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DOMINGO 13º

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«En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentra su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.

El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa”» Mt 10,37-42

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«El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. Dado que antes había dicho: No he venido a traer paz sino espada (Mt 10,34) y enfrentar al hombre contra su padre, su madre, su suegra, para que nadie anteponga la piedad familiar a la religión, agrega: El que ama a su padre o a su madre más que a mí; también leemos en el Cantar de los Cantares: Ordena en mí el amor (Ct 2,4). Este orden es necesario para todo afecto. Ama a tu padre, ama a tu madre, ama a tus hijos después de Dios. (...) Por tanto no prohibió amar al padre y a la madre, sino que agregó expresamente: El que ama a su padre y a su madre más que a mí.

El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. En otro Evangelio está escrito: “El que no toma su cruz cada día” (cf. Lc 9,23). Para que no pensemos que el ardor de la fe puede bastar una sola vez se nos enseña que es necesario llevar la cruz siempre, para que siempre mostremos nuestro amor por Cristo.

(...) El Señor que escruta los corazones y los riñones, ve los pensamientos futuros de cada uno. Había dicho: Quien los recibe a ustedes, a mí me recibe (Mt 10,40). Pero los numerosos seudo profetas y falsos predicadores podrían impedir el cumplimiento de este precepto. También puso remedio a este escándalo diciendo: Quien reciba a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo (Mt 10,41). Pero otro podría excusarse diciendo: “Mi pobreza me lo impide, la indigencia no me permite ofrecer hospitalidad”. Él deshace esta excusa por medio de un precepto muy leve: ofrecer de todo corazón un vaso de agua fresca. Dice de agua fresca, no caliente, a fin de que aun para el agua caliente no busque la excusa de la pobreza, de la falta de leña. Algo semejante, como ya dijimos, prescribe el Apóstol a los Gálatas: El que es instruido en la Palabra comparta todos sus bienes con el que lo instruye (Ga 6,6) y exhorta a los discípulos a asegurar el mantenimiento material de sus maestros. Porque cualquiera podría pretextar la pobreza y eludir el precepto, se anticipa a esta objeción y dice: No se engañen; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembra, eso cosechará (Ga 6,7). El sentido es: en vano alegas tu indigencia contra el dictamen de tu conciencia; puedes engañarme a mí que te exhorto, pero has de saber que tan sólo cosecharás lo que has sembrado»40.

TODO O NADA

En el primer mandamiento del decálogo del Antiguo Testamento, se nos pide amar a Dios con toda el alma, con todo el corazón y con todas nuestras fuerzas. Este mandamiento se prolongará en el amor al prójimo; que no supone desplazar a Dios; sino que conduce a completar y perfeccionar nuestro amor por él, amando a nuestros hermanos. No es un amor excluyente, sino incluyente. Podríamos afirmar entonces, que lo que Dios ha unido ¡no lo separe el hombre!

En la Sagrada Escritura se utilizan dos términos para definir el amor: el amor de amistad; y el amor divino. Ambos son complementarios y no se contraponen. El amor a Dios abraza también a toda la humanidad; y los primeros beneficiados suelen ser los padres.

Este amor por Dios nos exige vivirlo hasta las últimas consecuencias. La regla de los monjes benedictinos enseña que: “No se debe anteponer nada a Cristo”. Esto muchas veces cuesta; y hace doler el corazón; no solo el de los religiosos, sino el de todo cristiano.

En este contexto aparece por primera vez en los evangelios el tema de la cruz. Cristo lleva la cruz que es nuestra cruz, y nosotros cargándola, lo seguimos.

Por eso es bueno recordar una vez más, que, en el momento del bautismo, fuimos signados por el sacerdote, los padres y padrinos, con el signo de la cruz, que es el signo distintivo del cristiano; algo así como ¡nuestra marca de fábrica!

“Señor, fuego ardiente de amor, enciende nuestros corazones para que te amemos a ti sobre todas las cosas y a causa de ti a nuestro prójimo, en un mismo amor”.

40. San Jerónimo, Comentario sobre san Mateo, I,10,37-38. 42.

La Palabra del Señor

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