Читать книгу El secreto de la tierra y los primeros dioses - Pablo Orellana - Страница 7
Una fiesta en el castillo Entre risas y cantos, bailes y música se encontraba la ciudad de Ur. Aquel cálido día de verano se celebraba el veinticincoavo aniversario del final de la guerra; por tal motivo, la ciudad se adornaba con miles de cristales colgados en cada casa, tienda y bazar. No había puerta o ventana que careciera de un cristal blanco, en representación al de mayor tamaño ubicado en la torre más alta del castillo de Helena, el cual albergaba el cristal desde el año seis después de la guerra. Como símbolo de paz, se erigía sobre el monte Munhadar en el centro de Ur, entregando esperanza y salud a los habitantes del reino.
ОглавлениеLos habitantes de Ur eran felices. Pasado un tiempo después de la guerra, se descubrió que las cualidades del cristal impedían las enfermedades, así que personas de diversas partes del mundo acudían al reino para beneficiarse de sus cualidades curativas. Dolencias como la lepra, la fiebre, la capria y las lesiones físicas, entre otras, se curaban pasando tan solo unos días en el interior de la zona santa delimitada por las estatuas de Yahveh. En consecuencia, los ingresos económicos del reino se multiplicaron y este, a su vez, prosperó.
Ur era una ciudad religiosa, su cultura se basaba en la creencia del Padre y sus cuatro hijos: Zheno, Kaphka, Hades y Yahveh. Estatuas y templos se alzaban en sus calles, principalmente dedicados a Yahveh, la diosa de la vida, quien, según se contaba, había habitado cientos de años atrás el castillo que llevaba su nombre. Las viviendas poseían agua potable y alcantarillado, además de un par de pilares en cada pórtico y un patio interior con el cielo descubierto en el centro de sus hogares.
En cuanto a sus tradiciones, guardaban un día especial para celebrar y honrar a cada dios, mientras que en año nuevo se presentaban ofrendas al Padre. Sin embargo, la más popular de las festividades era el aniversario del final de la guerra, también conocida como la guerra de los Sueños. Duelos de espada, justas a caballo, torneos de arquería, luchas cuerpo a cuerpo y batallas por escuadrón eran algunas de las atracciones de la fiesta, pero la más importante era la competencia de cacería, ya que el premio para quien completara la hazaña consistía en cien monedas de oro y un favor del rey.
Aquel año se consideraba ganador a quien capturara vivo al jabalí de mayor tamaño y lo presentara en la plaza, frente al castillo de Yahveh, a más tardar al mediodía. Antes de emitir el veredicto, los jueces, compuestos por personal del palacio como el vocero real, el general del ejército y el cocinero real, revisaban uno a uno a los ejemplares, todos dignos de admiración por su conveniente gordura e imponencia, ya que el animal ganador se convertiría en el plato principal del gran banquete llevado a cabo en el castillo durante la noche de la celebración.
Mientras deliberaban para elegir al mejor cazador, a tanto a solo algunas calles de la plaza, fuera de la tienda de suvenires, se encontraba el viejo Faride ordenando los pequeños cristales que, por una mala mano del destino, había dejado caer hasta romper dos, recibiendo una fuerte reprimenda de su jefe.
—¡Rompes un cristal más y te irás de aquí! —gritó el comerciante—. ¡Somos la única tienda de esta estúpida calle! ¡Solo llegan aquí turistas extraviados, no podemos perder ni un solo souvenir! ¡Recoge esto! ¡Aprisa!
Faride recogía los trozos a regañadientes, hasta que sintió que se movieron durante un instante. Pensó que se trataba de su imaginación, una jugada de su mente producto de su avanzada edad, así que cruzó la calle hasta el callejón y botó los restos en el basurero, sin percatarse de la enorme bestia que pasó corriendo a sus espaldas. Al voltearse de nuevo, se encontró con todos los cristales hechos trizas y esparcidos a lo largo de la calle, mientras el letrero de la tienda colgaba de una de sus cadenas. Su jefe, al escuchar el estruendo, salió de inmediato de la tienda, solo para encontrarse con el desastroso escenario.
—¡Faride, estás despedido!
El viejo, a quien el hombre no permitió pronunciar una palabra, lanzó su escoba al suelo y se marchó murmurando.
