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4. VIVIR EL DHAMMA

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Dijo el Buda:

«La gente malvada que denuncia al sabio se parece a los que escupen al cielo. El escupitajo nunca alcanzará el cielo, sino que les caerá encima.

»La gente malvada también se parece a quien agita el polvo contra el viento. El polvo no se levantará sin perjudicarle.

»Por el eso sabio nunca saldrá herido, pues la maldad acabará destruyendo a los propios malvados».

Dijo el Buda:

«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás. Si observas el camino con un corazón sencillo, grande será en verdad este camino».

Dijo el Buda:

«Quienes se alegran al ver a otros observar el camino obtendrán grandes bendiciones».

Un shramana le preguntó al Buda: «¿Podría ser destruida dicha bendición?».

Dijo el Buda:

«Es como una antorcha encendida cuya llama puede transmitirse a cuantas antorchas pueda traer otra gente. Y con ellas prepararán alimentos y disiparán la oscuridad, mientras que la antorcha original seguirá ardiendo siempre igual. Lo mismo ocurre con el gozo del camino».

El primer sutra.

Dijo el Buda:

«La gente malvada que denuncia al sabio se parece a los que escupen al cielo».

Lo primero que hay que entender es por qué en la gente malvada se manifiesta el deseo de escupir contra el cielo, por qué la persona malvada quiere denunciar al sabio. La persona malvada no puede permitirse a sí misma aceptar que alguien es sabio. La idea en sí misma le duele, le duele profundamente. Porque todo mal surge de actitudes egoístas. Y eso resulta aplastante para el ego. «Yo no soy sabio y otro sí lo es. No soy bueno y otro sí lo es. Sigo en la oscuridad y otro ha alcanzado la luz». Es algo imposible de aceptar.

Hay dos caminos: uno es «debo intentar convertirme en sabio», que es muy difícil y arduo. El camino más sencillo y menos costoso es denunciar al sabio, decir que no lo es. Siempre que te enfrentas a un desafío se abren ante ti esas dos opciones, y si eliges la menos costosa seguirás en el mal.

Nunca elijas lo menos costoso, nunca vayas por el atajo, porque la vida sólo se aprende por el camino difícil. Arduos son sus caminos, larga y cuesta arriba la tarea, porque aprender no es fácil, porque aprender no es sólo recopilar conocimiento, no es amontonar información. Aprender ha de cambiarte. Es cirugía espiritual, y hay que destruir y tirar mucho.

En ti hay mucha cosa podrida a la que hay que renunciar. Gran parte de ello es como tener una piedra atada al cuello; no te permite flotar, sino que te ahoga. Has de cortar las relaciones con muchas cosas, con muchas actitudes, con muchos prejuicios. Debes descargarte a ti mismo.

El aprendizaje, el de verdad, la sabiduría, sólo llega cuando te has transformado. No es un proceso acumulativo, no puedes simplemente ir añadiendo conocimiento. Debes pasar por una transmutación, y eso es duro. El camino más fácil es denunciar. Siempre que te enfrentes al desafío –que alguien se haya vuelto sabio– lo más fácil es decir: «No, es imposible. Primero porque la sabiduría no existe, y segundo, porque aunque existiese, no podría existir en esa persona. Le conozco muy bien, conozco sus defectos». Y luego empezarás a magnificarlos, y a condenarla.

No es una casualidad que envenenasen a Sócrates, crucificasen a Jesús, y asesinasen a Mansur. No es una casualidad que se denuncie a todos los budas, a todos los jainistas. Cuando caminan sobre la tierra siempre están en peligro, porque son muchos los que sienten sus egos heridos.

Pensar que alguien se ha iluminado resulta muy difícil. Es más fácil denunciar y decir: «No, primero porque la iluminación es imposible –nunca sucede, sólo es una ilusión, Dios no existe, ¿el samadhi?–, no es más que autohipnosis. Ese hombre se autoengaña, no se ha iluminado. Le conocemos muy bien, le conocemos desde pequeños. ¿Cómo puede ser alguien iluminado? Es como nosotros, pero finge. Es un impostor, un embaucador».

Ése es nuestro ego eligiendo el camino más fácil. Cuidado. En todos surge el deseo de condenar, de negar. Por eso, siempre que hay alguien como el Buda que está vivo, le condenamos, y cuando muere, le veneramos llenos de culpabilidad. Toda veneración surge de la culpabilidad. Primero denuncias a una persona, sabiendo muy bien que algo ha sucedido, pero no puedes aceptarlo. En lo más profundo de tu ser te das cuenta de que la persona en cuestión está transfigurada, que cuenta con cierta luminosidad. No puedes negarlo; en lo más profundo de tu ser sabes que ha penetrado un rayo de luz. Pero consciente y deliberadamente, no puedes aceptarlo. Sería aceptar tu propio fracaso. Dudas, dudas en lo más profundo; dudas de la condena, pero continúas.

Luego, un día, esa persona desaparece. Sólo queda su fragancia, el recuerdo. Y cuando una persona muere y no has aceptado su realidad entonces se manifiesta la culpabilidad. Sientes: «Soy culpable. No fui bueno. Perdí la oportunidad». Luego empiezas a sentir remordimientos. ¿Qué hacer? A fin de equilibrar la culpabilidad, te pones a rendir culto.

Por eso a los maestros muertos se les rinde culto. Rara vez la gente venera a un maestro vivo. Porque cuando veneras a un maestro vivo no es por sentirte culpable, sino por comprensión. Cuando veneras a un maestro muerto es por sentimiento de culpa.

Por ejemplo, tu padre está vivo y no le respetas, no le quieres. Te has puesto en su contra en muchas ocasiones. Le has deshonrado de muchas maneras, y le has rechazado de muchas formas. Y llega un día en que muere, y empiezas a llorar y a gemir. Y a partir de entonces y cada año harás shraddh.2 Un día al año darás una fiesta para amigos y brahmanes. Todo ello es producto de la culpabilidad. Y encima colgarás un retrato de tu padre en casa, y le pondrás flores.

Nunca lo hiciste cuando estuvo vivo. Nunca llegaste con flores y las depositaste a sus pies. Ahora que se ha ido te sientes culpable, no fuiste bueno con el viejo. No hiciste lo que había que hacer. No colmaste tu amor ni satisficiste tu deber. Ahora ha desaparecido la oportunidad, él ya no está ahí para perdonarte. Ya no está ahí para que puedas llorar, caer a sus pies y decir: «Me he portado mal contigo, perdóname». Ahora, en cierto modo, te sientes profundamente culpable. Surge el remordimiento… y le pones flores. Respetas su memoria. Nunca respetaste al hombre, pero ahora respetas su memoria.

Recuerda, si realmente le hubieras querido, si le hubieras respetado de verdad, no habría remordimiento ni culpa. Serías capaz de recordarle sin culpa, y ese recuerdo tendría una belleza. Ese recuerdo es otra cosa, cuenta con una cualidad distinta. La diferencia es tremenda. De hecho, te habrías sentido colmado.

