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Оглавление6. El Antropoceno y los estadios de la historia
Los historiadores han llamado a esta época la gran transformación, la Revolución industrial, la gran divergencia, la era de las revoluciones democráticas, la era napoleónica, la era de Paine, la era de la revolución. Escriben manteniendo un sentido de continuidad con nuestro tiempo; sus temas son los nuestros; formamos parte de la misma época. A veces sus títulos no expresan el periodo, sino la acción: así «La mecanización toma el mando» o «Haciendo la clase obrera inglesa»[1]. La máquina se aplica a muchas empresas humanas y se usa como metáfora; de igual modo, «hacer» hace referencia tanto a la producción como a la interpretación, o a la base y a la superestructura. La «máquina» sugiere predictibilidad y determinismo; «hacer» sugiere sorpresas y voluntarismo.
En The Prelude (1805), los impactantes versos de Wordsworth sobre la Revolución francesa, cuando «la naturaleza humana parecía renacer», hacen referencia a todo el mundo, y a su remodelación:
[…] el dócil y el idealista
encontraron ambos los ayudantes ansiados,
y material a mano, tan plástico como desearan,
fueron llamados a ejercer su destreza,
¡no en Utopía, en campos soterrados,
ni en alguna isla secreta, de sabe Dios dónde!
sino en el mismísimo mundo, que es el mundo
de todos nosotros, ¡el lugar donde al final
hallamos o no nuestra felicidad![2].
Aplicar el término «idealista» a Despard, descendiente de terratenientes, y el de «dócil» a Catherine, descendiente de esclavos, es aceptar los estereotipos del hombre militar y la mujer auxiliar. Aun así, descubriremos que los versos de Wordsworth describen adecuadamente el proyecto de ambos.
Edward y Catherine Despard conspiraron en el vientre de la bestia del recientemente llamado Reino Unido. La bestia en cuyo vientre se hallaban era imperial, tenía hambre de mundo. Pero el mundo ya estaba devolviendo el golpe. Él, un irlandés, fue ahorcado y decapitado por traidor el 21 de febrero de 1803, y ella, una mujer afroamericana, desapareció en la clandestinidad de los Irlandeses Unidos, en el condado de Kildare. Aunque su conspiración tiene una verdadera importancia para la historia británica, ya que forma la tradición soterrada o ilegal, y aunque él fue un líder destacado de la revolucionaria Sociedad de Irlandeses Unidos, las últimas palabras que salieron de sus labios no expresaron sentimientos de patriotismo irlandés ni de lucha de clases inglesa, sino de solidaridad con los oprimidos en nombre de «la raza humana».
Antropoceno es un término técnico usado en geología que llama la atención sobre un cierto momento en el tiempo, el paso del siglo XVIII al XIX. El término combina una nueva unidad cronológica, cuyos temidos efectos en el siglo XXI incluyen la extinción de especies, acidificación oceánica, desertización y calentamiento planetario. Sabemos por las pruebas glaciológicas que la concentración en la atmósfera de «gases de efecto invernadero», tales como el CO2 o el CH4, comenzó a producirse en 1800. Un grupo de geólogos escribió: «Sugerimos, por lo tanto, que el año 1800 d.C. podría escogerse razonablemente como comienzo del Antropoceno»[3]. Estos cambios empezaron con la Revolución industrial. En algunos aspectos, el término Antropoceno es paralelo, o incluso sinónimo, al anterior, pero mientras que revolución industrial era una expresión de un campo discursivo de progreso más amplio, el Antropoceno presagia la catástrofe.
