Читать книгу El libro de la vida y la muerte - Osho - Страница 8
3. LAS MÚLTIPLES CARAS DE LA MUERTE
ОглавлениеEn la historia de la mente humana se pueden hallar tres expresiones de muerte. Una de ellas es la del ser humano ordinario que vive apegado a su cuerpo, que nunca ha conocido nada mejor que el placer de la comida o el sexo, cuya vida no ha sido más que comida y sexo; que ha disfrutado de la comida, del sexo, llevando una vida muy primitiva; cuya existencia ha sido muy grosera, que ha vivido en el porche de su palacio, sin llegar a entrar nunca en él, y que ha pensado siempre que eso era la vida. En el momento de la muerte tratará de apegarse. Se resistirá a la muerte y luchará contra ella. La muerte llegará como una enemiga. Por eso en todas las sociedades del mundo la muerte aparece descrita como oscura y maligna. En la India dicen que el mensajero de la muerte es muy feo –oscuro, negro–, y que llega sentado en un búfalo grande e igualmente feo.
Ésa es la actitud normal. Esa gente ha errado; no han sido capaces de llegar a conocer todas las dimensiones de la vida. No han podido entrar en contacto con las profundidades de la vida y no han sabido volar hasta las cumbres de la vida. Se han perdido la plenitud y también la bendición.
Después está el segundo tipo de expresión de la muerte. A veces los poetas y filósofos han dicho que la muerte no es nada malo, que la muerte no es mala; que es apacible… un gran descanso, como dormir. Es mejor que la primera expresión. Al menos esas personas han conocido algo más allá del cuerpo; han llegado a conocer algo de la mente. No sólo se han alimentado de comida y sexo; no han invertido toda su vida sólo en comer y reproducirse. Han entrado en contacto con algo de la sofisticación del alma; son un poco más aristocráticos y cultivados. Dicen que la muerte es como un gran descanso; que uno está cansado, muere y descansa. Es descansada. Pero también ellos están lejos de la verdad.
Quienes han conocido lo más profundo de la vida, dicen que la muerte es divina. No sólo es un descanso, sino también una resurrección, una nueva vida y un nuevo comienzo; una nueva puerta que se abre.
Cuando Bayazid, un místico sufí, se moría, la gente que se había reunido a su alrededor –sus discípulos– se sorprendieron de repente porque cuando le llegó el último momento su rostro se tornó radiante, increíblemente radiante, con una hermosa aura. Bayazid era un hombre hermoso y sus discípulos siempre habían sentido ese aura a su alrededor, pero no con tanta intensidad. ¡Tan radiante!
Le preguntaron:
–Bayazid, dinos qué te sucede. ¿Qué te está ocurriendo? Danos tu último mensaje antes de irte.
Él abrió los ojos y contestó:
–Dios me da la bienvenida. Voy a su encuentro. ¡Adiós!
Cerró los ojos y dejó de respirar. Pero en el momento en que su respiración se detuvo sucedió una explosión de luz. La habitación se llenó de luz y luego ésta desapareció.
Cuando alguien ha conocido lo trascendente en sí mismo, la muerte no es sino otra cara de lo divino. Entonces la muerte se convierte en un baile.
La ilusión de la muerte es un fenómeno social. Hay que entenderlo en profundidad.
Ves morir a un hombre y entonces piensas que está muerto. Como tú no lo estás no tienes ningún derecho a pensar de esa manera. Es una tontería por tu parte haber llegado a la conclusión de que el hombre está muerto. Todo lo que puedes decir es: «No puedo determinar si es la misma persona tal y como la conocía yo antes». Decir cualquier otra cosa es peligroso y significa traspasar los límites de lo correcto.
Todo lo que uno puede decir es: «Hasta ayer, este hombre hablaba, ahora ya no habla. Antes solía caminar, ahora ya no camina. Lo que hasta ayer yo entendí que era su vida ya no continúa hoy. La vida que vivió hasta ayer ya no existe. Si hay alguna vida más allá, entonces que así sea; si no la hay, que sea lo que tenga que ser». Pero decir: «Este hombre está muerto» es ir demasiado lejos; es traspasar los límites. Uno sólo puede llegar a decir: «Este hombre ya no sigue vivo». Pues alguien que sabíamos que vivía ha dejado de hacerlo.