No lloras por su muerte, sino a causa de la culpa. Si hubieras amado a esa mujer, si realmente la hubieses amado y no la hubieses traicionado, y no la hubieses engañado, cuando ella muriese te sentirías triste, claro está, pero en esa tristeza habría algo de belleza. La echarías de menos, pero sin culpabilidad. La recordarías, siempre la recordarías, sería un preciado recuerdo, pero no exagerarías llorando y gritando y convirtiéndolo todo en un espectáculo. No exhibirías tu tristeza, no habría elementos exhibicionistas. Valorarías el recuerdo en lo profundo del corazón. No llevarías una foto suya en la cartera, y no hablarías de ella.

Conocía a una pareja, en la que el marido se había portado muy mal con su esposa. Era un matrimonio por amor, una familia muy rica, pero el marido era una especie de Don Juan, y engañaba a su esposa de todas las maneras. Luego ella se suicidó a causa de él.

Resulta que pasé por donde vivían y fui a verle, porque alguien me había contado que el esposo era muy desgraciado. Desde que la esposa muriera su vida había cambiado. No podía creérmelo. Pensé que debía estar muy contento. Siempre fue una relación miserable, un conflicto continuo.

Fui a verle. Se hallaba sentado en su estudio rodeado de muchas fotos de la esposa, por todas partes, como si se hubiese convertido en una diosa. Y él empezó a llorar. Yo le dije:

–¡Deja de hacer el tonto! Nunca fuiste feliz con esa mujer, ni ella contigo, por eso se suicidó. Eso era lo que siempre quisiste. De hecho me dijiste muchas veces que si esta mujer se moría tú serías libre. Ahora ya lo ha hecho.

Él respondió:

–Pero ahora me siento culpable, como si yo hubiera sido la causa de su muerte, como si la hubiese matado con mis manos. Nunca volveré a casarme.

Eso es la culpabilidad, una cosa muy fea.

Cuando muere un buda son muchos los que le veneran. Estaban ahí en vida, pero nunca se acercaron a él. Cuando muere un mahavira, la gente le venera durante siglos. Esa gente estaba allí cuando vivía, pero ahora se sienten culpables.

Fíjate, a Jesús le crucificaron. En el último momento incluso le abandonaron sus discípulos. No hubo nadie que dijese: «Soy su seguidor». Incluso el último discípulo… cuando apresaron a Jesús, éste le dijo: «No me sigas porque ya no puedes seguirme». Y el discípulo contestó: «Iré, maestro. Iré adonde te lleven». Jesús dijo: «Antes de que cante el gallo al amanecer me negarás tres veces. No lo hagas, déjame». Pero el discípulo insistió.

A Jesús le apresaron, sus enemigos dieron con él, y el discípulo siguió con la multitud. La gente se dio cuenta de su pinta extraña y le preguntaron: «¿Quién eres tú? ¿Eres discípulo de ese Jesús?». Y él dijo: «¿Quién es ese Jesús? Nunca he oído ese nombre». Y tres veces, tres veces le negó antes de que cantase el gallo. Y cuando le negó por tercera vez, Jesús se dio la vuelta y dijo: «El sol todavía no ha aparecido por el horizonte».

Nadie más debió de comprenderlo, pero el discípulo debe haber llorado amargamente al negar a Cristo. Dijo que no conocía a ese hombre, que era forastero, y que se había acercado por curiosidad. En el último momento incluso desaparecieron los discípulos. Jesús fue crucificado. Los discípulos se reunieron, y cada vez fueron más. Ahora casi un tercio de la humanidad es cristiana.

Da la impresión de tratarse de una culpabilidad tremebunda. Sólo tenéis que daros cuenta de que si a Jesús no le hubieran crucificado, no habría cristianismo. Por eso la cruz se convirtió en el símbolo del cristianismo. Yo al cristianismo lo llamo “cruz-tianismo”, no cristianismo. De hecho es la cruz, es la muerte, lo que creó la culpa. Creó tanta… ¿Y qué se hace cuando surge la culpabilidad? Sólo puedes compensarla venerando a la persona.

Cuando un maestro está vivo le quieres; tu veneración contiene amor y no exhibicionismo. Es un flujo natural que proviene del corazón. Pero cuando un maestro está muerto y siempre le has negado, entonces le veneras. Tu veneración tiene algo de fanatismo, de exhibicionismo. Quieres demostrar algo. ¿Frente a quién? Frente a tus propias actitudes

Así me lo han contado:

–Pareces muy deprimido –le dijo un amigo al mulá Nasrudín–. ¿Qué te pasa?.

–Verás –empezó el mulá–, ¿recuerdas a mi tía, la que acaba de morir? Yo fui el que la internó en un manicomio durante los últimos cinco años de su vida. Cuando murió me dejó todo su dinero. Ahora he de demostrar que estaba bien de la cabeza cuando redactó el testamento, hace seis semanas.

Eso es lo que pasa. Primero niegas a un hombre sabio, le niegas que sea sabio. Niegas que esté iluminado, niegas que sea bueno. Luego se muere y te lo deja todo, te deja todo su dinero. Se convierte en tu herencia. Ahora, de repente, todo cambia, todo toma un giro de ciento ochenta grados. Negabas a ese hombre porque hería tu ego, y ahora, de repente, empiezas a venerarle porque te colma el ego. La causa sigue siendo la misma, tanto si le condenas como si le veneras.

Los hinduistas destruyeron por completo el budismo en la India, pero aceptaron al Buda como el décimo avatara de Vishnú. ¿Por qué? Porque ahora está bien negar el budismo, ¿pero cómo negar el legado del Buda? Fue el indio más grande de toda la historia. Si le niegas, tu ego se quedará corto. Pero con el Buda, tu ego reluce como una estrella, como la estrella polar. No puedes negar al Buda.

Ahora le reclamáis, afirmáis que fue el hombre más sabio, el hombre más grande de todos los tiempos. Ahora vuestro ego se alimenta del nombre del Buda. Ahora queréis que sea vuestro Buda –de hecho, ahora decís que fue vuestro Buda– el que transformó todo Asia. Es la luz que ilumina el mundo. Sí, claro, liquidasteis a todos los budistas, destruisteis las escrituras budistas, lo negasteis todo, pero os aprovecháis del nombre del Buda.

Piensa en lo siguiente: cuando la India fue libre y tuvieron que elegir un símbolo para la bandera, eligieron uno budista. ¿Es que no hay símbolos en el hinduismo? El hinduismo cuenta con millones de hermosos símbolos. ¿Por qué tuvieron que elegir la rueda budista para la bandera? Porque ahora el Buda es su patrimonio. Ahora quieren alardear de que el Buda nació en la India, en este país tan religioso, que «es nuestro». Cuando vivía le lanzabais piedras. Ahora proclamáis que es vuestro.

Cuando el Buda vivía, le condenaban en todos los pueblos por los que pasaba; le condenaban allí por donde pasaba. Ahora todos los pueblos proclaman que «estuvo aquí», que «nació aquí», que «murió aquí», que «estuvo aquí, en esta casa», que «estuvo viniendo por aquí durante más de cuarenta años: por lo menos vino unas veinte veces». Todos los pueblos de Bihar3 afirman algo parecido.

