap. No es sentir pesar, no es sentirse mal, porque eso no sirve de nada. Es hacerse consciente, es revivir la experiencia tal como debería haber sido. Hay que volver a ella.
En ese momento perdiste la conciencia; te viste sobrepasado por la inconsciencia. Ahora las cosas se han calmado, y recuperas la conciencia, la luz de la conciencia. Repasas de nuevo el incidente, lo observas de nuevo, tal y como deberías haberte comportado; ya ha pasado, pero puedes repasarlo de nuevo en tu mente. Y el Buda dice que eso limpia el corazón de impureza.
Esa retrospección, ese examen retrospectivo continuo te hará más y más consciente. Hay tres etapas. Haces algo, luego te tornas consciente; ésa es la primera etapa. Segunda etapa: estás haciendo algo y te haces consciente. Y tercera etapa: vas a hacer algo y te haces consciente. Tu vida sólo será transformada en la tercera etapa. Pero las otras dos son necesarias para la tercera, son pasos necesarios.
Siempre que puedas ser consciente, sé consciente. Te has encolerizado, vale, pero ahora siéntate, medita, y sé consciente de lo sucedido. Por lo general ya lo hacemos, pero por las razones equivocadas. Lo hacemos para volver a restaurar nuestra imagen. Siempre has creído que eras una persona muy buena y compasiva, y de repente te has enfurecido. A tus ojos, tu propia imagen se ha distorsionado. Y realizas una especie de arrepentimiento. Te diriges a la otra persona y le dices: «Lo siento». ¿Qué estás haciendo? Estás restaurando tu imagen.
Tu ego intenta restaurar la imagen, porque te has caído del pedestal ante tus propios ojos, ante los ojos de los demás. Ahora intentas racionalizar. Al menos puedes ir y decir: «Lo siento. Lo hice a pesar mío. No sé cómo sucedió, no sé qué fuerza maligna me poseyó, pero lo siento. Perdóneme».
Intentas regresar al mismo nivel al que te encontrabas antes de enfurecerte. Ése es un truco del ego, no es arrepentimiento real. Volverás a hacer lo mismo.
El Buda dice que el arrepentimiento de verdad es recordar la situación, repasar los detalles de lo sucedido totalmente consciente; retroceder, revivir la experiencia. Revivir la experiencia es como desenrollarla; borra. Y no sólo eso, te posibilita ser más consciente, porque la conciencia se practica cuando la recuerdas, cuando te haces de nuevo consciente del incidente pasado. Te ejercitas en consciencia, en atención. La próxima vez te harás consciente un poco antes.
En esta ocasión te enfureciste, y te calmaste al cabo de dos horas. En la próxima ocasión te calmarás un poco antes y podrás observar. Con el tiempo, lentamente, un día, mientras te encolerices te atraparás con las manos en la masa. Atraparte a ti mismo con las manos en la masa, cometiendo un error, es una hermosa experiencia. De repente cambia toda la calidad, porque siempre que te penetra la conciencia las reacciones se detienen.
Esa cólera es una reacción infantil, es el niño en tu interior. Viene del niño. Y más tarde, cuando te sientes mal, viene del padre. El padre te obliga a sentirte mal y a pedir perdón. No has sido bueno con tu madre o con tu tío… anda, pídeles perdón.
O puede venir de la mente adulta. Te has encolerizado y más tarde reconoces que va a tener consecuencias; pueden devengarse pérdidas económicas. Te has encolerizado con tu jefe, y ahora estás asustado. Empiezas a pensar que puede echarte, o que puede enfurecerse contigo. Te iban a subir el suelo; tal vez ahora no lo haga… y mil cosas más… y por eso te gustaría arreglarlo.
Cuando el Buda dice arrepentirse no te está diciendo que tengas que funcionar a partir del niño o del padre, ni tampoco del adulto. Te está diciendo que cuando seas consciente, te sientes, cierres los ojos y medites en toda la situación, que te conviertas en observador. Erraste la situación, pero todavía puedes hacer algo: observarla. Puedes observarla tal y como deberías haberlo hecho. Practica, será un ensayo, y cuando hayas revisado toda la situación, te sentirás perfectamente bien.
Si entonces quieres pedir perdón, pero sin ningún otro motivo –ni del padre, del adulto, o del niño–, sino por pura comprensión, al meditar y ver que fue un error… No fue erróneo por ninguna otra razón, sólo porque actuaste de modo inconsciente. Te lo volveré a decir. Vas a pedir perdón por ninguna otra razón –financiera, social, política, cultural–, no, no. Simplemente vas a hacerlo porque meditaste sobre ello y reconoces, te das cuenta, de que actuaste de manera inconsciente; has herido a alguien inconscientemente.
