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DOMINGO 3º
Оглавление«En aquel tiempo Juan el Bautista, oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no seré ocasión de escándalo!”.
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud diciendo: “¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: ‘Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino’.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”» Mt 11,2-11
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«¿Qué es lo que salieron a ver en el desierto? ¿Alguna caña que a todo viento se mueve? Lo cual insinuó, no, claro está, afirmándolo, sino negándolo. En efecto, en cuanto se levanta el viento, inclina la caña hacia el otro lado. ¿Y qué se significa por la caña sino el espíritu carnal, que, apenas le toca el favor o la detracción, en seguida se inclina a una o a la otra parte?; pues, si de la boca de los hombres sopla el viento del favor, se alegra y se engríe y totalmente se inclina como dispuesto al favor; pero, si de donde venía el viento de la alabanza surgiera el de la detracción, en seguida le inclina, como a la parte contraria, a la violencia del furor.
Pero Juan no era una caña movida por el viento, porque ni le ablandaba favor alguno ni le hacía duro la injuria de cualquiera detracción; ni lo próspero lograba envanecerle, ni abatirle la adversidad; no era, pues, una caña movida por el viento, Juan, a quien no desviaba de la rectitud de su vida variedad alguna de las cosas.
Aprendamos nosotros a no ser cañas agitadas por el viento; consolidemos el ánimo, expuesto .al viento de las lenguas; manténgase inflexible la firmeza del alma; no nos excite a ira detracción alguna, ni favor alguno nos incline a dispensar una gracia inútil; no nos engría la prosperidad, ni la adversidad nos conturbe; de suerte que los que estamos asentados en la solidez de la fe, jamás nos movamos por el cambio de las cosas pasajeras»3.
EL MENSAJE DE JUAN EL BAUTISTA
Juan el Precursor fue un auténtico “fronterizo”. Pasó su vida en la frontera del desierto, en los límites con la Palestina, al borde del río Jordán, y conformando una geografía espiritual. Desde ella bautizaba y llamaba con insistencia a la conversión del corazón.
Juan el Bautista fue un hombre humilde, y por eso fue un hombre veraz. Era la Voz que proclamaba verdades. Dijo la verdad sobre Cristo, la verdad acerca de él, y les dijo la verdad a los hombres necesitados de ella. ¡Y esto le costó la cabeza!
Cristo en cambio fue, es y será, la Palabra de Vida, anunciada a una humanidad vocinglera, saturada con voces vacías de contenido. Él vino a darle sentido a un mundo que había perdido la alegría de la esperanza.
Por eso, el tema de la Buena Noticia impregna el tiempo del Adviento, que está dedicado a actualizar la alegría de la salvación.
De este mensaje, fue Juan el Precursor, el portavoz. Anunciando el cambio de rumbo de la historia de la gran familia humana, que no encontraba salida.
Cuando en un hogar se está esperando un nacimiento, todos están atentos y contentos. Y en un clima de alegría serena y respetuosa, se rodea y se festeja a la que está por ser madre.
De igual modo, la iglesia en los inicios de este nuevo milenio, fija la mirada en Cristo, el esperado, no deja de contemplar sonriente y expectante a María, la agraciada, la tierra de Dios, la grávida de Cristo.
3. San Gregorio Magno, Homilías sobre los evangelios, I,6,2 (trad. en: Obras de san Gregorio Magno, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1958, p. 557 [BAC 170]).