Cuando vivía, todo Bihar le condenó. Ahora, el nombre “Bihar” sale a cuenta de él, porque caminó por allí. Bihar significa “donde camina el Buda”. Ahora todo el territorio se llama Bihar. Ahora proclamamos esto y lo otro. Nehru recuperó sus huesos, los devolvió a la India. Nehru no era persona religiosa, en absoluto. ¿Por qué lo hizo? Porque de esa manera el ego índico puede sentirse muy satisfecho. El Buda había de regresar a casa. El mismo ego que le condenó le venera. Recuérdalo. Tu ego siempre niega, obsérvalo.

Estos sutras son para ti. Recuerda. No son insubstanciales, no son teorías. Son muy empíricos, muy pragmáticos: el Buda fue un hombre muy pragmático.

Sucedió el otro día. Después de la charla de la mañana vino a verme el mulá Nasrudín. Me dio la mano y dijo: «Maravilloso sermón, de verdad. Todo lo que dijo puede aplicarse a alguien que conozco».

Estos sutras son para ti, no para nadie más que conozcas. Si alguien dice que fulano se ha iluminado, ¿cuál será tu primera reacción? Obsérvalo. Dirás: «¿Fulano? ¿Ese zumbado? ¿Que se ha iluminado? ¡Imposible!». Observa, observa tu primera reacción. Permanece alerta a ver qué sucede en tu mente. Empezarás a hablar de todos los defectos y faltas que conoces. Y observa y verás que exageras.

A veces, si alguien te cuenta que cierta persona se ha iluminado, se ha hecho muy sabia, dices: «¿Ése? Le conozco desde pequeño. Le he visto y observado. La iluminación no tiene lugar en un día. Es un proceso. No es posible», o buscas algo irrelevante.

El Buda solía decir que en una ocasión, en un lugar había un hombre que le dijo a un amigo: «¿Te has enterado de lo de nuestro vecino? Ahora es una persona muy virtuosa». El otro dijo: «¿Qué me dices? No es posible. Vivo a su lado, hemos vivido juntos. ¿Cómo es posible que te hayas enterado antes que yo? Somos vecinos y lo sé todo acerca de él. Se trata de una impostura. Es un embaucador, ¿pero a quién cree que puede engañar?».

Es muy difícil aceptar que alguien sea sabio porque al aceptarlo, estás aceptando que tú eres ignorante. Ése es el problema. No es cuestión de si el otro es o no es sabio, sino que tiene relación contigo.

Cuando aceptas que alguien es guapo, lo haces de mala gana. Habla a una mujer acerca de otra mujer guapa y se mostrará reacia a aceptarlo, y además empezará a condenarla de inmediato. Porque aceptar que esa otra mujer es guapa es aceptar que ella no lo es tanto. La comparación surge de inmediato. El ego existe a través de la comparación.

En el zen dicen que había un hombre que era un flautista maravilloso. Alguien le alababa en la cafetería, diciendo que era un intérprete maravilloso. De repente otra persona empezó a denostarlo, diciendo: «Es un mentiroso y un ladrón, ¿cómo va a tocar bien la flauta?».

Pero no hay nada contradictorio en ello. Puedes ser un mentiroso y tocar muy bien la flauta, puedes ser un músico dotado. Puedes ser un ladrón y tocar la flauta como los ángeles. No existe contradicción. Pero el otro se limita a decir: «No es posible. Es un ladrón y un mentiroso» y esto y lo otro. «Le conozco, no sabe tocar». Y cuando la gente denuesta y grita con tanto empeño, su acción tiene mucho peso. Y quien hablaba sobre el flautista queda silenciado.

Al día siguiente hablaba con otra persona y dijo: «Ese tipo es un ladrón». Y el otro dijo: «¿Cómo puede ser un ladrón? Si toca la flauta de maravilla…». Tampoco en este caso existe contradicción, pero el segundo hombre tiene una visión totalmente distinta. Esta segunda persona está abierta para crecer. Dice: «¿Cómo puede ser un ladrón? Le conozco, toca la flauta de maravilla. Una persona tan sensible no puede ser un ladrón. ¡Imposible! No lo creo». El que esa persona sea un ladrón o no, no es la cuestión, pero esas dos reacciones decidirán muchas cosas para esas dos personas.

Cuando alguien dice: «Es una buena persona», fíjate en que no empieza a condenarla ni denostarla, porque cuando condenas la bondad estás condenando tu propio futuro. Si sigues condenando la bondad y la sabiduría nunca llegarás a ser bueno ni sabio, porque no te sucederá nada de lo que condenes. Te cerrarás a ello.

Aunque ese hombre no sea bueno, o sabio, no está bien negarlo. Acéptalo. ¿Qué tienes que perder? La aceptación de que ese hombre puede ser bueno y sabio te ayudará a serlo a ti. Tus puertas se abren, y dejas de estar cerrado. Si ese hombre puede llegar a ser bueno y sabio, ¿por qué no tú? Si crees que esa persona es normal y corriente, no la condenas. Simplemente siéntete feliz, acepta la buena nueva: «Ese hombre corriente se ha transformado en sabio, así que también yo puedo transformarme en sabio porque también soy corriente». ¿Por qué convertirlo en una cuestión negativa? Esto es lo que dijo el Buda:

«La gente malvada que denuncia al sabio se parece a los que escupen al cielo».

Estás escupiéndote en tu propia cara. Cuando escupes hacia el cielo, éste no acabará corrompiéndose por tu causa. Serás tú el que se corrompa a causa de tu escupitajo, porque volverá a caer sobre ti. Todo ese esfuerzo es vano, absurdo. El cielo seguirá siendo el cielo.

La persona sabia es como el cielo. Eso también es muy simbólico, porque cielo significa espacio puro.

¿Por qué escupir contra el cielo es una tontería? Porque el cielo no está ahí. Si el cielo estuviese ahí, tu escupitajo podría corromperlo. Escupes contra la pared y no te rebota. Lo haces al suelo… y si eres un experto el esputo no se te quedará pegado. Si escupes contra el techo y sabes hacerlo, probablemente se quedará allí. Practica y verás. No es probable que regrese, porque el techo está ahí; puede ser corrompido. Lo que es puede corromperse; lo que no es no puede.

El sabio no es, su ego ha desaparecido. No es una substancia, sólo es espacio puro. Puedes pasar a través de él, puedes escupir a través de él, y no hay obstáculo. El escupitajo pasará a través de él, no se quedará en él.

Si insultas a un sabio, tu insulto no lo recogerá nadie. Es como si te pones a insultar en una habitación vacía. Sí, provocarás un cierto sonido, pero eso es todo. Cuando el sonido desaparezca la habitación se quedará igual. La habitación no cargará con tus insultos, porque está vacía.

El sabio está vacío como el cielo. Debe tratarse de un dicho budista porque el Buda dice que el sabio significa sin ser, sin ego. El sabio significa inexistente. No está ahí, es una presencia pura, sin ninguna materia en él. Puedes atravesarlo, no hallarás obstáculo alguno en él.

«La gente malvada que denuncia al sabio se parece a los que escupen al cielo. El escupitajo nunca alcanzará el cielo…»

No es que el cielo esté lejísimos. No. El cielo está muy cerca, estás en el cielo. Pero no puede alcanzar el cielo porque el cielo es existencia pura. Es espacio y nada más. Todo va y viene por el cielo, pero el cielo permanece inocente.