Al menos puedes ir y consolar a esa persona. Has de ir y ayudar a esa persona a comprender tu impotencia, que eres una persona inconsciente, que eres un ser humano con todo tipo de limitaciones, que lo sientes. Eso no es restaurar el ego, sólo es hacer algo que te ha mostrado tu meditación. Se trata de una dimensión totalmente distinta.
«Si una persona que ha cometido muchas ofensas no se arrepiente y limpia su corazón del mal, a esa persona le alcanzará su retribución con tanta seguridad como los ríos fluyen hacia el mar, que se torna más ancho y profundo.»
¿Qué es lo que solemos hacer? Nos ponemos a la defensiva. Si te has encolerizado con tu esposa o tu hijo, te pones a la defensiva. Dices que tuvo que ser así, que fue necesario, que fue por el bien del niño. ¿Cómo vas a inculcar disciplina a tu hijo si no te enfadas? Si no te enfureces con alguien, la gente se aprovechará de ti. No eres ningún cobarde, eres un tipo valiente. ¿Cómo puedes dejar que la gente te haga cosas que no debería hacerte? Debes reaccionar.
Te pones a la defensiva, racionalizas. Si sigues racionalizando tus errores… Recuerda que todos los errores pueden racionalizarse, recuérdalo. No hay un solo error que no pueda racionalizarse. Puedes racionalizarlo todo. Pero entonces, dice el Buda, esa persona está abocada a tornarse cada vez más inconsciente… «Con tanta seguridad como los ríos fluyen hacia el mar, que se torna más ancho y profundo.»
Si te pones a la defensiva entonces no hay posibilidad de transformación. Has de reconocer que ha habido un error. Y ese reconocimiento ayuda a cambiar.
Si te sientes sano y no estás enfermo, no acudes al médico. Y aunque el médico vaya a verte no le harás ningún caso. Te encuentras perfectamente bien, y le dirás: «Estoy perfectamente bien. ¿Quién dice que estoy enfermo?». Si no crees que estás enfermo, seguirás protegiendo tu enfermedad. Eso es peligroso porque habrás tomado una opción suicida.
Si ha habido cólera, o avaricia, o ha sucedido algo que sólo ocurre cuando eres inconsciente, reconócelo. Cuanto antes mejor. Medita sobre ello. Recupera tu centro y responde desde el centro.
«Si quien ha cometido una ofensa y lo reconoce, se reforma a sí mismo y practica la benevolencia, la fuerza de la retribución se irá agotando de forma gradual de igual manera que una enfermedad va perdiendo de forma gradual su perniciosa influencia cuando el paciente transpira.»
Si lo reconoces habrás dado un paso muy importante para cambiarlo. Ahora el Buda dice algo muy importante: «Si lo reconoces, si sabes de qué se trata, refórmate a ti mismo».
Por lo general, aunque a veces reconozcamos que «sí, ha pasado algo erróneo», no tratamos de reformarnos, sólo de reformar nuestra imagen. Queremos que todo el mundo nos perdone. Queremos que todo el mundo reconozca que nos equivocamos, pero que hemos pedido perdón, y que las cosas vuelven a estar en su sitio. Volvemos a ocupar nuestro pedestal. La imagen caída ha sido restaurada en su trono. Así no nos estamos reformando.
Puedes pedir perdón todas las veces que quieras, pero sigues haciendo lo mismo una y otra vez. Eso demuestra que no era más que “política”, sólo un truco para manipular a la gente, pero que sigues siendo el mismo, que no has cambiado nada. Si realmente hubieras pedido perdón por tu cólera o por cualquier ofensa cometida contra alguien, entonces no volvería a suceder. Ésa es la única prueba de que te hallas camino de cambiar.
«Si quien ha cometido una ofensa y lo reconoce se reforma a sí mismo y practica la benevolencia…»
Está diciendo dos cosas. La primera es que en el momento en que sientes que algo marcha mal, que hay algo que te hace inconsciente, actuando de manera mecánica, y reaccionando, entonces has de hacer algo, y tus acciones han de ser más conscientes. Éste es el único modo de autorreformarse.
Fíjate ahora en la cantidad de cosas que haces de modo inconsciente. Alguien te dice cualquier cosa y sientes rabia. Ni siquiera hay un solo instante de separación entre una cosa y otra. Es como si fueses un resorte… Alguien aprieta un botón y tú pierdes el temple. Como si estuvieses apretando el interruptor de un ventilador y empezasen a girar las aspas. No hay un solo instante de separación. El ventilador nunca se para a pensar si se moverá o no; simplemente se mueve.
El Buda dice que eso es inconsciencia, impremeditación. Alguien te insulta y tú te dejas controlar por el insulto.
