Читать книгу Jamás te olvidé - Otra vez tú - Patricia Thayer - Страница 9
Capítulo 5
ОглавлениеTRAS haber ido al hospital Vance se fue a casa por la tarde. La visita no había servido de mucho. Colt apenas era consciente de su presencia. Había intentando hablar de los asuntos del rancho, pero el anciano no parecía interesado en el tema.
De camino a casa, había parado en el Big Sky Grill para comprar algo de cena. Lo único que quería esa noche era cenar e irse a la cama. Al bajar de la camioneta, oyó que alguien le llamaba por su nombre. Se dio la vuelta y allí estaba Ana. Iba hacia él por el camino del granero.
Le sonreía… El pulso se le aceleró. Ya no podría dormir por la noche.
–¿Por qué tanta prisa?
–Estoy emocionada –le dijo, apenas sin aire.
Tenía una carpeta en la mano.
–¿Tienes un minuto?
–Claro.
–¿Te importa que entremos? Así voy cenando.
–Oh, lo siento. Deberías comer. Ya vuelvo luego.
Él la agarró del brazo para que no se fuera.
–No te vayas. Quiero decir que… es una tontería que vuelvas a la casa. Ven conmigo.
–Solo si comes mientras hablo.
Caminaron hasta el porche.
–Bueno, eso suena bien.
Una vez dentro, Vance encendió la luz y fue hacia el área del comedor. Puso la bolsa de comida sobre la mesa y colgó el sombrero de la puerta.
–¿Quieres algo de beber? –abrió la nevera–. Tengo refrescos y leche.
–Nada. Gracias.
Ana miró a su alrededor. La decoración era minuciosa, detallista… Era la casa de un hombre, pero todo estaba limpio y ordenado.
–¿Te gusta lo que ves?
Ana se volvió hacia él.
–Lo siento. Nunca te imaginé en una casa.
Vance puso dos refrescos sobre la mesa.
–Me imaginabas en una habitación, encima del granero.
–No. No te imaginaba en el granero. Es que… tienes muy buen gusto… con la decoración. Regresó a la mesa y se sentó.
–Y, para que conste, papá no debió dejarte vivir en el granero.
–Creo que trataba de proteger a sus cuatro hijas. Y era un apartamento encima del granero.
De repente, Ana le agradeció el refresco.
–Por favor, come –dijo y le dio un sorbo.
Vance se sentó frente a ella. Abrió la lata de refresco y bebió.
–Muy bien, ¿qué es tan importante que no puede esperar a mañana? –le preguntó mientras abría el sobre de la comida.
–¿Sabías que papá rechazó una propuesta de negocio de Hank Clarkson? Hank le ofreció dinero por dejar que sus pescadores pescaran en el rancho.
Vance se encogió de hombros y tomó un trozo de carne.
–Hace mucho sí que oí algún rumor. Pensé que no habían logrado ponerse de acuerdo.
Ana abrió la carpeta.
–Bueno, si se hubieran puesto de acuerdo, el rancho hubiera ganado mucho dinero.
Vance siguió comiendo.
–Te escucho.
–Esta tarde fui al pueblo a recoger algo de ropa de mi apartamento. Después pasé por Clarkson’s Trading Post para ver a mi amiga Sarah. Hank Clarkson me preguntó por papá y entonces me habló de esa zona de Big Hole River que está dentro del rancho.
Vance la observaba, hipnotizado por el movimiento de su cabello sobre la exquisita piel de sus hombros.
–Parece que Hank tiene varios clientes que quieren pescar en un área privada del río.
Sacó un papel en el que figuraban las tarifas que pagaban los pescadores.
–Podríamos ganar una parte de ese dinero.
–¿Y eso va a ser antes o después de que Hank y el guía se queden su comisión?
–Bueno, antes, pero él nos proporciona al guía y los botes. No obstante, sigue siendo dinero. Hank también me dijo que podríamos sacar mucho más si tuviera alojamiento para organizar excursiones nocturnas.
Al ver su entusiasmo, Vance se dio cuenta de que había posibilidades.
–Yo he pescado en el río y las truchas son grandes. Puede que no sea la solución a todos nuestros problemas, a menos que…
Los ojos de Ana se iluminaron.
