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2. SÓLO LA NADA ES

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Dijo el Buda:

«El shramana sin hogar cercena las pasiones, se libera de los apegos, comprende el origen de su propia mente, penetra en la más profunda doctrina del Buda, y comprende el dhamma, que es inmaterial.

»En su corazón no alberga prejuicios. No ansía nada. No se ve obstaculizado por pensar en el camino ni se enreda en el karma. Sin prejuicios, compulsión, disciplina, iluminación, y sin ascender escalón alguno, y no obstante en posesión de todos los honores en sí mismo. Eso se llama el camino».

Dijo el Buda:

«Quienes se afeitan la cabeza y el rostro se convierten en shramanas y quienes reciben instrucción sobre el camino deben abandonar todas las posesiones mundanas y contentarse con lo que obtengan mendigando. Una comida al día y una morada bajo un árbol, y ninguna de ambas debe repetirse, porque lo que hace al ser humano estúpido e irracional son los apegos y las pasiones».

Dijo el Buda:

«Hay diez cosas que todos los seres consideran buenas, y diez cosas malas. Tres de ellas dependen del cuerpo, cuatro de la boca, y tres del pensamiento.

»Los tres actos nocivos que dependen del cuerpo son: matar, robar y cometer adulterio. Los cuatro que dependen de la boca son: calumniar, maldecir, mentir y adular. Los tres que dependen del pensamiento son: envidia, cólera y pasión ciega. Todas estas cosas van contra el sacro camino, y por tanto son nocivas. Cuando no se practican esos males, hay diez actos buenos».

Lo primero: el Buda insiste mucho en la idea de un sin hogar itinerante, en la idea del que carece de morada. No hay que comprenderlo de manera literal, pero la idea es muy importante. Si construyes un hogar, si levantas un hogar a tu alrededor, estás haciendo algo que no es posible en la naturaleza de las cosas. Porque esta vida es un fluido, esta vida no es más que momentánea. Esta vida no es estable, ni permanente, y estamos aquí tan sólo unos momentos. La muerte se aproxima continuamente; morimos a cada momento mientras permanecemos vivos.

Alzar ese lugar, construir ese espacio, un hogar, es absurdo. Un hogar no es posible aquí. El hogar sólo es posible en la eternidad. El tiempo no puede ser convertido en un hogar, y si intentas hacerlo entonces te hallarás en una desdicha constante, porque lucharás contra la naturaleza; irás contra lo que el Buda denomina el dhamma.

Dhamma significa simplemente tao, la manera en que las cosas son. Si quieres convertir en permanente un sueño, entonces sufrirás, porque un sueño no puede ser permanente. Su naturaleza es impermanente. De hecho, incluso es difícil repetir el mismo sueño. El sueño es ilusorio, y no puedes vivir en él para siempre.

Considerar una vida permanente aquí, en esta orilla, en la orilla del tiempo, es una estupidez. Si fueses un poco inteligente, si fueses un poco consciente y pudieras ver lo que sucede a tu alrededor… Antes no estabas aquí, y llegará un día en que tampoco lo estés. ¿Cómo puedes crear un hogar? Puedes permanecer aquí como quien pasa una noche en un caravanserrallo, pero cuando llegue el alba deberás partir.

Sí, puedes plantar tiendas, pero no puedes construir un hogar. Puedes contar con refugio, pero no debes apegarte a él. No deberías llamarlo “mi” o “mío”. En el momento en que dices que algo es “mío” estás cayendo en la estupidez. Nada te pertenece, nada puede pertenecerte.

En la verdadera naturaleza de las cosas uno es un sin hogar itinerante. El tiempo es impermanente. Tiempo significa lo temporal. El tiempo no puede albergar ningún hogar eterno. Construir un hogar en el tiempo es construirlo en la arena, o como dibujar en el agua. Puedes hacerlo continuamente, pero continuamente desaparece.

El Buda dice que comprender esta condición de carecer de hogar es pasar a ser un sannyasin. No es necesario que abandones tu hogar. Puedes hacerlo si te sientes mejor. Si se ajusta a tu naturaleza, entonces puedes abandonar el hogar, y convertirte en un vagabundo en sentido literal, pero no es una condición fundamental. Puedes seguir en casa, pero para ti ya no será un hogar. Sabrás que no la posees. Podrás estar utilizándola por un tiempo, pero mañana deberás irte.

Así que no crees un hogar en ninguna parte, ni siquiera en el cuerpo, porque ese cuerpo también desaparece continuamente. Si no creas un hogar en ninguna parte entonces eres un sannyasin en espíritu, y un sannyasin nunca se siente desdichado. Porque la desdicha proviene del apego. Cuando los apegos no se satisfacen tal y como se deseó, cuando no se colman las expectativas, surge la frustración. La frustración es un derivado.

Si no albergas expectativas, entonces nada puede frustrarte. Si no quieres crear un hogar aquí, ni siquiera la muerte puede asustarte. Nada puede asustarte. ¿Cómo puedes sentirte desdichado si no te aferras a nada? El apego crea desdicha, porque uno se aferra, y en la verdadera naturaleza de las cosas, éstas no hacen más que cambiar; así que el apego no es posible. Las cosas resbalan continuamente de nuestras manos. No hay modo de apegarse a ellas.

Te apegas a tu mujer, a tu esposo, a los hijos, a los padres, a las amistades. Te apegas a personas, a cosas, y todo está en constante fluir. Intentas agarrar un río entre los brazos y el río fluye deprisa; corre hacia un destino desconocido… y te frustras.

La esposa se enamora de otro, y te frustras. El esposo huye con otra, y te frustras. El hijo muere, y te frustras. El banco se arruina, se declara en bancarrota, y te frustras. El cuerpo enferma, se debilita, la muerte empieza a asomar por la puerta, y te frustras. Pero esas frustraciones existen a causa de tus expectativas. Tú eres el responsable.

Si llegas a entender que este lugar no es un hogar y te conviertes en un sin hogar itinerante, en un extranjero en una tierra desconocida, de la que debes partir, marcharte… Si has llegado a comprender esa cuestión, si la has penetrado, entonces no crearás un hogar en ninguna parte. Te conviertes en un errabundo sin hogar, en un parivrajaka. También te puedes convertir en un parivrajaka en el sentido literal de la palabra; depende de ti. Puedes convertirte en vagabundo de verdad, o en vagabundo espiritualmente.

Yo tampoco insisto en que haya que convertirse en vagabundo de verdad, porque, ¿qué sentido tendría? Tampoco era lo que quería decir el Buda; has de tenerlo bien claro. El Buda no dijo qué había que hacer, ni siquiera si había que seguirle literalmente. Es cierto que le siguieron millones de personas de forma literal, que abandonaron sus hogares y a sus familias; se convirtieron en bhikkhus que vagaban por todo el país, mendigando. Pero yo no quiero insistir en ello.

