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5. LA VERDAD MÁS ALLÁ DE LA MAGIA
ОглавлениеDijo el Buda:
«Es mejor alimentar a un hombre bueno que a cien malos.
»Es mejor alimentar a uno que observe los cinco preceptos del Buda que alimentar a mil hombres buenos.
»Es mejor alimentar a un srotapanna que a diez mil que observen los cinco preceptos del Buda.
»Es mejor alimentar a un skridagamin que a un millón de srotapannas.
»Es mejor alimentar a un anagamin que a diez millones de skridagamines. Es mejor alimentar a un arhat que a cien millones de anagamines.
»Es mejor alimentar a un pratyeka-buddha que a mil millones de arhatas.
»Es mejor alimentar a uno de los budas tanto del presente como del pasado o del futuro que a diez mil millones de pratyeka-buddhas.
»Es mejor alimentar a uno que está por encima del conocimiento, de la unilateralidad, de la disciplina, y de la iluminación, que a cien mil millones de budas del pasado, presente, y futuro.»
Hablemos primero un poco acerca de la enfermedad llamada ser humano. El ser humano es una enfermedad porque en lo más profundo de su ser está dividido, no es uno. De ahí el continuo malestar, padecimiento, ansiedad, angustia, congoja, la indisposición. La esquizofrenia es una situación normal. No es que algunas personas se tornen esquizofrénicas, es que el ser humano nace esquizofrénico. Esto hay que comprenderlo bien.
El ser humano nace con in-disposición, nace in-dispuesto. Cuando entras en el vientre de tu madre, el primer momento de tu vida se basa en dos padres, en padre y madre. El principio ya estaba dividido dualmente, hombre-mujer, yin-yang, positivo-negativo. La primera unidad de tu ser ya se hallaba basada en la división. Una de tus mitades proviene de un padre, y la otra mitad del otro. Desde el principio has sido dos.
Así que la esquizofrenia no es algo que le sobrevenga a algunos desafortunados, es la situación normal. El ser humano nace dividido, por eso siempre hay una dualidad, una indecisión, un titubeo. No puedes decidir quién quieres ser de verdad, no puedes decidir adónde ir, no puedes elegir entre dos opciones, eres ambiguo.
En todo lo que haces siempre hay una parte que está en contra. Tu ejecución nunca es total. Y una ejecución que no es total no puede ser satisfactoria, y una ejecución elegida sólo por una parte de tu ser en contra de la otra, creará más división en tu ser. Has de entenderlo bien entendido.
La unidad está al final, no al principio. Puedes convertirte en un ser unificado, en no dual, puedes acercarte al yoga –yoga significa “unidad, unísono, integración, individuación”– pero eso es al final, no al principio. Al principio está lo dual, la división, al principio está la indisposición.
Así que a menos que lo entiendas y hagas un esfuerzo para transformarlo… La fusión no ha tenido lugar todavía; sólo ha sucedido a un único nivel, a nivel del cuerpo. A nivel del cuerpo eres uno, tu padre y tu madre se han fusionado en el plano corporal. Te has convertido en un solo cuerpo. De dos cuerpos se ha manifestado una unidad, pero sólo en el cuerpo, no a ningún nivel más allá del corporal. En el fondo de tu mente estás dividido. Y si estás dividido mentalmente no hay manera de ir más allá de la mente. Sólo una mente unificada, integrada, una, es capaz de ir más allá de ella misma.
Este sutra del Buda es muy, pero que muy importante. Se trata de un sutra muy simple, pero no hay que tomárselo literalmente. Sí, desde luego, literalmente también es verdad, pero lo importante es todo el proceso, cómo llegar a ser uno, cómo disolver la dualidad a todos los niveles de tu ser, desde el más grosero al más sutil, de la circunferencia al centro… Cómo soltar toda dualidad y llegar a un punto en que de repente seas uno.
Ese punto es el objetivo de todas las religiones, de todos los yogas, de todas las oraciones, de todas las meditaciones, el objetivo del islam, del cristianismo, del hinduismo, del jainismo, del budismo, el objeto de todos los buscadores. Porque una vez que eres uno desaparece tu desdicha.
La desdicha existe a causa del conflicto. La desdicha existe porque tu casa está dividida, la desdicha existe porque no eres uno, sino una multitud, mil y una voces en tu interior, que tiran y estiran de ti en todas las direcciones y de todas las maneras.
Eres un revoltijo, un caos. Es un milagro el que puedas arreglártelas para no volverte loco, porque estás hirviendo de locura. Es un milagro que hayas conseguido permanecer cuerdo, que no te hayas perdido en esa multitud. Pero perdido o no, estás sentado sobre un volcán que puede entrar en erupción en cualquier instante.
Recuerda lo siguiente: la demencia no es algo que le sobrevenga a unos cuantos desgraciados, sino que es algo a lo que tiende todo el mundo. La demencia es algo que llevas contigo mismo como una semilla, y puede brotar en cualquier momento; sólo espera la temporada adecuada, el clima adecuado, la oportunidad adecuada. Cualquier cosita puede desencadenarla y tú… volverte majara. Y estás majara porque tu base está dividida. Ser uno es posible pero entonces hay que ser muy consciente de la situación.
Así me lo han contado:
El mulá Nasrudín fue al psiquiatra y preguntó si el doctor no podría escindirle la personalidad.
–¿Escindirle la personalidad? –preguntó el doctor– ¿Por qué iba a querer usted que yo le hiciese algo semejante?
–Porque –contestó el mulá– estoy muy solo, porque me siento solo.
No te rías. Tal vez ésa sea la razón por la que nunca te has esforzado en convertirte en una unidad, porque esta dualidad te proporciona cierta compañía. Hablas contigo mismo, puedes mantener un diálogo, todo el mundo mantiene un diálogo, continuamente. ¿Qué haces cuando cierras los ojos mientras estás sentado en tu silla? El diálogo continuo está presente. Preguntas, y respondes, desde este lado y desde el otro.
Observa ese diálogo. ¿No te sientes muy solo si de repente el diálogo se interrumpe? ¿No te sientes solísimo? ¿No te sientes vacío? ¿No te parece que de repente han desaparecido todos los sonidos? ¿No te asusta que sólo haya silencio?
No, sigues alimentando este diálogo. Ayudas a que el diálogo sea posible. O bien hablas con otros, o si no es posible porque no siempre hay alguien dispuesto a hablar con nosotros, entonces te hablas a ti mismo. Mientras permaneces despierto hablas con los demás, mientras que cuando duermes lo haces contigo mismo.