Gurdjieff solía decir que hubo una cosa muy pequeña que transformó su vida por completo. Su padre se moría y llamó al muchacho –Gurdjieff sólo tenía 9 años–, diciéndole: «No tengo gran cosa que dejarte, sólo un consejo que me ofreció mi padre desde su lecho de muerte, y que me benefició muchísimo. Tal vez pueda serte de alguna utilidad. No creo que puedas comprenderlo ahora mismo, pues eres demasiado joven. Pero recuérdalo. Cuando puedas entenderlo te será de utilidad».
Y le dijo: «Recuerda una única cosa: si te sientes furioso, espera veinticuatro horas. Una vez transcurrido ese tiempo, haz lo que quieras, pero espera veinticuatro horas. Si alguien te insulta, dile: “Volveré en veinticuatro horas y haré lo que haya que hacer. Por favor, dame algo de tiempo para pensármelo”».
Claro, el pequeño Gurdjieff no pudo comprenderlo, pero puso atención. Con el tiempo se fue haciendo consciente del tremendo impacto del consejo. Quedó completamente transformado. Dos cosas debía recordar: una, que debía ser consciente para no dejarse llevar por la cólera, no encolerizarse cuando alguien le insultaba, no dejarse manipular por los demás, y que debía esperar veinticuatro horas. Así que cuando alguien le insultaba o decía algo que le resultaba ofensivo, se limitaba a permanecer atento para no verse afectado. Le había prometido a su padre agonizante que permanecería tranquilo y sosegado durante veinticuatro horas. Y con el tiempo fue capaz de conseguirlo.
Y luego comprendió… que tras veinticuatro horas no hay necesidad. Uno no puede estar furioso al cabo de veinticuatro horas. No puedes sentirte furioso al cabo de veinticuatro minutos, ni de veinticuatro segundos. O es instantáneo o no lo es. Porque la cólera sólo funciona si hay inconsciencia; si se es mínimamente consciente –si puedes esperar durante veinticuatro segundos–, entonces está acabada. Entonces no puedes encolerizarte. Has pasado por alto el momento, has perdido el tren; el tren ha dejado el andén. Vale incluso con veinticuatro segundos… Inténtalo.
El Buda dice que quien reconoce sus errores… y sólo dice reconocer, no dice «quien condena», porque no hay nada que condenar. Es humano, es natural; somos seres inconscientes. El Buda solía decir que Dios, o el alma universal, o la existencia, duerme en el mineral, totalmente inconsciente; en los vegetales el sueño no es tan profundo, hay unos cuantos fragmentos de sueños que han empezado a moverse; en el animal, la existencia es sueño; en el ser humano se ha vuelto un poco consciente, sólo un poco. Esos momentos son escasos e intermitentes. A veces pasan meses y no eres consciente ni durante un instante, pero en el ser humano existe la posibilidad de unos escasos momentos de conciencia. En un buda la existencia se ha tornado totalmente consciente.
Observa la existencia a tu alrededor. En esos árboles dice el Buda que anidan unos pocos fragmentos de sueños. En las piedras… un sueño profundo, sin ensueños… sushupti. En los animales –en el gato, el perro, el león, el tigre, los pájaros– la existencia es ensoñada, con muchos sueños. En el ser humano emergen, sólo un poco, unos cuantos momentos de conciencia.
Así que no pierdas la oportunidad y sé consciente siempre que puedas. Y los mejores momentos son cuando la inconsciencia está a punto de arrastrarte. Si puedes utilizar esos momentos, si los utilizas como desafíos, la existencia se te hará cada vez más consciente. Y un día tu conciencia se convertirá en una llama continua, en una llama eterna. Entonces la existencia estará del todo despierta, sin sueño, sin ensueños.
Ése es el significado de la palabra “buda”. “Buda” significa quien es totalmente consciente. No pierde su atención en ninguna situación. Su atención se ha convertido en algo tan natural como el respirar. Igual que inspiras y espiras, del mismo modo inspira conciencia y espira conciencia. Su centro se ha tornado permanente. No funciona a partir de las personalidades –del hijo, el padre, el adulto–, no. Reformar no significa simplemente reformar, no es sólo un poco por aquí y otro poco por allá. Reformar no significa que la escayola se ha caído en algún sitio y que hay que volver a ponerla, que el color haya desaparecido o se haya evaporado y haya que volver a pintar. Reformar no quiere decir realizar pequeñas modificaciones. Reformar es una palabra muy revolucionaria. Significa re-formar, volver a formar, renacer, ser totalmente nuevo, dar un salto cuántico, salir de la antigua personalidad, alejarse del viejo núcleo, realizar un nuevo centro.
«Se reforma a sí mismo y practica la benevolencia…»
Sea lo que fuere que consideres tu error básico, no estés continuamente pendiente de él, no te obsesionas con ello. Eso también es un error. Hay muchos que llegan y me dicen: «No podemos controlar la ira. Intentamos hacerlo todo el tiempo, pero no podemos. ¿Qué podemos hacer?».