Emplear ese grado de negatividad está bien, pues eso es todo lo que conocíamos como su vida –sus luchas, sus amores, su comer y beber–, y ahora ya no está. Pero decir que el hombre está muerto es realizar una afirmación muy positiva. No estamos únicamente diciendo que fuese lo que fuese que se hallase presente en ese hombre ya ha dejado de estarlo, sino que decimos que ha pasado algo por encima de todo ello: este hombre está muerto. Estamos diciendo que el fenómeno de la muerte también ha ocurrido. Bastaría con que dijésemos que las cosas que antes sucedían alrededor de este hombre ya no tienen lugar. No sólo estamos diciendo eso, sino que también hemos añadido un nuevo fenómeno: que el hombre está muerto.
Nosotros, que no estamos muertos, que no tenemos conocimiento alguno de la muerte, rodeamos a esa persona, ¡y la declaramos muerta! La masa determina la muerte del hombre sin ni siquiera preguntárselo, ¡sin ni siquiera dejar que se pronuncie! Es como una sentencia parcial en un juzgado; la otra parte está ausente. El pobre tipo ni siquiera ha tenido la oportunidad de decir si estaba realmente muerto o no. ¿Comprendéis de qué estoy hablando?
La muerte es una ilusión social. No es una ilusión humana. La cuestión es que externamente sentimos que está muerto, pero se trata de un determinismo social, erróneo. En este caso, el fenómeno de la muerte está siendo determinado por personas no cualificadas. Nadie en la masa es un testigo adecuado porque nadie vio morir realmente a esa persona. ¡Nadie ha visto nunca morir a nadie! Nunca ha sido presenciado el acto de morir. Todo lo que sabemos es que hasta un cierto momento una persona está viva y que luego deja de estarlo. Eso es todo, más allá hay un muro. Hasta ahora nadie ha presenciado nunca el fenómeno de la muerte.
Incluso una persona cuya vida no ha sido más que una secuencia de comer, beber, dormir, moverse, discutir, amar, hacer amigos y crear enemistades, de repente, en el momento de la muerte, también percibe que la vida se le escurre entre los dedos. Que lo que había creído que era la vida no lo es en realidad. Ésos eran simplemente actos, visibles a la luz de la vida. Al igual que los objetos se ven en presencia de la luz, también la persona ha visto ciertas cosas cuando la luz de su interior estuvo presente. Tomó alimentos, hizo amigos, creó enemistad, construyó casas, ganó dinero y alcanzó una posición elevada; todo ello son cosas vistas a la luz de la vida. Ahora, en el momento de la muerte, se da cuenta de que se le escapan.
Así que ahora cree que se ha ido, que se muere y que pierde la vida para siempre. Ya ha visto morir a otras personas y la ilusión social de que el ser humano muere está grabada en su mente. Así que siente que se muere. Su conclusión también forma parte de esa misma ilusión social. Siente que se muere igual que otros han muerto antes que él.
Se ve a sí misma rodeada de sus seres queridos, de su familia y conocidos, que lloran amargamente. Ahora su ilusión empieza a confirmarse. Todo ello crea un efecto hipnótico en la persona. Toda esa gente –la situación es ideal–, el médico a su lado, el oxígeno preparado, toda la atmósfera de la casa ha cambiado, la gente llorando… Ahora esa persona está segura de su muerte. La ilusión social de que se está muriendo atenaza su mente. Los amigos y conocidos que la rodean empiezan a proyectar sobre la persona el hechizo hipnótico de que está a punto de morir. Alguien le toma el pulso. Todo ello convence a esa persona de que está a punto de morir, de que todo lo que siempre se ha hecho con los moribundos le está sucediendo ahora a ella.
Eso es hipnotismo social. La persona está totalmente convencida de que está a punto de morir, de que se está muriendo, de que se va. Esta hipnosis de muerte hará que se vuelva inconsciente, asustada y que esté horrorizada; le hará encogerse, sintiendo: «Estoy a punto de morir, estoy a punto de morir. ¿Qué debo hacer?». Superada por el miedo, la persona cerrará los ojos y en ese estado de miedo se volverá inconsciente.
De hecho, caer inconsciente es un mecanismo que solemos utilizar frente a todo lo que tememos. Si padecemos de dolor de estómago, por ejemplo, y si el dolor se hace insoportable, entonces caemos en la inconsciencia. Sólo es un truco que usamos para desconectar la mente, para olvidar el dolor. Cuando el dolor es demasiado agudo, caer inconsciente es un truco mental… pues no queremos seguir padeciendo el dolor. Cuando el dolor no desaparece, la única alternativa es desconectar la mente. Se “desconecta” para permanecer inconsciente del dolor.