¿Qué son tus sueños? Una representación que interpretas en tu interior para crear una sociedad, porque estás muy solo. En los sueños eres el director, el guionista, el actor, la pantalla y el público… Tú solo, pero creas una buena película. ¿Qué haces durante todo el día y toda la noche? ¿Hablas contigo mismo? Esta cháchara continua, ese diálogo continuo contigo mismo… ¿no te resulta aburrido?
Sí, te aburre, estás aburrido de ti mismo, pero no obstante has elegido el mal menor, crees que si ese diálogo se detiene te sentirás todavía más aburrido. Al menos hay algo que decir, algo que hacer interiormente. A solas, sin diálogo, te sentirías perdido. Ese diálogo te mantiene con un poco de vida, palpitando de vida. El mulá tiene razón cuando dice: «Me siento muy solo».
Recuerda que todo el esfuerzo implícito en el sadhana está dirigido a ayudarte a ser solo, porque sólo cuando estás dispuesto a estar solo, cuando estás listo para reposar en el silencio interior, cuando dejas de estar apegado a esa cháchara interna continua, puedes convertirte en una unidad. Porque esa constante cháchara interna te mantiene dual, dividido.
La otra noche vino a verme un amigo y me dijo que por la noche a veces se cae de la cama y sólo se da cuenta por la mañana. Y resulta que un día se despertó a unos tres metros de la cama. ¿Qué había sucedido? Debe haber tenido sueños profundos, pesadillas, y los sueños debían ser tan profundos que ni siquiera cayéndose de la cama… Se encontró a tres metros de la cama. Eso quiere decir que su sueño debe haber sido como un coma.
Le pregunté una cosa: «¿Hablas mucho de día?». «No», me dijo él. Eso lo explica todo. Hay dos tipos de personas: los que hablan y los que escuchan. Los habladores hablan todo el día, y luego por la noche han de escuchar; entonces sueñan que van a una charla religiosa o algo por el estilo, que van a la iglesia a escuchar al sacerdote. Se han pasado todo el día hablando y deben compensar, así que se dedican a escuchar en sueños. Los oyentes diurnos hablan mucho de noche; gritan, dicen las cosas que siempre quisieron decir pero que no dijeron de día, porque nadie estaba dispuesto a escucharles.
Hay personas que cuando van al psicoanalista y éste les escucha, con paciencia y atención –tiene que escucharles porque le están pagando para eso–, entonces empiezan a cambiar sus sueños, porque ahora han encontrado a alguien que les escucha, han pasado a ser el hablador y han encontrado a alguien que escucha con atención. Sus sueños son más silenciosos, no hablan ni gritan de noche. Sus noches son más silenciosas, más tranquilas.
Recuerda que todo lo que eches de menos de día lo harás en sueños. El sueño es complementario, compensa y completa todo lo que ha quedado incompleto durante el día. Si eres mendigo de día, por la noche soñarás que eres emperador. Si eres emperador de día, por la noche soñarás que te han convertido en un mendigo, en un buda.
Eso es lo que sucedió. El Buda nació en un palacio imperial pero empezó a soñar con ser mendigo. Cuando al cabo de doce años regresó a casa, iluminado, su padre le dijo: «¡Deja ya todo ese absurdo! Eres mi único hijo. Vuelve, te estoy esperando. Todo este reino es tuyo. Y en nuestra familia nunca ha habido mendigos».
El Buda se rió y dijo: «Tal vez, mi señor, en tu familia nunca haya habido mendigos, pero en lo que a mí respecta, he soñado durante muchas vidas con serlo».
Cuando eres muy rico empiezas a pensar que los pobres deben vivir en una belleza y relajación extremadas. Cuando vives en una ciudad, en una megalópolis como Bombay, Tokio o Nueva York, imaginas que los pueblos son muy hermosos. Pregunta a los aldeanos. Están todos deseando poder ir a Bombay, a Tokio, a Nueva York. Sueñan con ello. Cuando eres pobre sueñas con los ricos, y cuando eres rico sueñas con los pobres.
Observa tus sueños. Te demostrarán que lo que falta de día se colma de noche. De día eres una parte de tu polaridad, y por la noche te conviertes en la otra. Eres dos. Así que cuando sueñas no sólo continúa el diálogo interior, sino que cuando despiertas también hay un diálogo.
Si eres mala persona mientras estás despierto, te convertirás en un santo mientras duermes. Si eres un santo mientras estás despierto, te convertirás en pecador en sueños. Por eso tus pretendidos santos temen tanto dormir y reducen sus horas de sueño, porque durante el día se las arreglan para seguir siendo santos, pero ¿qué les ocurre de noche? Han sido célibes todo el día, no han mirado a ninguna mujer, han soslayado la vida. Pero, ¿y de noche? Todos esos rostros de mujer que han evitado resurgen en su ser.
Brotan hermosos rostros de mujer, más hermosos que los que han visto de día. Piensan entonces que se trata de Indra, el dios del cielo, que les envía apsaras para destruirles. Pero nadie les está enviando ninguna apsara, nadie está interesado en esos pobres tipos. ¿Por qué debería interesarse Indra en ellos? ¿Con qué objeto?
No, es compensatorio. Durante el día controlan su santidad. Por la noche, cuando se relajan –han de relajarse, han de descansar–, cuando descansan, todo se relaja, y su control también, De repente se manifiesta todo lo que reprimieron.
El día y la noche están en constante diálogo. Los psicoanalistas dicen que observar la vida diaria no es tan significativo como observar la vida onírica, porque de día sois farsantes, hipócritas. Vais poniendo caras que no son ciertas. En sueños sois más reales; dejáis de ser hipócritas, de ser farsantes, no lleváis puesta la máscara. Por eso todos los psicoanalistas intentan analizaros los sueños.
Es una ironía, pero es cierto: los sueños son más verdaderos que la vida de día, que mientras dormís sois más auténticos que cuando estáis despiertos. Es una desgracia, pero es así. El ser humano se ha vuelto muy falaz.
Lo que os estoy diciendo es lo siguiente: a menos que os convirtáis en una unidad, todo eso continuará así. De día podéis controlar vuestro comportamiento, ser buenas personas. De noche, en los sueños, pasaréis a ser tipos malos, delincuentes. Haréis justo aquello que habíais intentado controlar todo el día, precisamente eso. Si habéis ayunado de día, soñaréis con un banquete. Vuestra parte negada se vengará. Y no podéis satisfacer ambas partes a la vez. Ésa es la indisposición, la afección llamada ser humano, ésa es la angustia del ser humano, que no puede ir en ambas direcciones a la vez. No puedes ser bueno y malo a la vez, no puedes ser santo y pecador a la vez. Ésa es la dificultad.