Si lo comprendes de verdad entonces no es necesario llevarlo a cabo de forma concreta. Porque me parece a mí que cuando una persona no comprende del todo la cuestión, entonces se convierte en vagabundo de verdad, porque de otro modo no es necesario. Puedes quedarte en casa, con tu esposa y tus hijos, y no obstante ser consciente de que nada te pertenece; ser consciente para no caer en apegos; ser consciente para que si las cosas cambian estés dispuesto a aceptarlo, que a lo hecho pecho, que no llorarás, ni enloquecerás.

A mí me parece que eso es más significativo que convertirse en un vagabundo de verdad, porque esto último es más fácil. Porque si no hay hogar y no posees nada, entonces, ¿a qué renuncias? La idea misma de renunciar deja claro que en algún lugar del inconsciente creíste poseer, porque sólo se puede renunciar a algo que se posee.

¿Cómo se puede renunciar? Tu esposa no es tuya; ¿cómo puedes entonces renunciar a ella? ¿Y a tus hijos? Si no te pertenecen, ¿qué sentido tiene renunciar? Basta con que comprendas que no te pertenecen, que somos extraños, que nos hemos encontrado en el camino, o que nos hemos cobijado bajo el mismo árbol durante unos pocos días, pero que somos extraños.

Basta con que lo comprendas en el hondón de la conciencia. Yo insisto en que hay que convertirse en un vagabundo espiritual. No es necesario convertirse en mendigo; basta con permitir que tu espíritu sea el de un vagabundo, basta con eso. No crees ningún apego en tu espíritu.

Dijo el Buda:

«El shramana sin hogar cercena las pasiones…»

Las pasiones son nuestros sueños. Las pasiones son nuestros sueños acerca del futuro, los deseos del futuro, los deseos acerca de cómo deberían ser las cosas. En lo más íntimo de nosotros mismos siempre nos hallamos descontentos; sea lo que sea, nunca acaba de colmarnos. No dejamos de soñar acerca de poder cambiar las cosas: comprar una casa mejor, tener una esposa mejor, contar con una educación mejor, tener más dinero, tener esto y tener lo otro. Siempre pensamos en términos de cómo mejorar la vida. Vivimos en un futuro que no es.

Vivir en el futuro es un sueño porque no existe. Vivir en el futuro está basado en un profundo descontento con el presente.

Así que es necesario comprender dos cosas acerca de las pasiones. Una es que nos apegamos a lo que tenemos. Fijaos en la paradoja: nos apegamos a todo lo que tenemos pero no acabamos de estar satisfechos con ello. Nos sentimos desdichados, así que deseamos modificarlo, decorarlo, mejorarlo. No dejamos de apegarnos a lo que tenemos y no dejamos también de desear lo que no tenemos. Y ambas fuerza nos aplastan. Y eso es así continuamente. Lo fue ayer, lo es hoy, y lo será mañana… toda tu vida.

Te aferras a lo que sea que tengas para que nadie se lo lleve, y no obstante te sientes desdichado y mantienes la esperanza de que algún día las cosas mejoren. Un hombre que vive en la pasión, en el deseo, vive una vida inútil, siempre desdichado, siempre soñando. Desdichado con la realidad y soñando con cosas irreales.

Así me lo han contado:

–¿Cuántos peces ha pescado? –le preguntó uno que pasaba al anciano mulá Nasrudín, que se hallaba pescando al final del espigón.

–Bueno –empezó a decir el mulá, pensativo–, si acabo pescando a éste que está ahora mordisqueando el cebo y otros dos, entonces tendré tres.

No tenía nada…

Así es como sueña la mente humana. Nuestra vida es corta, muy corta, y nuestros sueños inmensos.

Seamus y Bridget se conocieron en Rockaway Beach. Al tenderse juntos en una manta bajo el paseo marítimo, Seamus susurró con voz ronca:

–Te quiero, Bridget.

–Pero –protestó Bridget–, ¡si acabamos de conocernos!

–Ya lo sé –contestó Seamus–, pero es que sólo estaré aquí este fin de semana.

Pero lo cierto es que todo el mundo sólo estará aquí este fin de semana. La vida es realmente corta. ¿Cómo es posible el amor? ¿Cómo puedes crear un hogar aquí? ¿Cómo puedes poseer algo? Todo desaparece continuamente. Persigues fantasmas.

Dice el Buda:

«El shramana sin hogar cercena las pasiones, se libera de los apegos…»

Al decir “apegos” se está refiriendo a las relaciones que no existen, pero que crees que sí. Eres un marido, y crees que por ello existe una cierta relación entre ti y tu esposa, pero no es más que una creencia. ¿No has observado el hecho de que aunque vivas cuarenta o cincuenta años con una mujer, sigue siendo una extraña, y tú un extraño para ella?

A lo largo de los siglos, el hombre ha intentado entender a la mujer, a su mente, a la mente femenina, pero todavía no ha sido capaz de hacerlo. La mujer ha intentado entender la mente del hombre, pero para ella sigue siendo un misterio. Y eso que hombres y mujeres han vivido juntos desde siempre.

Obsérvalo. ¿Cómo puedes relacionarte con alguien? El otro permanece fuera de tu alcance. El otro es otro… inalcanzable. Puedes tocar la periferia, y el otro incluso puede pretender que sí, que estáis relacionados, pero seguimos estando solos. Las relaciones son imaginarias. Ayudan. En cierto sentido ayudan. Nos permiten sentir que no estamos solos. Hacen que la vida sea un poco más cómoda, pero esa comodidad es ilusoria. El otro no deja de ser otro, y no hay modo de penetrar en el misterio del otro. Estamos solos.

Cuando el Buda dice: «El shramana sin hogar cercena las pasiones, se libera de los apegos», quiere decir que se da cuenta de que no es posible apegarse.

El apego es imposible, la relación es imposible. Toda relación no es más que un esfuerzo absurdo, porque no puedes llegar al otro, no puedes tocar el centro del otro ser. Y a menos que se toque el centro no hay manera de relacionarse. Desconoces el alma del otro, sólo conoces el cuerpo, las acciones, las actitudes, que no son más que la periferia. Nos conocemos en la periferia.

Ése es el misterio de las relaciones. Nos quedamos en la periferia y no dejamos de creer en nuestra esperanza, en nuestro deseo, de que un día la relación sucederá de verdad y que el centro conocerá al centro, que el corazón hallará al corazón… que nos disolveremos. Pero nunca sucede. No puede suceder.

