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La antropología mexicana de cara al siglo XXI A manera de introducción

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María Ana Portal*

La ciencia es hija de su tiempo, y nuestro tiempo —el de la globalización y el neoliberalismo— se ha caracterizado por grandes y profundas transformaciones en todos los ámbitos de la vida social, lo que nos obliga a enfrentar nuevas realidades, nuevos retos en la construcción del conocimiento y nuevas formas de afrontar los viejos problemas en la investigación social. En ese marco, cuestionarnos cómo estamos produciendo los saberes antropológicos, qué preguntas estamos elaborando y de qué manera estamos haciendo investigación de cara a esas transformaciones, resultan cuestiones muy relevantes de intentar responder.

Consideramos que mientras la sociedad se mueve de manera vertiginosa, la ciencia no siempre lleva ese ritmo de cambio y adaptación conceptual y metodológica. En el caso de la antropología, sus transformaciones se han dado de manera silenciosa, casi sutil. La vigencia de los temas clásicos a los que se ha abocado —cultura, identidad, alteridad, diversidad, etnicidad, entre otros— han favorecido este ritmo tal vez más pausado que en otros campos científicos como la física, la medicina, o la astronomía.

La vorágine social y los ritmos transformatorios de la antropología no parecen haber impactado de manera definitoria en los temas nodales de nuestra disciplina o en su propia existencia. Los temores expresados por B. Malinowski en el “Prólogo” a su emblemático libro Los argonautas del Pacífico Occidental, concebían —de una manera bastante pesimista— la desaparición del “objeto” de estudio de la antropología (y con ello posiblemente de la disciplina misma) a partir del desarrollo del capitalismo:

La etnología se encuentra en una situación tan lamentablemente ridícula, por no decir trágica, que a la hora de empezar a organizarse, a fraguar sus propias herramientas, a ponerse a punto para cumplir la tarea fijada, el material de su estudio desaparece con una rapidez des esperante. Precisamente ahora que los métodos y fines de la investigación etnológica han tomado forma, que personas bien preparadas para este trabajo han comenzado a recorrer los países salvajes y a estudiar a sus habitantes, estos salvajes se extinguen delante de nuestros propios ojos. […] La esperanza de ganar una nueva visión de la humanidad salvaje gracias a los trabajos de especialistas científicos, aparece como un espejismo que se desvanece en el mismo instante de percibirlo. Pues si en el momento actual todavía hay gran número de comunidades indígenas susceptibles de ser científicamente estudiadas, dentro de una generación, o de dos, tales comunidades o sus culturas prácticamente habrán desaparecido. Urge trabajar con tenacidad, ya que el tiempo disponible es breve. Hasta el momento, tampoco el público ha tenido suficiente interés por estos estudios. Hay pocos estudiosos de la materia, y el estímulo que reciben es escaso. Por ello, no siento ninguna necesidad de justificar una investigación etnologica que es el resultado de una investigación especializada hecha sobre el terreno (Malinowski, 1976:13).

Sin embargo, este pronóstico apocalíptico se canceló en la medida en que los antropólogos comprendimos y asumimos, a lo largo del tiempo, que lo que define a la antropología no es sólo un objeto, sino una forma de mirar, de construir y de elaborar conceptual y metodológicamente un problema. La antropología se abrió entonces al estudio de hechos y grupos sociales, de problemas y temáticas diversas, para lo cual ha tenido que repensar tanto las categorías que le son útiles, como las técnicas y métodos que le llevarán a mejores resultados. Esto nos ha llevado a procesos de deconstrucción de las fronteras históricas entre disciplinas, de tal suerte que nos hemos acercado de manera importante no sólo a la sociología, sino a la historia, a la ciencia política, al psicoanálisis, al derecho, a la geografía, al urbanismo, a la ciencia política, entre otras, dialogando —implícita o explícitamente— con otros marcos conceptuales y con otras aproximaciones metodológicas que nos han enriquecido. Este proceso no es nuevo, sin embargo, considero que en la actualidad el acercamiento inter-disciplinar se ha consolidado de manera importante conformándose en un reto metodológico y teórico sistemático.