Debes elegir. Y una vez lo haces quedas desgarrado, estás en un dilema, atrapado en un dilema. En el momento en que eliges aparece la dificultad. Por eso hay tanta gente que elige no elegir; viven una vida sin rumbo; lo que pasa, pasa. No eligen, porque en el momento en que eligen, aparece la ansiedad.
¿Te has dado cuenta de que siempre que has de tomar una decisión estás muy ansioso? Tal vez se trate de una decisión muy corriente. Estás comprando un par de zapatos y no te decides por ninguno, y aumenta la ansiedad. La situación es bien tonta pero, no obstante, la ansiedad va en aumento.
Tu madre te dice que ese par está bien. Tu padre te dice que no la escuches, que dice tonterías, que el par que está bien es aquél otro. Tu energía masculina dice una cosa, y tu energía femenina, otra. Tu energía femenina mantiene actitudes distintas; se fija en la belleza del par de zapatos, la forma, el color, la estética… La energía masculina tiene una actitud distinta. Se fija en la durabilidad del zapato, el precio, la fuerza, si el zapato tiene una forma potente, para que cuando andes por las calles tu ego masculino se regocije.
Cada cosa que elige el ego masculino tiene algo de símbolo fálico. El ego masculino elige un coche veloz… un símbolo fálico, vigoroso. A los volantes de grandes coches fálicos siempre va gente impotente. Cuanto más impotentes son, más potente es el coche que eligen. Han de compensar.
El ego masculino siempre elige lo que colmará al ego masculino: «soy potente y poderoso», ésa sería la consideración de base. El ego femenino elige algo que proporcione otro tipo de poder: «soy hermoso-a». De ahí que nunca lleguen a un acuerdo. Si tu madre compra algo, tu padre seguramente no estará de acuerdo. No tienen por qué estar de acuerdo, sus visiones son distintas.
Sucedió en una ocasión:
El mulá Nasrudín lo intentó con muchas chicas, pero su madre las rechazaba a todas. Así que acudió a mí.
–Por favor, ayúdeme –dijo él–. Elija a quien elija, mi madre es tan dominante y agresiva que las rechaza de inmediato. Estoy cansado. ¿Es que me voy a quedar soltero para siempre?
Así que le dije:
–Haga una cosa. Elija a una mujer teniendo en cuenta los gustos de su madre. Sólo entonces dará su consentimiento.
Finalmente halló a una mujer. Estaba muy contento, y me dijo:
–Camina como mi madre, viste el mismo estilo de ropa que ella, elige los mismos colores, cocina del mismo modo. Espero que le guste.
–Pruebe a ver –le dije. Y a la madre le gustó, le gustó muchísimo, y el mulá regresó, pero muy triste, y le pregunté: –¿Por qué está triste?
–Parece que me quedaré soltero para siempre –me contestó.
–¿Qué ha pasado? ¿No le gustó a su madre?
–Sí, le gustó muchísimo. Pero mi padre la rechazó. ¡Ahora sí que es imposible! Mi padre dice:
–Es igual que tu madre. ¡Con una basta! Yo estoy harto, ¡no te metas en los mismos problemas que he tenido yo! ¡Estás cometiendo el mismo error!
Estas dos polaridades son las que descansan en la base de tu ansiedad, y todo el esfuerzo de un buda, de un maestro, está dirigido a ayudarte a ir más allá de esta dualidad.
Sobre Chuang Tzu se dice que una noche soñó que era una mariposa, yendo de flor en flor, revoloteando en el jardín. Al despertar por la mañana se encontró perplejo. Era un gran maestro, uno de los budas más grandes nacidos en la tierra. Sus discípulos se reunieron y le miraron, y descubrieron que estaba muy triste.
–Maestro, usted nunca ha estado triste. ¿Qué ha sucedido? –preguntaron.
Él les dijo:
–Tengo un problema para que lo resolváis. El problema es que yo, Chuang Tzu, he soñado esta noche que era una mariposa.
Los discípulos rieron a carcajadas, y dijeron:
–El sueño ya no está, estáis despierto, ¿por qué preocuparse por ello?
Chuang Tzu les dijo:
–Prestad atención a la cuestión. Ahora ha surgido un problema: si Chuang Tzu puede soñar, y en sueños puede convertirse en mariposa, ¿por qué no puede ser al contrario? Una mariposa puede irse a dormir y soñar que se ha convertido en Chuang Tzu. ¿Quién es quién en realidad? ¿Ha soñado Chuang Tzu que se convertía en mariposa o ha sido la mariposa que ha soñado convertirse en Chuang Tzu? Ése es el problema que me entristece.
Se dice que ninguno de sus discípulos supo resolver el acertijo, el koan. ¿Cómo resolverlo? ¿Cómo decidir quién es quién? Pero si hubiera habido alguien profundamente meditativo habría contestado. De hecho, Chuang Tzu hizo la pregunta para saber si entre sus discípulos había alguno muy meditativo. Porque entonces ni la mariposa es verdad, ni lo es Chuang Tzu, sino el que se queda perplejo, el que observó a la mariposa, el que observó a Chuang Tzu: el que observó a Chuang Tzu convertirse en mariposa y a la mariposa convertirse en Chuang Tzu. Esa vigilancia, esa conciencia, ese testigo, ese sakshin, es la única realidad.
Ése es el significado del concepto maya. Que todo lo que ves es irreal; sólo el testigo es real. Sigue avanzando hacia el testigo, de otro modo seguirás viviendo en un mundo mágico. Puedes cambiar de un mundo mágico a otro. El ser humano vive en mentiras; la gente llama su filosofía a esas mentiras.
En algún sitio dijo Freud algo muy importante: que el ser humano no puede vivir sin mentiras. En cuanto al ser humano, Freud parece tener razón. El ser humano no puede vivir sin mentiras. Un ser humano sin mentiras es algo difícil de hallar, porque entonces se necesitaría mucho valor. Tus mentiras suavizan la vida, funcionan como un lubricante, hacen que te muevas con más facilidad.
Alguien cree en un Dios, y eso le hace más fácil la vida. Lo que hace es descargar su responsabilidad sobre otro. Alguien cree que existe un mundo más allá. Tal vez aquí seamos desdichados, pero allá nos espera el paraíso, dispuesto a acogernos. Marx dijo que la religión es el opio del pueblo. Sí, en cierto modo también tiene razón.
