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OCTAVA DE NAVIDAD

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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

«En aquel tiempo, los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.

Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción» Lc 2,16-21

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«El nacimiento de Cristo no ocurre por necesidad, sino por el poder de Dios... Es el sacramento de su amor que restablece la salud de los hombres.

El que hizo nacer al hombre de una tierra virgen, hizo, con su propio nacimiento, nacer un hombre de un cuerpo inmaculado. La mano que había tomado barro para modelarnos quiso tomar ella misma carne para renovarnos. Que el Creador esté en la criatura y Dios en la carne, es un honor para la criatura sin ser una vergüenza para el Creador. ¿Por qué, oh hombre, tienes tan poco valor a tus ojos, siendo de tanto precio a los ojos de Dios? ¿Por qué investigar de qué materia procedes y no el sentido de tu existencia? Toda esta morada del mundo que contemplas, ¿no ha sido construida para ti? Para ti, la luz rechaza las tinieblas que te rodean, modera la noche y mide el día. Para ti el cielo se ilumina con la variada claridad del sol, de la luna y de las estrellas. Para ti, la tierra se esmalta de flores, los bosques de frutos. Para ti fue creada en el aire, en los campos y en el agua una multiplicidad hermosa y admirable de seres vivientes...

Y, sin embargo, el Creador encuentra todavía con qué aumentar tu gloria. Imprime en ti su imagen para que esta imagen visible manifieste por toda la tierra la presencia del Creador invisible; te ha concedido su lugar en este mundo terrestre para que el vasto dominio de este mundo no se vea privado de un representante del Señor...»8.

MADRE DEL SEÑOR Y REINA DE LA PAZ

Cierta espiritualidad mariana, ha enfatizado de manera machacona y unilateral, la virginidad de María, sin completarla y enriquecerla con el título máximo que le otorga la iglesia, es decir la de Madre de Dios.

En el plano humano, toda criatura nace virgen, pero esa virginidad está en función de algo y de alguien. Ese algo es el matrimonio y ese alguien es la persona amada. Por tanto, con el matrimonio la virginidad no se pierde, sino culmina y se realiza plenamente.

Si la virginidad está habitualmente abocada al matrimonio. El matrimonio lo está en función de la maternidad, en donde fructifica. La virginidad sin matrimonio puede resultar frustrante; el matrimonio sin fecundidad, suele ser signo de esterilidad.

Análogamente en el plano de la fe, la Virgen María, cubierta por el manto del Espíritu, quedó grávida de Cristo. Llegando a ser la Madre del Señor y Madre de la Iglesia. Dice san Agustín: “Imita a María, que alumbró al Señor. ¿No era virgen María, y dio a luz, permaneciendo virgen? Así también la iglesia da a luz y es virgen. Y si lo consideras bien, da a luz al mismo Cristo, pues los que nos bautizamos somos miembros suyos”.

Celebrando a María en el misterio de su maternidad, en este primer día del Año Nuevo, no debemos olvidar otra advocación mariana, vinculada con el tema de la jornada mundial de oración por la paz del mundo. Es el de María Reina de la Paz, que conmemoramos el 24 de enero de cada año.

Sabemos que el fruto de la justicia es la paz. Ser constructores de la paz, significa convertirnos a Cristo nuestra paz, el Hijo de María y el Príncipe de la Paz.

8. San Pedro Crisólogo, Sermón 148; PL 52,596-598 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1973, B 19).

La Palabra del Señor

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