En ese mismo momento, en la plaza, mientras el vocero del rey observaba de cerca los colmillos del último de los ejemplares, sintió de pronto que la tierra temblaba bajo sus pies con pequeñas vibraciones que poco a poco aumentaron. En paralelo y no muy lejos de allí, se alzaron sonidos de objetos destruidos, violentos golpes y aterradores gritos. De pronto, todas las personas que se encontraban en la plaza se giraron en múltiples direcciones, intentando ver lo que sucedía.
A lo lejos, avanzando por la calle principal, se acercaba un joven cabalgando el jabalí más grande que se haya visto. El animal se aproximaba destrozando todo a su paso, arrastrando consigo lienzos, puestos de comida y uno que otro balcón.
Ante aquella escena, los habitantes huyeron del lugar despavoridos. Dire Herth, general del ejército y uno de los jueces del certamen, se plantó frente al caótico escenario y desenvainó con valor la espada que colgaba de su cintura, tomando una posición defensiva a la espera del enorme animal.
A punto de que la bestia llegara a la plaza, el jinete haló con mucha fuerza las riendas atadas a los colmillos; de golpe, el animal se detuvo frente al general, levantando una enorme nube de polvo.
Iracundo, el general Dire gritó con fuerza un nombre:
—¡SETH!
Del lomo del jabalí descendió un joven de cabello largo, liso y castaño oscuro. Vestía una chaqueta azul con capucha, donde tres colmillos negros hacían las veces de botones. La parte inferior frontal de la chaqueta se abría, mientras que la zona posterior terminaba en forma de punta. Usaba, además, pantalones color café oscuros y botas negras, mientras que una mochila colgaba de su espalda y una espada de su cintura.
Luego de que el joven plantara su pies en tierra, y con el animal más calmado, los asistentes a la celebración, aún temerosos, comenzaron a adentrarse en la plaza otra vez.
Lleno de ira, el general del ejército no paraba de reprender al muchacho y vociferar:
—¡Espero que tengas una buena explicación para esta destrucción! ¡En nombre del rey fuiste enviado a los mares del sur como consecuencia de tus acciones desleales a la corona! Y al regresar a tu ciudad, ¡destruyes las calles y causas dolor a sus habitantes!
Seth giró su cabeza para mirar detrás del animal, donde se encontró con una multitud enfurecida.
—Señor, hace solo unos días que terminé mi misión. Luego de ir de cacería, me apresuré a presentar mi ofrenda en la competencia de caza. No fue mi intención causar problemas.
Mientras el joven hablaba, uno de los participantes del certamen alzó la voz:
—¡Exijo que el chico sea descalificado! En primer lugar, por los daños causados a la ciudad, es obvio que no dominó el animal. Y en segundo lugar, dudo mucho que esa criatura sea un jabalí. No existe en el mundo uno de ese tamaño, es ridículamente enorme. Además, miren sus patas: son gruesas y no tienen pezuñas.
—Pero tiene colmillos y está cubierto de pelos, es un jabalí… —Seth le dirigió una mirada impasible—. Solo que… es de una raza diferente… Además, logré que se detuviera, tengo total control sobre él.
Siguieron discutiendo de esta forma durante un buen rato, mientras los jueces, habiendo presenciado lo que ocurrió, se reunieron para deliberar.
—Escucho sus opiniones. —Aemer, hijo de Thermir y vocero del rey, se adelantó. Era un hombre de delgada figura, ojos oscuros y rostro alargado. Vestía, debido a su labor en el castillo, una fina túnica púrpura y un sombrero puntiagudo del mismo color, con detalles dorados en los bordes.
—Esa enorme criatura sería perfecta para el banquete. —Goroteo, hijo de Ur y cocinero principal del palacio, era conocido en la ciudad por su enorme tamaño, alcanzando los dos metros con veinte centímetros. Vestía prendas blancas, pechera negra de cuero y un sombrero blanco que siempre se le caía. Además, portaba una enorme cuchara de palo que llegaba al metro cincuenta de largo, con la que constantemente golpeaba a sus cocineros ayudantes cuando cometían algún error con el menú.
—¿Es en efecto un jabalí? —preguntó Aemer.