Todas las esperanzas son mentiras, todas las expectativas acerca del futuro son mentiras. Sí, la religión puede ser un opio, igual que el comunismo. Todo aquello que ofrezca esperanza de cara al futuro, en éste o en el otro mundo; todo lo que colabore a que sacrifiques tu presente a cambio de algo que pudiera pasar o no; cualquier cosa que te proporcione la sensación de tener sentido; todo lo que te proporcione la sensación de ser un héroe; todo lo que contribuya a alimentarte el ego.
En una ocasión, la maharani de Gwalior me invitó a que diese una serie de charlas en aquella ciudad. Después de escuchar la primera se sintió muy perturbada; tenía una mente muy hinduística, muy dogmática, ortodoxa, chapada a la antigua. Estaba muy perturbada. Vino a verme por la tarde y me dijo:
–Señor, todo lo que usted dice resulta muy interesante, pero es peligroso. Y he venido con una súplica: por favor, no destruya la fe de la gente.
Así que le contesté:
–Si una fe puede ser destruida, entonces es que no tiene demasiado valor. Si una fe es una fe que puede destruirse, es que se trata de una fe en mentiras. Una fe que es realmente fe en la verdad nunca teme ser destruida; no puede ser destruida porque la verdad no puede destruirse.
Los hinduistas, tienen miedo, y los cristianos también. Los musulmanes tienen miedo, y los jainistas… Todo el mundo tiene miedo. ¡No destruyas nuestra fe! En su fe están escondiendo sus vidas, sus mundos mágicos, sus sueños, sus expectativas. Son muy susceptibles. Si les hincas el dedo en las costillas verás que su fe es muy superficial, tal vez ni siquiera eso. Se irritan de inmediato porque su fe no es profunda ni anida en su corazón, es sólo una fe mental.
La maharani de Gwalior me dijo:
–Quise venir con mi hijo. Está muy interesado. Escucharle a usted le ha parecido fascinante, pero le previne. No le he hecho venir aquí porque es usted peligroso y él es joven, y puede impresionarse. Así que no le he traído.
¿A qué viene ese temor? ¿Se apega a las mentiras? Sólo las mentiras temen romperse, sólo las mentiras necesitan protección. La verdad es manifiesta en sí misma. Así que si tenéis alguna fe que es sólo una mentira, sé que os proporciona seguridad; os ayuda a ajustaros al mundo, lo sé. Pero a la postre no os ayudará. Tarde o temprano os despertaréis del sueño y os daréis cuenta de que toda vuestra vida se ha ido en vano.
No es necesario aferrarse a nada externo, porque todavía no tenéis la capacidad para decidir lo que es falso o verdadero ahí fuera. En estos momentos sería mejor que miraseis hacia dentro y os olvidaseis de lo externo. No os preocupéis del hinduismo, el cristianismo o el islamismo; no os preocupéis por los Vedas, las Gitas, y los Coranes. Interiorizaos y tened un único objetivo: saber quién es esta conciencia, qué es esta conciencia, quién soy yo.
Este sutra es una indicación gradual del viaje interior. Escuchad:
Dijo el Buda:
«Es mejor alimentar a un hombre bueno que a cien malos».
¿Quién es bueno y quién es malo? ¿Cuál es la definición? El malo es quien es desconsiderado con los demás. El malo es el que utiliza a los demás y no les respeta. El malo es el que cree ser el centro del mundo y que puede utilizar a todos. Todo parece existir para él. El malo es el que cree que las demás personas sólo son medios para su gratificación.
Guarda esta definición en la mente porque por lo general sueles pensar que el malo es el criminal. El malo puede no ser el criminal: no todas las malas personas son criminales. Todos los criminales son malos, pero no todas las malas personas son criminales. Unas cuantas son jueces, y otra gente muy respetable, y unos cuantos son políticos, presidentes y primeros ministros, e incluso los hay que pasan por santos.
Así que cuando hablemos de este sutra, hay que recordar la definición de qué es una mala persona. El Buda dice que un hombre malo es quien no tiene consideración por los demás. Sólo piensa en sí mismo, cree ser el centro de la existencia y siente que toda la existencia está a su servicio. Se cree autorizado para sacrificar a todos en provecho de sí mismo. Puede no ser malo normalmente, pero si tiene esa actitud, entonces es una mala persona.
¿Quién es buena persona? Justo lo contrario de la mala: quien es considerado con los demás, quien respeta a los demás tanto como a sí mismo, y quien no pretende de ningún modo ser el centro del mundo, sino que ha sentido que todos son el centro del mundo. El mundo es uno, pero existen millones de centros. Es muy respetuoso. Nunca utiliza a los demás. Los demás son un fin en sí mismos. Su reverencia es enorme.
Observa, observa tu propia vida. ¿Estás utilizando a tu esposa para tu sexualidad? Puede que no vayas de putas. Por lo general crees que quien va de putas es malo; ésa es una definición muy basta. Si utilizas a tu esposa como objeto sexual, entonces eres tan malo como cualquiera. La única diferencia entre ti y quien utiliza una prostituta es que tú dispones de una permanente, que tu matrimonio es un arreglo permanente de ese tipo y que el otro debe llegar a un acuerdo día a día. Tú tienes un coche en el garaje y él utiliza taxis.
Si no respetas a tu esposa, entonces es una prostituta, porque no la respetas por ella misma. ¿Qué quiere esto decir? Quiere decir que si no tiene ganas de hacer el amor, tú no la obligarás; no dirás: «Soy tu esposo y tengo derechos, derechos legales…». No, tú respetarás. Tú respetarás su intención. Está bien si ambos estáis de acuerdo. Si la otra parte no está de acuerdo, entonces la obligarás. No citarás las escrituras diciendo que una esposa ha de sacrificarse por el esposo, no dirás que una esposa ha de creer en su marido como si éste fuese Dios. Todos eso no son sino tonterías, un viaje del ego masculino.
Si una mujer utiliza a su esposo sólo por motivos económicos, como por seguridad financiera, entonces se trata de prostitución. ¿Por qué condenas a una puta? Porque vende su cuerpo por dinero. Pero si una esposa sólo piensa en hacer el amor con su marido porque éste tiene dinero y con él se siente segura y el futuro no le parece tan incierto, si va con él sin sentir amor en su corazón y se acuesta con ese hombre, entonces se está prostituyendo. En su cabeza, el esposo no vale más que el dinero que tiene, que su cuenta bancaria.
Cuando el Buda habla de quién es un buen hombre, le define como alguien que respeta al otro tanto como se respeta a sí mismo. Jesús dijo. «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Ésa es la definición de una buena persona. Su respeto es enorme, al igual que su reverencia.