El Buda dice que no hay que obsesionarse con nada. Reconócelo, sé consciente y haz justo lo contrario. Si te parece que la cólera es tu problema, no te concentres demasiado en ella; sé más compasivo, sé más afectuoso. Porque si te preocupas demasiado de la cólera, ¿adónde irá a parar la energía que liberarás si no te encolerizas? Crea un camino para que la energía se mueva. Es la misma energía. Cuando eres compasivo pones en funcionamiento la misma energía que cuando eres colérico. Ahora es en positivo, y antes era en negativo. Antes era destructiva, y ahora creativa. Pero es la misma energía… la cólera se convierte en compasión. Así que antes de intentar cambiar la cólera deberás “canalizarla”, deberás contar con nuevos canales hacia la compasión.
Por eso el Buda dice que practiques benevolencia, virtud. Descubre tu principal error y crea nuevos senderos en tu ser. Si eres un miserable, llorar y hablar de ello no te va a ser de gran ayuda. Empieza a compartir. Comparte todo lo que puedas compartir. Haz algo que represente un avance, haz algo que vaya contra tu pasado, algo que nunca hayas hecho. Es posible que estés colérico porque no sepas cómo tener compasión. Es posible que seas un miserable porque no sepas cómo compartir.
El énfasis del Buda es positivo: haz algo para que la energía empiece a circular y fluya. Luego, con el tiempo, se irá alejando de la cólera. Sé consciente, pero no te obsesiones.
Deberás realizar una distinción entre ambas cosas porque la mente humana no hace más que equivocarse. Cuando el Buda dice que seas consciente, no está diciendo que te obsesiones, no dice que pienses en la cólera continuamente. Porque, si piensas en la cólera, de ese modo crearás cada vez más situaciones coléricas en ti. Sé consciente, pero no es necesario que lo contemples. Sé consciente, pero no es necesario que te preocupes demasiado. Toma nota y luego trata de hacer algo que cambie esa pauta energética. Eso es lo que quiere decir el Buda cuando habla de practicar benevolencia.
«La fuerza de la retribución se irá agotando de forma gradual de igual manera que una enfermedad va perdiendo de forma gradual su perniciosa influencia cuando el paciente transpira.»
Imagina alguien que se ha pasado bebiendo. ¿Qué puedes hacer? Puedes darle un baño caliente o meterle en un baño. Si transpira, el alcohol se irá con la transpiración.
El Buda dice que los actos virtuosos son como la transpiración. Tus hábitos inconscientes se evaporan con ella. Por eso, no hacer el mal es de hecho hacer el bien. No te intereses negativamente, sé positivo. Si te sientas y empiezas a pensar en todo lo malo que has hecho, pensando demasiado en todo ello, estarás alimentándolo. Prestar atención es alimentar, prestar atención significa seguir hurgando en la herida.
Toma nota, sé consciente, medita, pero no hurgues en la herida. Si lo haces la agravarás. Empezará a sangrar. Así que no te preocupes demasiado acerca de tus cositas, porque sólo son cositas.
Me han hablado de un santo que solía autoflagelarse cada mañana, gritando: «¡Dios mío, perdóname porque he pecado!». Así siguió durante cuarenta años, y se convirtió en una persona muy respetada; se le consideraba un santo, y nadie sabía que hubiera cometido pecado alguno porque era un hombre muy virtuoso. La gente le observó durante cuarenta años, estaba en el centro de la atención, siempre estaba rodeado de gente. Cuando dormía también le rodeaba mucha gente, y nunca nadie le vio hacer nada erróneo; siempre rezaba. Pero cada mañana se autoflagelaba, y la sangre manaba de su cuerpo.
Siempre le hacían la misma pregunta: «¿Qué pecado has cometido? Dínoslo». Pero él no abría la boca. Sólo cuando se estaba muriendo, dijo: «Ahora he de decirlo, porque anoche se me apareció Dios en el sueño y dijo: “Estás creando demasiadas expectativas. ¡Ya vale con cuarenta años! Es mejor que te lo diga, porque si no, no te permitiré entrar en el cielo. No has hecho nada malo”». De joven vio a una mujer hermosa y el deseo se manifestó en él, un deseo de aquella mujer. Ése fue el único pecado que cometiera –sólo un pensamiento–, y se había autoflagelado por ello durante cuarenta años. Incluso el mismísimo Dios tuvo que aparecérsele en un sueño: «Por favor… te lo digo porque vas a morir mañana. No te dejaré entrar en el cielo si continúas así. No has hecho ninguna barbaridad, y le estás dando demasiada importancia. No seas tan exigente».
