Читать книгу Jamás te olvidé - Otra vez tú - Patricia Thayer - Страница 7
Capítulo 3
ОглавлениеANA abrió los ojos.
–¿Qué quieres decir? ¿No hay suficiente dinero?
–El Lazy S ha pasado años muy difíciles. Me enteré hace poco porque me lo notificó el estado.
Ana se volvió hacia Vance.
–¿Por qué no dijiste nada?
Vance estaba tan sorprendido como ella.
–Primero, no sabía nada al respecto. Sabía que los precios de la carne de vacuno habían bajado, y que habíamos perdido varias cabezas de ganado en esa tormenta del invierno pasado, pero…
–¿Qué quieres decir con eso? ¿Cómo es que no sabías nada? Eres el capataz.
–Yo hago el trabajo físico, pero Colt lleva las cuentas. Yo uso ese dinero para pagar las nóminas, para los suministros y la comida de los animales. Colt lleva las finanzas del rancho.
Vance recordó las tierras que Colt le había dado unos años antes. Había plantado alfalfa en ellas. En seis semanas podría empezar con la cosecha. Tenían tiempo suficiente, pero… ¿serían los beneficios lo bastante grandes como para cubrir esa deuda?
–Ana, llevo años intentando convencer a tu padre para que diversifique el negocio. Perdió buena parte de sus ahorros cuando el mercado cayó hace unos años. En el pasado, ese dinero siempre fue un colchón que lo ayudaba a pasar las épocas difíciles.
–¿Y qué hacemos ahora?
–Como ha dicho el señor Dickson, tenemos casi seis meses –la miró a los ojos–. No puedes hacer esto sola. Creo que tienes que reunir a tus hermanas.
Treinta minutos más tarde, Vance y Ana salieron del despacho del abogado.
–Parece que te vas a caer en cualquier momento.
–Sí. Gracias. Eso es lo que toda mujer quiere oír.
–Come algo.
–Tienes razón, pero debería irme a casa y ver qué puedo hacer para resolver este lío.
Ignorando sus palabras, él la hizo cruzar la calle y la condujo hacia un pequeño restaurante familiar, el Big Sky Grill.
–Primero tienes que comer –le abrió la puerta, pero ella no se movió–. Puedo seguir así todo el día.
Ella le fulminó con la mirada, pero finalmente tiró la toalla.
–Muy bien. Una comida rápida.
Fueron recibidos por los dueños, Burt y Cindy Logan. Burt les acompañó hasta una mesa situada junto a la ventana que daba a Main Street. Varios asiduos del lugar pararon a Ana por el camino para preguntarle por su padre. Cuando logró escabullirse por fin, tomó asiento frente a Vance. Él tomó la carta y comenzó a leer.
Cindy apareció con dos vasos de agua.
–¿Cómo está tu padre?
–Mucho mejor. Ahora está estable, pero tienen que hacerle más pruebas.
La mujer les tomó nota y se marchó.
Ana sacudió la cabeza.
–No me puedo creer lo mucho que se preocupa la gente. Es curioso, ¿no? Parece que se llevaba bien con todo el mundo excepto con sus hijas.
Vance se encogió de hombros.
–¿Y por qué te sorprende? La familia Slater fue una de las fundadoras de Royerton. Todo el mundo respeta a Colt por aquí. No ha sido un padre perfecto –Vance se echó hacia atrás en la silla–. ¿Pero por qué te quedaste? ¿Por qué no te fuiste, como tus hermanas?
Ana le miró con unos ojos que eran iguales a los de Colt.
–Me quedé por mis hermanas, y entonces conseguí el trabajo en el instituto –se encogió de hombros–. Ya no sé si importa siquiera.
Vance se inclinó hacia delante.
–Mira, Ana, no sé por qué Colt hacía muchas cosas de las que hacía. No hay duda de que es un hombre infeliz. He oído historias sobre cómo era de joven, antes de que se fuera tu madre… ¿La recuerdas?
–Era muy pequeña, pero, sí. La recuerdo. Recuerdo lo hermosa que era. Su voz, su tacto… –se volvió hacia él.
Vance vio las lágrimas en sus ojos.
–Quería odiarla, pero pasé años rezando para que volviera y fuera nuestra madre de nuevo.
–Eso es comprensible –dijo él, tocándole la mano.
Ella bajó la mirada y retiró la mano lentamente.