Aunque en tu casa nazca un niño, no le impones tu ideología. Puedes ser musulmán o hinduista. Y nace un niño en tu casa; pero no obligas al niño a ser hinduista o musulmán. Porque si le obligas, no estarás siendo respetuoso con él. Estarás aprovechándote porque el niño está indefenso, y porque depende de ti. Ha de hacerte caso. Si le llevas al templo o a la iglesia, deberá seguirte, porque para sobrevivir ha de decirte que sí, digas lo que digas. Si te aprovechas de él entonces estarás explotando a un niño indefenso. Puede que sea tu hijo, pero le explotarás.
Si el mundo estuviera lleno de buenas personas, los niños serían totalmente libres, no se les forzaría a adoptar ninguna religión. En el mundo no habría cristianos, ni hinduistas, ni musulmanes; sólo habría buena gente, gente adulta, y elegirían lo que les dijese el corazón. Tal vez fuese al templo, o a la iglesia, o a la mezquita, o a un gurudwara. Elegirían su religión desde su libertad. Elegirían su vida, pues ésa sería su libertad.
Si eres buena persona no le obligas. Amas a tu hijo, pero no le das tu conocimiento. Amas a tu hijo pero no envenenas su ser con tus ambiciones. Amas a tu hijo pero no le posees. Ayudas al niño, pero no para que crezca según tus deseos, sino según su propio ser, para ser él mismo. Entonces serías una buena persona.
«Es mejor alimentar a un hombre bueno que a cien malos…» porque si alimentas a cien malas personas estás alimentando su maldad; si alimentas a buenas personas alimentas su bondad. Ayuda a que el mundo sea mejor. No dejes este mundo igual que lo hallaste. Mejóralo un poco, embellécelo un poco. Que haya unas cuantas canciones más, unas cuantas celebraciones más, unas cuantas guerras menos, unos cuantos políticos menos, más amor y menos odio. Ése es el sentido de las palabras del Buda cuando dice «alimentar a un hombre bueno»… Es mejor, muchísimo mejor, que alimentar a cien malos.
«Es mejor alimentar a uno que observe los cinco preceptos del Buda que alimentar a mil hombres buenos.»
¿Quién es ése al que el Buda denomina el «que observa los cinco preceptos del Buda», los pañcha silas?
Los pañcha silas son los cinco preceptos: no matar, no robar, no mantener relaciones sexuales impropias, no mentir y no consumir intoxicantes. Quien sigue esos cinco preceptos del Buda no sólo es bueno, no sólo es bueno para con los demás, no sólo es moral… sino que empieza a ser religioso.
Existe una diferencia entre un hombre bueno y un hombre religioso. El hombre bueno vive a través del intelecto: piensa, contempla, intenta hallar vías a través del pensamiento y llega a sentir: «De igual manera que yo existo, igual que yo tengo derecho a existir, también lo tienen los demás; de igual manera que a mí me gusta ser libre, a los demás también les gusta la libertad». Ésa es su considerada opinión. Piensa en ello. No es religioso; se trata de un hombre muy inteligente.
Un Bertrand Russell es un hombre bueno, un hombre moral, pero no es religioso. Todo aquello que piense y que sea bueno, lo practicará. Pero la bondad llega por la vía de la lógica, como un silogismo, es una conclusión del pensamiento.
El hombre religioso no sólo es bueno a través del pensamiento, empieza a ser bueno siendo, empieza a crecer introspectivamente. La persona religiosa sigue esos cinco preceptos. Todos ellos son negativos: no matar, no robar, no mantener relaciones sexuales impropias, no mentir y no consumir intoxicantes. La persona religiosa es negativa porque todavía no ha experimentado qué es la verdad. Ha llegado a sentir la verdad a través de alguien más: sigue al Buda, vive cerca de un maestro, ha visto a alguien convirtiéndose en una llama, ha visto que ocurría en algún lugar… pero no le ha sucedido a ella misma. Se siente atraída, está convencida de la verdad de todo ello, pero todavía desde fuera… es un seguidor.
Por eso el Buda dice:
«Es mejor alimentar a uno que observe los cinco preceptos del Buda que alimentar a mil hombres buenos.»
Su enfoque sigue siendo negativo, porque la verdad positiva sólo puede ser realizada por ti mismo. Puede que alguien la haya realizado. Al observarle, al mantener una relación cercana con él, puedes sentir que sí, que la verdad es… pero eso es quedarse fuera, no es tu propia experiencia.
Estás sediento y ves a alguien que llega del río, con su sed apagada. Puedes verlo en su rostro, en el brillo de sus ojos. Y puedes sentir que debe haber hallado un manantial, y le sigues hacia el río, pero todavía no has saciado tu sed.
Pero es mejor que ser sólo bueno. Porque no te estás moviendo sólo a causa del intelecto, sino que has empezado a moverte según tu intuición. Ahora no sólo eres una cabeza; te mueves, inclinándote hacia el corazón.
Hallar un maestro es la única manera de convertirse en religioso. Sin un maestro como mucho puedes llegar a ser una persona moral, una buena persona, pero no una persona religiosa. Porque, ¿cómo creer en algo que nunca has probado? ¿Cómo creer en algo que nunca has experimentado? ¿Cómo creer en algo que no has visto que le ocurriese a una sola persona?
Cuando un buda pasa por el mundo, son muchos los que se estremecen, que se entusiasman enormemente, que empiezan a sentir que sí, que el mundo no se acaba en las cosas mundanas, que hay más. La propia presencia de un buda –su frescura, su silencio, su gozo y compasión desbordantes, su luminoso ser iluminado, su vibración– te impulsa hacia una nueva vida, te abre las puertas de lo desconocido. Pero el Buda dice que no obstante, estás siguiendo, todavía no llevas tu propia luz. Tus ojos están traslumbrados, pero no has realizado tu propia llama.
«Es mejor alimentar a un srotapanna que a diez mil que observen los cinco preceptos del Buda.»
A continuación, el Buda dice que es mejor alimentar a un sannyasin –srotapanna quiere decir sannyasin–, el que ha entrado en la corriente, que ya no está en la orilla, observando a los demás nadando en el río, revolviéndose en el agua, disfrutando, celebrando la frescura del río.
La persona religiosa está de pie en la orilla. Puede ver que hay gente en el río, muy feliz, pero todavía no ha reunido el coraje suficiente para darse un chapuzón. Sigue muy implicado en los asuntos de la orilla, en el mundo. Está muy involucrado con las cosas mundanas, ordinarias –dinero, poder, prestigio, familia, cuerpo, salud–, con una y mil cosas. Todavía no ha reunido el valor suficiente para soltar.