Desde el punto de vista de la geopolítica, el año 1802 contempló una coyuntura de acontecimientos que incluyó 1) la derrota de una república irlandesa independiente, con la formación del Reino Unido en 1801; 2) la victoria de los ejércitos de esclavos haitianos y la independencia de la república negra en 1804; 3) las disputadas «elecciones negras» de 1800 en Estados Unidos, que dieron lugar a la presidencia de Jefferson y supusieron la «terminación» de la historia india; y 4) una tregua temporal en la rivalidad imperial entre Inglaterra y Francia en 1802-1803[4]. Desde Puerto Príncipe hasta Nápoles, desde Jamestown, Virginia, hasta París, y desde Ciudad del Cabo hasta Seringapatam, todo parecía ser, usando la expresión de Friedrich Engels, «Sturm und Drang»: golpes de Estado, elecciones amañadas, complot aristocratique, conspiraciones, tufillo a metralla, insurrecciones, journées revolucionarias, disturbios, revueltas, revolución. Solo Inglaterra parecía inmune, aparte de Despard.
Dos milenios de mecánica humana habían experimentado un cambio fundamental en 1802, un año antes de la muerte de Despard, con el desarrollo del «motor de fuego», como se llamó al principio al motor de vapor. Su desarrollo en el siglo XVIII ayudó a efectuar la transición de la madera al carbón como fuente de energía. La minería del carbón, la fundición de hierro, y la producción de textiles de algodón y lana en el hilado, el cardado, el peinado, el tejido y el tinte experimentaron una transformación. La fábrica se convirtió en el espacio de producción. Colliers (como se llamaba a los buques de carga), canales, y después ferrocarriles se convirtieron en medios de transporte de granos para alimentar a la población y carbón para alimentar sus motores.
En 1795, se publicó Theory of the Earth [Teoría de la Tierra], de James Hutton. En 1802, Illustrations of the Huttonian Theory of the Earth [Ilustraciones de la teoría huttoniana de la Tierra], de John Playfair, situó la teoría en el mapa, por así decirlo, del conocimiento público[5]. El campesinado de las tierras llanas, los pastores de las montañas, y el proletariado de las ciudades participaron en el desarrollo de la Teoría de la Tierra planteada por Hutton. Este aprendió de los trabajadores que araban, cavaban, gradaban, trepaban, pastaban y removían la tierra. Los montañeses de Escocia conocían en sus huesos la altitud, la pendiente, los afloramientos rocosos, la hierba y las piedras. Las personas percibían la erosión de las corrientes de agua. Los peones de los canales estaban familiarizados con la estructura, el peso y la solidez del barro. En Escocia, Hutton cercó sus campos en pendiente con muros de piedra, abandonando el sistema tradicional de explotación agropecuaria, denominado runrig. Se cavaron zanjas de drenaje bajo la supervisión de técnicos agrarios especializados procedentes de Suffolk. En 1764, cuando aún no habían transcurrido 20 años desde la derrota de los montañeses de Escocia en la batalla de Culloden, Hutton acompañó a George Clerk-Maxwell, de la Comisión para las Fincas Anexas Abandonadas, en una gira por las Highlands para tasar y vender tierras. Conocía, en consecuencia, de primera mano, la relación de la conquista con la mercancía. Hutton se enriqueció como director del canal Forth and Clyde, que conectaba Glasgow con Edimburgo. Para él, la Teoría de la Tierra y la acumulación de tierras eran una misma cosa.
El primer apartado del primer capítulo del primer volumen del libro de Hutton hace referencia a la Tierra como máquina: «Cuando rastreamos las partes de las que se compone el sistema terrestre, y cuando observamos la conexión general de esas distintas partes, el todo presenta una máquina de una construcción peculiar mediante la cual se adapta a un cierto fin». El mecanismo del planeta consta de partes, conexiones y fuerzas. El fin de Hutton era «ver si hay, en la formación del mundo, una operación reproductiva, por la cual una constitución arruinada pueda volver a repararse, obteniendo así duración o estabilidad para la máquina, considerada como un mundo que sostiene plantas y animales». Una época geológica comenzó con una máquina, la máquina de vapor, en el mismo momento histórico en el que el estudio de la Tierra, o la ciencia de la geología, concebía el planeta como una máquina con energía calorífica en su interior[6].