–A menos que…
–Muchas cosas. ¿Quieres hacer esto temporalmente, o va a ser algo permanente?
–Con todas las dificultades que ha habido en los últimos años, deberíamos ver adónde nos lleva todo esto.
A Vance le gustaba la idea cada vez más.
–¿Quieres que contratemos a nuestro propio guía? ¿Quieres hacer un albergue?
Ana se encogió de hombros.
–No lo sé. ¿Qué te parece?
–¿No deberías hablar con tus hermanas?
Ana sacudió la cabeza.
–Primero, seguramente no conseguiré que tomen una decisión. Esto es algo que podemos hacer ahora mismo. Hank me aseguró que puede conseguir clientes que paguen pronto y no quiero perder esta oportunidad –le miró a los ojos–. ¿Es una locura invertir en algo así?
–Como no hay mucho dinero para invertir, a lo mejor deberíamos ir con más cuidado. A ver qué tal sale lo de la pesca por días.
–¿Te gusta la idea entonces?
–Sí. Es algo que no cuesta nada, para empezar. Pero hace falta un período de prueba para ver si la inversión merece la pena antes de empezar a construir cabañas.
Ana le miró con un gesto pensativo.
–¿Y si usamos los edificios que ya tenemos? ¿Los barracones?
–Podría ser, pero pronto los necesitaremos para la mano de obra que vendrá para el rodeo.
Ana asintió.
–Muy bien. Empezaremos con las excursiones de un día. Le dije a Hank que viniera mañana para ver cuáles son los mejores sitios. ¿Quieres venir?
–Mañana a primera hora vamos a mover el ganado. Supongo que podría encontrarme contigo en algún punto del río.
Ana sonrió.
–Bien. Quiero que estés presente si tengo que tomar alguna decisión. No conozco el rancho tan bien como tú.
–Siento que sea así.
–No es culpa tuya, Vance. Fue mi padre quien así lo quiso.
–Bueno, parece que ahora sí estás tomando las riendas. Y tienes todo el derecho de tomar todas las decisiones que quieras respecto al rancho.
–Lo hago por todos nosotros –Ana suspiró–. No sé si a mis hermanas les importa que el rancho sobreviva, pero espero que eso cambie. Esta es nuestra herencia.
Vance sonrió.
–Entonces será mejor que el Lazy S se mantenga funcionando.
Ana sintió un calor repentino. No había duda de que se sentía atraída por él, incluso después de tantos años. Pero no era una buena idea. Muchas cosas dependían de que pudieran trabajar juntos.
Al día siguiente, Ana fue al hospital a primera hora a ver a su padre. Colt se mostró tan frío y distante como siempre, así que cuando se marchó no pudo evitar preguntarse por qué se molestaba en querer a un hombre al que todo le daba igual.
Al salir de la autopista miró el reloj. Diez minutos más tarde, había llegado a su destino. Hank Clarkson la estaba esperando junto al río, a la sombra de los árboles. No estaba solo. Le acompañaba Mike Sawhill. Al ver a este último, vaciló un momento. En otra época, había sido lo bastante tonta como para salir con él en un par de ocasiones y las cosas no habían terminado bien. Mike había intentado ir demasiado deprisa…
Bajó del vehículo por fin y se dirigió hacia ellos.
–Hola, Hank –miró a Mike–. Mike.
–Hola, Ana. Cuánto tiempo.
–Siento llegar tarde.
–No hay problema –le dijo Hank–. Mike y yo intentábamos encontrar el mejor sitio para salir con un bote.
Hank se quitó el sombrero y se secó el sudor de la frente.
–A lo mejor tenemos que quitar algo de maleza.
Caminaron hasta la orilla del enorme río que atravesaba el rancho Lazy S. La brisa fresca del agua les acariciaba la cara. De niñas, Ana y sus hermanas solían cabalgar por esas tierras. Se quedaban en ropa interior y se lanzaban al agua, fría como témpanos de hielo.
–¿Supondrá mucho trabajo eso? –preguntó, intentando ignorar la insistente mirada de Mike.
De repente, vio a un jinete que se acercaba por el camino. Sonrió. Era Vance.