Srotapanna quiere decir quien se ha entregado, que ha entrado en la corriente. Exactamente, srotapanna significa lo que yo llamo sannyas: la persona valiente que ha dado el salto. Es un salto casi demencial, porque los que siguen en la orilla se reirán y dirán: «¿Pero qué estás haciendo? ¿Adónde vas? No sabes nadar. Primero aprende a nadar, y luego salta». ¿Pero cómo se puede aprender a nadar sin entrar en el río?
Su lógica es impecable: dicen que primero hay que aprender, primero hay que saber, y luego saltar. Pero primero aprender en la orilla, si no se corre un riesgo. El río puede ser demasiado profundo para ti y puede que no regreses a casa. ¿Y quién sabe adónde irías a parar? Los que están en el río tal vez estén engañándose, incluso puede que estén locos. Fíjate bien, la mayoría sigue en la orilla, sólo unos pocos se han metido en el río. La mayoría no puede estar equivocada.
Los de la orilla dicen: «Los menos pueden estar equivocados, la masa no. En el mundo sólo hay unos pocos sannyasines, escasos son los budas. Tal vez se estén engañando a sí mismos. No tengas prisa. Tal vez estén engañando a otros, ¿quién sabe? Tal vez tengan motivos ocultos para hacerlo. Espera y observa. No vayas con prisas».
Pero esas cosas sólo se hacen con prisas, de repente. Si esperas y observas, el esperar y observar se convierte en un hábito mecánico. Te limitas a ir esperando y observando. Eso es precisamente lo que hacen muchos durante muchas vidas.
Dice el Buda:
«Es mejor alimentar a un srotapanna que a diez mil que observen los cinco preceptos del Buda.»
Porque el srotapanna contará con cierta experiencia de la corriente. Contará con su propia experiencia para confiar, conocerá en parte la corriente, habrá tenido la refrescante experiencia de la corriente, que relaja, y donde las preocupaciones y ansiedades mundanas desaparecen. Uno se torna más recogido y sosegado. Pero eso sólo lo sabe un srotapanna, un sannyasin.
Un sannyasin ha dado un paso existencial. Se ha lanzado al abismo. Ha arriesgado su vida.
El Buda dice que hay que respetar a alguien que ha arriesgado su vida. Tal vez tú no tengas todavía el suficiente coraje, pero permanece cerca de gente valiente. El coraje también se pega, como todo lo demás. Encuentra gente que haya entrado en la corriente, permanece con ellos, aliméntalos, al menos eso te dará una idea de lo que les está sucediendo. Podrías empezar a soñar, a desearlo. Tus energías ocultas podrían empezar a manifestarse. Podrías empezar a sentir el reto de lo desconocido.
La persona religiosa es negativa, el srotapanna es positivo. La persona religiosa sigue a alguien, el srotapanna ha entrado en la corriente de la vida, en la corriente de la conciencia. Ha abandonado su ego. Ahora ya no es el seguidor de un buda. Hay que entender esto muy bien.
Por lo general, si sois sannyasines de mi orden la gente dirá que sois mis seguidores. Al convertirte en sannyasin, has pasado a ser parte de mí, y ya no eres un seguidor. Antes de hacerte sannyasin puedes haber sido un seguidor. Luego decidiste que seguir no era suficiente, que estabas listo para ir conmigo de cabeza, que estabas listo a ir conmigo allá donde yo vaya.
Ahora bien, una vez que eres sannyasin dejas de ser seguidor, formas parte de la energía que yo soy, eres uno conmigo. La gente me pregunta: «Si no tomamos sannyas, no nos ayudará? ¿Dejará de ayudarnos?». Y yo les contesto: «Ayudaré, eso no es problema, pero no podréis tomar la ayuda porque estaréis separados de mí, seguiréis en la orilla».
El río está dispuesto a llevaros al mar, ya os ha llegado su invitación, se trata de una invitación que sigue vigente, pero vosotros seguís en la orilla. ¿Qué puede hacer el río? No puedo arrebataros de la orilla. Y de ser posible, tampoco sería conveniente, porque debéis lanzaros al río por vosotros mismos. Sólo entonces hay libertad. Si sois arrebatados por el río, se os llevará a la fuerza, y eso no os ayudará. Os destruirá, porque no os ofrece libertad. ¿Cómo puede ofreceros la libertad esencial, moksha? Habría una relación cautiva desde el principio.
Así que no te arrastraré igual que hace un río crecido con la gente. Tendré que esperar. Deberás ser tú el que venga a mí; tú deberás entrar en la corriente, y formar parte de ella.
El srotapanna, o el sannyasin, son positivos. Ahora, en lugar de manifestarse en él la no-verdad, surge la verdad. La no-verdad sólo era una preparación para que la verdad pudiera entrar. En lugar de no-violencia surge en él el amor, la compasión. La no-violencia era sólo una preparación. La no-violencia, la no-verdad y otros aspectos negativos son sólo medicinales.
Estás enfermo. El médico te receta una medicina para acabar con la enfermedad. Cuando la enfermedad ha sido destruida entonces surge en ti la salud. La medicina nunca conlleva la salud, sólo destruye la enfermedad. La salud no puede ser provocada por medicina alguna. No hay medicinas que proporcionen salud. La salud es tu ser interior; una vez liquidados los obstáculos, empieza a fluir tu propia agua de vida; una vez apartadas las piedras, el manantial sale a chorro.
La salud es algo natural, ninguna medicina te la proporcionará. La enfermedad es algo antinatural. La enfermedad entra en ti desde el exterior; por eso te la puede quitar una medicina externa. La salud es tu núcleo más interno, eres tú. Cuando eres tú de manera natural, entonces estás sano.
La persona religiosa está en tratamiento, hospitalizada. El srotapanna ha regresado a casa, ya no está hospitalizado, no está en tratamiento, su salud ha empezado a germinar. Su manantial de vida fluye. Es positivo. Su meta no es la no-violencia, ni la no-verdad, ni la mentira. Su meta es no borrar, no eliminar nada, su meta es no destruir nada; su meta es ayudar eso que ya burbujea, que ya irradia en su ser.
«Es mejor alimentar a un skridagamin que a un millón de srotapannas.»