Todos los errores son normales. ¿Cuál es el pecado tan extraordinario que has cometido? Ya se han cometido todos los pecados; no puedes descubrir ninguno nuevo, es muy difícil dar con uno nuevo. Es casi imposible ser original respecto al pecado. La gente ha cometido todo tipo de pecados durante millones de años. ¿Vas tú a encontrar uno nuevo? Es imposible, ¿qué podrías hacer?
Bertrand Russell solía decir que el Dios cristiano parecía casi absurdo, porque dice que si cometes un pecado serás arrojado al infierno para toda la eternidad. Pero eso es demasiado. Puedes arrojar a una persona al infierno durante cinco, diez, veinte, o cincuenta años. Si un hombre ha vivido setenta años, puedes arrojarle al infierno setenta años. Eso significaría que ha estado pecando continuamente durante setenta años, sin tomarse un respiro, sin vacaciones. Sí, puedes enviarle allí durante setenta años.
Y los cristianos sólo creen en una vida. Está bien que crean en una sola vida, ¿qué harían si no? ¡Por los pecados de una sola vida te arrojan al infierno para siempre! Piensa en los hinduistas… tantas vidas; una eternidad no bastaría.
Russell solía decir: «Cuento mis pecados –los que he cometido y también los que no he cometido, pero en los que he pensado– y no puede imaginar cómo, a causa de cosas tan nimias, me van a arrojar al infierno para toda la eternidad, siendo torturado para siempre. Ni siquiera un magistrado muy duro podría enviarme a la cárcel más de cuatro años». Y tenía razón.
¿Qué errores puedes cometer? ¿Cuáles has cometido? No los llames pecados porque esa misma palabra está contaminada, contiene una condena. El Buda sólo los llama “agravios”, actos torpes. Bonita terminología, actos torpes, actos en los que te has comportado con torpeza. Te encolerizas y dices algo poco elegante, o haces algo poco elegante… Sólo son agravios.
Dijo el Buda:
«Cuando al verte practicando benevolencia, una persona malvada se acerca y te insulta de forma maliciosa, deberás soportarlo con paciencia y no sentir cólera, pues la persona maliciosa se insulta a sí misma al tratar de insultarte a ti».
Intenta comprender este sutra. Es lo que pasa siempre… Si te haces bueno habrá mucha gente que se enfurezca contigo. Porque tu benevolencia crea culpabilidad en ellos, pues no son tan buenos. Tu ser bueno crea una comparación. A la gente le resulta muy difícil tragar a un hombre bueno. Siempre pueden perdonar a uno malo, pero les resulta muy difícil hacer lo propio con uno bueno. De ahí que durante siglos sigan encolerizados con Jesús, Sócrates, el Buda… ¿Por qué? Puedes observarlo en la vida.
Antes estuve en la universidad, era profesor, y un empleado que era el mejor de todo el personal y un trabajador muy bueno, me dijo: «Tengo problemas. Todo el personal está en mi contra. Me preguntan: “¿Por qué trabajas tanto? Cuando nosotros no trabajamos se supone que tú tampoco debes hacerlo. Basta con dos horas… Puedes llevar carpetas de aquí para allá; no es necesario que…”». Su mesa siempre estaba despejada, sin carpetas amontonándose, mientras que las mesas de los demás estaban repletas. Claro que estaban enfadados, porque la presencia de aquel hombre creaba una comparación. ¿Por qué no podían hacerlo ellos si él podía?
A un buen hombre no se le aprecia, porque crea comparaciones. Un Jesús ha de ser crucificado, porque si tal inocencia es posible, ¿entonces por qué tú no eres tan inocente? La comparación se convierte en una herida profunda en el ego. Hay que aplastar a ese hombre; sólo matándole nos quedaremos tranquilos. Hay que envenenar a Sócrates porque es muy sincero. ¿Por qué tú no puedes ser tan sincero? Tus mentiras quedan reveladas a la luz de la verdad de ese hombre. La realidad y autenticidad de esa persona te hace sentir falso. Ese hombre es peligroso. Es como si a un valle de ciegos llegase un hombre que ve.
H.G. Wells cuenta una historia acerca de un valle de ciegos en Sudamérica, al que en una ocasión llega un viajero que ve. Todos los ciegos se reúnen y llegan a la conclusión de que hay algo raro en ese hombre; nunca había sucedido antes. Así que deciden tomar cartas en el asunto. Sí, claro, en un valle de ciegos tener ojos para ver es cosa rara.
El mulá Nasrudín es un hipocondríaco. Una vez vino a verme y me dijo:
–Creo que hay algo que no marcha bien en mi mujer.
–¿Qué pasa con su mujer? Parece perfectamente sana –le dije.
–Hay algo raro en ella. Nunca va al médico –contestó.