En un artículo titulado «En referencia al sistema de la Tierra», que entregó a la Royal Society de Edimburgo en 1785, Hutton desarrollaba el concepto de calor subterráneo. Este se oponía al de océano universal como fuerza principal del proceso mineralizador (litificación), que produce rocas a partir de los sedimentos. Hutton escribe que quiere «buscar las fuerzas activas, o las causas eficientes, en esa parte de la Tierra que se ha considerado comúnmente pasiva e inerte, pero que se verá extremadamente activa, y fuente de poderosas revoluciones en su destino»[7]. Que J. M. W. Turner tenía una idea similar se demuestra en sus pinturas de barcos cargueros de Newcastle, que eliminan la certeza que demarca las tres formas de la materia –gaseosa, líquida, sólida– por medio de la energía central del fuego. Cada estrato sedimentado estaba comprimido sobre muchos cientos de miles, o millones, de años, y la energía de esos estratos distantes no era inaccesible: por el contrario, como el petróleo o el carbón, la sed social de la energía que había bajo la superficie era insaciable.
La concatenación del carbón era la siguiente: el carbón conducía a la quema de carbón; la quema de carbón calentaba la máquina de vapor; la máquina de vapor alimentada con carbón permitía bombear el agua de las minas de carbón inundadas para obtener más carbón; la máquina de vapor alimentada con carbón impulsaba los fuelles que soplaban en las fundiciones en las que se fabricaba el hierro para los raíles, que permitían transportar carbón en mayor volumen y con más rapidez del pozo a la bocamina; la quema de carbón calentaba la máquina de vapor para bombear el agua de los canales por los que se movían las barcazas que transportaban el carbón para su venta. Todo parecía comenzar y terminar con el carbón a través de un gigantesco bucle de realimentación.
Las innovaciones técnicas sustituyeron a la fuerza de los caballos[8]. La red de transporte fluvial proporcionaba la infraestructura para las mercancías básicas en el mercado interno. El transporte de carbón era el propósito de la mayoría de leyes de construcción de canales aprobadas entre 1760 y 1801. El Regent’s Canal de Londres, con sus alcantarillas, puentes, túneles, esclusas, brazos, presas, cuencas, acueductos, planos inclinados y caminos de sirga, era un espacio de inmensas obras de ingeniería. El Grand Junction Canal, que conectaba el centro de Inglaterra con el puerto de Londres, comenzó a construirse en 1792 y se inauguró sucesivamente entre 1796 y 1800[9]. Los ingenieros –Telford, Brindley y Trevithick– son célebres; los peones de obra, se han olvidado.
En 1803, el ingeniero de minas cornuallés Richard Trevithick (1771-1833) estaba construyendo una locomotora de vapor para utilizarla en los raíles de hierro. Un año antes del día siguiente a la decapitación de Despard, se realizó el primer viaje en ferrocarril arrastrado por una locomotora de vapor a lo largo de la vía tranviaria de la siderurgia de Perrydarren, en Merthyr Tydvill, Gales. En 1803, construyó un vehículo de carretera a vapor, que condujo, ida y vuelta, entre Holborn y Paddington. El remolcador de vapor Charlotte Dundas se probó en el Clyde en 1801. En 1803, el sueco Erik Svedenstjerna recorrió Gales, las Midlands inglesas y las tierras bajas de Escocia, observando que había máquinas de vapor por todas partes[10]. Ese mismo año, uno de los motores de bombeo estacionarios de Trevithick explotó en Greenwich, matando a cuatro trabajadores.
Según sus propios cronistas, la del carbón es una historia feliz. Erasmus Darwin ya estaba imaginando el carruaje sin caballos, o el automóvil movido por vapor. Su Phytologia no tomaba el carbón y la caliza como materiales ardua y peligrosamente producidos por trabajadores bajo tierra, sino como «¡monumentos a la felicidad pasada de la Naturaleza organizada!», ya que millones de años antes habían constituido formas de vida: biota; ¡y donde hay vida, ha habido felicidad![11].
