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CAPÍTULO 3

Constitución, Ciudad de Buenos Aires

Veinticuatro años atrás

Poco antes de que Damián regresara a buscarla, Dalia había juntado valor y había contratado a un representante de artistas. Se llamaba Augusto Ricciardi y compartía la oficina con la de su padre, también llamado Augusto Ricciardi, que era un financista e inversor en la Bolsa de Comercio. Por cierto, Dalia era la primera clienta de Ricciardi (hijo), y aunque ella le tenía poca fe, tal vez por ser la primera de su cartera de clientes, intuía que él se esforzaría para conseguirle algún contrato.

Y Augusto se esforzó. A los pocos meses, la convocaron para una audición en uno de los principales canales de televisión. Debía anunciar el estado del tiempo para el día siguiente. Dalia iba a ser “la chica del tiempo” en el programa de noticias de la medianoche. Se trataba del último segmento del programa y con eso se cerraba la emisión. En la prueba de cámara tuvo que pronunciar expresiones difíciles como “cambios meteorológicos”, “vientos del sudoeste”, “oscilación térmica”, “visibilidad variable”; todo esto a la par que señalaba en el mapa dónde se producirían las tormentas y chubascos, las altas temperaturas, las alertas rojas por la ola de calor, etcétera. La dicción de Dalia, entrenada por su maestro, don Lirio Cappeletti, era perfecta. Los productores no lo dudaron dos veces a la hora de contratarla; pronunciaba bien, tenía una figura esbelta y dos lunares que volvían aún más atractivo su bonito rostro. La paga era bastante buena, en gran parte debido a la garra que Ricciardi puso para pelearla; luego él con su comisión del 15 % redecoró su oficina. Colocó unos espejos venecianos longitudinales que iban desde el cielorraso hasta el suelo, y se compró un traje italiano que usaba todos los días para atender allí. Hasta su padre, al verlo ir y venir a la oficina tan elegante, se quedó admirado. Poco tiempo después, dos artistas de variedades se acercaron para que él los representara en el mundillo artístico.

El primer pronóstico del tiempo que informó Dalia fue “mejorando hacia la noche” respecto del día siguiente, y ella lo consideró un signo de buen agüero. En la pantalla, el zafiro azul de su anillo de compromiso destellaba. Aunque Damián no veía con buenos ojos lo corto de la minifalda con la que debía aparecer en el programa, decidió hacer sus celos a un lado y ver la parte positiva del asunto. Con lo que Dalia cobraba por ser “la chica del tiempo” más el ínfimo sueldo que él ganaba como corredor en la inmobiliaria de su padre, pudieron mudarse juntos a un pequeño apartamento en el corazón del popular vecindario de Constitución. El canal de televisión quedaba a pocas cuadras del apartamento y Dalia las hacía caminando. Todas las noches, Damián la esperaba asomado a la ventana y veía cómo los chicos de la universidad cercana la reconocían y se volvían a admirarla cuando ella pasaba por la acera de enfrente.

Al terminar el año, Damián –que había regresado al taller de teatro en el club Brisas del Sud– subió a escena con una segunda obra de Federico García Lorca, Mariana Pineda, una historia emblemática sobre la libertad y la justicia, liderada por una mujer. A él le tocó el papel de don Pedro Sotomayor, el enamorado de Mariana, al que ella ayuda a huir. Don Lirio le ofreció el protagónico a Dalia, pero el horario era incompatible con el del programa de noticias. Representaron la obra durante todo el verano y Damián se lució tanto en su papel que don Lirio le dio la venia, “el bastón de mando”, por decir así, para que él abriera una academia de teatro en el centro de la ciudad. En esa época había muchos jóvenes que querían actuar y representar obras en el estilo personal que impartía don Lirio y que no tenían modo de desplazarse con comodidad hasta el vecindario de Mataderos. Era hora de que esos jóvenes contaran con un lugar en el cual poder expresar sus deseos de actuación.

Damián, contento por la confianza de don Lirio, fundó una escuela de teatro y su socia fue nada menos que Dalia. La llamaron Compañía de teatro El Farolito, en honor al teatrillo de títeres del padre de Dalia. Alquilaron unas oficinas en el pasaje Carabelas, a dos cuadras del emblemático Obelisco, y se dedicaron todo el tiempo que pasó entre el verano y el otoño para convertirlo en una sala de teatro, con dos aulas y una barra para socializar y tomar café. Dalia y Damián eran felices: estaban juntos, vivían juntos, tenían su propio teatro, iban camino a la fama y, ¿por qué no?, a la gloria. ¿Qué más podían pedir?

Solo que, a veces, Dalia, especialmente los días en que le bajaba la regla, se sentía muy triste y no quería salir de la cama hasta la hora de ir al canal de televisión. Damián pensaba que era una depresión o algo relacionado con el síndrome premenstrual, una cosa muy femenina. O tal vez, suponía, Dalia se entristecía porque cada mes, ese día anunciaba que no serían padres. Como muchos hombres en ese momento, sus nociones acerca de cómo funcionaban las hormonas en el cuerpo femenino eran muy rudimentarias. Había conseguido leer un libro sobre anatomía humana, pero le aclaró desde un punto de vista biológico, y no desde el aspecto de la vida cotidiana, los efectos del ciclo menstrual de las mujeres, y las diferencias que solía haber entre unas y otras.

Pocos meses después, Damián decidió adelantar la fecha de casamiento.

Le gustara a quien le gustara, se casaron al mes siguiente.

Segunda chance

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