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Restauración espiritual: particularidades

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Hasta aquí hemos estado planteando el tema de la restauración de una persona en términos generales para que pueda pasar de la condenación a la salvación eterna. Ahora bien, ¿los mismos principios y procesos se aplican al creyente en su existencia cotidiana? Es decir, ahora que somos una nueva creación, ¿cómo se restaura cuando hay tropiezos?

El pueblo de Israel tuvo que ser continuamente amonestado para volverse a Dios. Los profetas desarrollaron este ministerio de confrontación con el pueblo. Solo tenemos que repasar el libro del profeta Jeremías o los profetas menores para detectar el trabajo incansable de los siervos de Dios. El devenir de la historia coincidía a lo largo de los siglos: el pueblo desobedecía y Dios les enviaba uno de sus profetas; si el pueblo escuchaba y se volvía a Dios, había bendición; de lo contrario, las consecuencias serían perniciosas. No obstante, siempre había una nota de esperanza en el mensaje profético que se fundamentaba en la misericordia de Dios.

Cuando nos acercamos al Nuevo Testamento, ocurre algo similar, pero es más personalizado en la vida de las comunidades cristianas que tenían que recibir amplia enseñanza y amonestación de los apóstoles, ya que, en muchos casos, su manera de vivir no correspondía a la nueva creación. Habían nacido de nuevo, pero no habían comprendido, todavía, que tenía que haber una coherencia entre la nueva vida y la conducta que corresponde a los hijos de Dios. Solo tenemos que leer las cartas del Nuevo Testamento para ver lo que ocurría.

En otras ocasiones, la amonestación es más personalizada. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribe a los corintios por un caso de inmoralidad (1 Cor 5). Hay, incluso, casos de confrontación, como el del apóstol Pedro por parte de Pablo (Gal 2.11) o el de Diótrefes (3 Jn 9) del que se dice que le gusta tener el primer lugar.

En definitiva, a pesar de que formamos parte de la nueva creación, la amonestación parece necesaria en el pueblo de Dios, tanto en tiempos pasados, como en los momentos presentes.

El otro concepto que planteábamos antes, también es pertinente aquí: las consecuencias negativas de nuestros actos, ¿dejan una huella permanente en el creyente cuando es restaurado?

A priori, podemos decir que las consecuencias negativas de nuestros actos permanecen, pero pueden ser atenuadas por la acción misericordiosa de Dios y de la Comunidad Cristiana.

Pongamos un ejemplo que, además, se menciona en el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo escribe: El que hurtaba (, participio presente) no hurte (, imperativo presente) más (Ef 4.28). Da la impresión que esa situación se daba en los inicios de la Iglesia. Si un miembro de la Comunidad hurta, es confrontado y restaurado, ¿dejará alguna huella en él mismo y en las relaciones con los demás miembros de la iglesia? Una respuesta improvisada nos empujaría a decir que sí, sin ningún tipo de duda. Una mente reflexiva, seguramente, nos ayudará a matizar esa respuesta. Las relaciones quedan dañadas, pero, como nos enseña la Escritura, el amor cubre (, presente de indicativo) multitud de pecados (1 P 4.8). Santiago (5.20) expresa algo similar en futuro (, futuro indicativo). Estableciendo un paralelismo entre la vida física y la espiritual, cuando hay daño (una herida), queda una cicatriz y eso significa que ha habido sanidad, curación, restauración.

A todo lo anterior, tendríamos que sumar la práctica del perdón en la Iglesia que es consecuencia del arrepentimiento y la confesión. Solo tenemos que pensar cómo nos trata Dios a pesar de nuestros pecados: No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados (Sal 103.10).

Consejería de la persona: Restaurar desde la comunidad cristiana

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