¿Cuántas guerras se han librado en la tierra? Pero no encontrarás nada de sangre en el cielo. ¿Cuánta gente ha vivido en la tierra? ¿Cuántos desatinos, asesinatos y suicidios se han cometido? Pero el cielo no lleva la cuenta, ni siquiera hallarás la mínima señal. El pasado simplemente no existe. Las nubes van y vienen y el cielo continúa igual. Nada lo corrompe.

Un sabio se hace tan espacioso que nada le corrompe.

Tú sólo piensas que estás insultándole; tu insulto te rebotará. El sabio es como un valle; tu insulto regresará como un eco. Te caerá encima.

«El escupitajo nunca alcanzará el cielo, sino que les caerá encima.»

Hay que entender bien esta cuestión. El sabio está más elevado que tú. El sabio es como una cumbre, como un pico del Himalaya. Tú permaneces en la oscuridad, en el valle, en la ignorancia.

Si escupes contra lo elevado, el esputo volverá a caer sobre ti. Va contra la naturaleza, contra la gravedad. Así que si alguien se siente insultado por un insulto tuyo puedes estar seguro de que está más bajo que tú. Si alguien no se siente insultado por tu insulto es que está más elevado que tú, que tu insulto no puede alcanzarle. Porque los insultos siguen la ley de la gravedad. Siempre van hacia abajo.

Así que si te enfureces sólo puedes encolerizar a una persona inferior. Una persona superior permanece más allá de ti. Sólo puedes encolerizar a una persona más débil, la persona más fuerte permanece inafectada. A través del insulto sólo puedes manipular a seres inferiores; los superiores están mucho más allá.

«La gente malvada también se parece a quien agita el polvo contra el viento. El polvo no se levantará sin perjudicarle.

»Por eso el sabio nunca saldrá herido, pues la maldad acabará destruyendo a los propios malvados.»

Recuérdalo. Vamos haciendo cosas contra nosotros mismos. Vamos haciendo cosas suicidas. Vamos haciendo cosas que destruirán nuestro futuro.

Todos los actos que realizas definen en cierto modo tu futuro. Ten cuidado, no hagas algo que vaya a perjudicarte. Y siempre que intentes dañar a alguien, te estarás dañando a ti mismo. Siempre que intentes herir, que quieras herir, estarás creando karma para ti mismo. Serás tú el que salga herido.

En una ocasión, un hombre escupió al Buda, es cierto. El Buda se limpió el rostro y preguntó: «¿Tiene usted algo más que decir?». El hombre se quedó perplejo, asombrado. No esperaba aquella reacción. Pensaba que el Buda se enfurecería. No daba crédito a sus ojos. Se quedó mudo, pasmado.

Ananda, discípulo del Buda, se hallaba sentado a su lado. Ananda se enfureció muchísimo, y le dijo al Buda:

–¿Pero esto qué es? Si dejas que la gente haga eso la vida se torna imposible. Dímelo y le pondré en su sitio.

Este Ananda era muy fuerte. Había sido un guerrero, era primo hermano del Buda, y también príncipe. Estaba muy enfadado, así que dijo:

–¡Qué tontería! Dame permiso y le daré lo que se merece.

El Buda se rió y dijo:

–Él no me sorprende, pero tú sí. ¿Por qué te pones así? No te lo ha hecho a ti. En cuanto a su escupitajo contra mí, sé que en alguna vida pasada debí insultarle. Hoy estamos en paz. Me siento feliz.

–Gracias, señor –le dijo al hombre–. Le estaba esperando para cerrar esa cuenta pendiente. En algún momento debí insultarle. Puede que usted no lo recuerde, pero yo sí. Puede que usted no lo sepa, pero yo sí. Puede haberlo olvidado porque no es usted muy consciente, pero yo no. Hoy me siento feliz porque usted llegó y zanjó la cuestión. Ahora estamos libres el uno del otro.

–Han sido mis propios actos –le dijo a Ananda– los que han revertido en mí.

Sí, claro, cuando escupes contra el cielo hace falta un cierto tiempo para que el esputo regrese. No lo hace de inmediato, depende de muchas cosas. Pero todo acaba volviendo. Todos tus actos no hacen sino sembrar, y algún día deberás cosechar, un día deberás obtener los frutos.

Si hoy eres desdichado, se debe a que las semillas han florecido. Esas semillas debiste plantarlas en algún momento del pasado, en esta o en otra vida, en algún lugar. Lo que eres hoy no es más que tu pasado acumulado. Todo tu pasado es tu presente. Todo lo que vayas a ser mañana no será más que lo que estás haciendo hoy.

El pasado no tiene remedio, pero se puede hacer mucho de cara al futuro. Y cambiar el futuro es cambiarlo todo. Si empiezas a cambiar tu modo de vivir, tu manera de estar atento, si empiezas a comprender las leyes de la vida… una de las leyes fundamentales es la del karma: lo que siembres es lo que recogerás.

No lo olvides ni un solo instante. Porque olvidarlo ya te ha creado mucha desdicha. Recuérdalo. Los viejos patrones y las viejas tendencias te obligarán una y otra vez, por pura costumbre, a realizar esos mismos actos. Recuérdalo y abandona los viejos hábitos, abandona las reacciones mecánicas; sé más consciente. Un poco de consciencia provoca muchos y grandes cambios.

Así me lo han contado:

Sucedió en Japón. En una ocasión una madre visitó a su hijo en la universidad y le apenó ver las paredes de la habitación llenas de pósteres de mujeres ligeras de ropa. No dijo nada, pero colgó una imagen del Buda entre las demás. Cuando volvió a ver al hijo un tiempo después, habían desaparecido todos los pósteres menos la imagen del Buda. El chico dijo: «No podía dejarle ahí con todas esas fotos, así que las tuve que quitar».

Una pequeña imagen del Buda bastó para que todas aquellas fotos pornográficas desapareciesen. ¿Qué pasó? El muchacho empezó a sentirse incómodo. ¿Cómo mantener al Buda junto a aquellas fotos? Poco a poco la presencia del Buda se fue haciendo notar; cuanto más consciente se iba haciendo, más fotos desaparecían. Basta un pequeño rayo de sol para acabar con la oscuridad. ¡Permite ese primer rayo!

Si empiezas a ser consciente en un grado muy pequeño, no tienes de qué preocuparte, con el tiempo verás que el resto de fotografías van desapareciendo, hasta que sólo queda consciencia. El Buda significa esa consciencia, y la misma palabra “buda” quiere decir consciencia.

Si quieres ser feliz y gozoso de verdad, ser gozoso eternamente, si estás harto de las miserias por las que has tenido que pasar, entonces lleva consciencia a tus reacciones. Y empieza a confiar en lo bueno.

En algunos idiomas hay una expresión que viene a decir: “Demasiado bueno para ser cierto”. Esta expresión es muy peligrosa. ¿Demasiado bueno para ser cierto? Eso quiere decir que si algo es demasiado bueno desconfías de ello; ¿no puede ser verdad? Cámbiala, y di lo siguiente: «Demasiado bueno para no ser cierto».

Cree en la bondad, cree en la luz, cree en una realidad superior, porque todo aquello en lo que crees se convierte en una apertura para ti. Si no crees que es posible que exista un ser por encima de ti, entonces estás acabado, porque eso paraliza toda posibilidad de crecimiento.