—Dire debería saberlo, conoce más sobre las bestias que cualquiera de nosotros. Por mi parte, consideraría un enorme logro personal cocinar semejante ejemplar.
—Cualquiera creería que, por ser un cocinero tan talentoso, conoces a casi todos los animales.
—La verdad es que puedo cocinar lo que sea. No importa de qué animal se trate, puedo darle buen sabor y desintoxicar hasta la carne más amarga. Si se trata de un jabalí, seguro sabré preparar un manjar con él.
El general guardó silencio durante un momento y luego suspiró:
—En efecto, es un jabalí lanudo. Los vi una vez en las lejanas islas del sur, al otro lado de la cordillera… Goroteo, ¿no lo consideras perfecto para la cena de esta noche?
—Creo que cumple con las características para ser considerado un ganador.
Al transcurrir un par de minutos, los jueces llegaron a una resolución, así que Aemer alzó la voz para dirigirse a la concurrencia:
—Señoras y señores, hemos decidido, en representación del rey Héctor y la reina Jazmín, que el vencedor de la competencia de caza de este año, ganador de cien monedas de oro y el favor del rey, sea el señor Seth, hijo de Ur, y su increíble ejemplar.
Al escuchar el veredicto, Seth saltó de felicidad, aunque la mayor parte del público y los demás participantes no ocultaron su descontento, así que comenzaron a lanzarle lo que tenían a mano: tomates, lechugas y uno que otro zapato pasaron rozando su cabeza.
Aemer exigió silencio a los presentes y agregó:
—Sin embargo, el premio en dinero será retenido para pagar los daños causados por el animal y reconstruir las calles y puestos dañados. Además, el resto de los participantes serán incluidos en la lista de invitados del castillo para la cena de esta noche.
Dicho esto, el rostro de Seth no pudo ocultar su disgusto. Por su parte, los comerciantes y asistentes a la ceremonia celebraron la decisión gritando y saltando, algunos incluso lo abrazaron.
Al apaciguarse los gestos de alegría, los jueces agradecieron a los participantes y se retiraron, dando así por terminado el evento.
Con el rostro desconcertado y la mirada perdida, Seth permaneció de pie en la plaza, hasta que fue despertado por un manotazo en la cabeza que sacudió su cerebro. Tras pestañear varias veces, el general Dire, el juez que antes lo reprendiera, estaba frente a él.
Dire Herth era un hombre robusto, de apariencia imponente y rojo cabello rizado, al igual que su espesa barba. Su enorme tamaño y su gruesa voz imponían respeto en quienes lo rodeaban; además, era considerado el más fuerte de los caballeros del reino. Siempre llevaba dos espadas con él: una enorme y reluciente atada en la espalda, en cuya hoja relucía el símbolo de Yahveh, y una menos común en su cinturón. Usaba, además, una armadura plateada y una capa blanca que lo distinguía como general del ejército de Ur.
Dire y Seth se miraron durante un momento, luego el joven se acarició la nuca.
—También me da gusto verte.
—Tuviste suerte de que nadie saliera herido, Seth… y tuviste suerte de que te ayudara a ganar. Ambos sabemos que esa criatura no es un jabalí.
—Emm… ¿Tú crees? —Esbozó una expresión cómplice y soltó una risa nerviosa.
Dire guardó silencio y lo miró fijeza, hasta que Seth se dispuso a confesar:
—Está bien, ese animal lo encontré en unas islas del sur, aunque no estoy seguro de lo que sea. Sé que antes tenía una larga nariz, como si una serpiente saliera de su cara, pero unos cazadores se la cortaron y el trozo restante se hinchó y cicatrizó así. Luego de rescatarlo, no se quiso apartar de mí, pero cuando llegué a la ciudad, se asustó con un gato y se puso a correr como loco.
—Esa criatura no es un jabalí, es un mamut.
—¿Un mamut? —Seth lucía tan intrigado como sorprendido.
—Antiguamente había muchos en el extremo sur, pero los cazaron en exceso. Me sorprende que lo encontraras, los creía extintos. Sé lo mucho que te gustan los animales, no creo que quieras que sea cocinado esta noche.
—De hecho, intentaré llegar a un acuerdo con Goroteo.
—Trata de no meterte en problemas, mañana asumirás el cargo de oficial en las compañías libres.