Para consolidar este proceso reflexivo, es necesario reinterrogar no sólo las construcciones teóricas o los métodos específicos utilizados, sino también sus cruces con otras disciplinas y las implicaciones que ello tiene en nuestro quehacer.

El conocimiento no se reduce a una sola noción, teoría o idea. Son diversas las maneras en que nos podemos aproximar a los fenómenos sociales, así como son diversos los factores que entran en juego en el proceso de conocer. Las rutas que elegimos no son necesariamente tersas y generalmente conducen a más preguntas, a más cuestionamientos, y las más de las veces a crisis en torno a los fundamentos básicos de nuestros saberes. Siguiendo a Edgar Morin podemos pensar que:

Partimos del reconocimiento de la multidimensionalidad del fenóme no del conocimiento. Partimos del reconocimiento de la oscuridad oculta en el corazón de una noción esclarecedora de las cosas. Partimos de una amenaza que procede del conocimiento y que nos lleva a buscar una relación civilizada entre nosotros y nuestro conocimiento. Partimos de una crisis propia del conocimiento contemporáneo y que sin duda es inseparable de la crisis de nuestro siglo (Morin, 2010:24).

Crisis, oscuridad, amenaza, son motores de la construcción del conocimiento. La ciencia implica entonces movimiento y duda.

Para Morin, mientras más conocemos, más crece nuestra ignorancia ya que cada fenómeno social nuevo que abordamos, va abriendo nuevas perspectivas y plantea nuevos problemas (Morin, 2010). Un ejemplo de ello sería la cuestión de género. Mientras que a principios del siglo XX se le consideraba una cuestión biológica que debía abordarse exclusivamente por la medicina —con lo cual se “cerraba” su exploración— al paso del tiempo el mismo fenómeno se complejiza al comprenderlo mucho más allá de lo meramente biológico. Se abren entonces nuevas aristas sociales, psicológicas, políticas, entre otras, que nos enfrenta al hecho de que en realidad sabemos poco de dicho fenómeno y nos falta mucho por conocer. Lo mismo sucede en general con todos los fenómenos sociales que atiende la antro pología.

Lo anterior implica que la ciencia conlleva la idea del inacabamiento, tanto del objeto de conocimiento, como del conocimiento mismo.

Por ello cuando nos plantearnos la tarea de revisar el quehacer de la antropología mexicana en las últimas dos décadas, nos enfrentamos obviamente a una dimensión inalcanzable. Y como suele suceder, tuvimos que hacer un corte mucho más restringido, centrándonos en algunas de las investigaciones del Departamento de Antropología de la UAM-I e incorporando puntualmente a otros investigadores básicamente del INAH. No hay una explicación demasiado elaborada sobre esta selección. Cuando mucho hay una razón práctica: este libro se propuso desde la docencia. Cuando en 2017 impartí el curso de Antropología Mexicana en la Maestría de Posgrado en Ciencias Antropológicas de la UAM-I, pude constatar que, si bien hay una reflexión histórica sobre nuestra disciplina que nos permite revisarla hasta finales del siglo XX, poco se ha actualizado en las últimas décadas. Esto tiene que ver en parte por la fragmentación institucional, el crecimiento del gremio, y, de manera muy relevante, por los procesos cada vez más individualizados y en solitario en la generación de conocimiento. El curso antes mencionado fue una oportunidad de invitar a colegas a que expusiera qué están haciendo hoy, y qué problemas enfrentan en el proceso de hacer investigación antropológica. ¿Qué mejor manera de conocer lo que se hace en antropología que a través de los que lo están haciendo? Consideré entonces que esas interesantísimas participaciones podrían constituirse en textos que apoyaran el quehacer docente. De pronto estas clases impartidas por mis colegas se convirtieron en un momento de autoreflexión ya que al mismo tiempo que permitía a estudiantes conocer lo que hacen sus profesores —más allá del salón de clase—, le posibilitó al docente sistematizar su práctica de investigación y observarla “desde afuera”. Pero obviamente el número de participaciones fue limitado y era necesario ampliar las temáticas. De allí que consideré invitar a otros profesores y estudiantes de posgrado para generar un libro con algunas de las temáticas que en la actualidad se desarrollan y que reflejan las condiciones sociales, económicas y políticas del México contemporáneo. Para que éste no fuera nuevamente un conocimiento fragmentado y aislado, decidimos reunirnos para comentar y discutir cada texto, buscando, por un lado, consolidar ciertos ejes organizadores de las reflexiones, y por otro, aportar ideas puntuales con el fin de enriquecer los trabajos.