–Bien. Ha venido.
Todos se volvieron al verle acercarse.
Al aproximarse al grupo, aminoró la marcha, hizo frenar a Rusty y le dejó junto a los vehículos, amarrado a un árbol. Iba vestido con el atuendo típico de un vaquero: chaparreras de cuero, vaqueros polvorientos, botas… Ana no pudo evitar mirarle con ojos de deseo.
Se quitó el sombrero.
–Siento llegar tarde. Tuve que arrear al ganado –estrechó la mano de Hank.
–Es tiempo de rodeo –dijo Hank, y entonces le presentó a Mike–. Nosotros acabamos de llegar.
Ana vio que los dos hombres intercambiaban una extraña mirada.
–¿Todo ha ido bien? –se apresuró a decir.
–Sí. Solo tuve que perseguir a algunos animales extraviados –Vance le sonrió–. ¿Qué me he perdido?
–Hank está un poco preocupado porque la orilla es muy escarpada y está llena de maleza. Puede que sea difícil sacar botes desde aquí.
Vance reparó en la forma en que Mike Sawhill miraba a Ana. No le gustaba.
–A lo mejor hay un sitio mejor a cuatrocientos metros de aquí, río abajo. He pescado muy buenas piezas por allí.
Echaron a andar en esa dirección. Mientras hablaba con Hank, Vance no le quitaba ojo a Ana. Era evidente que estaba incómoda con Mike. No conocía al guía personalmente, pero le había visto en el pueblo, sobre todo en el bar de Mick. Siempre iba acompañado de alguna chica.
De repente se sintió más protector que nunca. Llamó a Ana y aprovechó para preguntarle por Colt, interrumpiendo así la conversación que Mike intentaba mantener con ella.
Por fin llegaron a su destino.
–Aquí es –dijo Vance, volviéndose hacia la orilla.
La zona estaba protegida por varios árboles muy frondosos, y el terreno no era tan empinado. Había un pequeño claro.
–He pescado aquí muchas veces, pero nunca he salido en un bote, así que vosotros tendréis que decirme si es adecuado para eso.
Los dos hombres fueron a examinar la orilla más de cerca. Vance tuvo oportunidad de hablar con Ana entonces.
–¿Qué pasa con Sawhill?
–Nada –dijo Ana, hablando en voz baja.
Vance sabía que había habido algo entre ellos. Era evidente. Los dos hombres regresaron. Hank sonreía.
–Es un sitio muy bueno. Hay mucha sombra y el agua es profunda –miró a Ana–. ¿Cuándo quieres que vengan los primeros clientes?
Ana miró a Vance y después a Hank.
–¿Tenemos que hacer algún preparativo?
–Para empezar no. Conozco a unos cuantos que están deseando echar la caña en esta zona del río. Pero ningún pescador de caña quiere competencia –Hank miró a Mike–. ¿Pasado mañana?
Mike asintió.
–Tengo a un grupo de cuatro. Vamos a probar un poco a ver qué pescamos. La cosa es que Big Hole River es bueno en todos sus puntos.
Hank volvió a sonreír.
–¿Te parece bien así?
Ana abrió los ojos.
–Claro.
–Relájate, Ana. Nosotros vamos a hacer todo el trabajo. Pero, si tuvieras alojamiento, hay un grupo que viene este fin de semana. Tendré que alojarlos en el motel de la zona.
Vance sintió curiosidad de repente.
–¿Cuántos pescadores? ¿Y qué tipo de alojamiento esperan?
–Es un grupo de cuatro, pero son fáciles de contentar. Solo les hace falta un techo y una cama. Y sería mucho mejor si no tuvieran que cocinar.
Vance miró a Ana.
–Tengo una casa en el rancho, y si Kathleen cocina para algunos más, también podemos dar las comidas.
Ana sacudió la cabeza.
–No, Vance. No puedes dejar tu casa.
Vance se encogió de hombros.
–No es problema –miró a Mike–. Me iré a la casa grande contigo.
–No me puedo creer que hayas dicho eso –dijo Ana mientras caminaba hacia al establo, rumbo al compartimento de Rusty, una hora más tarde.