–¿Lo es? ¿Desearías que volviera tu madre?
–Sí. Todos los niños quieren eso, sobre todo cuando tu padre no está ahí para darte de comer y tienes hambre.
Vance soltó el aliento.
–Y no puedes ir al colegio porque no tienes zapatos. Los chicos se burlan de ti por cosas como esa. Pero a veces tienes tanta hambre que te da igual, porque sabes que te darán de comer gratis a la hora de la comida.
Vance vio esa extraña mirada en sus ojos y se dio cuenta de que le había revelado demasiadas cosas.
Esa vez fue ella quien le agarró la mano.
–Oh, Vance. No tenía… no tenía ni idea.
Él se apartó.
–Nadie tenía ni idea. Cuando tenía catorce años, me harté y traté de escapar. Era grande para mi edad y esperaba encontrar un trabajo en algún sitio. Me escondí en la parte de atrás de una camioneta en un aparcamiento para poder escapar del pueblo. No sabía que era de Colt hasta que me vi en el Lazy S. Decidí dormir en el granero antes de seguir con mi viaje por la mañana. Él me encontró. Claro.
Ana no quería sentir empatía por ese chico indigente.
–Y te convertiste en el hijo que mi padre siempre quiso.
–Como te dije antes, solo quería sobrevivir. Colt me salvó de una infancia cruel. Siento que pensaras que tenías que competir conmigo para conseguir la atención de tu padre.
Ella se encogió de hombros. Todo parecía tan infantil en ese momento.
–Ya no tiene importancia. Colt hizo su elección hace mucho tiempo y es por eso que no puedo hacer que mis hermanas vuelvan.
–Si te presentas en su puerta, tendrán que escucharte. Deberían ayudarte con las decisiones médicas que haya que tomar respecto a tu padre.
–No conoces a mis hermanas… así que creo que deberías venir conmigo.
La enfermera levantó a Colt de la cama para que pudiera incorporarse por fin, pero lo que realmente quería el dueño de Lazy S era salir de allí cuanto antes. La cosa no era fácil, no obstante. Todavía estaba débil como un ternero recién nacido, y apenas podía mover el brazo derecho.
–¿Mejor, señor Slater? –le preguntó la enfermera, llamada Erin.
Colt gruñó. Ella sonrió y le colocó el botón de llamada junto a la mano.
–Apriételo si necesita algo. Su hija llegará en breve. Además, vendrán a hablarle de la terapia pronto.
Colt volvió a gruñir. ¿Qué bien iba a hacerle todo aquello?
–Necesitará un poco de rehabilitación para ponerse en forma de nuevo, señor Slater, pero tiene posibilidades de recuperarse del todo. Solo tiene que trabajar duro.
Como si no hubiera trabajado duro toda su vida… La enferma encendió la televisión y salió de la habitación, dejándole solo.
Una ola de tristeza se apoderó del viejo Colt Slater. Su vida pasaba ante sus ojos como una película. Luisa… Aquel día en el rodeo, al verla por primera vez, había creído que era un ángel.
Unas semanas más tarde, se había casado con ella.
La presión que sentía en el pecho se hizo más fuerte al recordar aquella noche, cuando regresó a casa, loco por ver a las niñas. Luisa llevaba un tiempo comportándose de una forma distante. Se había ofrecido a buscar a alguien para que la ayudara con las niñas, pero ella le había dicho que quería ser su madre a tiempo completo. Más tarde, esa misma noche, se la había encontrado llorando y le había preguntado qué le pasaba.
–Hazme al amor hasta que desaparezcan todas las cosas malas.
Colt soltó el aliento. Aquella noche habían hecho el amor con toda el alma, con el corazón, con la cabeza… A la tarde siguiente, al llegar a casa, se había encontrado con una niñera. Su esposa se había marchado para siempre. Solo había dejado una nota en la que decía que ya no quería vivir con él y con las niñas.
La buscó por todas partes, pero no logró encontrarla. Y entonces recibió los papeles del divorcio.
Dos días más tarde, Vance y Ana se subieron a un avión que los llevó a California. Al aterrizar en el aeropuerto de Los Ángeles, Vance se preguntó cómo le había convencido. Por una parte, no soportaba las ciudades grandes. Además, si se llevaba mal con Ana, la cosa era mucho peor con sus hermanas.
El avión se detuvo junto a la terminal.
