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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

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«Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús» Mt 26,25

«Pedro le dijo: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. Y todos los discípulos dijeron lo mismo» Mt 26,35

«Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron» Mt 26,56

«Pilato sabía bien que lo habían entregado por envidia» Mt 27,18

«Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud diciendo: “Yo no soy responsable de la sangre de este justo. Es asunto de ustedes» Mt 27,24

«Los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él”» Mt 27,41-42

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«(…) Debes creer en la pasión del Señor y confesar que Cristo ha padecido y ha sido crucificado…, según lo predicho por los profetas (ver Is 53,5). Y procura no avergonzarte de la pasión de tu Señor…

Acuérdate siempre de la palabra del Señor: A quien me confiese ante los hombres, también yo lo confesaré ante mi Padre que está en los cielos (Mt 10,32). Y no tienes por qué avergonzarte, si comprendes bajo qué misterios padeció Cristo: padeció no en la divinidad, sino en la carne… Padeció en la carne, como enseña el Apóstol (cf. 1 P 4,1), de modo que de su herida brotase la salvación del género humano, como también lo había predicho el profeta Isaías: Y Él padeció -dijo-, por nuestros pecados y con su herida hemos sanado todos (Is 53,5). Porque Cristo padeció por nuestro pecado, para que se nos diese la justicia.

Padeció bajo Poncio Pilatos… Se te enseña el tiempo de la pasión para que confieses que no ha padecido otro distinto excepto aquél que verdaderamente padeció bajo Poncio Pilato por la salvación del mundo, a saber, Cristo. Pues murió para destruir los derechos de la muerte.

Al tercer día resucitó vivo de entre los muertos, como dice el profeta: Libre de entre los muertos (Sal 88,6). En efecto, la muerte no podía retener a Cristo, que tiene toda la potestad sobre la muerte y sobre la vida»16.

LOS ÚLTIMOS CAPÍTULOS

En el Domingo de Ramos, la liturgia nos presenta una doble vertiente, no siempre bien iluminada y esclarecida entre los fieles que asisten a su celebración. La primera, corresponde a la celebración alegre y festiva de la procesión de los Ramos, y la segunda está representada por la evocación de los grandes temas vinculados con la Pasión; que nos ayudarán a preparar la celebración del Triduo Pascual. Vamos a reflexionar sobre la segunda vertiente.

El tema de las envidias y de los celos por parte de los fariseos, que decidieron matar a Jesús, porque la gente los abandonaba para seguir al Maestro, puede ayudarnos a comprender nuestras actitudes críticas y agresivas frente a la conducta de nuestros hermanos. Con frecuencia, responden a disimulados resentimientos y complejos de superioridad.

El tema de la traición de Judas, nos introduce en un misterio de iniquidad, del que no podemos quedar ajenos. La figura de Judas trasciende lo meramente individual, para asumir una dimensión corporativa. Él va a resultar “el chivo expiatorio” de los discípulos, que poco después van a abandonar y a renegar del Señor, por temor y cobardía.

Tenemos que ser suficientemente sinceros para reconocer nuestra corresponsabilidad, sobre todo, en lo que al pecado de omisión social se refiere.

El tema de la falta de compromiso, está bien reflejado en la persona de Pilatos. A menudo, nuestra búsqueda de la verdad se reduce a una aséptica especulación filosófica o ideológica. Y olvidamos que la Verdad tiene un Nombre, y es el de Cristo. Esa Verdad es la única que nos hará plenamente libres; y cada uno de los cristianos somos portadores de un fragmento de ella.

El tema del Servidor Sufriente, alcanza su sentido pleno en el árbol de la Cruz de Luz. El poder y la gloria que irradia el misterio pascual, está enraizado en el vaciamiento y en el anonadamiento de Jesús, que vino a servir y no a servirse de los demás. Por eso, los cristianos tendríamos que interrogarnos acerca de nuestra vocación de servicio. ¿Podríamos afirmar con convicción y de verdad, que es “porque servimos que existimos”?

16. Nicetas de Remesiana, Instrucción a los competentes. Sobre el Símbolo (trad. en: Nicetas de Remesiana. Catecumenado de Adultos, Madrid, 1992, pp. 83 ss. [Biblioteca de Patrística, 16]).

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