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DOMINGO 12º

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«En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: “No les teman a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres”» Mt 10,26-33

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«Si mediante la señal de la cruz y la fe en Cristo conculcamos la muerte, habrá que concluir, a juicio de la verdad, que es Cristo y no otro quien ha conseguido la palma y el triunfo sobre la muerte, reduciéndola casi a la impotencia. Si además añadimos que la muerte -antes prepotente y, en consecuencia, terrible-, es despreciada a raíz de la venida del Salvador, de su muerte corporal y de su resurrección, es lógico deducir que la muerte fue aniquilada y vencida por Cristo, al ser Él izado en la cruz.

Cuando, transcurrida la noche, el sol asoma e ilumina con sus rayos la faz de la tierra, a nadie se le ocurre dudar de que es el sol el que, esparciendo su luz por doquier ahuyenta las tinieblas inundándolo todo con su esplendor Así también, cuando la muerte comenzó a ser despreciada y pisoteada tras la venida del Salvador en forma humana para salvarnos y de su muerte en la cruz, aparece perfectamente claro que fue el mismo Salvador quien, manifestándose corporalmente, destruyó la muerte y consigue cada día en sus discípulos nuevos trofeos sobre ella»39.

“NO TENGAN MIEDO”

Estos tiempos en que vivimos están marcados por el signo del temor. El miedo por lo que hoy estamos sufriendo a distintos niveles, y por lo que pueda llegar a pasarnos en el futuro, nos angustia y nos deprime. Nos hace olvidar las palabras evangélicas: “A cada día le basta su propia aflicción”. Y esto ocurre no solamente en el plano individual, sino también a nivel colectivo.

Frente a lo imprevisible, la humanidad ha globalizado el temor. E ingenuamente, pretende olvidarlo, comportándose como esos chicos que cuando entran de noche a un cuarto oscuro: ¡se ponen a silbar!

En el evangelio de hoy encontramos el mejor antídoto contra el temor. Por cuatro veces menciona esta palabra en unos pocos renglones.

El fantasma del miedo, que es tan mal consejero, nos acecha de igual manera en la vida espiritual. A veces, nuestro cristianismo está impregnado de una visión pesimista y temblorosa. Olvidamos las palabras luminosas de Jesús resucitado a sus discípulos: “No tengan miedo”.

Si ponemos nuestra esperanza en Él, no quedaremos defraudados, y podremos llegar a superar las pruebas de nuestra historia, con la fuerza y el coraje del Espíritu.

Al miedo que paraliza, habrá que enfrentarlo con la confianza; y esa confianza tendrá que estar sustentada en el amor de un Dios que es el Padre de los pobres y el defensor de los débiles.

No se concibe una auténtica experiencia de Dios, que no vaya pasando gradualmente del temor y de la desconfianza, a la confianza y al amor. “Cuando el amor llegue a eliminar del todo el temor, el mismo temor se convertirá en amor” (Gregorio de Nisa).

39. San Atanasio de Alejandría, Tratado sobre la encarnación del Verbo, 29; Sources Chrétiennes 199, Paris, Eds. du Cerf, 1973, pp. 368-371 (trad. en: Leccionario bienal bíblico-patrístico de la Liturgia de las Horas. IV. Tiempo ordinario. Semanas VI-XXXIV, Zamora, Eds. Monte Casino, 1984, pp. 666-667).

La Palabra del Señor

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