–No sé si esto va a suponer alguna diferencia –dijo Ana. Estaba un poco nerviosa–. ¿Y si Tori y Josie se niegan a ayudarme?
–Entonces volvemos a Montana y vemos qué hacemos. Ya se nos ocurrirá algo. Te lo prometo.
Ella le miró a la cara y vio esa sonrisa sexy. El corazón le dio un vuelco y no tuvo más remedio que apartar la mirada. No quería pensar en él de esa manera. No tenía excusa posible.
Cuando el avión se detuvo junto a la puerta de embarque, se desabrochó el cinturón. Vance se puso en pie y abrió el maletero superior. Sacó el bolso de Ana, su petate y su sombrero vaquero. Se echó a un lado y la dejó salir al pasillo. Era imposible no rozarse contra ella. El espacio era muy reducido. Ana aspiró su aroma. Podía sentir su cuerpo duro contra la piel.
Como no llevaban equipaje, se dirigieron hacia el puesto de alquiler de coches. Vance alquiló un sedán de tamaño medio.
–¿Puedes conducir por las carreteras de Los Ángeles?
Él se quitó el sombrero y lo tiró sobre el asiento de atrás.
–Pronto lo sabremos.
–Aquí está la dirección del negocio de Josie.
Vance tomó el papel y metió la dirección en el GPS. Terminaron en la parte más antigua de Los Ángeles, no lejos de Griffith Park. Era un edificio de dos plantas de estuco, de estilo español.
Bajaron del coche y leyeron el directorio que estaba en la pared. No fue difícil encontrar la oficina. El letrero de la puerta de cristal decía: Slater Style.
–Un nombre pegadizo –dijo Vance.
–Josie es así –dijo Ana, soltando el aliento–. Muy bien. Terminemos ya con esto.
Vance asintió, abrió la puerta y la dejó entrar. La zona de recepción se componía de un escritorio y varias sillas pegadas a la pared. No había nadie por allí. Miró el reloj.
–Supongo que todo el mundo estará comiendo. ¿Le dijiste a Josie que veníamos?
–No. No quería que encontrara una excusa para esquivarme.
De repente, la puerta se abrió. Era una joven con una bolsita de comida para llevar. Les resultaba familiar, pero no era la gemela que esperaban encontrar.
Victoria Slater tenía el pelo oscuro y la misma sonrisa encantadora de su hermana mayor.
–¿Ana? ¿Qué estás haciendo aquí?
–¿Tori? –Ana le dio un abrazo–. Creo que ya sabes por qué he venido. ¿Pero qué estás haciendo en la oficina de Josie?
–Bueno, también es mi oficina, desde hace unos meses. Dejé mi trabajo y decidí que era momento de hacer algo propio –asintió–. Josie me ofreció un espacio aquí y monté mi propia empresa de diseño web.
Tori tenía el color de tez de su madre, los mismos ojos negros y el cabello color azabache. Llevaba el cabello más corto, justo por debajo de la barbilla.
–Me alegro mucho. ¿Qué tal va el negocio?
–Bien. Muchos de mis clientes antiguos se han venido conmigo, y me gusta ser mi propia jefa.
Tori reparó en Vance, por fin. Parpadeó, sorprendida.
–Vance, me alegro de verte –la sonrisa se le borró de la cara–. Espera un momento. ¿Ha pasado algo más con Colt?
–No. Tu padre está bien –le dijo Vance–. Dejaré que tu hermana te explique el resto.
–Tenemos que hablar de lo que vamos a hacer. Papá no va a ponerse bien de la noche a la mañana, así que tenemos que hablar… de algunas cosas. Del rancho, básicamente.
La rabia se hizo evidente en la mirada de Tori.
–Por lo que a mí respecta, el rancho puede saltar por los aires. Odio ese lugar.
Ana no se mostró sorprendida por la reacción de su hermana.
–Tori, no puedes estar hablando en serio. Es nuestro hogar.
La hermana más joven sacudió la cabeza.
–Para mí solo era una casa enorme y vieja. Papá se puso muy contento cuando nos fuimos todas.
–Te entiendo, pero ahora mismo Colt no puede hablar, ni tomar decisiones. Y tengo que recordarte que ese rancho lleva tres generaciones en manos de nuestra familia.
Tori empezó a decir algo, pero en ese momento se abrió la puerta.