Resulta difícil hacerse consciente de esta perturbadora realidad porque afecta al terreno en que te mueves. Te quedas tan solo que empiezas otra vez a creer en viejos sueños, en viejas relaciones, en esto y en aquello. Empiezas a tender puentes, pero nunca tienes éxito. Nunca lo has tenido. No se trata de que no te esfuerces lo suficiente, ni de que carezcas de la capacidad de hacerlo, sino de que, en la verdadera naturaleza de las cosas, el apego es una imposibilidad. Intentas hacer algo que esa realidad no permite.

Tu soledad es eterna. El Buda dice que comprender esa soledad y ser consecuente con ello significa soltar los apegos. No se trata de que escapes del mundo, sino simplemente de soltar los apegos, de soltar los puentes. Y ésa es la belleza… porque cuando caen todos los apegos, te tornas más comprensivo, y tu vida con los demás es más sosegada… porque ya no esperas, no esperas lo imposible, no albergas expectativas. Pase lo que pase te sientes agradecido, y todo aquello que no pasa sabes que no puede pasar. En un sentido muy profundo, te haces muy aceptador. No fuerzas la realidad según tus deseos. Empiezas a aprender cómo soltar, cómo ser uno en armonía con la propia realidad.

«…Comprende el origen de su propia mente, penetra en la más profunda doctrina del Buda…»

¿Qué es la profunda doctrina del Buda? El mensaje más importante del Buda es el del no-ser, anatta, ésa es su doctrina más profunda. Hay que entenderla. Primero dice que no hay que hacer ningún hogar aquí, luego que no hay que apegarse, y a continuación te dice que te mires a ti mismo, que no eres.

Primero dice que el mundo es ilusorio, que no hay que crear un hogar aquí. Luego dice que los apegos son meros sueños, que hay que soltar los apegos de la mente. Y luego pasa a su doctrina más profunda. Esa doctrina es: ahora mira en tu interior, no eres.

Sólo puedes existir con un hogar, con posesiones y con relaciones. El “yo” no es más que una combinación de todos los sueños, un efecto acumulativo. Los sueños de poseer cosas, de poseer personas –relaciones, apego, amor, pasión, sueños de futuro–, se acumulan y se convierten en el ego. Cuando sueltas todo eso desapareces, y con tu desaparición la ley empieza a funcionar de forma auténtica. Eso es lo que el Buda denomina el dhamma, el tao, la ley esencial.

Así que el ego cuenta con tres capas. La primera, el mundo, es decir, tu hogar, tu coche, tu cuenta bancaria. La segunda, los apegos: tus relaciones, tus asuntos, tus hijos, tu esposa, marido, amigos, enemigos. Y la capa más profunda: tú. Y todas ellas se hallan imbricadas, juntas. Si realmente quieres deshacerte del ego, deberás hacerlo de manera muy científica. Eso es lo que hace el Buda.

Primero, nada de hogar; segundo, ninguna relación; tercero, no-ser. Si consigues las dos primeras cosas, las preliminares, la tercera sucede de manera automática. Miras en tu interior y no estás. Y cuando te das cuenta de que no estás –de que no existe ninguna entidad interior, ninguna entidad substancial, que no puedes decirte “yo” a ti mismo– entonces estás liberado. Ésa es la liberación del camino budista. Eso es el nirvana.

La palabra nirvana significa el cese del yo, la manifestación de un no-yo, vacío… la experiencia cero. Nada es, sólo nada es.

¿Cómo puedes entonces sentirte perturbado si ahora no hay nadie que pueda ser perturbado?… ¿Cómo puedes morir si ahora no hay nadie que muera? ¿Cómo puedes nacer si ahora no hay nadie para nacer? Esta “nadiedad” es hermosísima. Es apertura y apertura, espacio y espacio, sin límites.

Ése es el concepto de realidad del Buda. Es de muy difícil comprensión. Podemos entender que pueda soltarse el ego, pero ¿y el alma? Así es como continuamos, de manera sutil, siendo egoístas. Luego lo llamamos el alma, el atman. El Buda es muy coherente. Dice que cualquier idea que puedas tener acerca de ti mismo, de que puedas ser, es egoísta.

Permite que te lo explique a través de la física moderna, porque también la física moderna ha llegado al mismo punto. Pregunta a cualquier científico y te dirá que la materia sólo aparece, que no es. Si profundizas en la materia sólo hallas vacío. No es más que vacío. Si analizas la materia, si divides el átomo, entonces desaparece. Al final, tras el núcleo sólo hay vacío… sólo espacio, puro espacio.

El Buda realizó el mismo análisis con el ser. Lo que los científicos han hecho con la materia, el Buda lo hizo con la mente. Y ambos están de acuerdo en que si el análisis profundiza lo suficiente, no hay ninguna substancia, que toda substancia desaparece. Sólo queda la inexistencia.

El Buda no podía sobrevivir en la India. La India es el país más antiguo del mundo que ha creído en el ser, en el yo, en el atman. Las Upanishads, los Vedas, de Patañjali a Mahavira… todo el mundo ha creído en el ser. Todos estuvieron en contra del ego, pero nunca dijeron que el ser no es más que un truco del ego. El Buda se atrevió a sostener la verdad esencial.

La gente le toleró mientras estuvo vivo. Su presencia era tan poderosa, y tan convincente, que no podían negar, que no podían decir que lo que afirmaba iba contra la mente humana, totalmente en contra. Tal vez discutía de ello por aquí y por allá, e incluso en ocasiones algunos fueron a discutir con él: «¿Qué es lo que dices? ¿Entonces qué sentido tiene liberarse si no queda nada? Nosotros esperamos la liberación para así estar liberados».

El énfasis que hace él es que nunca te liberarás, porque hasta y a menos que mueras, no habrá liberación. La liberación es respecto del ser, no es el ser el que se libera. La liberación es respecto del propio ser.

Pero su presencia resultaba tan convincente que lo que dijese debía ser verdad. Su existencia era la prueba. Su donaire, la armonía que le rodeaba, la luminosidad que le seguía allí donde iba… el fulgor. La gente estaba desconcertada porque este hombre decía que no hay ser, sólo una tremenda vaciedad interior. No podían negarlo.

Pero cuando el Buda desapareció, empezaron a criticarle, a ponerle en causa; empezaron a negarle. Al cabo de sólo cinco siglos de que el Buda hubiera abandonado su cuerpo, el budismo se había desenraizado de la India. La gente no creía en una actitud tan drástica. Nada es, el mundo es ilusorio, los apegos son estúpidos, y a fin de cuentas tú no eres. ¿Entonces, qué sentido tiene todo?

Si todo es un sueño, y si incluso el ser es un sueño, ¿para qué preocuparnos? Dejemos que siga siendo un sueño, así al menos habrá algo. ¿Para qué esforzarnos tanto sólo para realizar la nada?