Aunado a ello, en el 2020 se cumplen 45 años de la formación del Departamento de Antropología de la UAM-I, lo cual impulsó este proyecto, pues en una coyuntura como esa resulta aún más importante hacer un alto en el camino para mirarnos como Departamento y como gremio.

Esta selección si bien —como señalamos arriba— no es exhaustiva, podemos considerar que es una buena muestra de lo que se está haciendo en la antropología mexicana del siglo XXI, que tiene una producción basta, original y novedosa, aunque, como gran parte del conocimiento latinoamericano, es poco visible para las academias anglófonas. Arrojar luz sobre el escenario de la producción de conocimiento latinoamericano se ha convertido en una suerte de misión para autores como Rossana Guber (2018) o Esteban Krotz (1993), entre otros. Esperamos que con este texto podamos abonar a dicha tarea.

Ahora bien, desde este pequeño —pero importante— universo reflexivo, trazamos una suerte de mapa en tres dimensiones: la primera en referencia a las prácticas antropológicas: qué se está haciendo dónde y cómo; la segunda en torno a cómo se están trabajando los temas considerados como “clásicos” de la antropología en las nuevas condiciones sociales imperantes y frente a viejos y nuevos paradigmas teóricos y metodológicos; y el tercero a partir de las nuevas temáticas a las que se enfrentan los antropólogos en México.

Evidentemente ésta es una organización formal y necesaria para articular el libro, pero no se puede pensar como una división tajante ya que los temas se trastocan y en todos los casos las aproximaciones son originales y estructuradas no sólo a partir de propuestas teóricas novedosas, sino que implican —en la mayoría de los casos— etnografías basadas en trabajo de campo directo, con información vigente, en donde las fronteras o intersticios entre disciplinas y temáticas emergentes requieren de nuevas construcciones conceptuales generando una suerte de espacio ambiguo entre territorios del conocimiento.

Así, en la primera sección agrupamos cuatro trabajos. Un primer aspecto sustantivo para la disciplina se refiere a quiénes son los antropólogos mexicanos y dónde se encuentran. Luis Reygadas inicia el libro con un panorama amplio de quiénes somos y dónde estamos, partiendo de preguntas como ¿qué sabemos de los nuevos antropólogos mexicanos? ¿Qué características tienen las nuevas generaciones de profesionistas en este campo? ¿Cuántos son? ¿En qué trabajan? ¿Cuáles son sus condiciones laborales? Con ello nos presenta una suerte de radiografía del gremio y las transformaciones sufridas en los últimos años, tanto en las temáticas que se abordan, en los perfiles socioeconómicos de los que se forman como antropólogos, en las condiciones laborales, así como la diversidad de programas y ofertas educativas.

Seguimos con un capítulo sobre trabajo de campo que yo suscribo, pensándolo como el método del quehacer antropológico por excelencia. El interés de este capítulo es explorar cómo hacemos trabajo de campo hoy en el contexto mexicano, país pluricultural, inserto en procesos de globalización, y dentro del marco del capitalismo neo-liberal. Desde ese marco histórico específico, me interesa llamar la atención sobre algunos aspectos concretos que considero relevantes y desde allí, reflexionar sobre las implicaciones que tiene ello en el conocimiento que estamos produciendo: ¿qué tan viable es continuar con las clásicas premisas de la antropología del siglo XX en un mundo que se ha modificado en todas sus dimensiones? Para intentar responder a esa pregunta me centré en tres aspectos que considero fundamentales: la condición del trabajo de campo, la posición del investigador vs. la posición del sujeto de investigación y la construcción del dato y su interpretación.