Así pues, caer inconsciente es nuestra única manera de lidiar con el dolor insoportable. No obstante, recordad que no existe nada que se denomine «dolor insoportable»: sólo sentís dolor mientras resulta soportable. Tan pronto como alcanza un punto en que se vuelve insoportable, entonces desaparecéis; por eso nunca sentís dolores insoportables. No creáis una palabra si alguien dice que sufre un dolor insoportable, porque esa persona que os habla sigue consciente. Si el dolor se hubiese tornado insoportable estaría inconsciente. El truco natural hubiera funcionado y habría perdido la consciencia. Tan pronto como alguien traspasa el límite de lo soportable cae inconsciente.
Si incluso las enfermedades menores nos asustan lo suficiente como para caer inconscientes, ¿qué decir del pensamiento aterrador de la muerte? ¡La idea de la muerte nos mata! Perdemos la consciencia, y en ese estado inconsciente tiene lugar la muerte. Por lo tanto, cuando digo que la muerte es una ilusión no quiero decir que sea una ilusión que le suceda al cuerpo o al alma. Yo lo llamo ilusión social, un tipo de ilusión que hemos cultivado en todos los niños. Les adoctrinamos con la idea: «vas a morir, y así es como tiene lugar la muerte». Así que, para cuando el niño ha crecido, ya ha asimilado todos los síntomas de la muerte, y cuando dichos síntomas le son aplicables se limita a cerrar los ojos y cae en la inconsciencia. Está hipnotizado.
La técnica de la meditación activa es justo lo contrario. Se trata de una técnica para entrar conscientemente en la muerte. En el Tíbet esta técnica se conoce como bardo. Al igual que la gente hipnotiza a una persona en el momento de su muerte, de igual manera, la gente que utiliza el bardo proporciona sugerencias antihipnóticas a la persona moribunda. En el bardo, las personas reunidas alrededor de alguien que está a punto de morir le dicen: «No estás muriendo, porque nunca ha muerto nadie». Le proporcionan sugerencias antihipnóticas. No hay gemidos ni lloros; sólo eso. La gente se reunirá a su alrededor y el sacerdote del pueblo llegará y le dirá: «No estás muriendo, porque nunca ha muerto nadie. Partirás relajado y totalmente consciente. No morirás, porque nunca muere nadie».
La persona cierra los ojos y le es narrado todo el proceso: ahora su energía vital ha abandonado sus piernas, ahora sus manos, a continuación ya no puede hablar, y así… Y no obstante, se le dice que sigue siendo, que continúa, y se le siguen ofreciendo todas esas sugerencias, continuamente, que simplemente son antihipnóticas. Eso significa que tienen por objeto que la persona no se aferre a la ilusión social de que está a punto de morir. A fin de evitar que lo haga, la gente utiliza el bardo como antídoto.
El día en que este mundo cuente con una actitud sana frente a la muerte, entonces el bardo no será necesario. Pero somos gente muy malsana; vivimos en una gran ilusión, y a causa de esa ilusión es necesario el antídoto. Siempre que muere alguien, sus seres queridos deberían intentar que haga pedazos la ilusión de que está muriendo. Si pudieran mantener despierta a la persona, si pudieran recordárselo en cada instante…
Luego la conciencia se retira del cuerpo, pero no lo hace de golpe; todo el cuerpo no muere al mismo tiempo. La conciencia se encoge dentro y va abandonando las diversas partes del cuerpo poco a poco. Se retira por etapas, y todas las etapas de esta contracción pueden serle referidas a la persona agonizante a fin de mantenerle consciente.
Cuando un maestro zen se estaba muriendo reunió al resto de los monjes a su alrededor y les dijo:
–Quiero pediros algo. Ha llegado mi hora, pero siento que no tiene sentido morir como lo hace todo el mundo. Son muchos los que han muerto de la misma manera. No tiene gracia. Mi pregunta es: ¿Habéis visto morirse andando a alguien?
–No hemos visto a nadie hacerlo así, pero hemos oído que cierto místico murió andando –contestaron los monjes.
–Muy bien, ¡olvidaos de ello! Dejad que os pregunte lo siguiente: ¿Habéis visto algún místico morir cabeza abajo? –preguntó el maestro.
–Ni siquiera en sueños podríamos concebir algo así, por no hablar de haberlo visto –dijeron los allí reunidos.
–Muy bien –dijo el maestro–. Pues así será.
Se puso cabeza abajo y murió.
La gente que le rodeaba se asustó. Ver un cadáver desconocido ya resulta bastante atemorizador, pero intentar bajar un cadáver que se sostiene sobre la cabeza es todavía peor. El maestro era un hombre peligroso. ¡En qué postura se había colocado…! Ya muerto nadie se atrevió a bajarlo y depositarlo sobre el féretro. Entonces alguien sugirió que llamasen a su hermana mayor, una monja que vivía en un monasterio cercano. Tenía fama de que cuando el maestro se comportaba mal de pequeño ella le cantaba las cuarenta.
