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DOMINGO 4º

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«Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa “Enviado”.

El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?”.

Unos opinaban: “Es el mismo”. “No, respondían otros, es uno que se le parece”. Él decía: “Soy realmente yo”.

El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”.

Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”.

Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?” El hombre respondió: “Es un profeta”. Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?” Y lo echaron.

Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del Hombre?” Él respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?” Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando” Entonces él exclamó: “Creo Señor”, y se postró ante Él» Jn 9,1-41

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«Al ciego de nacimiento el Señor le devolvió la vista no por medio de su palabra, sino por una acción. No lo hizo en vano ni al acaso, sino para mostrar la mano de Dios, la misma que al principio creó al hombre. Por eso, cuando los discípulos le preguntaron por qué motivo el hombre había nacido ciego, si por culpa suya o de sus padres, respondió: “Este no pecó, ni sus padres; sino para que se manifieste en él la acción de Dios” (Jn 9,3). (...)

Porque el Verbo de Dios nos plasma en el vientre, dice Jeremías: Antes de que te plasmara en el seno te conocí, y antes de que salieras del útero te santifiqué, a fin de ponerte como profeta para las naciones (Jr 1,5). Y Pablo escribe algo semejante: Cuando le plugo a aquel que me separó desde el seno de mi madre para que llevara su evangelio a las naciones (Ga 1,15-16). Por tanto, como el Verbo nos plasma en el vientre, el mismo Verbo remodeló los ojos del ciego de nacimiento. Así mostró que, siendo nuestro Plasmador en lo escondido, se manifestaba visiblemente a los seres humanos, a fin de enseñarles cómo antiguamente habían sido modelados en Adán, cómo éste había sido hecho, y qué mano lo había creado, mostrando el todo por la parte: porque el Señor que había formado la vista, es el mismo que plasmó todo el hombre, obedeciendo a la voluntad del Padre.

Y porque el hombre necesitaba el lavado de regeneración en la misma carne plasmada en Adán, después de que el Señor ungió sus ojos con el lodo, le dijo: “Ve a lavarte en Siloé” (Jn 9,7). De este modo le devolvió, al mismo tiempo, lo que le correspondía a la creación y al lavado de la regeneración. Por eso, una vez que se hubo lavado, volvió a ver (Jn 9,7), a fin de que al mismo tiempo conociera a su Creador, y reconociera al Señor que le dio la vida»14.

“EL COLIRIO DE DIOS”

En el ciego de nacimiento está representada la humanidad, sumergida en una oscuridad que solo podrá superar, gracias al paulatino conocimiento de un Cristo iluminador.

Es interesante observar el marcado contraste entre los dos tipos de cegueras. La de los fariseos, y las del ciego de nacimiento.

Los fariseos, aferrados a sus estructuras mentales y racionales, se van encegueciendo progresivamente, impulsados por los celos, las envidias y el rencor; haciéndose partícipes de las obras estériles de las tinieblas. Van así conformando el proceso contra Jesús, que se prolongará a lo largo de los capítulos siguientes del evangelio de san Juan; para desembocar finalmente en la apoteosis de la Pascua.

En la vida espiritual, también nosotros podemos padecer de una miopía espiritual, que nos impide contemplar desde la fe, los signos que realiza el Señor en nuestros hermanos. Esta miopía del corazón, afecta a todos aquellos que, partiendo de un esquema racional lleno de prejuicios, miran desde lejos, más con la cabeza que con el corazón.

Al contrario, el ciego de nacimiento, es iluminado por Cristo: “Luz del mundo”. Solo él puede curar nuestras cegueras; muchas de ellas arrastradas de generación en generación... “Que tu luz nos haga ver la luz” (Sal 36,9).

Por el sacramento de la Palabra y el sacramento del Agua, y en un proceso progresivo, Jesús se nos irá revelando y nosotros lo iremos reconociendo. Atravesando el umbral de la noche, viviremos como hijos de la luz: en la bondad, en la justicia y en la verdad.

Cristo se habrá comportado entonces como: “el Colirio de Dios”. Ungiendo nuestros ojos, nos hará recuperar la visión de una fe oscurecida. “Señor tú eres mi lámpara; Dios mío, tu alumbras mis tinieblas” (Sal 18,29).

14. Ireneo de Lyon, Contra los herejes, V,15,2. 3 (trad. en: San Ireneo de Lyon. Contra los Herejes. Exposición y refutación de la falsa gnosis, Lima, Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, 2000, pp. 415-416 [Revista Teológica Límense. Vol. 34 – N° 1/2]).

La Palabra del Señor

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