Continuando con la reflexión metodológica, pero en un trabajo de frontera se encuentra el texto de José Carlos Aguado que explora —a través de una larga trayectoria de campo— la relación entre psicoanálisis y antropología. En ese capítulo se proponen algunas elaboraciones teórico-metodológicas con sus consecuencias prácticas tanto para la investigación como para el desarrollo comunitario, en la perspectiva de una antropología de campo.

Se desarrolla una propuesta original a partir de la experiencia en investigación antropológica, en el desarrollo comunitario y en la práctica psicoanalítica. Los ejes conceptuales se centran en la relación entre autonomía, responsabilidad y cambio social. Estas categorías están presentes tanto en el proceso de producción de conocimiento como en los procesos de cambio social. Al final se discuten las implicaciones de esta propuesta para la investigación antropológica y se resume una investigación etnográfica desarrollada con la metodología propuesta en un grupo otomí migrante de la Ciudad de México.

La primera sección se cierra con el trabajo de Maya Lorena Pérez Ruiz, quien nos presenta una interesante revisión histórica sobre la construcción de las instituciones y de las políticas públicas en torno a la cultura en el complejo proceso inicial de conformar un Estadonación fuerte, con una identidad propia del ser mexicano, para luego presentarnos las complejas transformaciones y tensiones en el mundo neoliberal en un país caracterizado por una gran diversidad cultural. A través de su análisis podemos ir reconstruyendo el complejo proceso de conformación institucional, sus cruces con las propuestas y tendencias internacionales, así como con las múltiples transformaciones que sufre el sector, tanto en la creación de instancias específicas como en cuanto a los cambios de mirada y de rumbo político en torno a lo que se considera cultura. En este marco se destacan las crecientes disputas por el patrimonio y los usos de lo cultural frente a los procesos de privatización.

Estas reflexiones que dibujan un panorama amplio del gremio, sus instituciones y sus quehaceres nos abren paso al análisis de cómo se están trabajando aquellos temas que han sido considerados como “clásicos” en la historia de la antropología, pero presentados a partir de las nuevas condiciones sociales imperantes en el México contemporáneo.

Esta sección también se conforma por cuatro capítulos que abordan, desde diferentes ángulos, la cuestión étnica y campesina que durante décadas se consideró la piedra angular de la antropología mexicana. La pregunta que orienta estas reflexiones tiene que ver con ¿qué es ser indígena en el siglo XXI en México?

Iniciamos con el trabajo de Laura R. Valladares, quien nos presenta un panorama sobre los modelos teórico-metodológicos que desde una perspectiva antropológica se han construido en las últimas dos décadas para el entendimiento de los movimientos indígenas y por ende sobre la cuestión étnica nacional en América Latina. Recuperando los enfoques construidos en el último medio siglo —pero centrándose en los modelos recientes—, la autora busca brindar un mayor grado de inteligibilidad a lo que llama irredentismo étnico. Dichos estu dios responden a las complejas y en general conflictivas relaciones político, económicas y culturales entre los pueblos indígenas y los Estados nacionales. Los ejes que vertebran las propuestas principales del trabajo tienen que ver, por un lado, con la idea de que hay una estrecha relación entre el modelo económico, las condiciones de subordinación, pobreza y exclusión política en las que han vivido históricamente los pueblos indígenas y minorías étnicas en el mundo, condiciones que son en gran medida el origen de los conflictos contemporáneos; y por otro, pero articulado a lo anterior, la cuestión de cómo la etnicidad se constituye en el motor de la resistencia de los pueblos indígenas. Asimismo se plantea que la continua relación conflictiva entre minorías étnicas y pueblos indígenas con los estados nacionales tiene que ver con una confrontación entre la razón del Estado y l a razón o los derechos de los pueblos indígenas. De este amplio escenario se centrará en dos acercamientos analíticos: los estudios decoloniales y el feminismo culturalmente situado.