Confiar en un Buda, en un Mahavira, o en un Jesús, o Zaratustra, no es más que abrirte… a la idea de que existen seres superiores a ti, de que han caminado y vivido sobre la tierra. No es imposible ser un buda. Piensas en ello y un rayo de luz iluminará tu ser. Y esa luz empezará a transformarte, a cambiar toda tu química.

Por eso todas las religiones insisten en la confianza, en shraddha, fe. No tiene nada que ver con supersticiones, ni con creencias teológicas. Se trata simplemente de una apertura del corazón. Si no crees, si insistes en que las rosas no existen, aunque un día te topes con un rosal no acabarás de creértelo. Te dirías: «Debe ser una ilusión, alguien me está gastando una broma, es un espejismo, estoy soñando, porque las rosas no existen».

En primer lugar, y si no crees en la existencia de las rosas, existe una probabilidad muy elevada de que cuando las encuentres ni siquiera las mires porque sólo nos fijamos en las cosas que consideramos posibles. Así que pasarías de largo, indiferente. Sólo se hace efectivo aquello en lo que crees.

Así me lo han contado:

Sucedió en un hospital. Una enfermera colocó un biombo alrededor de la cama de un paciente y le alargó un frasco para que depositase una muestra de orina.

–Volveré a buscarlo dentro de diez minutos –le dijo. Luego vino otra enfermera, que le dio al hombre un vaso de zumo de naranja. El paciente, que tenía cierta chispa, vertió el zumo de naranja en el frasco de la muestra. Cuando volvió la primera enfermera, le echó un vistazo y dijo:

–Esta muestra parece un poco turbia.

–Sí, que lo parece –asintió el paciente–. Lo volveré a pasar y veremos si se aclara un poco.

La enfermera se desmayó cuando el hombre se llevó el frasco a los labios.

Se trata de tu creencia, de tu propia idea… ¿Pero qué está haciendo ese hombre? Pues bebe zumo de naranja. Pero una vez que das por sentado algo, se torna efectivo. Ahora la enfermera ha pensado que se está bebiendo la orina. Sólo es su idea, pero las ideas son grandes realidades que cambian tu manera de ver las cosas.

Si buscas belleza hallarás belleza. Si crees que la belleza no existe, entonces puede que te cruces con ella pero no la reconozcas. Sólo se ve lo que se busca.

Fe y confianza sólo significan eso, que no somos lo último, lo esencial, el crescendo de la existencia, que es posible una realidad superior. Creer en un Jesús o en un Buda es simplemente creer en tu propio futuro, en que puedes crecer. Creer en el Buda es creer en crecer, en que todavía hay algo que puede sucederte.

Por eso en los siglos pasados la gente nunca estuvo tan aburrida como hoy en día, porque ahora parece que no es posible nada más. Eres esclavo de la rutina. Cuanto más materialista se torna la gente, más se aburre. No hay gente más aburrida que los estadounidenses. Tienen todo lo que el ser humano ha anhelado durante siglos, y están muertos de aburrimiento porque carecen de futuro. Cuando no hay futuro no hay sentido.

Tienes un bonito coche, una bonita casa, un bonito trabajo… ¿Y qué? Aparece la pregunta: «¿Y qué? ¿Adónde estás yendo? Estás prisionero de la rutina, girando en la misma rueda una y otra vez. La misma mañana, la misma noche, el mismo trabajo, el mismo dinero… ¿Y ahora qué?». Pues la gente se dedica a jugar jueguecitos para pasar el tiempo, pero saben que no va a pasar nada. Y eso provoca aburrimiento.

Nunca en la historia del ser humano ha estado la gente tan aburrida, porque antes siempre existía una posibilidad; siempre había una apertura en el cielo… Te podías convertir en alguien como el Buda, o como Jesús o Krishna. Siempre crecías. No estabas atrapado en una rueda; había crecimiento.

De repente, en este siglo estáis atrapados en una rueda. No hay Dios. Nietzsche dijo: «Dios está muerto y el hombre es libre» ¿Libre para qué? Libre para no crecer, para pudrirse, libre para vegetar y morir.

La libertad sólo tiene sentido cuando conlleva crecimiento. Libertad sólo significa posibilidad de crecer, que en ti es posible que crezcan unas flores mejores. Tu potencial cuenta con un destino… y eso conlleva sentido, entusiasmo, estímulos. Tu vida empieza a palpitar de sentido.

Recuerda que tú eres la causa de tu desdicha, y que también puedes pasar a ser la causa de tu beatitud. Eres la causa del infierno en el que vives, pero también puedes crear el cielo. Sólo tú eres responsable, y nadie más.

Nunca intentes dañar a nadie porque todo eso acabará revirtiendo en ti. Si puedes hacer algo bueno, hazlo. Si puedes ayudar a alguien, ayuda. Si puedes expresar algo de compasión, de amor, déjalo fluir, porque también regresará a ti. En momentos de necesidad tendrás algo en lo que apoyarte, en lo que confiar.

Ama todo lo que puedas, ayuda, y no te preocupes de si la ayuda te es recompensada en el momento. Lo es, y mucho. No te preocupes acerca del momento y el lugar, porque te será recompensada. Algún día, cuando la necesites, aparecerá. Se va acumulando.

El mulá Nasrudín no dejaba de pedirle al de la tuba que tocase.

–Vale, muy bien, ya que insiste –dijo–. ¿Qué quiere que toque?

–Lo que quieras –dijo Nasrudín–. Sólo es para molestar a los vecinos.

La gente no deja de hacer cosas así. Puede que no disfruten en absoluto, pero si molestan a los vecinos ya disfrutan. Es morboso, pero así es la gente. A la gente le encanta torturar, y cuando les torturan a ellos lloran y dicen que la vida es muy injusta, y que Dios no conoce la justicia.

El Buda dice que no hay Dios. Simplemente no tiene en cuenta la posibilidad de Dios. Para que no puedas hacer responsable a nadie más dice que hay una ley, no un Dios, y que la ley sigue su curso. Si sigues la ley serás feliz, si no la sigues serás desgraciado.

Abandona la idea de un Dios que te ayuda, porque con un Dios subsiste la posibilidad de que podamos hacer algo erróneo y que luego vayamos llorando y gimiendo a rezar: «He sido un tonto, pero ahora Dios puede salvarme».

Ante una ley no puede rezarse, ante una ley no puedes decir: «He sido un tonto». Si fueses un tonto tendrías que sufrir, porque la ley no es una persona. Es absolutamente indiferente, y sigue su propio curso.

Si te caes al suelo y te rompes los huesos y quedas con muchas fracturas, no vas a quejarte a la ley de la gravedad. «No estés tan en contra mía. Al menos podías haberme avisado. ¿Por qué te has enfadado tanto conmigo?».

No, nunca te quejas de la ley de la gravedad porque sabes que si la sigues correctamente, ésta te protege. Sin la ley de la gravedad no estarías en la tierra, sino flotando en el cielo. La ley de la gravedad te mantiene en la tierra, es lo que te enraíza. Sin ella no estarías aquí. Te permite caminar, y ser. Si haces algo erróneo, entonces sufrirás. Pero la ley no te castiga, ni te recompensa. No tiene nada que ver con tu personalidad. Tú te castigas y te recompensas a ti mismo. Sigue la ley y te estarás recompensando. No la sigas, desobedécela y serás una víctima, sufrirás.

