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DOMINGO 9º

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«No todo el que me diga: “¡Señor, Señor!”, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo. Cuando llegue aquel día, muchos dirán: “¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre?”. Y yo entonces les declararé: “Nunca los conocí, apártense de mí, ustedes que hacen el mal”.

Así pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre la roca.

Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y ésta se derrumbó. Fue una ruina terrible» Mt 7,21-27

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«Hermanos míos, sepan que padecen una ilusión si han venido con apresuramiento a escuchar la palabra sin intención de poner en práctica lo que escuchan. Caigan en la cuenta de que si es cosa buena escuchar la palabra es todavía mejor ponerla en práctica. Si no la escuchas te despreocupas de entenderla y no construyes nada. Si la escuchas y no actúas, construyes una ruina… Escuchar y poner en práctica es lo mismo que edificar sobre roca. Sólo el hecho de escuchar es ya comenzar a construir.

… Edifica sobre arena el que escucha y no actúa; construye sobre roca el que escucha y lo pone en práctica; pero no edifica ni sobre la arena ni sobre la roca el que se niega a escuchar.

… Si edificar sobre arena es malo, tan malo es también no edificar. Podemos concluir: lo único que vale es edificar sobre roca. Es malo no escuchar, y malo también escuchar y no hacer nada. Pongan por obra la palabra y no se contenten solo con oírla, engañándose a ustedes mismos (St 1,22)»36.

“LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ”

El Evangelio de hoy nos alerta sobre la importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida.

A menudo nos contentamos con oírla de manera distraída.

El que la oye y no la practica, dice la carta de Santiago, se parece a un hombre que se mira en el espejo, pero enseguida se va y se olvida de cómo es.

Muchos de nuestros planes son como castillos de arena, que se desmoronan y se los lleva el viento, cuando soplan las tormentas.

En cambio, cada vez que tomamos contacto con la Palabra y nos comprometemos en serio, ella nos va otorgando identidad filial y reconciliando con Dios.

Se va convirtiendo en nuestro “alter ego” en nuestro otro yo. “El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás” (Is 50,4-5)

Por esta razón, enamorados de la Palabra manifestada en la Iglesia, somos hombres y mujeres de la Palabra. No tanto porque la proclamemos sino, y sobre todo, porque la escuchamos. Y así nos vamos convirtiendo en iconos vivientes, con la homilía de nuestra vida.

Obedecer es comprometerse con lo que se escucha, es edificar sobre esa Roca que es Cristo.

Los cristianos somos aquellos que humildemente escuchamos La Palabra. Porque la escuchamos la obedecemos, y porque la obedecemos, nos ponemos a servir a nuestros hermanos.

36. San Agustín, Sermón 179,8-9; PL 38,970-971 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1972, i 39).

La Palabra del Señor

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