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2. La búsqueda de lo común

En 1807, quien fuera amigo de Robert Emmet en la universidad, el poeta romántico Thomas Moore, expresó también nostalgia y soledad con la metáfora de la rosa, tras el fracaso del proyecto revolucionario de Emmet:

Es la última rosa del verano

florecida en soledad;

todas sus hermosas compañeras

están marchitas e idas;

ninguna flor pariente suya,

ningún capullo cercano

que refleje sus sonrojos,

o suspire con sus suspiros[1].

El sentimiento es fuerte, y el dolor, palpable. Emmet es una flor. La expresión estética de la historia puede ser un problema. El símbolo, la rosa, no nos conduce a los principios por los que él murió. El efecto poético está alimentado por el silencio o el aislamiento. Contemplando el poema, la muerte de Despard y Emmet en 1803, y la aparición de la rosa en el camino de sirga en 2000, no pude sino sonrojarme, suspirar, y volver a mi búsqueda, que había dejado ya de estar fusionada con la rosa del sendero.

Aunque no pertenecía a la Sociedad de los Irlandeses Unidos, Moore se convirtió en un poeta romántico nacional que tradujo al inglés las canciones irlandesas del Festival de Arpa de Belfast celebrado de 1793, en el proceso de convertir lo que era de espíritu indígena y salvaje en elegancia literaria urbana. En referencia a Emmet, escribió directamente lo siguiente:

¡Oh! No susurréis su nombre, dejadlo dormir a la sombra,

donde frías y sin honores yacen sus reliquias:

tristes, silentes y oscuras serán las lágrimas que derramemos,

como el rocío nocturno caído en la hierba que cubre su cabeza[2].

El silencio persiste. En palabras memorizadas por el joven Abraham Lincoln, comprensivas con las cuitas de los irlandeses, y conmemoradas por W. B. Yeats y en los corazones de los irlandeses, Robert Emmet habló a la conclusión de su juicio, por encima de las interrupciones intimidatorias del juez:

Me dirijo ahora a mi tumba fría y silenciosa, la lámpara de mi vida está casi extinta, mi carrera ha terminado, la tumba se abre para recibirme y yo me hundo en su seno. En mi partida, solo tengo una cosa que pedirle al mundo. Es la caridad de su silencio, que ningún hombre escriba mi epitafio, porque ningún hombre que conozca mis motivos se atreverá a reivindicarlos, no sea que el prejuicio o la ignorancia los pongan en entredicho, dejadnos a ellos y a mí reposar en la oscuridad y en paz y que mi tumba permanezca sin inscripciones, hasta que otros tiempos y otros hombres puedan hacerle justicia a mi carácter; cuando mi país ocupe su lugar entre las naciones de la Tierra, entonces, solo entonces, podrá escribirse mi epitafio[3].

Hay dos tipos de silencio. El silencio real que cayó sobre Catherine y los cientos de personas que perecieron con Emmet en Dublín, y los siete que perecieron con Despard en Londres. Es el silencio, la tumba sin inscripciones, los restos desconocidos que Catherine comparte con Robert Emmet. Y existe otro tipo de silencio, el silencio astuto de Emmet, que canta con elocuencia a través del abismo del tiempo.

Cloncurry se estableció en Lyons. Se convirtió en terrateniente reformador, magistrado y consejero del Gran Canal, cuyo consejo directivo presidió tres veces. Era un terrateniente paternalista que desplegaba hospitalidad. Nunca dejó de drenar, construir, plantar y cultivar la heredad.

Newcastle era un distrito atribulado. Las franjas de cultivo de la agricultura medieval fueron agrupadas y los campos cercados por la Ley de Cercamientos de 1818, comenzando así «el reinado del buey». Todavía hoy, varios terrenos siguen calificados como «comunales» en el mapa del servicio de cartografía. Escribiendo sus memorias en 1848, el año más devastador de enfermedad y hambre en la historia de Irlanda, Cloncurry no podía recordar con triunfalismo los principios revolucionarios de 1798.