El Buda ahonda cada vez más. Un skridagamin es alguien que morirá y regresará en una ocasión a la vida. Su samadhi está cada vez más cerca. Srotapanna es el que ha saltado a la corriente desde la orilla; un skridagamin es aquél cuyo río se está acercando mucho al mar. Está a punto de dar el salto final. Pero volverá una vez más. Ésa es la diferencia.
Un srotapanna nacerá siete veces más, y ésa es la distancia entre la orilla y el mar. Un sannyasin nacerá siete veces; un skridagamin sólo una más. Luego se cerrará su cuenta y pasará a través de la última “graduación” en su vida, y luego este mundo ya no será para él. Pero regresará una vez más, tal vez para el postgrado…
«Es mejor alimentar a un anagamin que a diez millones de skridagamines.»
El anagamin es el que no regresa. Anagamin significa “el que ha pasado más allá del punto de retorno”… el que ha cruzado la orilla de este mundo. Una vez que muera, no regresará más al mundo. Se halla a orillas del mar, el río ya ha llegado, está en el umbral, listo para saltar. Ni siquiera mirará atrás.
El skridagamin mira atrás, duda un poco, le gustaría regresar una vez más. Este mundo es bello, y atrae. Cuenta con muchas celebraciones, y las flores más hermosas florecen en su superficie. El skridagamin es aquél cuyos deseos sutiles acechan en algún lugar del inconsciente. Sí, sabe que hay que partir, pero le gustaría demorarse un poco en esta orilla. Antes de dar el salto final y desaparecer para siempre le gustaría degustar esta vida un poco más, como despidiéndose, como diciendo adiós.
El anagamin es el que no mira atrás, ni siquiera dice adiós. Está totalmente acabado. El skridagamin está absolutamente seguro de que le espera un mundo mejor, pero siente un poco de nostalgia por el pasado.
Siempre se siente eso… un poco de nostalgia. Por ejemplo, cuando dejas una casa en la que has vivido veinte años. ¿Te has fijado? entonces miras atrás. O cuando abandonas la población en la que has vivido veinte años, donde naciste… también miras atrás. Incluso cuando el tren parte vas a mirar por la ventanilla, con los ojos humedecidos, llenos de recuerdos, de nostalgia del pasado. Has pasado tanto tiempo ahí… Te gustaba, lo odiabas, tenías amigos y enemigos, pasaste por muchas experiencias; le debes tanto a esta vida… Sí, estás listo para irte, ya estás en el tren, pero tu mirada nostálgica mira hacia atrás.
El skridagamin regresa una vez más, pero el anagamin no regresará. Su marcha es total, perfecta. No mirará atrás con nostalgia. El futuro que está sucediendo, que sucederá, es mucho más hermoso; este mundo ha desaparecido de su conciencia. Le esperan las cumbres doradas de Dios, la infinitud oceánica. No anhela para nada la existencia definida de un río.
Sí, son muchas las flores que brotan en la ribera, y hay hermosos sotos de árboles, y sombras, y muchos sueños, pero todo se ha ido. Ido del todo.
Dice el Buda:
«Es mejor alimentar a un anagamin que a diez millones de skridagamines. Es mejor alimentar a un arhat que a cien millones de anagamines.»
El arhat es quien ha caído en el mar, en el océano, desapareciendo. El anagamin es el que está a punto de desaparecer, justo en el límite, un paso más y se convertirá en arhat. Un poco más y será arhat, una gota más y el vaso rebosará.
El anagamin está a punto de hervir, a noventa y nueve grados; le falta un grado más… El arhat ha sobrepasado los cien grados y se ha evaporado. El arhat es uno que se ha evaporado.
Dice el Buda:
«Es mejor alimentar a un arhat que a cien millones de anagamines.»
El arhat es quien ha perdido el ego, es quien ha pasado a formar parte del todo. Ha dejado de existir como él mismo, y ahora existe como el universo, como el todo. De hecho, ése es el significado de la palabra “santo” (holy en inglés, de whole, “todo”, “entero”): que se ha convertido en entero, en el todo. El arhat es santo. No santo en el sentido en que los cristianos utilizan la palabra… No, no en ese sentido.
La palabra cristiana “santo” es muy fea. Proviene de la raíz latina sanctus: “confirmado por la Iglesia”. ¿Cómo puedes confirmar nada? ¿Quién es quien confirma? Ningún gobierno emite certificados de santidad, ni siquiera el gobierno del Vaticano, ni siquiera el Papa tiene autoridad para hacerlo. Un santo no puede ser certificado, pero la palabra cristiana “santo” significa alguien certificado por el Papa.
Arhat no significa santo en ese sentido. Arhat significa uno que se ha perdido a sí mismo en el todo y que se ha vuelto “entero”.
«Es mejor alimentar a un pratyeka-buddha que a mil millones de arhatas.»
¿Quién es este pratyeka-buddha?
Arhat es quien ha seguido a los budas y ha llegado a casa. Pratyeka-buddha es quien nunca ha sido discípulo de nadie, que ha llegado buscando solo; su viaje ha sido solitario, ha recorrido el sendero a solas. Un pratyeka-buddha es un raro fenómeno. A lo largo de los siglos han existido millones de arhatas, pero muy pocos pratyeka-buddhas que hayan luchado totalmente a solas. Y claro, son necesarios, porque de otro modo los arhatas no existirían.
Los pratyeka-buddhas son necesarios para que otros puedan seguirlos; son los pioneros, son los innovadores, los que abren camino.
Recuérdalo: pratyeka-buddha es quien avanza en la jungla de la vida por primera vez y crea un sendero con su avance. Luego pueden seguirle los demás. Esos otros llegarán al mismo lugar, pero serán arhatas. No habrán creado el sendero, no son exploradores, no son los que abren camino. El pratyeka-buddha es merecedor de más respeto, porque antes no había sendero alguno, y él lo ha creado.
«Es mejor alimentar a uno de los budas tanto del presente como del pasado o del futuro que a diez mil millones de pratyeka-buddhas.»
Así pues, ¿cuál es la diferencia entre un pratyeka-buddha y un buda?
Un pratyeka-buddha es quien abre camino y nunca se preocupa de si alguien le sigue o no. Carece de compasión. Es un viajero solitario y ha llegado solo, así que piensa que todo el mundo puede descubrir lo mismo que él. ¿Qué sentido tiene ir a contárselo a la gente? No es un maestro.
Un pratyeka-buddha abre camino… pero no para los demás, recuérdalo. Se mueve y el sendero se crea a través de su movimiento… una vereda en la selva. Como él avanza, otros le siguen; es asunto de ellos, porque a él no le importa. Es un viajero solitario, y cree que lo que le sucede a él puede acontecerle a los demás.