No estaba contenta con Vance. Se apoyó contra las tablas de madera y le observó mientras cepillaba al animal.
–No veo cuál es el problema. Es mi casa.
–Ya sabes a qué me refiero. Les hiciste pensar que hay algo entre nosotros.
–¿Cómo voy a saber lo que piensan?
–Lo sabes y les haces pensar lo que tú quieres.
–Muy bien. Tienes razón. Pero no me gustaba la forma en que te miraba Sawhill. Y, admítelo, no te sientes cómoda con él.
–Puedo manejar mis propios problemas con Mike.
Vance dejó de cepillar al caballo.
–Entonces admites que hay un problema.
–Mira. Salimos unas cuantas veces. Yo no sentía nada por él, así que no seguí viéndole. Él no se lo tomó muy bien.
–¿Te ha molestado hoy?
–No. Así que no necesito que intervengas. Pero ahora has hecho que la gente piense que…
–¿Que tienes algo con el gamberro de los Rivers?
–No iba a decir eso –Ana soltó el aliento–. ¿No tenemos suficientes problemas ya?
–No veo por qué estoy causando otro problema más. Resolví un par de problemas, de hecho. En primer lugar, conseguí que Sawhill te dejara tranquila. Así ya no volverá a pensar que puede empezar algo contigo de nuevo.
–Yo no estoy interesada de todos modos.
Vance Rivers hacía que perdiera los estribos.
–Solo fueron unas cuantas citas, unos besos –le dijo en voz baja.
Vance dejó a un lado el cepillo.
–Y, en segundo lugar, tenemos clientes que pagan y, si añadimos el alojamiento, será otra entrada de dinero. Dime: «Gracias, Vance».
Ana sabía que estaba siendo testaruda. ¿Por qué se sentía inquieta con la idea de tenerle en casa?
–Muy bien. Gracias.
Vance siguió peinando al caballo y entonces salió del establo.
–Solo va a ser una semana, Ana. ¿Podrás soportarme durante ese tiempo?
Echaron a andar por el pasillo del granero. A esa hora del día, los hombres estaban trabajando fuera, así que estaban solos.
–¿Prefieres que me vaya a mi vieja habitación del granero, o a los barracones?
Ana se detuvo.
–No puedo dejar que hagas eso. Claro que puedes venirte a casa.
La mirada de Vance se suavizó. Le agarró la mano y la acorraló contra una esquina.
–Vance, ¿qué haces?
Él le dio un tirón y la hizo pegarse a él.
–He pensado que, como no quieres que te vean conmigo, no deberíamos dejar que nadie vea esto.
Le dio un beso. Ana quería gritarle para que parara, pero en el fondo sabía que no quería que lo hiciera. Le deseaba desde que habían ido a Los Ángeles. Le rodeó el cuello con ambos brazos y le devolvió el beso.
Un gemido sutil se le escapó de los labios. Se acercó más a él. Podía sentir su pecho duro bajo los dedos. Su cuerpo la traicionaba. Él se apartó y la miró fijamente. Su mirada era más oscura que nunca.
–Parece que has aprendido a besar mejor con los años.
La habitación estaba oscura, todo lo oscura que podía estar una habitación de hospital. Colt estaba deseando salir de allí. Quería dormir en su propia cama, en su propia casa. Cerró los ojos y entonces se dio cuenta de que eso tal vez no pasaría nunca.
Si no mejoraba, no podría volver al rancho. Eso era seguro. ¿Qué le había pasado? Solo tenía cincuenta y cuatro años de edad. Malos hábitos, mucho estrés, horas de trabajo interminables…
Había perdido muchas cosas. Había alejado a sus propias hijas y se había quedado solo.
Tenía que recuperarse. Contempló su mano inerte y recordó lo que le había dicho el terapeuta.
«Tienes que darte tiempo y trabajar duro…», le había dicho.
Cerró los ojos y esa vez se dejó llevar por el sueño. Luisa… Siempre Luisa. Estaba en la puerta de repente.
–Colton –susurró. Estaba a su lado.
–Luisa –trató de abrir los ojos, pero no pudo–. Luisa.
–Estoy aquí, Colton –le acarició el rostro–. Siempre he estado aquí.