Las esclusas de los canales eran puntos conflictivos, en los que las tensiones podían inflamarse con facilidad por, pongamos, unas vacas pastando en el camino de sirga o un árbol talado para la fiesta de los Mayos. Los vigilantes de las esclusas iban armados. La esclusa doble número 13 del canal en Lyons era uno de esos puntos de ignición. El canal era objeto de ataques nocturnos por parte de los campesinos, que temían la exportación de sus alimentos a Dublín[4]. Con él se asociaban los precios elevados, la escasez, y en último término el hambre. En 1812 sufrió fisuras maliciosas. En 1814, un «tipo que se llamaba a sí mismo Capitán Sinmiedo o Instigador» hundió varios barcos de harina[5]. El mapa del servicio de cartografía de 1838 muestra que allí se había construido un molino (del que se conservan vestigios), y en el mapa hay anotada una comisaría de policía.

En 1803, año de la muerte de Despard, Lyons House fue invadida y saqueada. Uno de los arrendatarios dirigió una gran fuerza militar para registrar la casa en busca de armas escondidas o para capturar a los heridos en la insurrección de Emmet que había tenido lugar en julio. «La casa estaba, en aquel momento, en manos de los jornaleros, y tenía todas las habitaciones abiertas excepto la biblioteca, que él forzó, y robó una cantidad de documentos, tres o cuatro escopetas de caza, alguna armadura antigua, y una tetera de plata.» Años después, Cloncurry minimizó la violencia, diciendo que había sido «perpetrada por un pequeño propietario que buscaba el favor de Castle…». Felix Rourke, uno de los lugartenientes de Emmet, fue ahorcado en Rathcoole, su lugar de nacimiento, el 12 de septiembre de 1803[6].

Lyons linda con la heredad de Newcastle, que limita con Rathcoole al sur. Desde allí cabalgó el 19 de febrero de 1804, casi en el aniversario de la ejecución de Despard, el capitán Clinch con dos soldados para atacar la casa de Darby Doyle, en Athgoe, la colina adyacente a Lyons, y detener a sus hijos y a un marinero que trabajaba en la casa. Liderando la caballería local con una compañía a pie, Clinch detuvo a todos excepto al propio Doyle, que escapó corriendo desnudo a Lyons, escaló el muro, y pasó la noche en la nieve descalzo y sin medias. La noche siguiente se refugió en casa de un amigo. Son personas como él, fugitivos, quienes más tarde se unirán a los insurgentes en los montes Wicklow a las órdenes de Michael Dwyer, tras la rebelión de 1798[7]. En cuanto a Clinch, años después fue llevado ante Cloncurry, que ejercía de magistrado, en una disputa salarial por no pagar los salarios del segador.

Una aldea fue quemada aquí un siglo y medio antes, durante las guerras de 1641. La iglesia católica fue destruida y reconstruida con menor tamaño y convertida en iglesia anglicana, St. Finian’s. Jim Tancred me enseñó el banco familiar de Cloncurry: «Aquí debió de sentarse Catherine», dijo. En el libro de la sacristía vimos que en 1800 alguien había robado una sobrepelliz, valorada en 1 libra, dos chelines y nueve peniques, cuyo tejido quizá se utilizara para confeccionarle un uniforme a un miembro de los Irlandeses Unidos. Sentado en su banco familiar y mirando por encima de las velas rojas y el acebo al exterior, a través de la ventana que hay detrás del altar, se pueden observar los arcos que en otro tiempo sostuvieron el tejado de la iglesia católica. El geógrafo E. Estyn Evans describió la cultura de la townland irlandesa como «descuidada». El historiador Robert Scally aplicó el concepto «descuidado» al conflicto entre una geometría de la tierra privatizada, numerada y gráfica, y la economía oral y moral de la gente, a menudo ajena tanto a los zapatos como a los sombreros, y que habitaba viviendas «en las que rezumaba hollín de arriba y cieno de abajo», por citar a Brian Merriman, el poeta de la escuela no anglicana en el condado de Clare. Medían la tierra por los usos humanos, como, por ejemplo, «hierba para una vaca»[8]. Observando fijamente las piedras, prueba de la victoria del protestantismo inglés, y mirando suficiente tiempo por la ventana, se pueden hallar pruebas graníticas de la iglesia católica.