El Buda llama dhamma a la ley, es su Dios. Le quita la personalidad, porque el ser humano ha creado muchos problemas a partir de la personalidad. Los judíos creen que son el pueblo elegido de Dios, así que será indulgente con ellos. ¡Vaya despropósito! Los cristianos creen que ellos son el pueblo elegido de Dios porque envió a “su hijo unigénito” a salvarles, así que quien siga a Jesús se salvará. Pero eso da la impresión de ser nepotismo, porque estás relacionado con Jesús y él es el hijo de Dios… Se parece a los funcionarios de la India, a los políticos. Si tienes relaciones, entonces estás salvado. Otra tontería.

Me han contado que cuando los japoneses fueron derrotados en la guerra, uno de sus generales habló con un general inglés y le dijo:

–No podemos comprender por qué hemos sido derrotados, cómo fuimos derrotados.

El general inglés contestó:

–¿No lo sabe? Nosotros creemos en Dios y rezamos. Cada día, antes de empezar a luchar, rezamos.

Pero el japonés dijo:

–Nosotros también. Nosotros también creemos en Dios y rezamos.

El inglés se rió y dijo:

–¿Alguna vez ha pensado en que Dios pudiera no entender el japonés?

El Buda le quita la personalidad a Dios. Entonces no es necesario que nadie entienda japonés, inglés, hebreo, o sánscrito. Los hinduistas dicen que el sánscrito es el lenguaje genuino de Dios… devavani, la lengua de Dios. Todas las otras lenguas son simplemente humanas, pero el sánscrito es divino. Y ese mismo tipo de desatino existe en todo el mundo. El Buda liquida la base de todo eso. Dice que Dios no es una persona, que es una ley. Síguela, obedécela, y te recompensarás a ti mismo. No la sigas y sufrirás.

«Por el eso sabio nunca saldrá herido, pues la maldad acabará destruyendo a los propios malvados.»

Así que recuérdalo como una regla fundamental: todo lo que hagas a los demás en realidad te lo estarás haciendo a ti mismo… Todo, digo, lo que le hagas a los demás te lo estarás haciendo a ti mismo. Así que cuidado.

Dijo el Buda:

«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás. Si observas el camino con un corazón sencillo, grande será en verdad este camino».

Este camino, este dhamma, esta ley, esta ley esencial de la vida, no puede ser comprendida mediante el estudio, leyendo escrituras ni memorizando filosofías. Para conocerlo hay que vivirla. La única manera de conocerlo es vivirlo. La única manera de conocerlo es existencial, no intelectual.

Me han contado una anécdota muy famosa:

Hace años se rumoreaba entre las comunidades académicas acerca de un joven erudito de una universidad talmúdica de Polonia. Se le exaltaba a causa de sus grandes conocimientos y su concentración en los estudios. Los visitantes se iban impresionados.

Un día llegó una importante autoridad talmúdica y le preguntó al decano acerca del joven:

–¿Sabe ese joven tanto como dicen?

–La verdad –contestó el viejo rabino con una sonrisa– es que no lo sé. El joven estudia tanto que no puedo entender cómo encuentra tiempo para saber.

Si te ocupas demasiado con el intelecto no tendrás tiempo para emplearte con todo tu ser. Si estás demasiado en tu cabeza pasarás por alto mucho de lo que es asequible. El camino sólo puede conocerse si participas profundamente en la existencia. No puede comprenderse desde fuera; hay que ser un participante.

No hace mucho vino a verme un profesor de psicología. Enseña en Chicago. Es indio y vive en los Estados Unidos. Vino de visita. Llevaba escribiéndome desde hacía casi dos años: «Iré dentro de poco, no tardaré». Finalmente vino, y quería saber cosas sobre la meditación. Se quedó aquí diez o doce días y observó meditar a los demás, y decía: «Estoy observando».

¿Pero cómo puedes observar meditar? Puedes meditar, ésa es la única manera de saber al respecto. Puedes observar a un meditador desde fuera –puedes ver que baila, o que permanece en silencio, o que sí, que está sentado–, ¿pero qué vas a hacer con eso?

La meditación no es sentarse, no es bailar, no es estar inmóvil. La meditación es algo que sucede en el hondón de la persona, en lo más profundo. No puedes observarlo, no existe el conocimiento objetivo de la meditación.

Así que le dije:

–Si realmente quiere saber… baile.

Y él contestó:

–Primero tengo que observar, primero debo autoconvencerme de que es algo, y luego lo haré.

Entonces yo le respondí:

–Si se apega a su condición nunca lo hará. Porque la única forma de saber es hacerlo, y usted dice que lo hará sólo cuando lo sepa. Es imposible. Se pone una condición tan imposible que nunca sucederá.

Es como si alguien dijese: «Amaré sólo cuando sepa qué es el amor». ¿Pero cómo puedes conocer el amor sin amar? Puedes observar a dos amantes de la mano, pero eso no es amor. También dos enemigos pueden tomarse de la mano. Aunque dos personas se tomen de la mano, eso no significa que se amen, pueden estar simplemente fingiendo.

Aunque veas a dos personas haciendo el amor, puede que no se trate de amor. Puede ser otra cosa; puede ser simplemente sexo y no amor. No hay manera de conocer el amor desde fuera. Hay cosas que sólo te son reveladas cuando eres un participante.

Dijo el Buda:

«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás».

Hay cosas que pueden aprenderse estudiando… Son cosas externas, cosas objetivas. Esa es la diferencia entre ciencia y religión. La ciencia no necesita experiencia subjetiva. Puedes seguir fuera y observar; es un enfoque objetivo de la verdad.

La religión es un enfoque subjetivo. Has de entrar, has de penetrar; es introspectiva. Has de sumergirte profundamente en tu propio ser. Sólo entonces puedes saber. Sólo a partir de tu propio centro podrás comprender qué es el camino, qué es el dhamma –o qué es la santidad–, pero deberás participar.

Sólo puedes conocer la santidad convirtiéndote en un dios, no hay otra manera. Sólo puedes conocer el amor convirtiéndote en amante. Y si crees que es muy arriesgado sin antes conocerlo –y enamorarse es arriesgado–, entonces te quedarás sin amor, seguirás siendo un desierto.

Sí, la vida es riesgo, y uno debe ser lo bastante valiente para aceptarlo. No siempre hay que ser calculador. Si no dejas de calcular toda la vida, te lo perderás todo.

Acepta riesgos, sé valiente. Sólo hay una manera de vivir, y es peligrosamente. Y ése es el peligro, que uno ha de actuar sin saber, que hay que pasar a lo desconocido. Por eso se necesita confianza.

Dijo el Buda:

«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás».

Un gran erudito, un clérigo, un pundit, se detuvo en una tienda de animales domésticos y preguntó el precio de un loro. El dependiente dijo que no le vendería aquel loro porque todo lo que decía eran blasfemias. «Pero –dijo el dependiente– tengo otro loro que viene de Sudamérica. Cuando lo tenga enseñado le avisaré para que pase a buscarlo.»

