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SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Оглавление«En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”» Jn 6,51-59
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«… Nuestro Señor Jesucristo, la noche en que fue entregado, tomó el pan después de haber dado gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomen, coman, esto es mi cuerpo”. Y tomando la copa después de haber dado gracias, dijo: “Tomen, beban, eso es mi sangre” (cf. 1 Co 11,23-25). Si él mismo lo pronuncia y dice acerca del pan: “Esto es mi cuerpo”, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él lo asegura y dice: “Esto es mi sangre”, ¿quién dudará alguna vez diciendo que no es su sangre? (…)
Por tanto, con toda certeza participamos del cuerpo y de la sangre de Cristo. En figura de pan se te da el cuerpo y en figura de vino se te da la sangre, para que, habiendo participado del cuerpo y de la sangre de Cristo, llegues a ser de su mismo cuerpo y de su misma sangre. Así también llegamos a ser portadores de Cristo cuando por nuestros miembros se distribuyen su cuerpo y su sangre. Y es por eso que dice san Pedro que somos hechos participantes de la naturaleza divina (2 P 1,4)...
No los tengas entonces como simples pan y vino, porque según la afirmación del Señor se convierten en cuerpo y sangre de Cristo. Si los sentidos te sugieren una cosa, la fe por su parte te convence de otra. No juzgues por el gusto, sino convéncete por la fe sin dejar lugar a ninguna duda, tú que has sido declarado digno del cuerpo y de la sangre de Cristo…
Habiendo aprendido estas cosas y estando convencido de que lo que aparece como pan no es pan, aunque así lo sienta el gusto, sino el cuerpo de Cristo, y que lo que aparece como vino no es vino, aunque lo quiera así el gusto, sino la sangre de Cristo, y que antiguamente David cantaba acerca de esto: El pan fortalece el corazón del hombre, para alegrar el rostro con óleo (Sal 104,15), fortalece tu corazón participando de este pan espiritual, y alegra el rostro de tu alma. “Que teniendo tu rostro descubierto” con una conciencia limpia, y “reflejando como en un espejo” la gloria del Señor, vayas avanzando “de gloria en gloria” (cf. 2 Co 3,18) en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén»27.
PRESENCIA Y PERMANENCIA
La adoración al Santísimo Sacramento forma parte de una antigua tradición de la Iglesia occidental. Cristo se aleja visiblemente de sus discípulos, pero permanece actuando a través del sacramento eucarístico, convirtiendo incesantemente a la humanidad en fraternidad. Hoy como ayer y como lo será mañana, el Cristo de la pascua sigue partiendo su muerte y repartiendo su vida.
A diferencia de los evangelios sinópticos, en que, para relatar la institución de la Eucaristía, utilizan la palabra cuerpo, el evangelio de san Juan prefiere usar de manera realista la palabra carne. Esto nos remite a su prólogo cuando dice que: “La Palabra se hizo carne”.
La insistencia reiterada en los escritos joánicos por el término carne, no es mera coincidencia. Por el contrario, revela la clara intención del evangelista en recalcar que el misterio eucarístico está vinculado íntimamente al misterio de la Encarnación.
Sin desconocer la dimensión sacrificial de la oblación de Cristo, Juan ha querido conducirnos al Padre, que ha comunicado la Vida al mundo a través del don de su Hijo. Por eso, la Eucaristía es el “memorial “de la Encarnación redentora, que alcanza plenitud cuando nos alimentamos de su carne y bebemos de su sangre.
Cristo toma siempre la iniciativa; es el anfitrión que se convierte en alimento de vida. Pero nos pone una única condición: la de compartirlo. No es posible honrar su cuerpo y su sangre, viáticos de inmortalidad, sin una sensibilidad comunitaria que nos induzca a compartir nuestros bienes materiales y espirituales.
En el mundo falta porque a unos pocos les sobra mucho, y no saben o no quieren compartir. Si todos compartiéramos, aunque más no fuera que de nuestra propia pobreza, seguramente alcanzaría y sobraría para muchos.
27. San Cirilo de Jerusalén, IV Catequesis mistagógica, 1. 3. 6. 9 (trad. en: San Cirilo de Jerusalén. Catequesis, Buenos Aires, Eds. Paulinas, 1985, pp. 301-304 [Col. Orígenes cristianos, 2]).