En cambio él acude a la consulta a diario, regular y religiosamente, y todos los médicos de la población están hartos de él. Pero ahora se preocupa por su mujer. Debe haber algo raro en ella, porque nunca va a ver a ningún médico.
Si vives con gente enfermiza, entonces estar sano es peligroso. Si vives con dementes, estar cuerdo es peligroso. Si vives en un manicomio aunque no estés loco, al menos pretende que lo estás; de otro modo, todos los locos acabarán matándote.
Dijo el Buda:
«Cuando al verte practicando benevolencia, una persona malvada se acerca y te insulta de forma maliciosa…»
Llegarán y te insultarán. No pueden tolerar la idea de que seas mejor que ellos. Es imposible que crean que alguien puede superarles. El que les aventaja debe ser un impostor, un farsante que, trata de crearse una imagen de sí mismo, de su ego. Se inquietan. Y empiezan a vengarse.
Dijo el Buda:
«Cuando al verte practicando benevolencia, una persona malvada se acerca y te insulta de forma maliciosa, deberás soportarlo con paciencia…»
Debes permanecer en tu centro, debes soportarlo con paciencia, debes limitarte a observar lo que ocurre. Eso no debe perturbarte. Si te perturba, entonces la persona maliciosa te habrá derrotado. Si te perturba, entonces te conquista. Si te perturba estarás cooperando con ella.
El Buda dice que sólo hay que permanecer tranquilo, soportar con paciencia y no encolerizarse con esa persona… «Pues la persona maliciosa se insulta a sí misma al tratar de insultarte a ti». Está insultando su propio potencial.
Cuando crucificamos a Jesús también estamos crucificando nuestra propia inocencia. Cuando crucificamos a Jesús crucificamos nuestro propio futuro. Cuando crucificamos a Jesús matamos nuestra propia divinidad. Él no era más que un símbolo de que también era posible para ti, de que todo lo que le sucedía a él también podía sucederte a ti.
Cuando envenenamos a Sócrates también envenenamos todo nuestro ser, envenenamos nuestra propia historia. Él no era más que la estrella anunciadora, el heraldo del futuro. Lo que decía era: «Ése es tu potencial. Sólo soy un mensajero que ha de entregarte el mensaje de que también puedes ser como yo».
Dice el Buda: «Pues la persona maliciosa se insulta a sí misma al tratar de insultarte a ti». Tú permaneces tranquilo, paciente, lo soportas y no te acaloras.
Dijo el Buda:
«En una ocasión llegó un hombre ante mí y me denunció por seguir el camino y practicar gran benevolencia».
Parece absurdo. ¿Por qué nadie ha de ir a otra persona, que no le ha hecho nada, para denunciarla? ¿Por qué van a denunciar al Buda? No le ha hecho ningún daño a nadie. No se interpone ante nadie… ha renunciado a toda competitividad. Respecto a los intereses mundanos podría decirse que casi es un muerto. ¿Por qué la gente se entromete para denunciarle?
Su presencia les resulta insultante. La posibilidad de que un hombre pueda ser tan bueno les hace daño. ¿Por qué no lo son ellos? Crea culpabilidad. Por eso a lo largo de los siglos la gente continúa escribiendo que el Buda nunca existió, que Jesús es un mito, que no son más que fantasías. Esas personas no existieron nunca, sólo son deseos, fantasías humanas; nunca llegaron a existir. O aunque lo hiciesen no eran como se dice; no son más que ilusiones, más que sueños. ¿Por qué?
La gente sigue ahora escribiendo contra el Buda, contra Jesús. Sigue doliéndoles. Han pasado veinticinco siglos desde que ese hombre despertó, pero sigue habiendo gente que no se siente cómoda con él. Si existió de verdad, históricamente, entonces están condenados. Han de demostrar que ese hombre nunca existió, que sólo es un mito. Entonces se quedan tranquilos.
Una vez que han demostrado que nunca existió un Buda, un Jesús, un Krishna, entonces descansan. Entonces pueden seguir siendo lo que son, porque desaparece la comparación. Son lo último en existencia. Pueden seguir siendo lo que son sin ninguna transformación. Pueden seguir haciendo lo que hacen. Pueden seguir creando basura y recogiendo basura, y pueden seguir siendo los borrachos inconscientes que son. Pero si resulta que en alguna ocasión hubo un hombre como el Buda que vivió en la tierra –con esa luz, con esa luminosidad, con tal gloria–, entonces se sienten heridos.
«En una ocasión llegó un hombre ante mí y me denunció por seguir el camino y practicar gran benevolencia. Pero permanecí silencioso y no le respondí.»
Eso es lo que quiero decir cuando digo que hay que salirse del triángulo dramático. Porque si respondes, reaccionarás. Has de permanecer tranquilo, en tu centro; no te distraigas. Limítate a permanecer en silencio, sereno, recogido, en calma.