–Hola, Tori, ya era hora… –Josefina Slater se paró en seco–. ¡Ana! ¿Qué estás haciendo aquí?
–Parece que hay mucho eco aquí –dijo Ana, abrazando a su hermana.
Josie tenía la piel clara y el pelo castaño. Los ojos eran azules, como los de su padre. Las mellizas no se parecían en nada, excepto en la forma de la cara y en la sonrisa.
–Contestando a tu pregunta, como no veníais a casa, he venido yo.
Josie reparó en Vance. Este la saludó.
–¿Y pensaste que era necesario traer refuerzos? Hola, Vance. Cuánto tiempo.
–Me alegro de verte, Josie.
–Vance ha venido para ayudarme a haceros ver la gravedad de la situación.
Josie frunció el ceño. Era evidente que no se iba a dejar convencer fácilmente.
–Tal y como te dije cuando llamaste la semana pasada, tengo un evento importante. No puedo irme ahora.
Ana sintió una gran tristeza al ver que no estaban dispuestas a ir a casa para ver a su padre.
–Lo entiendo. Sé que tu trabajo es ese, organizar eventos, pero tienes que estar en casa. Estoy hablando de nuestro padre. Somos una familia.
Josie miró a su hermana melliza.
–Parece que Vance y tú hacéis muy buen equipo. Te damos permiso para que tomes todas las decisiones necesarias.
–Se trata de algo más que llevar el rancho –dijo Ana–. Ojalá Marissa estuviera aquí. Debería oír esto también.
–Creo que eso sí puedo solucionarlo –dijo Tori.
Les hizo pasar a su despacho, pero Vance se quedó en la zona de recepción.
Tori pasó por detrás del escritorio y abrió el portátil.
–Si no está por ahí en algún sitio, creo que estará en casa –después de teclear unas cuantas cosas, sacó una imagen en la pantalla.
–Hola, Tori.
–Hola, Marissa.
–¿Qué pasa?
–Bueno, unas cuantas cosas. Tengo a alguien aquí que quiere hablar contigo.
Ana se puso delante del monitor y los ojos se le humedecieron de inmediato. Su hermana pequeña estaba en la pantalla, sentada frente a un escritorio.
–Hola, Marissa.
–Oh, Ana. Estás en California.
Ana asintió.
–Ojalá pudiera verte en persona también. ¿Y si voy a San Diego? Si estás por allí…
Vio auténtico pánico en los ojos de su hermana pequeña.
–Bueno… a lo mejor… Pero ahora mismo no es una buena idea. Voy a pasar toda la semana en un rodaje. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
–Tengo que regresar pronto para cuidar de papá.
Marissa titubeó.
–¿Cómo está?
Ana miró a Vance, buscando algo de apoyo.
–Está bien. Es por eso que he venido. El tío Wade vino a verme hace unos días. Como papá está incapacitado temporalmente, tiene que haber un albacea que se ocupe de todo.
–¿Entonces el tío Wade es el jefe ahora?
–No. No lo es. Papá nos nombró a Vance y a mí.
Las mellizas miraron al vaquero.
–¿Por qué no me sorprende? –dijo Josie–. Siempre ha tratado a Vance como si fuera de la familia.
Vance guardó silencio.
–Parece que soy el único que sabe cómo llevar un rancho –dijo finalmente.
–Eso no es culpa nuestra –dijo Tori.
Todas las hermanas se enfrascaron en una discusión. Vance se llevó los dedos a la boca y sopló con fuerza. El silbido fue suficiente para hacerlas callar.
–Yo no pedí este trabajo. Pero, ya que lo tengo, quiero hacer todo lo posible para conservar el rancho.
–El rancho tiene problemas financieros. Problemas grandes –Ana las puso al tanto de todo.
–No es solo dinero lo que queremos –dijo Vance–. Necesitamos ideas para hacer que el rancho tenga más ingresos e impedir que esto vuelva a ocurrir. ¿El Lazy S es lo bastante importante para tus hermanas como para que nos ayuden a salvarlo? –le preguntó a Ana–. ¿Podemos contar con vuestro apoyo?
Vance dio media vuelta y salió del despacho. Tori suspiró.
–Muy bien, chicas. Si no queréis hacerlo por nuestro padre, tengo otra idea.
Ana miró a las mellizas y luego a Marissa.
–Hagámoslo por nosotras. Demostrémosle a Colt Slater que sus hijas pueden llevar el rancho.