Читать книгу Segunda chance - Patricia Suárez - Страница 12
ОглавлениеCAPÍTULO 2
San Telmo, Ciudad de Buenos Aires
Veinticuatro años atrás
Dalia estaba barriendo la acera del teatro de títeres que tenía su padre, cuando lo vio a Damián caminando hacia ella. Su primer impulso fue entrar al teatro, trabar la puerta y encerrarse. Hacer como si no lo hubiera visto, que al fin y al cabo era lo que quería: no volver a verlo jamás. Pero la sorpresa la dejó estática, tiesa, con la escoba en la mano, igual que una bruja indecisa que no supiera si subirse y salir volando o ponerse a bailar con la escoba.
–Dalia –dijo él como todo saludo.
Había pasado un año desde la última vez que se habían visto, cuando él le confesó que su padre no le permitía romper su compromiso con Débora Medel, su novia desde los catorce años, para salir con Dalia. Él amaba a Dalia, lo juraba por Dios, pero respetaba la palabra de su padre. Rompió con ella durante la última función de Bodas de sangre en el club Brisas del Sud, del vecindario de Mataderos, donde ambos habían debutado como actores.
Habían salido durante dos meses sin revelar a nadie que eran novios porque el director, don Lirio Cappeletti, no permitía que los actores de su compañía noviaran entre ellos. Lo hacían a escondidas: él la pasaba a buscar por San Telmo y se iban a ver películas a los cines del centro, sobre todo a los cines arte. Filmes de los estilos nouvelle vague francesa y del neorrealismo italiano, películas en las que ellos adoraban a Marcello Mastroianni y a Anna Magnani. Por esos años estaba de moda el nuevo estilo escandinavo de El dogma, pero ninguno de ellos se sentía partidario de un cine que hacía sufrir gratuitamente a personajes y a actores.
Luego de ver los estrenos, iban a las pizzerías de la avenida Corrientes a debatir sobre las películas. Luego de los debates venían los besos ¡y vaya si valía la pena haber ido al cine para besarse después así! Él la tomaba de la nuca cuando la besaba, y la acariciaba hasta hacerla estremecer. La primera vez, esa sensación nueva y extraña le dio risa y cierta incomodidad, pero después esa sensación bajó y se instaló en su vientre, y entonces Dalia supo que eso era lo que se llamaba deseo, que era aquello que interpretaba –o anhelaba interpretar– cuando hacía de Blanche DuBois, la de Un tranvía llamado deseo, en las clases de teatro en el Brisas del Sud.
Al principio, cuando llevaban un par de semanas saliendo, ella dudó acerca de si presentárselo a su padre como novio oficial. Tenía miedo de que ocurriera lo típico en esos casos: que Aníbal Ruiz se encariñara o se enquistara con Damián, y después la relación no perdurara en el tiempo. Había juntado valor, incluso, para hablar del tema con Damián, cuando él la interrumpió y le comentó que su familia era judía y que tal vez conservaban la ilusión de que su novia y futura esposa fuera de la misma religión, por eso quería esperar un poco más para confesarle a sus padres acerca de la relación entre ellos.
Durante ocho funciones habían soñado un porvenir juntos, los dos. Un porvenir pequeño: seguir estudiando actuación, entrar a trabajar en el elenco estable de algún teatro del centro, escribir juntos un drama. Dalia no lloró cuando él le dijo que ya no la vería, solo le comentó que no lo suponía tan cobarde a la hora de defender lo que sentía. Él no se justificó, nada más bajó la cabeza y le dio la razón. Entonces ella, tragándose las lágrimas, también se tragó aquel secreto que tenía que confesarle. Había pasado un año desde aquel día, el del último adiós.
–No pensaba verte por acá. ¿Estás buscando algún adorno antiguo para tu hogar? Todos los que vienen por estas calles vienen a comprar antigüedades.
–No, no especialmente. No creo que a mi madre le agrade que le lleve una antigüedad de San Telmo para la casa. Ella es fanática de la decoración moderna…
–¿Entonces?
–Rompí con Débora. Fue todo un escándalo, pero pude hacerlo. Hice a un lado el compromiso que tenía con ella y, por supuesto, no me casé. Sigo trabajando con mi padre en la inmobiliaria; le pedí que me dé un poco más de tiempo para asistir a la universidad y estudiar, pero la realidad es que no quiero estudiar. Quiero volver a hacer teatro, quiero ser actor.
