Читать книгу Historia nacional de la infamia - Pablo Piccato - Страница 8
Agradecimientos
ОглавлениеSi no hubiera sido testigo del ejemplar rigor, el arduo trabajo y las largas horas que mis hijas Catalina y Aída dedicaron a sus estudios de preparatoria y universidad, probablemente me habría tardado muchos años más en escribir este libro. Su amor por el conocimiento, sin embargo, me hizo darme cuenta de que valía la pena unírmeles durante no pocas noches en vela para producir algo que en un futuro pudiera ser de interés para otros estudiantes. Todo esto fue posible, por supuesto, porque Xóchitl Medina, mi esposa, maestra de maestras, nos enseñó a trabajar duro y hacer las cosas bien. Mis conversaciones con las tres acerca de las historias de este libro me ayudaron a mejorarlo y a darme cuenta de su relevancia. Ya sea que las haya escrito cerca de ellas o a distancia, cada una de las líneas que siguen está en deuda con las tres.
Es probable que haya comenzado este libro, sin saberlo, el primer día de clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1983. Mientras esperaba a que llegara un maestro, leí un relato de André Gide acerca del misterioso caso de una mujer que había sido encerrada en un cuarto oscuro durante 25 años; mi hermana me había regalado el libro por mi cumpleaños. 32 años después me encontré con una cita del mismo libro en Violette Nozière, de Sarah Maza: “Mientras más conocemos las circunstancias, más profundo se vuelve el misterio.”1 La coincidencia dice mucho acerca de las razones por las que estudié y escribí historia en los años que transcurrieron entre uno y otro suceso, pero también acerca de las deudas en las que he incurrido desde entonces. La sed de leer de todo, pero siempre volver a Jorge Luis Borges, se la debo a mi familia, incluida mi hermana Cecilia, mi hermano Antonio, mi madre Ana y mi difunto padre Miguel Ángel. Leí el libro de Maza porque Kate Marshall, la editora de University of California Press, me lo envió como parte de la asesoría y el impulso que le dio a este proyecto. También estoy agradecido por el trabajo de Luis Herrán, Bradley Depew, Francisco Reinking y Sue Carter. Mi colaboración con los coeditores de la serie sobre la historia de la violencia en Latinoamérica a la que pertenece este libro, Paul Gillingham y Federico Finchelstein, también ha sido un factor invaluable. Paul ha sido una fuente de energía y saber. Su profundo conocimiento del siglo XX en México me ayudó a agudizar mis argumentos y a ubicarlos en el contexto adecuado. Federico además fue clave en el empuje para terminar este proyecto, así como en mi esfuerzo por conceptualizar la violencia y la política. Estoy muy agradecido por su lectura del manuscrito, la cual sacó a relucir ideas que no se habían formulado bien en un inicio. Mi deuda con los lectores de University of California Press es muy profunda: Mary Kay Vaughan, Elaine Carey y Robert Buffington mejoraron este libro de maneras decisivas. Rob ha leído mis últimos tres libros, de modo que mi gratitud hacia él es particularmente profunda. Adela Pineda, Thomas Rath y Benjamin T. Smith fueron extremadamente generosos al leer el manuscrito, hacer comentarios y mejorarlo. La desbordante erudición de Ben ha enriquecido este libro, que sólo espero establezca un diálogo con su reciente obra sobre el crimen y la prensa.
Agradecer a las numerosas personas que ayudaron a la producción de este libro no es una mera formalidad, sino un modo de recordar muchas buenas conversaciones y colaboraciones. Las primeras de ellas fueron aquellas que tuve con mis colegas y amigas queridas Caterina Pizzigoni, Nara Milanich y Amy Chazkel, quienes hicieron las primeras, perspicaces lecturas de estos capítulos. Recibí apoyo decisivo y atinadas preguntas y sugerencias de Claudia Agostoni, Marianne Braig, Lila Caimari, Gabriela Cano, Hélène Combes, Angélica Durán Martínez, Tanya Filer, Gustavo Fondevila, Cathy Fourez, Serge Gruzinski, Ruth Halvey, Paul Hathazy, Aída Hernández, Marc Hertzman, Eric A. Johnson, Ryan Jones, Dominique Kalifa, Alan Knight, Regnar Kristensen, Alejandra Leal, Eugenia Lean, Annick Lempérière, Everard Meade, Daniela Michel, Mariana Mora, Saydi Núñez Zetina, Nadège Ragaru, Margareth Rago, Ricardo Salvatore, Gema Santamaría, Luana Saturnino Tvardovskas, Elisa Speckman Guerra, Pieter Spierenburg, Mauricio Tenorio, Geneviève Verdo, Edward Wright-Rios, Rihan Yeh, René Zenteno y mis compadres Theo Hernández y Carla Bergés. Los estudiantes de Columbia con quienes he trabajado en estos años merecen mención aparte por su interés continuo y los entusiastas comentarios que hicieron a los largos borradores de los capítulos: Sarah Beckhart, Andre Deckrow, Marianne González le Saux, Sara Hidalgo, Paul Katz, Daniel Kressel, Daniel Morales, Rachel Newman, Allison Powers y Alfonso Salgado. La colaboración de Rachel fue esencial en las últimas fases del proceso, tanto en la mejoría del manuscrito como en la búsqueda de las imágenes. También conté con la invaluable ayuda de Laura Rojas, quien me hizo descubrir a María del Pilar Moreno, y con la de Xóchitl Murguía, Julia del Palacio, Natalia Ramírez, Kimberly Traube y María Zamorano. Le agradezco a Susan Flaherty y Rodrigo Moya por ceder la foto del Güero Batillas, a Carlos Peláez Fuentes y Luis Francisco Macías, de La Prensa, y a Marina Vázquez Ramos, de la Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca Mario Vázquez Raña.
Recibí apoyo financiero e institucional de la Universidad de Columbia por medio del Instituto de Estudios Latinoamericanos, el Departamento de Historia, el Institute for Social Research and Policy y el Programa Alliance, que hizo posible una estancia en la Université de Paris 1, Panthéon Sorbonne. También tuve el apoyo del Center for U. S.-Mexican Studies de la Universidad de California, en San Diego, para una útil estancia en La Jolla; del DesiguALdades Project de la Freie Universität Berlin, para un periodo productivo en Berlín; de la Universidade Estadual de Campinas, para otro fructífero mes en São Paulo; del American Council of Learned Societies, y de la familia Shorin-Ores, por un rato de tranquilidad en Lakeville, Connecticut.
La versión en español de este libro fue posible gracias a la iniciativa de Gustavo Fondevila y el respaldo de los demás colegas del Centro de Investigación y Docencia Económicas. Aprecio particularmente el sello de aprobación que significa la coedición de este libro bajo el auspicio del CIDE. Tomás Granados Salinas, de la editorial Grano de Sal, también es responsable de que podamos haber llegado a este punto. Sobre todo, quiero agradecer a Claudia Itzkowich. Este libro ha mejorado gracias a su cuidadosa lectura y su inteligente traducción. El proceso de colaborar con Claudia en la versión en español ha sido un verdadero aprendizaje por su minucioso profesionalismo y su conocimiento del español y el inglés.