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Capítulo 4
ОглавлениеTRES horas más tarde, Ana se despidió de sus hermanas y dejó las oficinas de Slater Style en compañía de Vance. Era una pena no haber podido convencerlas para que la acompañaran a casa.
–Adelante. Dime que lo he hecho muy mal –dijo él mientras conducía, rumbo al hotel del aeropuerto.
–No. No digo nada. Tus hermanas tendrán que decidir solas si quieren venir a casa o no –se detuvo en un semáforo y la miró a los ojos–. Entiendo cómo se sienten. He visto cómo os ha tratado Colt durante años.
–Pero nunca hiciste nada.
–No puedo decir que me gustara, pero yo también era un niño. Me gustaba tener un techo sobre mi cabeza, y comida en el estómago.
Ana recordó aquella noche… Vance se había presentado a la hora de la cena. No era más que un adolescente escuálido y desafiante. Al principio le había dado pena. Su padre le pegaba cuando estaba borracho.
Vance se detuvo frente al hotel. El aparcacoches se les acercó y le abrió la puerta.
–Buenas noche, señora.
Ana bajó del vehículo y le dio las gracias. Mientras tanto, Vance sacó las maletas. Un botones le ayudó a llevarlas. Llegaron al mostrador de recepción. Una preciosa rubia les recibió. Llevaba el nombre escrito en una etiqueta. Jessica… Al ver a Vance sonrió. ¿Por qué no iba a hacerlo? Era un hombre apuesto. Él dejó el sombrero sobre el mostrador.
–Hola. Necesitamos dos habitaciones para esta noche.
–¿Tienen reserva?
–Lo siento, pero no tenemos. Ha sido un viaje imprevisto.
La recepcionista frunció el ceño y empezó a buscar en la pantalla del ordenador.
–Estamos completos esta noche.
Sin dejar de mirarla, Vance se le acercó.
–Seguro que puedes encontrar algo.
Jessica suspiró y continuó con la búsqueda.
–Oh, bien. Sí que tenemos una suite de una habitación.
–Nos la quedamos –dijo antes de que Ana pudiera objetar algo. Sacó la tarjeta de crédito.
Unos minutos después, ya estaban en el ascensor. Vance contuvo el aliento cuando salieron a la planta correspondiente. Resultaba raro que Ana no se hubiera quejado por tener que compartir la habitación, aunque tampoco le había dado elección. Encontraron la suite rápidamente. La estancia era muy espaciosa. Había un sofá, que sin duda sería su cama. Pasó a la siguiente habitación.
–Tú quédate con la cama. Yo dormiré aquí fuera.
Ella sacudió la cabeza.
–Eres demasiado alto para el sofá. Quédate tú la cama.
Vance no quería pelearse por la cama.
–¿De verdad crees que vas a ganar esta discusión?
–Muy bien. Duerme donde quieras.
Vance fue hacia el teléfono y apretó el botón del servicio de habitaciones.
–¿Qué quieres comer?
–Me da igual –Ana empujó su maleta hasta la habitación y cerró la puerta.
–Va a ser una noche larga –dijo, y entonces habló por el teléfono–. Quisiera pedir dos filetes, poco hechos, con patatas asadas y ensalada verde.
Le dijeron que tardarían treinta minutos.
Algo ansioso, Vance fue hacia el minibar. Renunció a los botellines de cerveza a favor de un refresco. Lo abrió y fue hacia la ventana. Retiró las cortinas. Al otro lado se extendía el mar de luces que era la ciudad de Los Ángeles. De repente echó de menos el aislamiento del rancho. Allí no había luces, sino estrellas en el cielo.
Se dio la vuelta y allí estaba Ana, al otro lado de la habitación. Todavía llevaba sus pantalones negros y la blusa estampada, pero estaba descalza.
–Parece que hemos terminado en una situación de lo más peculiar. Hace muchos años que no pasábamos tiempo juntos. Entiendo que sientas que somos dos extraños.
Ella luchó por esconder una sonrisa.
–Sí. Eres el hermano que nunca quise.
–¿Era por eso que me odiabas?
Ella frunció el ceño.
–«Odiar» es una palabra muy fuerte. Pero sí estaba enfadada contigo, por la atención que papá te daba.
–Ojalá hubiera podido ayudar con eso.
Ana sacudió la cabeza.
–Nadie se cruza en el camino de Colt Slater.
No era cierto. Vance se había cruzado en una ocasión, cuando se había acercado a su hija. Ana había sido la única tentación que había tenido, aquel día en el granero, cuando la había besado…
Ahuyentó los recuerdos.
–Ojalá hubiera podido ayudar.
Alguien llamó a la puerta.
–Sí que han sido rápidos.