«Pero permanecí silencioso y no le respondí.»
Hay que entenderlo bien entendido. ¿Qué sentido tendría responder a ese hombre? En primer lugar no entendería nada. Y en segundo, es posible que lo interpretase equivocadamente.
Poncio Pilatos le preguntó a Jesús en el último momento, antes de ser crucificado: «¿Qué es la verdad?», y Jesús permaneció en silencio, no dijo ni una sólo palabra. Habló de la verdad toda su vida, esa misma vida que iba a ser sacrificada al servicio de la verdad… ¿Por qué guarda silencio en el último momento? ¿Por qué no responde? Sabe que la respuesta carece de importancia, que no llegará a su destino. Existen todas las posibilidades de que sea mal interpretada.
Su respuesta es el silencio, y el silencio es más penetrante. Si alguno de sus discípulos se lo hubiera preguntado, Jesús habría respondido, porque un discípulo es alguien que está preparado para comprender, que es receptivo, que prestará atención a todo lo que se le diga, que se alimentará de la respuesta, que la digerirá. El verbo se hará carne en él.
Pero Poncio Pilatos no es un discípulo. No pregunta con actitud humilde y profunda, no está dispuesto a aprender. Sólo pregunta, tal vez por curiosidad, o bromeando, o tratando de convertir a ese hombre en un hazmerreír. Pero Jesús guarda silencio, y el silencio es su respuesta.
Y dijo el Buda:
«Pero permanecí silencioso y no le respondí. La denuncia cesó.»
Ese silencio debe haber sorprendido a aquel hombre. Lo que esperaba era una respuesta. Pero el silencio le resultó incomprensible. Debió quedarse parado. Le está denunciando y el Buda permanece tranquilo, en silencio. Le insulta y el Buda permanece imperturbable. Si se hubiese perturbado, si se hubiese distraído, entonces aquel hombre habría entendido el lenguaje. Sí, conocía ese lenguaje, pero desconocía el lenguaje del silencio, de la gracia, de la paz, del amor, de la compasión.
Debió de sentirse perplejo y abochornado. No podía imaginárselo. Estaba perdido. «La denuncia cesó». ¿Qué sentido tendría continuar? Ese hombre casi parecía una estatua. No respondió, no reaccionó.
«Y entonces le pregunté: “Si le llevas un regalo a tu vecino y éste no lo acepta, ¿significa eso que el regalo te es devuelto?”».
En lugar de responderle, cuando cesa la denuncia, el Buda le pregunta.
«“Si le llevas un regalo a tu vecino y éste no lo acepta, ¿significa eso que el regalo te es devuelto?”. El hombre contestó que sí. Entonces le dije: “Tú ahora me denuncias, pero yo no lo acepto, y por ello debes aceptar ese hecho erróneo sobre tu propia persona. Es como un eco tras un sonido, como una sombra que sigue a un objeto. Nunca escaparás al efecto de tus propios actos nocivos. Por tanto, permanece atento y cesa de hacer el mal”».
Ha demostrado algo sin decirlo. Le ha preguntado a ese hombre: «Si le llevas un regalo a tu vecino –lo llama regalo– y éste no lo acepta, ¿qué harás?». Sí, claro, el hombre debe haber dicho: «Me lo volveré a llevar». Ahora estaba convencido y no podía retroceder. El Buda dijo: «Me has traído un regalo –tal vez de insultos, de denuncia– y yo no lo acepto. Puedes traerlo, eres libre de hacerlo, pero el aceptarlo o no forma parte de mi libertad, es de mi elección».
Esto es muy bello si se comprende. Alguien te insulta. Pero el insulto no tiene todavía sentido hasta que lo aceptes. A menos que lo tomes de inmediato, es insignificante, es sólo ruido, pero no tiene nada que ver contigo. Así que de hecho nadie puede insultarte a menos que lo tomes para ti, a menos que cooperes con él.
Por eso, siempre que te insultaron, que te sentiste insultado, fuiste tú, fue responsabilidad tuya. No digas que alguien te insultó. ¿Por qué aceptaste el insulto? Nadie puede obligarte a aceptarlo. El otro tiene la libertad de insultarte, pero tú tienes la de aceptar o no el insulto. Si lo aceptas, entonces es tu responsabilidad; entonces no digas que te insultaron. Deberías decir: «Acepté el insulto». Limítate a decir: «No era consciente; en la inconsciencia lo acepté y me perturbó».