Pero hay que entenderlo bien. Lo que el Buda denomina “nada” es nada de tu lado. Dice que no queda nada, nada de tu mundo, nada de tus relaciones, nada de ti, pero no está diciendo que quede la nada. Dice que no queda nada de tu lado, y que lo que queda no puede ser expresado. Lo que queda no hay manera de expresártelo, no hay modo de comunicarlo. Porque, se comunique como se comunique, será mal interpretado.

Si el Buda dijese: «Sí, el atman, el ser, existe, pero el ser es un estado sin ego», podrías asentir y decir que sí, que comprendemos. Pero no es así, porque la propia idea del ser conlleva algo de ego: «Yo soy». Por muy puro que sea, el “yo” sigue ahí. La idea del atman, del ser, del supremo ser, del Yo con mayúsculas, no es nada más que un ego transfigurado.

Así me lo han contado:

El mulá Nasrudín y el sacerdote local no hacían más que pelear y discutir, hasta que acabaron en el juzgado. Tras escuchar a ambas partes, el magistrado dijo:

–Estoy seguro de que esto puede resolverse de manera amistosa. Dense las manos y digan algo de buena fe.

El sacerdote le estrechó la mano a Nasrudín y dijo:

–Te deseo lo mismo que tú me deseas a mí.

–¿Lo ve, su señoría? –dijo el mulá–. ¡Ya está empezando otra vez!

No dijo nada, sólo dijo: «Te deseo lo mismo que tú me deseas a mí». Pero el mulá sabe muy bien lo que le desea. Y por eso dice: «¿Lo ve, su señoría? ¡Ya está empezando otra vez!». Todo lo que se te diga lo recibirás teñido de ti.

El Buda permaneció muy puro; no permitiría que le corrompieses. Ni siquiera te daría una pista. Sólo negó total y absolutamente. Dijo que todo lo que conocemos desaparece: tu mundo, tu amor, tu apego, tus cosas, tus relaciones, tú… Tú eres el centro, y tu mundo es la periferia. Todo desaparece a la vez. No es posible que te salves cuando tu mundo desaparece. Cuando se pierde la periferia, la circunferencia, también se pierde el centro. Van juntos. Cuando el elefante se mueve, la cola del elefante se mueve con él. Cuando desaparece todo tu mundo, tú también lo haces, porque formas parte de él, eres parte de él, una parte orgánica de ese sueño.

Pero permite que te recuerde que no interpretes equivocadamente al Buda. Fue muy lógico al no decir nada sobre lo que queda. Dijo: «Ven y experiméntalo». Dijo: «No me obligues a relatártelo de palabra. Permite que sea una experiencia existencial».

Desapareces pero en cierto modo apareces por primera vez. Pero esta aparición es algo tan distinta de todo el resto de tus experiencias que no hay manera de relatarlo. Todo lo que pudiera decirse sería erróneo, porque lo interpretarías a tu manera.

«El shramana sin hogar cercena las pasiones, se libera de los apegos, comprende el origen de su propia mente, penetra en la más profunda doctrina del Buda y comprende el dhamma, que es inmaterial.»

Eso es lo máximo que se permite, que hay un dhamma, una ley natural, que es inmaterial. No dice que sea espiritual, sino simplemente inmaterial. ¿Qué es este dhamma? ¿Qué es esta ley?

Es muy fácil saberlo si comprendes el concepto de tao de Lao Tzu, o si comprendes el concepto védico de vaidya. Debe existir algo parecido a una ley que lo mantiene todo junto. El paso de las estaciones, las estrellas… todo el universo funciona con suavidad, así que debe existir algún tipo de ley.

Hay que comprender la diferencia. Los judíos, los cristianos, los musulmanes y los hinduistas llaman “Dios” a esta ley; la personalizan. El Buda no está dispuesto a hacerlo. Dice que personificar a Dios es destruir toda su belleza, porque es una actitud antropomórfica, antropocéntrica. El ser humano piensa en Dios como si fuese un hombre, magnificado, millones de veces cuantitativamente más grande, pero no obstante, un ser humano.

El Buda dice que Dios no es una persona. Por eso nunca utiliza la palabra “Dios”. Dice dhamma, la ley. Dios no es una persona sino una fuerza, una fuerza inmaterial. Su naturaleza se parece más a una ley que a una persona. Por eso en el budismo no existe la oración.

No le puedes rezar a una ley; sería en vano. No puedes rezarle a la ley de gravitación, ¿a que no? Sería absurdo. La ley no puede escuchar tu oración. Puedes seguir la ley, y te hallarás en feliz armonía con ella. O puedes desobedecer la ley y sufrir. Pero rezarle a la ley no tiene sentido.

Si vas contra la gravitación puedes romperte unos cuantos huesos, o causarte varias fracturas. Si sigues la ley de gravitación puedes evitarlas, ¿pero qué sentido tiene rezar? Sentado ante un icono y rezarle al Señor –«Voy de viaje, ayúdame»– es absurdo.

El Buda dice que el universo funciona de acuerdo a una ley, no según una persona. Su actitud es científica. Porque, dice, una persona puede ser arbitraria. Puedes rezarle a Dios y persuadirle, pero resulta peligroso. Alguien que no le rece puede no persuadirle y Dios puede tornarse parcial. Las personas siempre pueden ser parciales.

Y eso es lo que dicen todas las religiones, que si rezas, él te salvará, que si rezas no te sentirás desdichado, y que si no rezas serás arrojado al infierno.

Pensar acerca de Dios en esos términos es muy humano, pero muy poco científico. Eso significaría que a Dios le gusta tu adulación, tus oraciones. Así que si eres alguien que reza y acudes regularmente a la iglesia, o al templo, y si lees la Gita o la Biblia, o recitas el Corán, entonces te ayudará. De no hacerlo se sentirá molesto. Si dices: «No creo en Dios», se enfadará mucho contigo.

El Buda dice que eso es una estupidez. Dios no es una persona. No puedes molestarlo, ni respaldarlo, ni alabarlo. No puedes persuadirle para que te haga caso. No importa si crees o no crees en él. Existe una ley más allá de lo que tú creas. Si la sigues, eres feliz. Si no la sigues, te sientes desdichado.

Fíjate en la austera belleza del concepto de ley. Entonces toda la cuestión trata de disciplina, no de oración. Comprende la ley y permanece en armonía con ella, no estés en conflicto: eso es todo. No se necesita ningún templo, ni mezquita, ni necesidad de rezar. Sólo debes seguir tu comprensión.

El Buda dice que siempre que te sientas desdichado será una indicación de que has ido contra la ley, de que la has desobedecido. Siempre que seas desdichado debes comprender una cosa; observa y analiza tu situación, diagnostícala, porque debes estar yendo contra la ley, debes estar en conflicto con la ley. El Buda dice que no es que la ley te esté castigando; no, eso es una tontería, ¿cómo podría castigarte una ley? Eres tú mismo el que se castiga yendo contra ella. Si actúas conforme a la ley, la ley tampoco te recompensa, ¿cómo podría recompensarte una ley? Pero si la sigues, eres tú mismo el que se recompensa. Toda la responsabilidad es tuya: obedece o desobedece.