Cuando el propio Buda se iluminó tuvo ambas opciones frente a sí: convertirse en un buda o en un pratyeka-buddha. Permaneció quieto durante siete días: ante él tenía todas las posibilidades para elegir ser un pratyeka-buddha. De haber sido así, toda la humanidad se habría perdido algo de inmenso valor.
Se dice que Brahma descendió con todos los dioses del cielo… es una hermosa parábola. Se postraron a los pies del Buda y le suplicaron: «Abre tus ojos y enséñanos lo que has descubierto». Pero el Buda dijo: «¿Qué sentido tiene? Si yo lo he descubierto, otros también podrán». Se inclinaba hacia la opción de ser pratyeka-buddha. Su lógica era perfecta: si yo lo he descubierto, también podrán los demás. «Y –dijo–, aunque enseñe, sólo me escucharán quienes quieran escuchar. Sólo quienes estén dispuestos a ir, vendrán. Pero también pueden ir sin mí. Y quienes no estén dispuestos a ir, no escucharán porque no acudirían ni aunque me pusiese a gritar desde los tejados de las casas. ¿Para qué molestarse?».
Los dioses hablaron entre sí acerca de qué podían hacer, sobre cómo convencer a este hombre. En el universo había aparecido una gran oportunidad, y si se convertía en pratyeka-buddha, el mensaje volvería a perderse. Sí, desde luego, habría unos cuantos que volverían a descubrir el camino, pero existía la posibilidad de hacer una superautopista de ese sendero. Una vereda puede desaparecer rápidamente comida por la vegetación. Debía prepararse de tal manera que la gente pudiera seguirla durante siglos, y que la vegetación selvática no la destruyese, no volviese a ocultarla. Hablaron y discutieron entre ellos, y dieron con un argumento.
Volvieron ante el Buda y le dijeron: «Has de enseñar, porque hemos estado observando este mundo. Sí, tienes toda la razón, son muy pocos los que te seguirían de inmediato. Y sabemos que precisamente son los que hallarían el camino, aunque no dijeses nada… un poco más tarde, tal vez teniendo que dar unos pasos más, pero lo descubrirían; estamos seguros, porque ya están buscando. Así que tal vez la enseñanza les haría llegar antes al objetivo, pero nada más… tienes razón.
»También están los que no escucharían –son millones, lo hemos visto, hemos mirado en los corazones de la humanidad–, los que hacen oídos sordos ante cualquier persona como tú. Así que hablar con ellos no tiene sentido. Pero también hemos visto a algunos que están entre ambas posturas, merodeando en la divisoria. Ésos no irán si tú no hablas. Y si les hablas te escucharán y reunirán el valor necesario. Así que, por favor, aunque sólo sea por esos pocos…»
Y el Buda no se lo pudo discutir, tuvo que admitirlo, y se convirtió en un buda y abandonó la idea de ser un pratyeka-buddha.
Buda es quien ha hallado su camino; no sólo eso: ha creado ese sendero de manera que otros muchos puedan recorrerlo… que siente una tremenda compasión por los demás, por todos esos seres humanos que luchan palpando en la oscuridad.
«Es mejor alimentar a uno de los budas tanto del presente como del pasado o del futuro que a diez mil millones de pratyeka-buddhas.
»Es mejor alimentar a uno que está por encima del conocimiento, de la unilateralidad, de la disciplina, y de la iluminación, que a cien mil millones de budas del pasado, presente y futuro.»
Y luego pasa al último punto, al punto cero, incluso más allá de un buda. Para el intelecto humano el último punto sería un buda. Por eso llamamos “el Buda” a Siddhartha Gautama, porque eso es todo lo lejos que llega el lenguaje. Pero hay un punto más allá del lenguaje, un punto inexpresable, más allá de los símbolos, inefable: el Buda lo llama ir más allá incluso de un buda.
Entonces uno ni siquiera piensa que está iluminado, no tiene disciplina, ni carácter. Entonces uno no es… uno es espacio vacío.
Porque en un buda al menos anida un pequeño deseo de ayudar a los demás, una compasión por los demás. Pero eso también sería una sujeción. Eso significa que el Buda todavía piensa: «Los demás son y yo soy, y yo puedo ayudar a los demás». Todavía existe la sutil divisoria entre “yo” y “tú”, entre “mí” y “tú”.
Dice el Buda que el último punto es un punto cero donde desaparece todo conocimiento, toda experiencia –incluso la del nirvana–, porque no hay nadie para experimentar. Es difícil hablar al respecto, sólo son posibles las descripciones negativas.
«Es mejor alimentar a uno que está por encima del conocimiento, de la unilateralidad, de la disciplina y de la iluminación que a cien mil millones de budas del pasado, presente y futuro.»
En ti están todas esas posibilidades. Por lo general existes como una mala persona, y por ello existes en el escalón inferior, en el más bajo. Intenta ser un buen hombre. Es mejor que ser uno malo, pero no creas que ése sea el objetivo… Es simplemente comparativo, es relativo.
Así me lo han contado:
El mulá Nasrudín se enamoró de una mujer. Fue a ver al padre de la muchacha y pidió que le concediese la mano de su hija. El padre estuvo totalmente dispuesto, y dijo:
–Me hace muy feliz, no tengo nada en contra, pero mi esposa no va a estar de acuerdo. Le parece que con todo ese pelo tan largo, tipo hippie, con su estilo de vida poético y con su indumentaria unisexo, parece usted afeminado.
El mulá pensó un rato y dijo:
–Y tiene razón… comparado con ella.
Todo es comparativo. El hombre bueno es bueno comparado con el malo, pero comparado con el religioso, es igual que el malo. El sannayasin es bueno en comparación con la persona religiosa, ¿pero cómo compararle con un skridagamin?… y lo mismo pasa con todo lo demás.
Cuanto más se recorre el camino interior, más altos son los picos que se ven. Nunca te contentes a menos que hayas alcanzado el último de ellos, el primordial. Y el primordial está más allá de allende… donde nada existe o donde sólo resta pura existencia.
Esa pureza es el objetivo y en esa pureza te haces uno. Hasta realizar esa pureza persiste la dualidad, primero de manera grosera, y luego sutil, y más tarde de forma muy, muy sutil. Primero en el consciente, luego en el inconsciente, pero sigue; luego incluso persiste en el supraconsciente… creando sombras.
Así que recuérdalo, el objetivo es desaparecer por completo. El objetivo es trascender toda dualidad, toda definición. El objetivo es ser uno con el todo.
Basta por hoy.