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TIEMPO DURANTE EL AÑO DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
Оглавление«En aquel tiempo Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: “Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que vienes a mi encuentro!” Pero Jesús le respondió: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo”. Y Juan se lo permitió.
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: ‘Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección’» Mt 3,13-17
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«El Señor Jesús ha venido hoy a recibir el bautismo. Ha querido lavar su cuerpo con el agua del Jordán. Quizá alguno diga: “¿Por qué quiso ser bautizado, él que era Santo?”. Cristo se bautiza, no para ser santificado por las aguas, sino para santificar él las aguas y purificar con su acción personal las olas que toca. Se trata más bien de la consagración del agua que de la consagración de Cristo. Desde el momento en que Cristo se lavó, todas las aguas se volvieron puras con vistas a nuestro bautismo. Así quedó purificada la fuente para que se otorgara la gracia a los pueblos que vendrían después. Cristo va el primero al bautismo para que los pueblos cristianos le sigan sin vacilar.
Aquí se vislumbra el misterio. ¿No fue la columna de fuego por delante a través de todo el Mar Rojo para animar a los hijos de Israel a que la siguiesen? Atravesó la primera las aguas para abrir camino a los que la seguían. Según el testimonio del Apóstol (cf. 1 Co 10,1 ss.), este acontecimiento fue una figura anticipada del bautismo. Se trataba sin duda de una especie de bautismo en el que los hombres estaban cubiertos por la nube y llevados por las aguas. Todo esto se ha cumplido en Cristo nuestro Señor, que ahora precede en el bautismo a todos los pueblos cristianos en la columna de su cuerpo, lo mismo que había precedido a los hijos de Israel a través del mar en la columna de fuego. La misma columna que en otro tiempo esclareció los ojos de los caminantes, ilumina ahora el corazón de los creyentes. Entonces trazó sobre las olas una ruta firme; ahora vigoriza en este baño los pasos de la fe. Quien marcha con fe, sin titubear, lo mismo que los hijos de Israel, no temerá en absoluto la persecución de los egipcios»28.
POR ÉL, CON ÉL, Y EN ÉL
La humanidad desde hace tiempo y a lo lejos, se muestra portadora de algo así como una “rayadura de fábrica”. Con óptica teológica, podríamos definirla como el pecado original.
El pecado original se caracteriza por la inclinación a buscar lo que nos gusta, realizando lo que no debemos.
En este contexto de pecado habrá que situar el bautismo del Señor, que ajeno al pecado vino a borrarlo, padeciendo por nosotros un bautismo de sangre. “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva”.
Es en el bautismo de Jesús que se manifiesta claramente la pedagogía de la salvación en perspectiva trinitaria. Contemplamos en el Jordán la solemne “presentación en sociedad” de las tres Personas divinas; y escuchamos la proclamación oficial de Cristo como el enviado y el ungido del Espíritu, que pasará por el mundo haciendo el bien.
En el misterio pascual de la muerte y de la resurrección del Señor, adquiere su sentido nuestro propio bautismo. Es por él, con él y en él, que los cristianos recibimos el carnet de identidad de hijos de Dios y la garantía de una vida inmortal.
Podemos entonces profesar con convicción, nuestra fe en un Dios que como Padre nos da la vida; por su Hijo carga con nuestra salvación; y en su Espíritu nos besa con el fuego de su Amor.
28. San Máximo de Turín, Sermón para la fiesta de Epifanía; CCL 23,398-400 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1971, C 4).