Cuando visité las ruinas de un viejo castillo y la decrépita iglesia parroquial, con la nave y el presbiterio cubiertos de hiedras, parecía que los escombros, este bricolaje de tiempos pasados –barandilla de hierro victoriana; troncos de madera; piedras de castillos de la Reforma, ingleses antiguos y gaélicos– se hubieran convertido en mausoleo funerario familiar (fig. 3). Jim Tancred me guio hasta la bóveda funeraria de los Cloncurry. Necesitó llaves y martillo para abrir la verja cerrada con candado y soltar sus bisagras oxidadas, y se rio por un chiste macabro contado inmediatamente antes de abrirla. Se trataba definitivamente de una experiencia «gótica» y mi guía era perfectamente consciente de la situación. ¿Estaba Ca­the­rine a punto de convertirse en un relato de fantasmas?


Figura 3. Interior del mausoleo de los Cloncurry en Lyons, condado de Kildare. Foto del autor.

El Gótico estaba de moda en tiempos de Catherine, no el medievalismo ensalzado por William Morris sino el arte nacido de fuerzas sumergidas e inconscientes, el reconocimiento de lo desconocido, la sensación de que la muerte no era el fin de la historia. La de Catherine fue una época de terrores. Por mucho que Edmund Burke los encontrara «sublimes», eran sanguinarios –genocidas– y dieron lugar a la imaginación gótica[9]. El modo gótico dominó la dramaturgia londinense durante la década de 1790. Presentimiento y miedo eran los estados de ánimo; lo misterioso y lo inconsciente eran la energía; el espectro y el fantasma eran los recursos estilísticos; y la cárcel o el castillo, los escenarios. Era la forma artística de la represión por excelencia. La risa de Jim Tancred ayudó a descargar nuestros miedos, de modo que quitándome las telarañas de la cara y dejando que mis ojos se ajustaran a la escasa luz, entré en la sepultura. Abundaban los ataúdes, las inscripciones y el polvo, pero no había ninguna prueba física de Catherine Despard. ¿Había sido una búsqueda vana? La memoria histórica puede empezar con vestigios y huesos, pero no es una ciencia mortuoria.

Los Irlandeses Unidos del distrito combatieron y sufrieron la muerte en el patíbulo: John Clinch fue ahorcado en Dublín en 1798; Felix Rourke, zapatero y aliado de Edward Fitzgerald, en septiembre de 1803; y James Harold huyó en 1798, convertido en parte de una diáspora planetaria que en su caso incluyó Australia, Río de Janeiro y Filadelfia. A unas millas de Lyons, en Rathcoffey, Hamilton Rowan tenía una imprenta con la que publicó el primer panfleto de los Irlandeses Unidos, el primero de 1793. Se oponía a la declaración de guerra contra la Revolución francesa. Que los nobles sean los primeros en sufrir, pero «por desgracia mis pobres paisanos, ¿cuánta calamidad os espera antes de que un solo plato o un vaso de vino se retire de las mesas de la opulencia?». Y continúa:

Dejad que otros hablen de gloria. Dejad que otros celebren héroes que inundarán el mundo de sangre: en mis oídos seguirán resonando las palabras de los pobres obreros.

No queremos caridad.

Queremos trabajo.

Tenemos hambre. ¿Para qué? ¿Una guerra?[10].

Un historiador local de hoy escribe: «La encrucijada de Lyons fue una de las guaridas del perro negro que parece haber estado emparentado con el perro de la mitología griega que guardaba el inframundo»[11]. Catherine entró en una especie de inframundo: no completamente criminal, no completamente guerrillero. Pasó a formar parte de una red clandestina de apoyo a los planes de Robert Emmet. En julio de 1803, un zapatero apellidado Lyons, emparentado con Cloncurry, fue acusado de trasladar a diez personas a Dublín para apoyar la rebelión de Emmet. Debía impedir que el coche correo atravesara Kildare[12]. La señal para el país era el coche parado. El plan de Despard en Londres era el mismo que el de Emmet en el verano de 1803.