Al cabo de algunos meses, el pundit, el gran especialista, pasó de nuevo por la tienda para ver el loro que tenían para él. El dependiente llevó al pundit a la trasera de la tienda, donde el loro se hallaba encaramado a una percha, con una cuerda en cada pata. El propietario tiró de la cuerda del pie derecho y el loro recitó el Padrenuestro de principio a fin.

–¡Es una maravilla, y muy edificante! –exclamó el predicador, el pundit. Eso era precisamente lo que él llevaba haciendo toda la vida. Luego tiró de la cuerda del pie izquierdo y el loro se arrancó cantando “Más cerca de ti, mi Dios”.

–¡Es asombroso! –gritó el predicador–. Ahora dígame, ¿qué pasará si tiro de las dos cuerdas a la vez?

Antes de que el tendero pudiera contestar, el loro dijo:

–¿Serás capullo? ¡Me caería de culo!

Es así de sencillo, hasta un loro lo sabe, pero un pundit… es peor que un loro. Se dedica a vivir en las ideas, en la lógica, vive una vida verbal. Ha olvidado las rosas de verdad, y sólo está familiarizado con la palabra “rosa”. Ha olvidado la vida real, y sólo conoce la palabra “vida”. Pero recuerda, la palabra “vida” no es vida, la palabra “amor” no es amor, la palabra “Dios” no es Dios. La auténtica vida es una existencia, una experiencia.

Sucedió en una ocasión:

Un recién graduado de una escuela de agricultura realizaba una inspección oficial de los terrenos y el ganado. Explicó a los granjeros que realizaba un peritaje a fin de que el gobierno pudiera ayudar a los campesinos a mejorar su situación. Así que lo inspeccionó todo, tomando notas en su pulcra libreta. Cuando creyó haberlo apuntado todo vio a un animal asomando la cabeza por una esquina del pajar. «¿Qué es eso? ¿Y para qué sirve?», preguntó el joven. Se trataba de una vieja cabra, pero el granjero no estaba dispuesto a echar una mano al joven y sabiondo inspector. «Usted es el experto –dijo el granjero–. Dígamelo usted.»

Vaya, pues le resultó muy difícil, porque nunca había visto una cosa igual. Aprendió cosas en la universidad, lo sabía todo sobre agricultura, pero nunca había hecho nada. Carecía de experiencia. Nunca se había topado con algo como una cabra. Así que el joven envió un telegrama a Nueva Delhi pidiéndoles que identificasen para él «un objeto alargado y delgado, con una cabeza calva, pelillos en la barbilla, un estómago plano, una cara larga y triste, y unos ojos cavernosos». Al día siguiente le llegó la respuesta del secretariado de Agricultura: «¡So tarugo! ¡Eso es el granjero!».

Recuérdalo, la cabeza puede desconectar mucho, puede desconectarte de la vida. Utilízala pero no te confines en ella. Utiliza tu intelecto para abordar la existencia, pero no lo conviertas en una barrera.

«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás. Si observas el camino con un corazón sencillo, grande será en verdad este camino.»

«Con un corazón sencillo»… La vida sólo puede conocerse con un corazón sencillo. La cabeza es muy compleja y la vida muy simple. Con una cabeza compleja resulta muy difícil entender una vida simple y sencilla.

Un niño la puede comprender mejor. Mantiene una relación con la vida. Un poeta la comprende mejor. Mantiene una relación. Un místico la entiende mejor, su comprensión es muy profunda porque aparta su cabeza a un lado. Mira a través de los ojos de un niño. Aborda las cuestiones maravillándose, asombrándose.

Se sorprende a cada paso. Carece de ideas, no tiene ideas que proyectar. Carece de prejuicios: no es hinduista, ni musulmán, ni cristiano. Simplemente es. Su corazón palpita, y es tierno. Ésos son los requerimientos necesarios para saber qué es la vida.

La vida es muy simple. De vez en cuando aparca la cabeza, decapítate, mira sin nubes en los ojos… sólo mira. De vez en cuando siéntate a la vera de un árbol… y sólo siente. A la vera de una cascada… escucha. Túmbate en la playa y escucha el fragor del mar, siente la arena, su frialdad, o mira las estrellas, y deja que ese silencio te penetre. Observa la noche oscura y permite que esa oscuridad aterciopelada te rodee, te envuelva, te disuelva. Ése es el camino del corazón sencillo.

Si abordas la vida mediante esta simplicidad llegarás a sabio. Puede que desconozcas los Vedas, o la Biblia, o que no sepas qué es la Gita, pero llegarás a saber la auténtica canción de la vida, que es lo que en realidad es la Gita. Puedes no conocer los Vedas, pero llegarás a conocer el auténtico Veda… lo escrito por el propio Dios.

Esta vida es su libro, esta vida es su Biblia, esta vida es su Corán. ¡Recítala! Recita esta vida. Cántala, báilala, enamórate de ella, y con el tiempo llegarás a saber qué es el camino, porque irás siendo cada vez más feliz. Y cuanto más feliz seas, más familiarizado estarás con el camino, con el camino preciso. Y siempre que un paso se desvíe de la raya sentirás el dolor de inmediato.

El dolor es una señal de que has pasado por alto la ley, y la felicidad una indicación de que estás en armonía con ella. La felicidad es un derivado. Si vives conforme a la ley eres feliz. La infelicidad, la desdicha, es un accidente. Demuestra que te has alejado de la ley.

Convierte en tus criterios la felicidad y la desdicha. Por eso no hago más que decir que soy un hedonista. De hecho, el Buda es un hedonista, Mahavira es un hedonista, Krishna es un hedonista, Mahoma es un hedonista, porque todos ellos quieren que seas enormemente feliz. Y para ello te muestran el camino.

Y el camino es: sé simple, confía más, duda un poco menos. Si realmente quieres dudar, duda de la duda, y eso es todo. Duda de la duda; confía en la confianza, y nunca te perderás.

«Quienes se alegran al ver a otros observar el camino obtendrán grandes bendiciones.»

Y el Buda dice que no sólo se benefician quienes siguen el camino, sino incluso quienes se alegran al ver que otro lo sigue, que obtendrán grandes bendiciones.

Sí, así es. Porque al alegrarte de que tanta gente medite… «¡Qué bien, yo todavía no he empezado, aún no he reunido el valor necesario, pero hay tanta gente que sí…! ¡Qué bien!»… Incluso eso te hará feliz porque esa voluntad abre tus puertas.

No los condenas, no dices que meditar es imposible. Lo que dices es: «Es posible… Aún no he reunido el valor suficiente, pero vosotros ya estáis en el camino, ¡buen viaje! Felicidades, ¡de verdad! Espero poder unirme a vosotros algún día».

El Buda dice que si recibís a un sannyasin estáis recibiendo vuestro futuro. Si observáis a alguien que toma el camino y os sentís felices, enormemente felices –sabiendo que vosotros no lo seguís, porque no estáis listos, pero no lo condenáis, sino de que de hecho os alegráis, le ayudáis a recorrer el camino–, entonces estáis siguiendo el camino.

Por eso dije al principio que en la vida, siempre que se entera uno de que alguien se ha convertido en sannyasin, no hay que condenarlo, sino alegrarse. Cuando alguien ha empezado a meditar, no le critiquéis diciendo que se ha vuelto loco o algo parecido, alegraos. Porque mediante vuestra alegría estáis acercándoos a vuestras propias posibilidades meditativas. Al alegraros estáis aceptando sannyas de manera muy profunda. En vuestro interior ya ha sucedido, y llegará también externamente. No es tan importante.