—Eso es bueno. Fueron cinco largos años sin paga, costó mucho recuperar la confianza del rey.
—Bueno, tendremos tiempo para hablar de eso.
El joven y el experimentado general guardaron silencio por un momento, mientras caminaban juntos y veían a los soldados intentando atar a la bestia.
—¿Tienes noticias de Arsenth? —Seth rompió el silencio de pronto.
—Nada desde la misión de espionaje en Kah.
—¿Qué hay de los demás espías?
—Ya no enviamos. Hemos enviado a cuarenta y tres, entre ellos a Xhavi, pero solo han regresado doce, y ninguno con noticias de Arsenth.
—Y los que regresaron, ¿qué noticias han traído?
—Dicen que nadie cruza el río Muerto desde hace un año. La gente de la fortaleza de NorThor asegura que desde el río se levantó una espesa niebla y que en él habitan criaturas de agua a las que llaman kappa. Según la descripción que nos dieron, son seres verdosos con rostro similar al de una tortuga y forma semihumana. Los espías que enviamos y lograron volver con vida confirmaron esto, pero aseguran que las personas que han muerto en el lugar siguen ahí. Dicen que si no te atrapan los kappas, lo harán los fantasmas de los muertos, y muchos han fallecido al intentar rescatar a sus seres queridos que aún deambulan por el río.
—¡Eso es increíble! —Muy sorprendido, Seth intentó procesar esas revelaciones—. ¿Qué tal si cruzan por el mar desde las islas de Khronos?
—El rey de Khronos asegura que no han pasado más allá del faro de Hades. Los barcos que intentan ir al norte son abordados y destruidos por fantasmas y bestias marinas.
—¿Desde hace cuánto ha estado sucediendo esto?
—Un año más o menos, al igual que lo del río.
—Entonces significa que…
—… significa que el norte esconde algo y debemos estar listos para un ataque, pero…
—¿Qué sucede?
—Abithur ha insistido en cerrar la ciudad y prepararse para la guerra, aunque el rey no presta atención a sus palabras. Insistí en la misma estrategia, pero no me escuchó. Tuvimos una fuerte discusión, así que me envió como juez a esta y otras competencias como castigo. Según él, para dar mayor seguridad y confianza al pueblo.
Seth suspiró antes de agregar:
—Arsenth no puede estar muerto, es el mejor soldado que conozco…
—No quisiera que bases tus esperanzas tan solo en el deseo de tu corazón. —El general sujetó el hombro del muchacho.
—Creo que… creo que lo mejor será ir a casa para descansar del viaje. —La tristeza se apoderó de la voz de Seth—. ¿Sigues teniendo a Phortos?
Movido por su empático sentimiento, el general le cedió su caballo con amabilidad.
—Phortos está atado en el establo junto a la panadería, trata de llegar a tiempo a la fiesta del palacio, debes cobrar la otra parte del premio.
—Lo haré.
Comenzó a alejarse en silencio, hasta que un grito de Dire llamó su atención y le hizo girar la cabeza:
—¡Seth, me alegra que estés de vuelta!
Él sonrió al responder:
—También me da gusto verte.
Acto seguido, ambos tomaron caminos separados y la noche cayó sobre Ur.
La ciudad poseía una estructura muy particular. Tras su fundación, la urbe se desarrollaba alrededor del castillo de Yahveh, un templo dedicado a la adoración de la diosa, ubicado al oriente del lago Minar y al poniente del monte Munhadar. Al sur del castillo se encontraba el río Ghost y al norte el río Logg, ambos rodeaban la montaña y desembocaban en el lago, así que Ur era una fortaleza muy bien protegida.
Luego de la segunda guerra, denominada la guerra de los Sueños, la ciudad ganó prestigio y, gracias al poder del cristal, las arcas del reino se llenaron lo suficiente para construir un nuevo castillo en la cima del monte Munhadar, donde se trasladó el gran cristal. Este nuevo castillo recibió el nombre de Helena, en honor a la última reina de Ur. A raíz de esto, el castillo de Yahveh se convirtió en el principal templo, mientras el resto de la ciudad se organizó alrededor de la montaña hasta tomar una forma circular, dejando intactas miles de hectáreas de bosque pertenecientes al monte. De esta manera, los ríos Ghost y Logg atravesaban Ur hasta llegar al lago, el cual desembocaba en el mar a través de un río navegable del mismo nombre.