Esta reflexión densa —en el sentido geertziano del término— nos abre paso al análisis sobre ciudadanía étnica que suscribe Adriana Aguayo. En su texto, la autora describe diferentes momentos de etnicización de los grupos indígenas —centrándose en la Ciudad de México— para luego arribar a la manera en que, tanto a nivel nacional como local, éstos han luchado por el reconocimiento de su pertenencia cultural y por el respeto a sus derechos en tanto pueblos originarios. Ello ha permitido que se comiencen a posicionar como actores políticos que cuestionan y enfrentan la configuración actual del Estado-nación, particularmente a raíz de la consolidación jurídica en la nueva Constitución de la Ciudad de México. Es a través de ello que se explora el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, destacando algunos desafíos a los que se enfrentan.

Por su parte, Roxili Meneses retoma un tema que ha sido fundamental en la antropología clásica en México: la educación indígena a partir del enfoque de la Educación Intercultural Bilingüe y su incidencia en la construcción de la nación. Su trabajo inicia mostrando sintéticamente los procesos históricos en donde la antropología de principios del siglo XX desarrolló el tema bajo una lógica de integración y aculturación marcando claramente su incidencia en las políticas públicas y en la construcción institucional. Sin embargo, la construcción hegemónica de la educación indígena encuentra un contrapeso a partir de un cambio de mirada donde el reconocimiento y la definición de la interculturalidad se constituye en un punto de partida para la implementación de una nueva estrategia dentro del sis tema educativo. Este proceso se aterriza en un ejemplo específico: los maestros p’urhepechas del proyecto T’arhexperakua de las escue las indigenas de las comunidades de San Isidro y Uringuitiro, en Michoacán, que surgió en 1995 por iniciativa de un grupo de docentes indígenas con el objetivo de crear su propia currícula educativa, basada en la cultura y lengua p’urhepecha. En él colaboran con antropolo gos, pedagogos y lingüistas de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y la Universidad Pedagógica Nacional (UPN). El proyecto incursiona en dos grandes campos: el primero, refiere al desarrollo curri cular y el segundo, en el desarrollo de una metodología de evaluación de la adquisición y el desarrollo de las competencias bilingües de los alumnos en las escuelas.

Cerramos esta sección con “Las armas sutiles de la resistencia” de Ana Paula Castro Garcés y Pablo Castro Domingo. Éste es un trabajo que muestra claramente lo dicho párrafos arriba: si bien es un tema ampliamente trabajado por la antropología en México desde fines del siglo pasado —y que por su importancia ha adquirido una visibilidad creciente en los últimos años—, la manera en que se enfoca es novedosa y da cuenta de una realidad poco explorada: las redes afectivas y solidarias que posibilitan la sobrevivencia de los migrantes en la frontera sur de nuestro país. A partir de un trabajo de campo profundo, el capítulo se organiza en tres partes: en la primera parte se presenta una discusión teórica en torno a dos conceptos centrales para la antropología: el de resistencia y el de dominación. Estas propuestas teóricas son las que servirán de marco para interpretar las prácticas de resistencia de la comunidad en tránsito por el municipio de Tenosique, en la frontera entre México y Guatemala. En la segunda parte se explica el surgimiento de la casa albergue La 72 y su forma de organización, para arribar en el análisis de algunas estrategias de interpelación al ejercicio del poder que ha implementado la comunidad LGBTTTI que reside en La 72.

Con este trabajo se completa la idea que permea esta parte del libro: las formas de construir resistencias en distintas dimensiones y en el caso de los tres primeros capítulos, el proceso de empoderamiento étnico de las últimas décadas. Todo ello permeado por las constantes tensiones entre las miradas y propuestas hegemónicas, frente a las transformaciones de grupos alternos que emergen en el siglo XXI y exigen visibilidad y derechos.

La tercera sección presenta cinco trabajos que exploran temas relativamente nuevos, con enfoques que buscan abrir perspectivas que dan cuenta de problemas que enfrenta la antropología ante los nuevos retos del siglo XXI: los nuevos modelos de la urbanización, la construcción de la identidad y la memoria, el poder y la violencia. Si bien en sí mismos no son temas “nuevos” en el sentido estricto del término pues de una u otra manera ya se han analizado desde la antropología, hoy representan escenarios cuyas transformaciones implican retos teóricos y metodológicos importantes para nuestra disciplina.