Vance abrió la puerta. Esperaba al servicio de habitaciones, pero era un botones con un cubo lleno de hielo, una botella de vino y dos copas.
–Señor Rivers, cortesía de la casa.
Vance se echó a un lado y le dejó pasar. El hombre puso la botella sobre la mesa y empezó a descorcharla. Sirvió una pequeña cantidad en una de las copas y se la ofreció a Vance.
Este bebió un sorbo y asintió.
–Muy bueno.
–Gracias, señor. Es un vino del norte de Los Ángeles.
El botones llenó las dos copas y Vance le dio una propina antes de que se marchara.
–Parece que has impresionado a la de recepción –dijo Ana.
Vance agarró una copa y se la entregó.
–Jessica es la ayudante del gerente.
Ana vaciló un momento, pero aceptó la copa.
–No me gusta mucho beber.
–A mí tampoco, pero creo que esta noche no nos vendrá mal una copita de vino –levantó su copa para brindar y entonces bebió otro sorbo–. Ven a ver las estrellas de Los Ángeles.
Ana no sabía si beber alcohol era una buena idea, pero no tenía que ir a ningún sitio. Caminó hasta la ventana.
–¿Dónde?
Él señaló hacia abajo.
–Están ahí abajo. Mira todas esas luces.
–Oh, vaya. Cuántas casas.
–A mí también me parece que están un poco hacinados. ¿Cómo soportan vivir tan cerca los unos de los otros?
Ana bebió otro sorbo, disfrutando del sabor del vino.
–¿Y el ruido? ¿Cómo aguantan el ruido y el tráfico?
Él se encogió de hombros.
–No tengo ni idea. Siento que tengo mucha suerte al haber terminado en el Lazy S.
–Lo sé –Ana se volvió hacia él.
Se sentía abrumada por todo lo que había ocurrido la semana anterior.
–No quiero perder el rancho, Vance. No puedo.
Él la miró a los ojos.
–Te prometo, Ana, que no lo perderás. No dejaré que ocurra.
–¿Entonces me ayudarás?
Ana se dio cuenta de que le estaba mirando los labios. De repente se acordó de aquel día. La había mirado de la misma forma, justo antes de besarla.
–No tienes ni que pedirlo, ojos brillantes.
Su voz grave y aterciopelada la hizo sentir un escalofrío a lo largo de la espalda. Bebió otro sorbo y entonces sintió un pequeño mareo. No sabía si era por el vino o por él. Le agarró del brazo para recuperar el equilibrio.
Mirarle a los ojos… era un error.
–Me gusta que me llames así.
Nada más hablar, Ana se arrepintió de lo que había dicho.
Vance frunció el ceño.
–Creo que necesitas comer algo –dijo Vance.
Tomó las dos copas de vino y las dejó sobre la mesa.
–Pensándolo bien, no comiste mucho hoy.
–Discutir con mis hermanas siempre me hace perder el apetito –las lágrimas la asediaron de nuevo–. Están tan enfadadas con papá. Pero no puedo echarles la culpa.
Vance la agarró de los brazos.
–Mira, Ana, tienes que darles tiempo. Tengo la sensación de que finalmente encontrarán el camino a casa.
Ana vaciló un momento. Su tacto era imposible de ignorar.
–¿Vas a dejar el rancho si Colt no se pone mejor?
–¿Quieres que me vaya? –le preguntó él.
Ana no podía imaginar cómo sería el Lazy S sin él. Sacudió la cabeza.
–No. Tienes que quedarte. Quiero decir que… Estás al tanto de todo, conoces el ganado, los cultivos.
Vance sabía que estaba exhausta. Los días vividos empezaban a pasarle factura, y el vino podía empeorar las cosas. Era tan fácil acercarse y robarle un beso…
Retrocedió rápidamente. ¿De dónde había salido ese pensamiento?
–Busquemos una forma de ganar dinero.
Ana agarró su copa y bebió otro sorbo.
–¿Y qué pasa con el rodeo?
–Los precios del ganado están bajando y nuestro rebaño es pequeño. No es suficiente. Además, hay algo que tenéis que saber… –se detuvo.
Ana le miró con esos ojos azules en los que podía perderse. Lo último que quería era darle más malas noticias.
–¿Qué?
–Necesitamos algo más que un arreglo temporal. Desde que soy el capataz del rancho, los beneficios no han hecho más que bajar. Sé que no hay fondos para pasar por una época de crisis. A lo mejor tenemos que reducir el negocio, vender cabezas de ganado… Tenemos que encontrar una solución.
Llamaron a la puerta y Vance fue a abrir. Era el mismo empleado de antes con el carrito de la comida. Les dio un tique para firmar y se marchó. Vance fue hacia la mesa y le sacó una silla a Ana.