Dice el Buda: «Acepta sólo lo que necesites. Acepta únicamente alimentos». ¿Para qué aceptar veneno? Alguien trae una taza llena de veneno y quiere regalártela. Y tú le dices: «Muchas gracias, pero no lo necesito. Si alguna vez quiero suicidarme se lo pediré, pero ahora mismo quiero vivir». No hay necesidad; sólo porque alguien te traiga veneno no es necesario que te lo bebas. Puedes decir: «Gracias». Eso es lo que hizo el Buda.
Y sigue diciendo: «Pero como no lo acepto, ¿qué harás con él? Deberás llevártelo otra vez. Lo siento por ti. Deberás tomártelo tú, caerá sobre ti… como un eco tras un sonido, como una sombra que sigue a un objeto. Te seguirá para siempre. Tu insulto será como una espina en tu ser. Te perseguirá. A mí no me has hecho nada, te lo has hecho a ti mismo».
El Buda siente compasión por este pobre hombre que ha cometido un acto erróneo contra sí mismo, y dice: «Por tanto, permanece atento y cesa de hacer el mal. Haz sólo aquello que quieras que te siga. Haz sólo aquello que te seguirá y con lo que te sientas feliz. Canta una canción, para que aparezca el eco y te llene de más canciones».
Solía ir de acampada a Matheran, una estación de montaña cerca de Pune. En la primera fui a visitar un lugar donde había eco. Me acompañaron unos cuantos amigos. Uno empezó a ladrar como un perro y todo el valle repitió el eco como si ladrasen muchos perros. Le dije: «Aprende la lección, porque así es toda la vida: la vida es una zona de eco. Si ladras como un perro, todo el valle resonará a perro y ese sonido te perseguirá. ¿Por qué no cantas una canción?».
Comprendió la cuestión y cantó una canción y todo el valle cantó.
Depende de ti. Todo lo que les hagas a los demás te lo estás haciendo a ti, porque las cosas retornan de todas partes, ampliadas mil veces. Si colmas de flores a los demás, las flores te colmarán a ti. Si llenas de espinas el camino ajeno, acabará siendo el tuyo.
No podemos hacerle nada a nadie sin hacérnoslo a nosotros mismos. Podemos hacerle algo a alguien sólo si va a aceptarlo, y no siempre es así. Tal vez sea un buda, o un Jesús, y permanezca sentado en silencio. Entonces el acto recae sobre nuestro propio ser.
Dice el Buda: «Por tanto, permanece atento –debe haberlo dicho con una gran compasión– y cesa de hacer el mal», porque sufrirás de forma innecesaria.
Permite que repita una cosa para que puedas recordarla. Cuentas con tres capas: el niño, el padre, el adulto, y tú no eres ninguna de ellas. No eres el niño, ni el padre, ni el adulto. Eres algo más allá, eres algo eterno, eres algo muy alejado de todas esas zonas conflictivas.
No elijas. Sólo sé consciente y actúa desde esa consciencia. Entonces serás espontáneo como un niño, pero sin ser infantil. Y recuerda la diferencia entre ser niño y ser infantil. Son dos cosas distintas.
Si actúas a partir de la consciencia, serás como un niño pero no serás infantil, y cumplirás todos los mandamientos sin cumplirlos. Si actúas a partir de esa consciencia, todo lo que hagas será razonable. Y ser razonable es ser auténticamente racional.
Y recuerda, la sensatez es distinta de la racionalidad. La sensatez es una cosa pero que muy distinta, porque la sensatez acepta la irracionalidad como parte de la vida. La razón es monótona, la racionalidad también. La sensatez acepta la polaridad de las cosas. Un hombre razonable es tanto un hombre sensible como razonador.
Así que si actúas a partir del hondón de tu ser, estarás tremendamente contento; contento porque todas las capas estarán satisfechas. Tu niño estará satisfecho porque serás espontáneo. Tu padre no se enfadará ni se sentirá culpable porque de manera natural harás todo lo que está bien, pero no como disciplina externa, sino como una conciencia interna.
Cumplirás los diez mandamientos de Moisés sin ni siquiera saber qué dicen; pero los acatarás de manera natural. Ahí es donde los consiguió Moisés, no en la montaña, sino en la cumbre interior. Seguirás a Lao Tzu y a Jesús, y tal vez sin ni siquiera haber oído hablar nunca de ellos. Ahí es donde consiguieron su puerilidad, ahí es donde nacieron. Y seguirás a Manu, Mahavira, y a Mahoma, de manera natural y, no obstante, no por ello serás irracional.
Tu mente lo apoyará. No estará enfrentada a tu racionalidad de adulto. Esa racionalidad estará totalmente convencida, tu Bertrand Russell quedará convencido.
Entonces las tres partes conflictivas pasarán a ser una. Te convertirás en una unidad, “serás” unido. Desaparecerán las voces. Dejarás de ser muchos, y serás uno. Ésa es la gran mente.
Por tanto, permanece atento.
Basta por hoy