La única manera segura de llegar al castillo de Helena era utilizar uno de los cuatro puentes que cruzaban el bosque, debido a que en él vivían criaturas tan hermosas como peligrosas, lo que resultaba favorable para sus habitantes, ya que dificultaba aún más el acceso. Con el paso del tiempo, entre el bosque y el castillo de Helena se construyó un lago artificial alimentado por una vertiente, encargado de protegerlo y, al mismo tiempo, proveer de agua a la ciudad.
El objetivo de esta distribución fue proteger el cristal. Aunque durante los primeros años ningún reino se atrevió a atacar Ur, luego de cumplido el séptimo del fin de la guerra muchos intentaron tomarlo por la fuerza, aunque sin éxito. La batalla de las Bombardas del Lago y la batalla del Río Seco resultaron ser las más recordadas por su complejidad estratégica y la repercusión política que tuvieron en la región. En definitiva, en solo veinticinco años el reino de Ur se convirtió en el más poderoso y próspero de ese lado de la cordillera.
La noche de la fiesta, los puentes que atravesaban el lago artificial y conectaban el castillo de Helena se encontraban adornados con miles de velas en ambas orillas. Las estrellas se reflejaban en sus aguas, creando un efecto de espejo que maravillaba a los invitados.
Hermosos carruajes llegaron a las puertas, precedidas por una larga escalera de mármol, con un par de pilares a cada lado y, frente a ellas, una fuente con las esculturas de los cuatro dioses.
—Gracias —dijo Ana a Seth, mientras la ayudaba a descender de uno de los carruajes.
—Gracias a ti por acompañarme. —El joven subía las escaleras con la chica tomada de su brazo—. Desde que llegué no he podido comunicarme con Miriam. De no ser por ti, habría venido solo, eres una gran amiga.
—Tú también lo eres. —Soltó una coqueta sonrisa—. Acompañaste nuestra caravana durante días y nos protegiste de los saqueadores. Mi padre te ama, para los mercaderes es cada vez más difícil llegar ilesos a estas tierras. Luego de que abandonaras la caravana, pensé que no te vería de nuevo, pero una parte de mí tenía la esperanza de que nos encontráramos.
—Me alegra que sucediera, habría sido muy aburrido viajar solo desde el sur del continente. El camino es largo, pero con la compañía adecuada se hace ameno.
Aquella noche, Seth vestía las prendas que usaban los capitanes en eventos importantes: túnica roja con capucha, mangas largas y anchas, pantalón que dejaba los tobillos a la vista y un paño de tela atado como cinturón. Llevaba el cabello suelto como siempre y portaba su espada en la cintura, cosa que, frente al rey y en eventos, aparte de los guardias solo podían hacer los oficiales y suboficiales de Ur. Ana, por su parte, lucía un hermoso vestido azul turquesa con un discreto escote. Su largo cabello negro combinaba muy bien con sus ojos delineados del mismo color, mientras que su piel morena, ojos verdes y hermosa figura atraían la mirada de la mayoría de los hombres presentes.
—¡Es realmente increíble! —Ana estiró su cuello para observar las hermosas pinturas que adornaban el techo y los miles de detalles en oro, piedras preciosas y telas finas que engalanaban el castillo.
—Personas de diferentes partes del mundo vienen a la ciudad a sanarse. Algunas no tienen forma de pagar, así que el reino los hace trabajar un año a cambio de recibir las cualidades curativas del cristal. Gracias a eso las construcciones de la ciudad se erigieron en un período de tiempo relativamente breve, con mano de obra barata.
—Creo que es un precio justo para sanar de la lepra y las enfermedades incurables. ¿O me equivoco?
—Sí, pienso igual. Además, no se le niega la entrada a nadie.
—¿Sabes? Mi padre me pidió que aprovechara esta ocasión para conocer a personas importantes, así podré presentárselos después para que haga negocios.
—Han acudido los representantes de las familias más importantes del reino; por ejemplo, los miembros de los cuatro castillos cardinales. La fortaleza militar de NorThor al norte, liderada por lord Sebastián Berserk, quien está por allá con su esposa lady Cerim. ¿La ves? Es la mujer del vestido rojo.