–Vamos a comer.
–Gracias –dijo ella, sentándose.
Bebió otro sorbo de vino y le observó mientras se sentaba frente a ella. Era un hombre muy apuesto. Lo era. Esos ojos marrones ligeramente hundidos y la mandíbula cuadrada, cubierta por una fina barba de unas horas, le daban un aire interesante y viril. Había sido guapo de adolescente, pero se había convertido en un hombre irresistible y seguro de sí mismo.
Se fijó en su boca. Tenía el labio inferior carnoso… No podía evitar preguntarse cómo sería…
Ana apartó la mirada. ¿Qué estaba haciendo? No podía pensar de esa forma en Vance Rivers. Además, a lo largo de los años, muchas mujeres habrían pasado por su cama.
Al día siguiente, cuando el avión aterrizó en Montana, Ana estaba agotada. No había logrado descansar mucho, por culpa del hombre que dormía al otro lado de la pared.
Vance había aparcado su camioneta en el aparcamiento del aeropuerto, así que pudieron ir directamente al hospital. El viaje en coche fue tranquilo, y Ana lo agradeció. Tenía un ligero dolor de cabeza, gracias a esa segunda copa de vino que se había tomado, la que Vance no se había tomado con ella.
Se bajaron del ascensor en la segunda planta y se dirigieron a la habitación de Colt. La cama estaba vacía. Colt estaba sentado en una silla de ruedas.
–Oh, papá. Mírate –Ana fue hacia su padre. Quería abrazarle, pero no lo hizo. Le puso una mano sobre el brazo–. ¿Cómo te sientes?
Colt la miró un instante y entonces apartó la vista. Ana sintió una punzada de dolor que la recorría de pies a cabeza. A esas alturas, ya debería haberse acostumbrado a sus desprecios, pero todavía le dolían.
Un hombre joven con una bata de médico entró en la habitación. Le sonrió.
–Bueno, Colt, parece que hoy estás teniendo mucho éxito con las chicas.
El joven sonrió de oreja a oreja. Le ofreció la mano a Ana.
–Hola, soy Jay, el terapeuta de Colt.
Ana le estrechó la mano.
–Ana Slater. Soy la hija de Colt.
Jay miró a Colt.
–No me habías dicho que tenías una hija tan guapa.
Ana apartó la mano.
–¿Mi padre ha tenido ya alguna sesión de terapia?
–Sí –dijo Jay–. Y lo hizo muy bien.
Vance estaba de pie al otro lado de la habitación, observando al terapeuta. Nunca le había gustado esa clase de hombre; esos que sonreían todo el tiempo cuando había una mujer delante. Fue hacia Colt y se sentó a su lado.
–Me alegro de ver que te has levantado de la cama –dijo, mirando a Ana y después al terapeuta–. Sé que esto ha sido difícil para ti, Colt, pero quiero que sepas que me estoy ocupando de todo en el rancho. Yo estaré al frente de todo hasta que vuelvas a casa.
Colt no dijo nada. Vance decidió utilizar otra táctica.
–Ana y yo acabamos de volver de Los Ángeles. Fuimos a ver a Tori y a Josie.
Colt le lanzó una mirada y emitió un sonido indefinido.
–Muy bien, Colt. Ana está tratando de traerlas a casa.
Otro gruñido.
–No hay elección. Necesitamos que nos ayuden con el rancho. Vamos. Son tu familia. Y tienes mucha suerte de tenerlas –Vance se puso en pie y volvió junto a la puerta.
Colt Slater era un hombre muy testarudo.
Más frustrado que nunca, Colt quería llamar a Vance para que volviera, pero le era imposible articular palabra. No podía dejar que sus hijas fueran a Montana. Estaban mucho mejor sin él. Estaban mejor sin un viejo cascarrabias que no era capaz de superar el abandono de la mujer que amaba.
Todo había sido así desde aquel día triste. Él no sabía cómo criarlas y, cada vez que las miraba, la veía a ella. Jamás había superado la traición de Luisa.
Cerró los ojos y deseó por enésima vez haber hecho algo para cambiar el pasado. Ojalá hubiera podido hacer que su mujer se quedara, al menos, por el bien de sus hijas… Se arrepentía de muchas cosas, pero lo peor había sido ver sufrir a sus hijas porque no era capaz de lidiar con su propio fracaso. Miró esa mano inútil que no le respondía. Ya era demasiado tarde. El rancho ya no le importaba, pero no soportaba ver el dolor en los ojos de sus hijas. Ya les había causado bastante sufrimiento. Lo mejor para ellas era olvidarse de él para siempre.