Fueron a buscar a la hermana y la pusieron al corriente. Ella pareció molesta por todo el asunto.
–Siempre ha sido muy enredador. No ha abandonado sus viejas costumbres ni siquiera de viejo. ¡Ni siquiera a la hora de morir ha podido dejar de hacer una jugarreta! –dijo ella.
Así que la mujer, que tenía noventa años, cogió su bastón y se dirigió hacia donde estaba el cadáver de su hermano. Al llegar, golpeó con fuerza el bastón contra el suelo y exclamó:
–¡Deja de hacer tonterías! Si tienes que morirte, hazlo de la manera adecuada.
El maestro recuperó una postura normal y rió:
–Sólo me estaba divirtiendo –dijo–. Sentía curiosidad por ver qué es lo que iban a hacer todos éstos. Ahora me tenderé en el lecho y moriré de manera convencional.
Se tendió en la cama y murió.
Su hermana se alejó, diciendo:
–Ahora ya está bien. Disponed de él –dijo, sin mirar atrás–. Así es como se hacen las cosas. Hagáis lo que hagáis, hacedlo de la manera adecuada.
Así que nuestra ilusión de la muerte es una ilusión social. Si contáis con una pequeña experiencia de meditación –si alguna vez habéis tenido un pequeño atisbo de la verdad de que estáis separados de vuestro cuerpo, si la sensación de desidentificación con el cuerpo ha penetrado en vuestro interior aunque sólo sea por un momento– no estaréis inconscientes en el momento de la muerte. De hecho, entonces vuestro estado de inconsciencia ya habrá quedado deshecho.
Nadie puede morir con conocimiento, conscientemente, porque permanece consciente todo el tiempo de que no está muriendo, de que algo muere en él, pero que no es él. Observa su separación y finalmente descubre que su cuerpo está allí tendido, lejos de él, a distancia. Entonces la muerte se convierte simplemente en una separación; es como si se interrumpiese una conexión. Es como si fuese a salir de una casa, y sus moradores, inconscientes del mundo más allá de esas cuatro paredes, fueran a salir hasta la puerta y despedirme entre lágrimas, sintiendo que el hombre que han salido a despedir fuese a morir.
La separación del cuerpo y la conciencia es la muerte. Como existe esa separación, no tiene sentido llamarla muerte… es como soltar, romper una conexión. No es nada más que cambiarse de ropa. Así pues, alguien que muere con conocimiento nunca muere, y por ello la cuestión de la muerte nunca surge para él. Nunca llamaría muerte a una ilusión. Ni siquiera sabría decir quién muere y quién no. Sólo diría que lo que llamamos vida hasta ayer era meramente una asociación. Esta asociación se ha roto. Ahora ha empezado una nueva vida que, en el sentido anterior, no es una asociación. Tal vez sea una nueva conexión, un nuevo viaje.
Pero sólo puede morirse en un estado de conciencia cuando se ha vivido con conciencia. Si has aprendido a vivir conscientemente, podrás morir de la misma manera, porque el morir no es sino un fenómeno de la vida; tiene lugar en la vida. En otras palabras, la muerte es el suceso final de lo que entiendes que es la vida. No es nada que suceda fuera de la vida.
Es como un árbol que da fruto. Primero el fruto es verde, luego empieza a volverse amarillo. Cada vez es más amarillo hasta que finalmente es totalmente amarillo y cae del árbol. Esa caída del árbol no es un suceso aparte del proceso de maduración del fruto, sino que es la consumación final de la maduración.
La caída del fruto del árbol no es un suceso externo, sino más bien la culminación del proceso de amarilleamiento, de maduración, por el que ha pasado. ¿Qué sucedía cuando el fruto era verde? Se estaba preparando para enfrentar el mismo suceso final. Y ese mismo proceso continuaba cuando todavía ni siquiera había florecido en la rama, cuando seguía oculto en el interior de la rama. También en ese estado se preparaba para el suceso final. ¿Y cuando el árbol ni siquiera se había manifestado, cuando continuaba en el interior de la semilla? También entonces se estaba preparando el mismo suceso. ¿Y cuando la semilla ni siquiera había nacido y se hallaba oculta en algún otro árbol? También entonces se llevaba a cabo el mismo proceso.
Así pues, el suceso de la muerte forma parte de la cadena de acontecimientos que pertenecen a un mismo fenómeno. El suceso final no es el fin, es sólo una separación. Una relación, un orden, es reemplazado por otra relación, por otro orden.