—Sí, la veo, es hermosa.
—Allá está lord Bartolomé Casther por Fajarath, al oriente, donde se dedican a la agricultura. En este momento, platica con lord Thecleo Vasth, quien es señor de BarackRoth, la fortaleza que se ubica al poniente de Ur; allí también son agricultores. Ambos, además, son famosos por proveer muy buenos caballos.
»Por último, lord Xinthos Prath, gobernante de Salmeth, la fortaleza del sur. Es aquel hombre que está en la escalera, viste una chaqueta azul con detalles dorados.
—Nuestra caravana atravesó sus tierras, casi siempre comerciamos con ellos. Sus minas de oro y piedras preciosas los convierten en objetivo de todos los mercaderes de las tierras cercanas.
—Así es, muchas veces tuvimos que defenderlas de saqueadores y bandidos.
Ambos jóvenes se internaron en el gran salón del palacio. La fiesta de aniversario del final de la guerra era el evento máximo, hecho que Ana pudo comprobar con sus propios ojos.
Aquella noche, el nombre de Miriam Gil (o como algunos la llamaban, la Loba) estaba en boca de todos. De forma constante, los habitantes de Ur relacionaban su voz con el aullido de animal, pues al cantar todo a su alrededor quedaba en silencio, ya que encantaba incluso a los corazones más fríos. Sin embargo, por más que sus ojos la buscaron, Seth no la encontró.
Una vez servido el banquete. Aemer, el vocero del rey, pronunció las siguientes palabras:
—Damas y caballeros, esta noche celebramos el veinticincoavo aniversario del final de la guerra de los Sueños, conflicto en que nos vimos asediados y arrinconados. No obstante, los dioses fueron piadosos y vieron en nosotros la civilización que siempre soñaron.
»Personas de todo el mundo han venido a curar sus males y Ur no les ha cerrado las puertas. Cualquiera que viene a nosotros en busca de ayuda, es bendecido con nuestra generosidad. Incluso quienes no tienen posesiones materiales, han trabajado para el reino a cambio de sanar sus aflicciones. Fueron ellos quienes en pocos años erigieron esta hermosa ciudad, ayudando a mantener el equilibrio entre nuestra justicia y misericordia. Hoy rendimos homenaje a cada hombre, mujer y niño que ha hecho de esta ciudad la más próspera sobre la faz de la tierra.
»Para dar comienzo a esta celebración, ¡le damos la bienvenida a la voz más encantadora del continente! Mis señores, mis señoras, con ustedes… ¡Miriam Gil, la Loba!
Dicho esto, el público aplaudió y la recibió con una ovación. A un costado del gran salón, el telón se abrió para exponer ante el público a la mujer con un hermoso vestido verde que contrastaba muy bien con el tono rojo de su cabello, el cual caía hasta más abajo de sus muslos. En cuanto comenzó a cantar, nada más importó. Ni las conversaciones triviales o las charlas de negocios, tampoco que la hija de Sebastián Berserk no se quisiera casar con el mayor de los Casther. No importó qué tan buenos estaban los camarones o la deliciosa carne. Los asistentes a la celebración guardaron silencio y escucharon inmóviles, casi hipnotizados, las hermosas palabras y la poderosa voz que emergía de la boca de Miriam.
En cuanto la joven pelirroja cesó su canto, el público enloqueció y aplaudió con euforia. Los ojos de Seth no se apartaban de la mujer, hecho que incómodo e hizo sentir un tanto insegura a Ana.
De pronto, Miriam tomó la palabra:
—Gracias, muchas gracias. Estoy muy feliz de estar aquí esta noche, no puedo más que agradecer tanta generosidad.
»Este año de recorrer el mundo ha sido muy intenso, es bueno volver a Ur. Se ve que todo está muy bien, ya que el rey sacrifica a tantos de nosotros como sean necesarios para imponer su paz y asegurar la felicidad de unos pocos. Al final, gracias a eso es posible hacer eventos como este, ¿no?
Dicho esto, los presentes comenzaron a murmurar, llenos de asombro. Aunque tanto en sus rostros como en la expresión del rey era evidente la incomodidad ante las palabras de Miriam, ella continuó como si nada con una nueva canción: