Читать книгу El secreto de la tierra y los primeros dioses - Pablo Orellana - Страница 6
ОглавлениеEl cristal
Hace mucho tiempo, una gran guerra se desató en los reinos de poniente. Dirigido por el rey Sephnas, el ejército de Ur marchó con inclemencia hasta el reino de Kah, con el único objetivo de destruirlo todo.
Sephnas era un hombre de abundante barba y espalda ancha, fuerte, severo y con una espectacular destreza con la espada; además, poseía la habilidad de predecir el futuro mediante sueños proféticos, característica que lo llevó a conseguir el ejército más grande de la historia, conquistando y sometiendo durante años todas las ciudades y tribus cercanas al reino de Ur.
Cegado por su ambición y el temor al cumplimiento de cierta profecía, no encontró más que dolor y muerte para su gente. Pues la muralla de Kah, ubicada entre las dos mitades de la montaña partida, resultó ser impenetrable.
Encontrándose con arqueros eficientes y soldados imparables, el rey de Ur tuvo que enfrentar a las enormes bestias de la isla de Rugiet: tigres y leones enormes de diferentes razas, que con sus afilados y enormes colmillos, devoraban y despedazaban sin piedad a los hombres, quebrando y penetrando en sus armaduras como si fueran papel.
El apoyo de los pueblos que habitaban el norte fue clave durante la batalla en defensa de la muralla. Hombres salvajes y feroces, sin miedo a la muerte, pelearon con valentía para defender a sus familias y la tierra que los vio nacer.
Sucedió entonces, que luego de dos días de enfrentamiento, los soldados de Ur empezaron a perder la esperanza, frustrados por no lograr su cometido.
—¡Señor, debemos retirarnos! —gritó agitado el general Seodher, mientras luchaba desesperadamente en su intento por aniquilar a todo aquel que encontraba en su camino.
—¡No! —respondió furioso el rey Sephnas, con tono enérgico y determinante, poco acostumbrado a obedecer una idea que no naciera de él.
El rey observaba con impotencia la escena, sus soldados caían por centenares, mientras él movía sus ojos a tal velocidad que parecía que escaparían de sus cuencas en cualquier momento. Luego se giró hacia el general y vociferó:
—¡En mi sueño, el castillo de Yahveh ardía en llamas! ¡El reino de Kah nos destruirá, si no los acabamos antes!
Furioso por la terquedad de su rey, el general Seodher lo levantó con violencia, sujetándolo de la pechera y lo reprendió:
—¡Entonces volvamos a nuestra ciudad y defendámosla! ¡Nuestros arietes y torres fueron destruidos, y nuestro ejército masacrado! ¡Te advertí que no podías confiar en los duedinos! ¡A la primera oportunidad cambiaron de bando y nos atacaron! ¡Ese muro no caerá hoy, eso puedo aceptarlo! ¡Pero morir aquí sin defender a mi esposa y a mi hijo…! ¡Eso no…! ¡No puedo permitirlo!
Sephnas permaneció estupefacto, intentando procesar las palabras de Seodher. Al mismo tiempo, luchaba contra su orgullo, el cual le impedía retractarse de su cometido. Frustrado y asustado, observaba las heridas de sus soldados y el cansancio en sus ojos, sus desesperados intentos por mantenerse en pie y seguir peleando. Inmerso en sus pensamientos, solo salió de este estado al sentir que Seodher ya no lo sujetaba con tanta fuerza. Tras dirigir la vista hacia su general y amigo, notó con horror que una flecha atravesaba su espalda.
En ese momento, fue el rey quien sujetó a su general. De la boca del hombre comenzó a brotar sangre, hasta que se desplomó en sus brazos. De inmediato, el rey lo recostó sobre la tierra húmeda y ensangrentada, mientras los soldados se acercaban para cubrirlo con sus escudos formando un perímetro.
Ahogándose en su sangre, Seodher sabía que pronto se encontraría con Hades.
—Mi hijo… cuida a mi hijo… —susurró con debilidad.
—Tu hijo te visitará en el inframundo, pues él tomará tu lugar. Y su hijo tomará el de él. Pues los hijos de Ur reencarnan en guerreros hasta cumplir la misión que su rey les ha encomendado.
Con ira en el corazón, Seodher utilizó sus últimas fuerzas para intentar golpear a Sephnas, quien le sostuvo los brazos con firmeza mientras lo veía morir.
Humillado y derrotado, el rey huyó de regreso a la ciudad de Ur, con solo dos mil quinientos de los treinta y seis mil soldados que lo acompañaron en su cruzada. Detrás de ellos, el gran ejército de Kah avanzó en busca de venganza, tratando de terminar lo que Sephnas comenzó.
Luego de una breve batalla, y a pesar de los esfuerzos de los urimerios, las murallas de Ur fueron penetradas y la ciudad ardió en llamas, tal y como había sucedido en los sueños de Sephnas.
Mientras los soldados enemigos intentaban abrir las puertas del castillo de Yahveh, ubicado en el centro de la ciudad, un destello de luz atravesó las ventanas y nubló la vista de todos en la ciudad. De pronto, la luz tomó forma y despojó de sus almas a los soldados y bestias enemigas que se encontraban tanto dentro como fuera de las murallas. El misterioso resplandor dejó con vida tan solo a Khalimer, rey de Kah, y a una fracción de su caballería, quienes observaban lo sucedido desde la distancia.
Los habitantes y soldados de Ur, llenos de dudas y temerosos de aquel poder, se dirigieron al palacio y encontraron al rey Sephnas y la reina Helena muertos a los pies de un enorme cristal.
Como una estrella bajada del cielo, el cristal iluminó el castillo, expulsando su intensa luz blanca a través de los ventanales y vitrales. Algunos aseguraron que se podían escuchar voces desde el interior, muchos pensaron que estaban encerradas las almas de los reyes. Por tal motivo, el guardián del castillo de aquel entonces, Abithur de Brienth, decidió dejar el cristal en la cima para recordarnos que los reyes del pasado nos vigilan y protegen.
Desde entonces la ciudad de Ur ganó el respeto y temor de las demás naciones. Sus límites con el reino de Kah quedaron delimitados por el río Muerto, una corriente de agua amarga y helada que nacía en la cordillera y desembocaba en el mar junto al faro de Hades, una enorme torre de marfil negro, tan antigua como la creación del mundo, que se erguía sobre las aguas, iluminando las costas con una llama imperecedera que ninguna tormenta podía extinguir.
Con el paso del tiempo, la historia de la guerra y de cómo fue derrotado el ejército de Kah se esparció por el mundo. Los reinos que antes fueron enemigos de Ur, empezaron a pagar tributo por temor a su poder y su magia.
Si estás leyendo esto, significa que quieres saber cómo comenzó todo, el origen del mundo y sus deidades. Sin embargo, déjame aclararte que no hablo del mundo que conoces, sino de uno mucho más pequeño, aunque no distante.
Palabras de Nathalith, escriba del rey.