Si obedeces, estás en el cielo. Si desobedeces, vives en el infierno. El infierno es un estado de tu propia mente cuando eres contrario a la ley, y el cielo también es un estado de tu propia mente cuando te hallas en armonía con la ley.

«En su corazón no alberga prejuicios.»

El Buda habla de quien comprende la ley:

«En su corazón no alberga prejuicios. No ansía nada. No se ve obstaculizado por pensar en el camino ni se enreda en el karma. Sin prejuicios, compulsión, disciplina, iluminación, y sin ascender escalón alguno, y no obstante en posesión de todos los honores en sí mismo. Eso se llama el camino».

Se trata de una declaración muy revolucionaria. No se halla ese tipo de declaraciones en las afirmaciones de Krishna, o de Jesús, o de Mahoma. Es muy revolucionario.

El Buda dice que un ser humano que realmente comprende ni siquiera ansía la iluminación. Porque incluso el deseo de iluminación no deja de ser deseo, y el deseo es desdicha. Tanto si deseas riquezas como si deseas el satori, tanto si deseas a otra persona como si deseas la iluminación, tanto si deseas prestigio, poder, respetabilidad, o si deseas dhyana, samadhi, meditación, iluminación, el deseo no deja de ser deseo; la naturaleza del deseo es la misma. Deseo significa deseo, y el deseo trae desdicha. No importa qué se desee. Basta con desear para ser desdichado.

Desear significa que uno se aleja de la realidad, que se ha apartado de lo que es.

Desear significa que se ha caído en la trampa de un sueño.

Desear significa que no se está aquí y ahora, que se ha ido a algún lugar del futuro.

La ausencia de deseo es iluminación, así que ¿cómo se puede desear la iluminación? Si deseas la iluminación, ese mismo deseo evita que tenga lugar. No puedes desear la iluminación. Sólo puedes entender la naturaleza del deseo, y a la luz de esa comprensión desaparecerá, como cuando entras con una lámpara en una habitación oscura y la oscuridad desaparece.

El deseo es oscuridad. Cuando prendes una vela de entendimiento, el deseo desaparece. Y cuando no hay deseo tenemos iluminación. Eso es la iluminación.

Trata de comprenderlo; es una de las cosas que más falta te hará. Es muy fácil cambiar el objeto de tu deseo, hacerlo pasar de cosas mundanas a cosas espirituales.

Fue en cierto lugar. Había salido para dar un paseo al anochecer. Justo cuando me acercaba a un jardín apareció una mujer y me dio un cuadernillo. En la portada se veía un hermoso jardín, con una bonita casa de campo junto a un riachuelo. Había también unos árboles y en la distancia se veían algunos picachos nevados. Miré en el interior. Me sorprendió ver que era un folleto de propaganda de una comunidad cristiana. En el folleto se leía: «Si quieres tener una hermosa casa en el jardín de Dios, entonces sigue a Jesús. Si en el otro mundo quieres una casa así de hermosa, sigue a Jesús».

Ahora bien, este tipo de actitud parece muy mundana, pero así ha sido siempre. Excepto la actitud del Buda, el resto de religiones te piden de una u otra manera que no sueltes el deseo, sino que cambies el objeto de ese deseo. Ésa es la diferencia. Te dicen: «No desees objetos mundanos, sino celestiales. No desees dinero, desea a Dios».

Ahora puedes ver la diferencia, el cambio revolucionario que eso supone. El Buda dice simplemente que no desees. No es cuestión de qué se desea. Si deseas seguirás siendo desdichado. No desees, eso es todo. Sé sin deseo, eso es todo. Y cuando eres sin deseo estás sosegado, tranquilo y recogido. Cuando eres sin deseo el ego desaparece, desaparece la desdicha y sintonizas con la ley.

Tu deseo siempre entra en conflicto con la ley. Tu deseo simplemente dice que no estás satisfecho con lo que te ha sido dado. Pides más o pides otra cosa. Una persona sin deseo dice: «Cualquier cosa está bien. Cualquier cosa que suceda, sucede. Lo acepto y lo tomo. No tengo otro pensamiento. Si eso es lo que pasa, me deleito en ello, sea lo que fuere. Lo disfruto. Soy con ello».

Eso es lo que denomino entrega. Entregarse significa no desear.

«No se ve obstaculizado por pensar en el camino.»

Si deseas a Dios, el paraíso… De hecho, la palabra “paraíso” significa jardín vallado… Si deseas bellos palacios en el otro mundo, entonces incluso el camino, el sendero, la religión, la Biblia, el Corán, la Gita, serán un obstáculo para ti, serán una gran carga, porque una mente de deseo siempre se halla desasosegada, siempre vacila, siempre piensa en lo que pasará o dejará de pasar, y siempre duda de si alguna vez le ha pasado a alguien.

«¿Soy tonto por desearlo? ¿Existe en realidad? ¿Existe el otro mundo? ¿Dios? ¿La felicidad? ¿El paraíso? ¿O se trata simplemente de un mito, de una fábula infantil para gente que necesita juguetes?». E incluso en esas circunstancias, el camino se convierte en tensión, porque lo utiliza todo como medio para alcanzar un fin.

El Buda dice que el ser que comprende ni siquiera se ve obstaculizado por pensar en el camino, porque no va a ninguna parte, y por ello no hay “camino” alguno. Está sencillamente aquí. Cuando se va a alguna parte se necesita un camino. Cuando comprendes, simplemente disfrutas de estar aquí. Basta con este momento. No hay lugar alguno al que dirigirse, ¿qué sentido tiene pues un camino, un sendero, unos medios? No hay meta, no hay fin, ningún sitio al que ir.

Yo también insisto en lo mismo. No hay ningún sitio al que ir. Sólo hay que estar aquí todo lo posible. No permitas que tu mente vaya a ninguna parte. Y en ese momento, cuando no vas a ningún sitio, todo se aquieta. Experiméntalo. Puedes experimentarlo ahora mismo, escuchándome, si no vas a ninguna parte.

Puedes escucharme de dos maneras. Una pertenece a la mente, al deseo. Puedes escucharme a fin de descubrir alguna clave y así iluminarte; hallar alguna clave para que así puedas entrar en el palacio de Dios; descubrir la llave. Así estarás intranquilo, incómodo.