–¿Debo decirte palabras de consuelo, Damián?
–No.
–¿Y por qué debo creerte?
–No sé. ¿Porque es la verdad? En primer lugar, vengo a pedirte perdón por haberte dejado de esa manera en la última función que hicimos. Antes de venir aquí, te estuve buscando por el Brisas del Sud, pero nadie quería darme noticias tuyas. Me costó muchísimo llegar a encontrarte; alguien de aquí… tu hermano, tal vez, me comentó que estabas haciendo funciones en el norte argentino, de García Lorca también.
–Sí, me va muy bien con el teatro y me gusta mucho –respondió Dalia, altiva. Era una mentira que había hecho circular acerca de sus actividades en el norte argentino; al principio, sí había actuado; luego, pasados unos meses, dejó de hacerlo.
–Me asusté, pensé: ¿Qué pasará si se enamora de otro, si se entrega a otro, si se casa con otro? ¿Cómo viviré sin ella?
–Tampoco hay que exagerar, ya ves que yo pude seguir viviendo.
–¿Estás enojada conmigo?
–No, nada de eso.
Pero Damián, aunque era joven, ya sabía que cuando las mujeres dicen que no están enojadas es cuando más lo están. Ella rehuía mirarlo de frente, de modo que él la tomó por el mentón y la hizo enfrentarlo.
–Me alegro de encontrarte porque quería decírtelo en persona.
–Ya me lo comentaste, gracias.
–Te pido perdón, Dalia.
–No hay nada que perdonar, no te preocupes.
Los ojos de él, de ese verde que Dalia nunca había visto en ninguna otra persona, y con los cuales soñaba despierta, le produjeron vértigo; tuvo que apoyarse con fuerza en la escoba para no caer.
–Todos cometemos errores, supongo –dijo Damián.
–Así es.
–No voy a cometer el error de invitarte a salir y que me rechaces.
–Es cierto, no es una buena idea.
–Entonces quiero pedirte que te cases conmigo.
Dalia le hizo una media sonrisa; estaba convencida de que era un truco o una burla. Por aquel tiempo estaban de moda las cámaras ocultas, y aunque ella no lo creía a Damián tan perverso como para jugar de esa manera con sus sentimientos, temió que durante el año que no se habían visto, él se hubiera vuelto capaz de hacerlo.
–¿No piensas responderme, Dalia?
–Ah, ¿estás muy urgido por la respuesta? ¿Hay alguna otra por la cual salir corriendo a pedir matrimonio si yo me demoro en darte el sí?
–No, no hay ninguna otra.
En ese momento, una vecina pasó por la acera y saludó a Dalia con la cabeza; cuando ella le devolvió el saludo, la mujer le guiñó un ojo y le hizo un signo de aprobación juntando el pulgar y el índice, dando a entender que Damián era guapo. Dalia se ruborizó.
–Si no me crees, entonces lo haré a la manera de las películas.
–¿Qué? ¿Qué harás?
Damián puso una rodilla en el suelo y del bolsillo de su pantalón extrajo un estuche que abrió delante de los ojos de Dalia. Era un anillo, un solitario de oro blanco con una piedra azul; dentro estaba grabado el nombre de ella y el día que habían hecho el amor por primera vez, el 17 de noviembre de 1996. A Dalia se le hizo un nudo en la garganta; Damián se puso de pie y le colocó el anillo en el anular izquierdo a la par que le explicaba:
–El anillo es de oro blanco y tiene engarzado un zafiro. Los zafiros contienen un mineral que se llama corindón, lo mismo que el rubí, y la gran y obvia diferencia entre los dos es que el rubí es rojo y el zafiro no. La composición química del zafiro es AI203, y aunque esta no es una clase de química, te cuento que el corindón hace que los zafiros y rubíes sean de las piedras más fuertes de la tierra. Por eso se las usa para representar la fortaleza en una unión. Lo elegí azul, aunque también hay zafiros blancos y zafiros amarillos, porque ese color simboliza la fidelidad.
Dalia lo miraba, sorprendida.
Damián cerró los ojos en el momento de pronunciar las siguientes palabras:
–Yo te pido en matrimonio y te juro fidelidad por el resto de mi vida. ¿Me sigues queriendo, Dalia?
–Sí, Damián, te amo.