Dijo el Buda:

«Quienes se alegran al ver a otros observar el camino obtendrán grandes bendiciones».

Por eso en la India un sannyasin siempre ha sido muy respetado. Incluso cuando se trata de alguien que sólo viste un hábito anaranjado sin ser sannyasin… Incluso entonces es respetado. Porque, ¿quiénes somos nosotros para decidir que él es un sannyasin de verdad o no?. Dice el Buda: «¡Alegraos!».

Un hombre que era un gran ladrón robó en el palacio del rey, y cuando estaba escapando los guardias lo descubrieron y le siguieron. Se hallaba en gran peligro. Llegó a la orilla de un río y los soldados a caballo le seguían de cerca, y el río era ancho y no había puentes a la vista. Estaba asustado, la noche era fría… ¿Qué hacer?

No tenía ninguna posibilidad, y entonces vio a un sannyasin sentado bajo un árbol. Se quitó la ropa, quedándose desnudo, cerró los ojos y empezó a meditar. Sí, claro, lo pretendía, porque no sabía qué era meditar. También tú puedes pretenderlo, cerrar los ojos y sentarte en la postura del loto. Así que él cerró los ojos.

Llegaron los guardias, la policía. No hallaron a nadie. Sólo a dos sannyasines. Les tocaron los pies en señal de respeto. El ladrón empezó a sentirse mal interiormente, culpable. «Esto no está bien –pensó–. Soy un ladrón, y esta gente toca mis pies. Y sólo soy un pseudosannyasin. Si se ofrece tanto respeto a alguien que no lo es, ¿qué sucedería si realmente lo fuese?». Un rayo de luz entró en su vida. Abandonó su vida anterior y se convirtió en sannyasin.

Su fama se extendió. Un día llegó el rey a tocarle los pies. Y el soberano le preguntó: «¿Cómo le ocurrió? ¿Cómo renunció al mundo? Yo también espero, sueño con el día en que también recibiré tan maravillosa bendición. Dios me dará coraje para renunciar a todo. ¿Cómo renunció usted a todo, señor? Cuénteme su historia. Eso me dará valor».

El antiguo ladrón empezó a reírse. Dijo: «Te lo contaré. De hecho, me ayudaste mucho… tus soldados me perseguían».

El rey dijo: «¿Qué quiere decir?». Y le relató toda la historia. Dijo: «Y cuando vi que un pseudo sannyasin como yo –un ladrón, un asesino– podía ser respetado, de repente me fue imposible seguir como hasta entonces. Me sentí tan bien cuando tocaron mis pies… Nunca me había sentido así hasta entonces, ¡fue un momento tan bello…! Y desde entonces he meditado, y desde entonces he renunciado al mundo, y soy muy feliz. He llegado a casa».

El Buda dice que incluso aquellos que se alegran al ver a otros observando la ley… No condenéis nunca, aunque a veces sea posible; siempre es posible. Igual que hay monedas de verdad, también las hay falsas. Cuando se confiere tanto respeto a los sannyasines, también habrá gente que sean impostores. Pero ésa no es la cuestión. ¿A quién pueden engañar? ¿Qué pueden timaros? ¿Qué es lo que tenéis? Alegraos.

«Un shramana le preguntó al Buda: «¿Podría ser destruida dicha bendición?»

¿Será algo temporal si nos alegramos de que otros mediten? El shramana ha escuchado, sabe que si meditas alcanzarás la beatitud eterna, pero alegrarse de que otros lleguen… ¿podrá terminar esa bendición?

Dijo el Buda:

«Es como una antorcha encendida cuya llama puede transmitirse a cuantas antorchas pueda traer otra gente. Y con ellas prepararán alimentos y disiparán la oscuridad, mientras que la antorcha original seguirá ardiendo siempre igual. Lo mismo ocurre con el gozo del camino».

El Buda está diciendo que quienes siguen el camino alcanzan la beatitud, pero que también lo hacen quienes se alegran al ver que tanta gente sigue el camino. Y no sólo de momento, temporalmente, sino que su beatitud también es eterna. De hecho, al alegrarse se han convertido en compañeros de viaje. En su fuero interno han iniciado el viaje; el externo vendrá a continuación… Pero eso no es lo importante.

Pero cuando condenas a quienes siguen el camino, cuando condenas a los que rezan y meditan, cuando condenas a los que de algún modo intentan sentir y palpar en la oscuridad en busca del camino, te estás condenando a ti mismo. Te estás maldiciendo a ti mismo. Tus puertas permanecerán cerradas, tu potencialidad no será más que eso, y nunca se actualizará.

Eres como una semilla, y si alguien ha florecido debes alegrarte, porque en esa alegría tú también empiezas a florecer. No digas que no son flores sólo porque no te haya sucedido a ti. Si dices que no son flores por esa razón, entonces estás diciendo que no es posible para nadie…

Friedrich Nietzsche dice lo mismo: «¿Cómo puede existir ningún Dios? Si hubiese algún Dios entonces yo sería Dios. Si no lo soy, no puede haber ninguno. ¿Cómo puedo tolerar la idea de que lo sea otro? Imposible, no puedo permitirme tal pensamiento». Y por eso afirma: «Dios está muerto, Dios no existe».

Pero entonces el hombre está en un limbo permanente. No hay posibilidad de ascender. Puedes crecer en edad, hacerte viejo, pero nunca creces, nunca te conviertes en adulto. ¡Recuérdalo! Hacerse viejo o crecer en edad no es crecer. Crecer significa precisamente eso… crecer, crecer hacia arriba. Envejecer es un proceso horizontal, mientras que crecer es vertical.

Crecer significa crecer como un árbol. Envejecer es como un río… sigue siendo horizontal, no cambia de nivel, de plano.

Si alguien crece, alégrate. Al menos un ser humano se ha convertido en buda. Bien, ha mostrado el camino. De hecho, en él se han hecho budas en esencia todos los seres humanos, porque todo lo que puede sucederle a un ser humano puede sucederle a todos los demás.

Puede que convertirnos en budas nos cueste varias vidas, pero eso no importa. Un hombre lo ha conseguido, ha demostrado la posibilidad. Tal vez debamos esperar mucho, pero podemos hacerlo, porque ese amanecer está cada vez más cerca. Llegará; le ha llegado a alguien, y también nos llegará a los demás. Está oscuro y la noche es muy larga, pero ahora existe la esperanza.

Alegrarse con un buda es crear esperanza para uno mismo. Entonces la vida deja de ser desesperante. Una vida desesperante es una vida aburrida, y una vida esperanzadora, la posibilidad, la probabilidad… de que nos suceda tras muchísimas vidas… en realidad no tiene importancia, podemos esperar, pero con esperanza.

Es como una antorcha prendida, cuya llama puede dispensarse a todas las otras antorchas que traiga la gente. Y con ella prepararán alimentos y disiparán la oscuridad, mientras que la antorcha original seguirá ardiendo igual. Lo mismo ocurre con la beatitud del camino.

Basta por hoy.

Dijo el Buda...

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