O bien puedes escucharme sin albergar la idea de ir a ninguna parte. Puedes limitarte a escucharme, puedes permanecer aquí conmigo. En ese silencio, cuando estás simplemente ahí, deleitándote conmigo, escuchándome como quien escucha una cascada, como quien escucha el trinar de los pájaros en los árboles, como quien escucha al viento entre los pinos –escuchando sin ninguna razón–, entonces, en ese momento, estás sintonizado con el tao, estás sintonizado con el dhamma, estás sintonizado con el universo.

El universo va a alguna parte; tú sintonizas con él, y te mueves con el río, sin meterle prisa, y de ese modo no tienes más objeto que el todo.

«…ni se enreda en el karma.»

Quien comprende no ha de hacer nada, sólo es. Su ser es toda su acción. Su acción es su deleite, su disfrute. Pregúntale a un pintor. Si es un pintor auténtico, entonces disfrutará pintando, no a causa del resultado. Puede que haya o no haya un resultado, pero eso es irrelevante.

Alguien le preguntó a Van Gogh: «¿Cuál es su mejor cuadro?». Él estaba pintando algo, así que dijo: «Este mismo, el que pinto ahora mismo». La gente se preguntaba por qué pintaba Van Gogh si no vendía ni un solo cuadro. No vendió ni un solo cuadro en vida. Y se moría de hambre, porque no tenía suficiente para vivir. Cada semana su hermano le pasaba una cierta suma, justo para vivir. Así que comía tres días a la semana, y los otros cuatro ayunaba para ahorrar dinero para las pinturas, los pinceles, y los lienzos, que no vendía. La gente creía que estaba loco, pero él era tremendamente feliz… muriéndose de hambre y feliz. ¿Cuál era su felicidad? El acto mismo de pintar.

Recuerda, una acción se convierte en un karma, en una dependencia, si tiene alguna finalidad, si “vas a alguna parte”.

Pero si tu acción es sólo tu deleite –como juegan los niños, haciendo castillos de arena, disfrutando, sin que su actividad tenga un objeto, sólo jugar, siendo la actividad el juego en sí mismo–, entonces no hay karma, no hay dependencia. Entonces cada acción conlleva más y más libertad.

«…sin prejuicios, compulsión, disciplina.»

Quien comprende no requiere de disciplina. Su comprensión es su disciplina. Tú necesitas disciplina porque tu comprensión no basta.

Alguien me escribió una carta diciéndome que sabía lo que estaba bien pero que no dejaba de obrar mal. Sabe lo que está mal pero continúa haciéndolo. «¿Cómo puedo cambiar, Osho?», me preguntaba. Ahora bien, si realmente sabes lo que es correcto, ¿cómo puedes obrar mal? Tu conocimiento debe ser prestado, no puede ser verdaderamente tuyo. Si supieras de verdad lo que está mal no lo harías. Es imposible. Si lo haces demuestras que no lo sabes.

Sócrates solía decir: «El saber es virtud». Si sabes algo, empieza a pasar. Pero el saber debe ser real, y con real quiero decir que debe ser tuyo, debe haber llegado a través de tu propia vida, debe ser una esencia de tu propia experiencia. No debe ser prestado, ni académico, ni escriptúrico, no debe ser información y ya está. Debe ser tu propia experiencia, debes de haberlo vivido. Si es así no puedes ir contra ese saber, es imposible.

¿Cómo puedes atravesar una pared sabiendo que es una pared? Pasas por la puerta. Nunca se te ocurrirá venir a decirme: «Lo sé, Osho, ya sé donde está la puerta, pero sigo intentando primero atravesar la pared. Siempre me doy de cabeza. ¿Qué puedo hacer?». Si sabes dónde está la puerta pasas por ella. Si dices que sabes y no obstante sigues intentando pasar por la pared, estás demostrando que no lo sabes. Puedes haber oído hablar de qué es una puerta, tal vez te lo haya contado alguien, pero no confías en ello. Tu acción demuestra lo que sabes. Tu acción es la única prueba de tu conocimiento, y de nada más.

El Buda dice que si el saber está ahí entonces no hace falta disciplina alguna. El saber conlleva su propia disciplina intrínseca, interna.

Existen dos tipos de disciplina, al igual que dos tipos de saber. Si el saber proviene del exterior, entonces debes forzarte a seguir una disciplina. Si ese saber mana, rebosa de tu interior, entonces no es necesaria disciplina alguna. La disciplina llega como una sombra de ese saber.

«…sin disciplina, iluminación, y sin ascender escalón alguno.»

Y el Buda dice que no hay escalones. Hay gente por ahí que llega y me dice: «Soy avanzado pero todavía no realizado». Pretenden que se lo certifique, que les dé una indicación de lo lejos que han avanzado, o del nivel en el que están.

El Buda dice que de hecho no hay graduaciones. Sólo hay dos tipos de personas: iluminadas y e ignorantes. No hay nada en el medio. No hay nadie que esté en medio. O estás vivo o estás muerto, pero no hay nadie en el medio. O sabes o no sabes, pero nada más. Los escalones no existen.

Todas las graduaciones son trucos del ego. El ego dice: «Sí, todavía no estoy iluminado, pero estoy muy avanzado. Tengo una nota de noventa y nueve, un punto más y estaré iluminado. No me queda mucho… estoy muy adelantado». Abandona todas esas tonterías. Si no estás iluminado entonces no estás iluminado, así de simple.

Toda la gente ignorante es igual y todos los iluminados también. La diferencia radica únicamente en que tú estás dormido y que alguien sentado a tu lado permanece totalmente alerta y consciente. Ésa es la única diferencia. Si estás despierto, estás despierto. No puedes decir: «Estoy justo en el medio». Ese estado no existe. Si estás dormido, pues lo estás; si estás despierto, pues estás despierto.

Y la diferencia es pequeña, aunque tremenda. Alguien totalmente atento sentado y despierto tiene a otra persona roncando a su lado. Ambos son seres humanos, con la misma conciencia, pero uno mora en una densa oscuridad, perdido, inconsciente de sí mismo, y el otro es luminoso, está vivo, realizando su propia llama interior.

Si algo les sucediera a ambos, reaccionarían de modo distinto. La persona despierta reaccionaría de otro modo. Su reacción sería una respuesta; respondería, sabiendo muy bien lo que hace. Si la persona dormida reacciona, será de manera mecánica, sin darse cuenta de lo que hace.

Dice el Buda:

«…sin disciplina, iluminación, y sin ascender escalón alguno, y no obstante en posesión de todos los honores en sí mismo. Eso se llama el camino.»

El Buda dice que si entregas el ego, si te entregas a ti mismo, estás en armonía con la ley y todo empieza a suceder por sí mismo. No tienes más que entregarte. Si estás dispuesto a desaparecer, te colmarás de la ley y la ley se encargará de todo.

¿Te has dado cuenta? Si confías en el río puedes flotar. En el momento en que pierdes la confianza te empiezas a ahogar. Si confías, el río te toma en sus manos. Si te asustas te ahogas. Por eso los cadáveres flotan en la superficie del río, porque no dudan. Los cadáveres no se asustan.