El tema urbano ha sido trabajado desde mediados del siglo XX como un fenómeno entonces emergente, que con el paso del tiempo se convirtió en una realidad totalizadora en donde frente al embate del modelo neoliberal de urbanización surge la necesidad de comprender los procesos urbanos locales. De allí la importancia de contar con una reflexión como la que propone Angela Giglia en torno al concep to de lugar antropológico, propuesto no sólo como el lugar local desde donde hacemos antropología, sino como un concepto en donde entran en juego el territorio, el espacio, los sujetos y los significados culturales. Desde ese marco, se discuten los diferentes enfoques sobre el concepto —particularmente retomando el caso de la Ciudad de México— para arribar en una propuesta original en torno a lo que la autora denomina lugar testigo.

Por su parte, Antonio Zirión analizará la cuestión indígena desde la perspectiva del cine. Nos invita a un viaje histórico con 12 paradas, cada una de ellas como marcajes en la etnicidad en México expresada en la producción cinematográfica. Doce modos particulares de observar el mundo indígena. Cada uno de estos momentos es pensado como puntos de inflexión entre diversos paradigmas y como formas específicas de construir y deconstruir estereotipos del ser indio en nuestro país. Si bien el análisis de lo étnico es un tema recurrente en nuestra disciplina, su articulación con un medio como el cine nos permite analizar desde una dimensión diferente la construcción ideológica del otro.

Hay fenómenos intrínsecos del quehacer antropológico sobre los cuales pocas veces se reflexiona, dejándolos como una evidencia ideológica más. Tal es el caso de la memoria que forma parte central de nuestro trabajo, ya que de muchas maneras los antropólogos sociales trabajamos con la memoria del otro como materia prima para la construcción del dato empírico. Pero la memoria no es sólo materia prima, es parte del proceso identitario y base de la propia cultura. De allí que sea un concepto base que requiere de ser revisado y delimita do. Ro cío Ruiz Lagier explora la memoria como un elemento fundamen tal para las ciencias sociales y particularmente para la antropología, mos trándonos el proceso donde se pasó de reflexionar sobre la memoria en la antropología, a hacer antropología de la memoria.

José Antonio Melville nos acerca al tema del poder a partir de una idea sugerente: la importancia de ver “hacia arriba”. Acostumbrados a mirar a los grupos alternos de la sociedad, “hacia abajo”, poco se ha analizado la construcción de los grupos hegemónicos, quedándonos con la mitad de la historia, o cuando menos con una versión parcial de una realidad que requiere del entendimiento de todas las posiciones para un mejor entendimiento de los sistemas sociopolíticos. Dos conceptos resultan clave en su análisis sobre el poder: el de demo-cracia y el de las élites económicas, políticas o sociales.

Cerramos el libro con un tema de vital importancia en el México contemporáneo: la violencia. Margarita Zárate lo pone en escena a partir de un caso emblemático que ha llenado de horror y preocupación a los habitantes del país: el caso de Veracruz. Si bien no es, desgraciadamente, el único caso emblemático, si se constituye como un escenario particularmente importante para reflexionar sobre su significado en el quehacer antropológico y en la construcción de la vida social misma. La autora busca identificar y circunscribir algunas manifestaciones de violencia que encierran una amenazan fundamental: su normalización. Para ello se hace indispensable desmenuzar los distintos tipos de violencia o violencias no sólo a partir de una reflexión conceptual, sino a partir del acercamiento a través de testimonios de conciudadanos expresados en los diversos medios, en la bi bliografía y en las propias observaciones.

La antropología mexicana termina el siglo XX e inicia el XXI en medio de grandes transformaciones sociales y cuestionamientos propios. Dos procesos considero que la han modificado: la diversidad en sus objetos de estudio y la capacidad teórica y reflexiva que ha gene-rado en las últimas décadas. Los trabajos aquí presentados dan muestra de ello.

Repensar la antropología mexicana del siglo XXI

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