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DOMINGO 7º

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«Dijo Jesús a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace el mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

Ustedes han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario?

¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”» Mt 5,38-48

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«¿Hay algo sobre lo que el Señor haya insistido tanto a sus discípulos, algo entre sus saludables avisos y celestiales preceptos, cuya guarda y custodia haya inculcado tanto como que nos amemos mutuamente también nosotros con el mismo amor con que Él mismo amó a sus discípulos? Y ¿cómo va a conservar la paz y la caridad del Señor quien, a causa de la envidia, no consigue ser ni pacífico ni amable? (…)

No podemos ser portadores de la imagen del hombre celestial si no nos asemejamos a Cristo desde los comienzos de nuestra vida espiritual. Lo cual implica dejar de ser lo que habías sido y comenzar a ser lo que no eras, para que en ti brille el nacimiento divino, para que tu conducta deífica corresponda a un hijo de Dios, que es tu Padre; para que en tu modo de vivir digno y encomiable sea Dios glorificado. Es Dios mismo quien nos exhorta y nos estimula a ello, prometiendo reciprocidad a quienes lo glorifican. Dice, en efecto: “Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian” (1 S 2,30). Y para formarnos y prepararnos a esta glorificación, y para mostrarnos cómo hemos de asemejarnos a Dios Padre, nos dice en su Evangelio: “Han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’. Yo, en cambio, les digo: ‘Amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen’. Así serán hijos de su Padre que está en el cielo” (Mt 5,43-45)»34.

UN HOMBRE EVANGÉLICO

Vino a visitarme anímicamente destrozado. Era un muchacho de unos 26 años que trabajaba cerca de nosotros.

Hacía un par de años que vivía en pareja con una chica. El año pasado, ella había quedado embarazada y había tenido un varoncito que era la alegría de Gustavo.

Pero esta alegría se había transformado súbitamente en lágrimas de bronca e impotencia, al enterarse de que él no era el padre de la criatura. ¡Y ella se lo había reconocido!

En un primer momento pensó recurrir a cualquier tipo de violencia, pero por el bebé, optó por enviarlos a los dos a la casita de los padres de la muchacha.

Estaba desesperado por la traición, pero reconocía que la seguía queriendo, y aunque no era su hijo, adoraba al crío.

Pasaron varios meses, hasta que al fin se decidió a hablar con el padre de la criatura, que tenía su propia familia. Este le respondió que no pensaba dejar a su esposa ni a sus hijos, y menos aún reconocer al niño adulterino.

Gustavo ese día respiró hondo y dio un gran suspiro de alivio…

Años después, vino a visitarnos, feliz de haberse reconciliado con su pareja y de haber recuperado el chico de cinco años a quien tanto quería.

34. San Cipriano de Cartago, Sobre los celos y la envidia, 12. 14-15 (Obras de San Cipriano, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1964, pp. 325. 327 [BAC 241]).

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