Las mismas personas vivas se metieron en el río y se ahogaron. De muertas salen a la superficie, empiezan a flotar en la superficie. Ahora es muy difícil que el río se las trague, ningún río puede hacerlo. Ningún río puede ahogar a un cadáver. ¿Pero qué pasa con los vivos? Los muertos deben conocer algún secreto. Y ese secreto es que no pueden dudar.

Ya debes conocer esa bella parábola de la vida de Jesús, en la que sus discípulos cruzan el mar de Galilea y él se queda atrás, y dice: «No tardaré en llegar. He de decir mis oraciones». Y luego los discípulos se quedan de una pieza, porque llega andando sobre las aguas. Se asustan y tienen miedo. Creen que debe tratarse de alguna fuerza maligna. ¿Cómo es que puede andar sobre las aguas?

Y uno de los discípulos dice: «Maestro, ¿eres tú de verdad?». Y Jesús contesta: «Sí». Luego el discípulo dice: «Si tú puedes andar sobre las aguas, ¿por qué yo, que soy tu discípulo, no puedo hacerlo?». Y Jesús responde: «Tú también puedes, ¡ven!». Y el discípulo va y camina unos pocos pasos y se sorprende al hacerlo, pero entonces surge la duda, y dice: «¿Qué es esto que está sucediendo? Es increíble».

En el momento en que piensa: «Es increíble. Estoy soñando, o se trata de algún truco del demonio. ¿Qué está pasando?», empieza a ahogarse. Y Jesús le dice: «¡Ah, tú, hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? Has dado unos pocos pasos y sabes lo que ha pasado. ¿Por qué has dudado?».

La cuestión no es si la historia sucedió exactamente en esos términos. Pero yo también lo sé; podéis probar. Si confiáis en el río, relajaos en sus aguas y flotad. Luego surgirá la duda, la misma duda que atenazó al discípulo de Jesús: «¿Qué está pasando? ¿Cómo es posible? No me ahogo», e inmediatamente empezarás a ahogarte.

La diferencia entre un nadador y alguien que no lo es radica en nada. El nadador ha aprendido a confiar; el que no nada todavía ha de aprender a confiar. Ambos son iguales. Cuando el que no nada se cae al río, surge la duda. Empieza a tener miedo de que el río le ahogue. Y claro, el río acaba ahogándole. Pero en realidad es él mismo el que se ahoga en su propia duda. El río no hace nada. En cambio, el nadador conoce el río, las maneras del río, ya ha estado en el río muchas veces y confía en él; así que flota, pues no teme.

La vida es exactamente igual.

Dice el Buda:

«…y no obstante en posesión de todos los honores en sí mismo. Eso se llama el camino.»

Quien comprende suelta del todo. Permite que la ley funcione. Si quieres utilizar lenguaje religioso antiguo, un lenguaje no budista, entonces puedes llamarlo entrega a Dios. El devoto dice: «Ahora he dejado de ser, sólo tú eres. Sólo soy la flauta en tus labios, un bambú hueco. Tú cantas, la canción es tuya. Sólo seré un fragmento». Ése es lenguaje religioso antiguo.

El Buda no acaba de sentirse a gusto con el lenguaje antiguo. El Buda no acaba de sentirse a gusto con el lenguaje de los poetas, prefiere el lenguaje científico. Habla igual que Albert Einstein, o que Newton, o Edison. Habla de la ley… y te toca a ti decidir. La diferencia sólo es de lenguaje, pero lo básico es soltar, una entrega total.

Dijo el Buda:

«Quienes se afeitan la cabeza y el rostro se convierten en shramanas y quienes reciben instrucción sobre el camino deben abandonar todas las posesiones mundanas y contentarse con lo que obtengan mendigando. Una comida al día y una morada bajo un árbol, y ninguna de ambas debe repetirse, porque lo que hace al ser humano estúpido e irracional son los apegos y las pasiones».

El Buda insistió en que sus sannyasines se afeitasen la cabeza y la cara. Son sólo gestos, no hay que tomárselo literalmente. Son gestos, indicaciones de que estás dispuesto a la entrega. No tienen otro sentido. El único sentido es que estás dispuesto a ir con el Buda.

Cuando se toma sannyas, cuando se es iniciado, simplemente dices sí. Dices: «Sí, voy contigo. Y aunque me digas que haga una locura, estoy dispuesto a ello». Se trata de un gesto de entrega.

El Buda solía decir que un shramana debe vivir en la inseguridad. Por eso lo de hacerse mendigo. Pero no hay que tomárselo literalmente. Intenta comprender el espíritu de la cuestión. Dice que no puedes poseer nada, que es imposible poseer algo. La vida es inseguridad y no hay manera de estar seguro. La muerte llegará y destruirá todas tus seguridades. Así que no te molestes. Y aunque seas mendigo, sé feliz, sé un mendigo feliz. No es cuestión de preocuparse demasiado por la seguridad. Comprende la inseguridad de la vida, acéptala, y en esa aceptación te sentirás seguro.

Y el Buda solía decir:

«Una comida al día y una morada bajo un árbol, y ninguna de ambas debe repetirse».

Porque el Buda dice que si repites algo una y otra vez, se convierte en un hábito, en un hábito mecánico. Y cuando te haces mecánico pierdes atención. Así que no repitas. Cambia constantemente la situación, para que siempre puedas mantenerte alerta. Cambia de población. No mendigues dos veces en la misma puerta y no vuelvas a dormir bajo el mismo árbol. Se trata de mecanismos para que permanezcas alerta.

¿Te has fijado alguna vez? Si te mudas a una casa nueva, durante unos días te sientes incómodo. Luego, y con el tiempo, te vas acostumbrando a la casa nueva y acabas encontrándote bien. Esa casa se ha convertido en un hábito. El Buda dice que debes trasladarte antes de que eso suceda. Ni siquiera debes dormir dos veces bajo el mismo árbol, si no surgirá en la mente una tendencia a reclamarlo.

Los mendigos también reivindican lo suyo. Un mendigo se sienta bajo un árbol y mendiga; y no permitirá que ningún otro mendigo se siente allí. Dirá: «Lárgate a otro sitio, ¡éste es mi árbol!». Los mendigos tienen sus territorios. Si se instala un mendigo en tu barrio no permitirá que otros también lo hagan, y luchará por ello, porque será su territorio. Puede que no lo sepas, pero tú perteneces a su territorio. Y no dejará que otros mendigos se acerquen.

El Buda dice que no hay que permitir que la mente se torne perezosa, que no hay que dejar que la mente se torne mecánica. Permanece alerta, en movimiento. No te estanques, sigue moviéndote, porque si se permiten apegos y pasiones uno se estupidiza. Si te apegas pasas a ser un estúpido, pierdes inteligencia.