A la mañana siguiente, Ana se levantó pronto y fue al pueblo. Necesitaba algo de ropa para una estancia larga en el rancho. Pasó por su apartamento y se llevó todos sus vaqueros y botas. De repente sentía una extraña alegría al volver a vivir en el Lazy S. Podría montar a caballo todos los días, y no solo cuando tuviera tiempo o cuando supiera que su padre no iba a estar por allí.
Después de cerrar con llave la puerta de su pequeño apartamento de una habitación, Ana metió las maletas en su utilitario. Tenía dos meses de vacaciones y podía tomarse más tiempo si era necesario, pero su sueldo quizás fuera imprescindible, si las cosas no salían bien en el rancho. Además, había facturas médicas que pagar.
Ahuyentó esos pensamientos y entró en el coche. Recorrió el pueblo de un lado a otro, pasando por Main Street. Los comercios eran los mismos de siempre. Los edificios de los años veinte albergaban negocios como el Big Sky Grill, una tienda de ropa, la boutique de Missy y una tienda de antigüedades, Treasured Gems. En la esquina estaba la fachada de ladrillos que tan familiar le resultaba.
Clarkson’s Trading Post and Outfitter, leyó.
Era el negocio de la familia de su mejor amiga, Sarah Clarkson. Se conocían desde la escuela infantil. Sarah era la tercera generación que se quedaba trabajando en el negocio familiar.
Ana aparcó delante y bajó del vehículo. Quería darle las gracias a la familia de su amiga por las flores que le habían mandado a Colt. Entró en la tienda. A su alrededor había muchos percheros de ropa y las paredes estaban llenas de aparejos de pesca y equipos de caza. El establecimiento estaba lleno de clientes. La temporada de pesca con mosca estaba en su punto más álgido.
Miró a su alrededor y vio a Hank y a Beth Clarkson detrás del mostrador. Sarah acababa de salir del almacén. La acompañaba uno de los guías con licencia que trabajaban en la tienda, Buck Patton.
Sarah sonrió al verla. Levantó una mano y le pidió que esperara un poco. Se volvió hacia el grupo que estaba con Buck y le dio instrucciones.
–Oh, me alegro tanto de verte –dijo tras haberse despedido del grupo–. ¿Tu padre está bien? Fuimos al hospital, pero no pudimos ver a Colt.
Ana asintió.
–Está mucho mejor. Ya ha empezado con la terapia. Quería decirte que me voy a quedar en el rancho todo el verano.
La pelirroja parpadeó, sorprendida.
–¿Por qué? ¿Ya le dan el alta a tu padre?
Ana sacudió la cabeza.
–No, pero tengo que ayudar. Papá va a tardar un poco en recuperarse, y como no puede ocuparse del rancho ahora mismo, me han nombrado albacea.
–Eso me sorprende. Colt Slater dándoles algo a sus hijas, aunque sea una responsabilidad… Me sorprende mucho.
–Bueno, no voy a hacerlo sola. El otro albacea es Vance.
–Bueno, ¿por qué no me sorprende? ¿Entonces vas a portarte bien con él?
–Voy a estar demasiado ocupada pensando en cómo llevar el Lazy S. No voy a tener tiempo para nada más. Tenemos rodeo dentro de unas semanas.
Sarah la miró fijamente, pero no tuvo tiempo de hacer ningún comentario. Sus padres aparecieron en ese momento. Le dieron un abrazo a Ana. Cuando era niña, Ana quería que fueran sus padres también.
–¿Cómo está tu padre, Ana?
–Mucho mejor, gracias. Pero la rehabilitación va a ser larga.
–Si hay alguien que puede conseguirlo, ese es Colt. Es demasiado testarudo como para no poder con esto.
–Sí lo es.
–A mí no tienes que decírmelo. Llevo años intentando que deje entrar a mis guías en el rancho –sacudió la cabeza–. En la zona norte hay un sitio con muy buena pesca, muy desaprovechado.
–¿Querías pescar en el rancho?
–Quería que tu padre ganara algo de dinero. Colt siempre decía que no. Le gusta preservar tu intimidad.
De repente, Ana tuvo una idea.
–¿Todavía quieres pescar allí?
Hank hizo una pausa.
–¿Lo dices en serio? Esa zona de Big Hole River es increíble. Podría mandar grupos todos los días, aunque el dinero de verdad está en los viajes nocturnos y de fin de semana –le enseñó la tabla en la que apuntaba las tarifas que pagaban los pescadores por hacer esa clase de viajes.
Perpleja, Ana le invitó al rancho para visitar la zona en cuestión. Solo quedaba convencer a Vance. ¿Se pondría de parte de Colt o la apoyaría?