Mientras paseaba por la finca de Lyons House, en ese momento propiedad del director gerente de Ryanair, no fue fácil encontrar indicios de los terrenos comunales existentes doscientos años antes. En la década de 1790, la privatización de la propiedad se intensificó, convirtiéndose en cuestión de vida y muerte. Los defensores eran campesinos católicos, cuya insurgencia en 1795 pretendía defender la tierra, los bienes comunales y la comunidad contra los intrusos y los escuadrones de la muerte promovidos por la gentry imperialista en alianza con la Orden de Orange. Uno de esos defensores era Lawrence O’Connor, maestro del vecindario de Lyons. Declarado culpable de juramentar a un soldado, fue ahorcado en 1795. Explicó el significado de los tres términos de este juramento –amor, libertad y lealtad– como sigue:

Por amor debía entenderse ese afecto que el rico debería mostrar al pobre en su aflicción y necesidad, pero que le negaba… Libertad significaba esa libertad que todo pobre tiene derecho a usar cuando está oprimido por el rico, de presentarse ante él y quejarse de sus sufrimientos; pero el pobre de este país no tenía ese derecho a la libertad… La lealtad la definía como esa unión que subsistía entre los pobres –él murió por esa lealtad– significaba que los pobres que formaban la fraternidad a la que él pertenecía se apoyarían unos a otros[13].

Las piedras del cementerio no habían logrado ser más duraderas, pensé, que estas palabras. El secretario principal para Irlanda, William Wickham (1802-1804) confirmó esta definición de «lealtad» como solidaridad obrera como cuando escribió, en referencia a la insurrección de Emmet, que sus principales activistas eran «todos operarios mecánicos, u obreros del orden más bajo de la sociedad… que si alguien o varios de los órdenes más elevados de la sociedad hubieran estado relacionados, habrían divulgado la trama para obtener beneficio»[14]. En cuanto a la libertad, su sentido aquí está estrechamente relacionado con el derecho a resistir contra la injusticia de clase. El amor significa esa justicia en acción. Podríamos llamarla justicia restauradora o reparaciones.

No contrapongo una interpretación materialista o arqueológica de la historia a una interpretación idealista y documental. Cada una tiene su estética, así como su verdad. La búsqueda de la sepultura de Catherine me condujo a la continuidad de ideas, no a un callejón sin salida. Aunque no encontré la tumba, sí algunas expresiones de las causas por las que ella vivió. El silencio se había roto. Estos significados de las palabras amor, libertad y lealtad expresan ideales de igualdad en una época revolucionaria, surgidos de prácticas reales. Ayudan a explicar por qué la relación entre Ned y Kate fue una historia de amor. Para desarrollar estas ideas, para entender de hecho las revoluciones y contrarrevoluciones de la década de 1790 con sus orígenes del racismo, su imposición de los cercamientos, y la génesis del comunismo a partir de lo común, debemos volver a la historia del esposo de Catherine, Edward.

[1] T. Moore, «The Last Rose of Summer», The Poetical Works of Thomas Moore, Boston, 1856.

[2] Ibid., «Oh! Breathe Not His Name».

[3] El discurso, con una descripción completa de sus orígenes publicados, está reimpreso en S. Deane, A. Carpenter y J. Williams (eds.), The Field Day Anthology of Irish Writing, Derry, 1991, vol. I, pp. 933-939.

[4] E. Thompson, «The Moral Economy of the English Crowd», en Customs in Common, Londres, 1991.

[5] R. Delany, The Grand Canal of Ireland, Dublín, 1995, p. 77.

[6] R. O’Donnell, Robert Emmet, Dublín, 2003, vol. 2, p. 151.

[7] R. O’Donnell (ed.), Insurgent Wicklow 1798: The Story as Written by Luke Cullen, Wicklow, 1998.

[8] R. J. Scally, The End of Hidden Ireland: Rebellion, Famine, and Emigration, Londres, 1995, pp. 13-16; E. E. Evans, The Personality of Ireland, Oxford, 1995.

[9] E. Burke, A Philosophical Enquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and Beautiful, Londres, 1756.

[10] K. Whelan, «Events and Personalities in the History of Newcastle, 1600-1850», en P. O’Sullivan (ed.), Newcastle Lyons. A Parish of the Pale, Dublín, 1986.

[11] M. J. Kelly, «History of Lyons Estate», en ibid

[12] Esta es la declaración jurada de Carter Connolly, maestro en Maynooth. Rebellion Papers, 620/1/129/5, Archivos Nacionales de Irlanda.

[13] J. Brady, «Lawrence O’Connor: A Meath Schoolmaster», Irish Ecclesiastical Record, vol. 49, 1937, pp. 281-287.

[14] R. O’Donnell, cit., p. 169.

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