Cuanto más seguro estás, más estúpido te vuelves. Por eso es raro que la gente inteligente provenga de familias ricas… sí, es muy raro. Como están tan seguros, carecen de desafíos en la vida y tienen todo lo que necesitan, ¿de qué han de preocuparse? La verdad es que no hay mucha gente rica que haya heredado su dinero y que sean muy avispados. Casi siempre tienden a ser algo pesados, pues viven en una especie de torpor, de lentitud. Se arrastran cómodamente, de forma conveniente, tal vez en un Rolls Royce, pero se arrastran, un tanto embotados. La vida parece carecer de desafíos porque no hay inseguridad.

El Buda la utilizaba como mecanismo: vive en la inseguridad y espabilarás. Un mendigo debe ser muy espabilado e inteligente, pues no tiene nada. Ha de vivir momento a momento. Por eso el Buda insistió en que sus sannyasines fuesen mendigos. Los llamó bhikkhus. La palabra bhikkhu significa “mendigo”. Fue un trastrocamiento. En la India, a los sannyasines siempre se los ha conocido como swamis, que significa “maestro”. En realidad, la palabra “swami” significa “señor”. El Buda lo cambió todo. Llamó bhikkhus a sus sannyasines, los llamó mendigos. Pero aportó una nueva dimensión, un nuevo significado, un nuevo desafío.

Dijo: «Vivid momento a momento. No tengáis nada, nunca estaréis seguros… y nunca seréis estúpidos». ¿Te has dado cuenta? En cuanto tienes dinero te aletargas. Cuando no tienes dinero te espabilas. Si de repente lo pierdes todo entonces pones mucha atención. Si debes mantenerte viviendo de mendigar no puedes estar seguro acerca del mañana. Nadie sabe qué sucederá, si conseguirás algo o no, si hallarás a alguien que te dará algo o no; no lo sabes. El mañana no está asegurado… es incierto. En la incertidumbre, en la inseguridad, la mente se hace más aguda. Uno se torna más brillante.

Dijo el Buda:

«Hay diez cosas que todos los seres consideran buenas, y diez cosas malas».

¿Cuáles son?

«Tres de ellas dependen del cuerpo, cuatro de la boca, y tres del pensamiento.

Los tres actos nocivos que dependen del cuerpo son: matar, robar y cometer adulterio. Los cuatro que dependen de la boca son: calumniar, maldecir, mentir y adular. Los tres que dependen del pensamiento son: envidia, cólera y pasión ciega. Todas estas cosas van contra el sacro camino, y por tanto son nocivas.»

Fíjate en la diferencia. El Buda dice que van contra el sacro camino. Si cometes esos diez actos serás desdichado; el dolor, la ansiedad y la angustia serán tu pan de cada día. Es difícil que alguien sea violento y que no se sienta desdichado. Si matas a alguien morarás en la desdicha. Antes de matar te sentirás miserable, cuando matas eres miserable, y tras haber matado morarás en la desdicha. La destructividad no puede reportar felicidad; la destrucción va contra la ley de la creación.

La ley de la creación es ser creativo. Así que el Buda dice que si eres destructivo serás desdichado. Ser envidioso, engreído, competitivo, ambicioso, celoso o posesivo te hace desdichado.

Ahora bien, aquí tenemos una actitud muy distinta. No se trata de que Dios diga: «No hagas esto», no hay diez mandamientos… El Buda también dice que hay diez cosas a evitar, pero no que exista un déspota, alguien que dicte, alguien parecido a Adolf Hitler y a Stalin, sentado en un trono dorado en el cielo, dedicado a dictar: «Haz esto y no hagas aquello». No, no hay nadie. Tú eres quien ha de decidir.

El Buda sólo te proporciona un criterio: todo lo que conlleva desdicha es erróneo. No dice que sea un pecado. Fíjate en el énfasis. Sólo dice que es erróneo, del mismo modo que dos más dos no son cinco. Si dices que dos más dos son cinco nadie te dirá que estás cometiendo un pecado, sino que es un error, que es una equivocación.

En la terminología budista no existe nada parecido al pecado; sólo errores, equivocaciones. No hay condenación. Puedes corregir un error, o una equivocación. Es fácil. Puedes decir que dos más dos son cuatro en el momento que lo entiendas.

«Todas estas cosas van contra el sacro camino, por tanto son nocivas.»

No existe otra razón para que sean nocivas que el hecho de que crean desdicha. De hecho tú la creas al hacerlas. Si no quieres ser desdichado, entonces debes evitarlas.

«Cuando no se practican esos males hay diez actos buenos.»

Esto es muy importante. Volvamos a escuchar la frase:

«Cuando no se practican esos males hay diez actos buenos».

El Buda no habla de los actos buenos. Dice que si no cometes esos diez estarás en armonía con el todo, con la ley, y que todo lo que suceda será bueno.

No es que uno tenga que hacer el bien. El bien es cuando uno no es hacedor; cuando se suelta y se es con el todo, cuando fluyes con la ley, con el río, el bien sucede per se. El bien no es un acto. No hay pecados, sólo errores. Y no hay virtud, no hay punya, ya que los buenos actos suceden cuando uno se ha entregado a sí mismo.

Así que el Buda dice que hay que evitar los actos nocivos, las cosas malas. No dice que haya que practicar las buenas, sino que sólo dice que al evitar las nocivas sintonizarás con el todo, entrarás en armonía con la ley, y que todo lo que suceda será bueno.

El bien es como la salud. Si no estás enfermo, entonces estás sano. Sólo has de evitar la enfermedad, eso es todo, y estarás sano. Si acudes al médico y le preguntas la definición de salud, no sabrá dártela. Dirá: «No lo sé. Sólo puedo diagnosticar la enfermedad. Puedo prescribir un medicamento para la enfermedad. Cuando la enfermedad desaparezca estarás sano y entonces sabrás lo que es la salud».

La actitud del Buda es igual. El Buda solía decir de sí mismo que era un médico, un vaidya, doctor. Solía decir de sí mismo: «Sólo soy un médico, un doctor. Acudís a mí y yo diagnostico vuestro mal, y receto una medicina. Cuando la enfermedad desaparece, lo que queda, esa presencia, es la salud».

«Cuando no se practican esos males hay diez actos buenos.»

Así que no te está proponiendo una disciplina positiva a seguir, sólo una comprensión negativa. Trata de comprender para así no cometer el error y poder estar en armonía con el todo.

La armonía es felicidad, y la armonía es el cielo. Y la armonía sólo tiene lugar cuando se está en sintonía con el todo. Ser con el todo es ser santo.

Basta por hoy.

Dijo el Buda...

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