La energía de aquellos lejanos horizontes geológicos funcionaba en los momentos históricos de 1802, al comienzo del Antropoceno, como la energía termodinámica para las máquinas, como iluminación del espectáculo de las mercancías y como calor contra el frío del invierno. La historia del carbón se cuenta, por lo general, a través de la lente de la economía política como una parte esencial de la secuencia moderna del progreso. En Inglaterra y Gales se produjeron en 1800 diez millones de toneladas de carbón, frente a los dos millones extraídos en 1660. Su geografía cambió. La infraestructura de su transporte cambió. Todos estos cambios –minería, construcción de canales, ingeniería– exigían un nuevo conocimiento de la Tierra y su corteza, y un nuevo conocimiento de la energía, la termodinámica.
Adam Smith definió la división del trabajo como división del trabajo en la fábrica, donde las máquinas reemplazaron las destrezas, y como división del trabajo en la sociedad, donde la especialización geográfica organizó la producción. Esta última cambió la infraestructura del transporte, mientras que la primera aumentó la productividad de los trabajadores manuales. Canales, carreteras y ferrocarriles conectaron las divisiones del trabajo en el segundo caso; las conexiones en el primero se realizaron mediante pernos y tornillos. La manufactura heterogénea exigía el montaje de las piezas. Esto explica la importancia de la invención en 1800, por parte de Henry Maudsley, del micrómetro de banco, que permitió estandarizar las roscas de los tornillos y otras piezas de precisión, dando lugar a la intercambiabilidad de tuercas y tornillos.
Para el diseño y la construcción de máquinas de vapor, el inventor James Watt y el empresario Matthew Boulton constituyeron una empresa fuera de Birmingham, la Soho Works, que empleaba a más de mil obreros. Entre sus producciones mecánicas se encontraba la acuñación de monedas, en especial peniques, medios peniques y cuartos de penique para las compras de los obreros. Entre 1797 y 1806, consumió cuatro mil toneladas de cobre, que se convirtieron en pago (salarios) de incontables vidas. Las fábricas devoraban personas con tanta seguridad como los motores devoraban carbón[12]. Erasmus Darwin elogiaba de manera extravagante la máquina de vapor para acuñar monedas de Soho en términos que claramente revelaban la preferencia del amo por el trabajo infantil y su preocupación por el robo. La máquina, afirmaba él, reducía los hurtos y los ahorcamientos[13]. Disminuía el número de falsificadores, y por lo tanto el trabajo del verdugo, y «con esta maquinaria, cuatro niños de diez o doce años son capaces de acuñar treinta mil guineas en una hora, y la propia máquina efectúa un cómputo infalible de las piezas acuñadas»[14].
De acuerdo con Patrick Colquhoun, el escocés que transformó la policía de Londres, la opulencia crecía unida al aumento de su opuesta, la miseria, y eso ocurría por lo tanto con Soho Works. En la Nochebuena de 1800, William Fouldes, empleado insatisfecho y padre de cuatro hijos, atracó en compañía de otros la famosa fábrica. Con la complicidad de los vigilantes, echaron abajo la puerta del muro y se llevaron cincuenta o sesenta guineas del puesto de vigilancia. Fouldes se cayó al saltar por encima de los muros que rodeaban la fábrica y fue atropellado por el coche de Wolverhampton, rompiéndose el brazo. Un médico le cobró diez chelines y seis peniques por curarlo, y lo denunció[15].
La batalla de Culloden (1746) fue la culminación de una violenta expropiación de las Highlands escocesas y un factor en la terminación de su cultura. William Robertson, Adam Smith, Adam Ferguson y John Millar lo explicaron como una inevitabilidad histórica, porque se adaptaba a los estadios de la historia. Según ellos, dichos estadios eran cuatro, a saber, salvajismo (basado en la caza y la recolección), barbarie (basado en el pastoreo), feudalismo (basado en la agricultura) y civilización comercial (basado en la mercancía). Estos cuatro estadios no solo eran distintos entre sí, sino que se seguían uno a otro en una estricta correlación. Tenían una base económica, a la que correspondían distintas relaciones de gobierno, lenguaje, artes y cultura. Juntos equivalían a una teoría de la historia llamada «estadialismo», que estuvo desde entonces influida por los modelos evolutivos del progreso humano[16]. En el nuevo Estados Unidos, la teoría de los estadios anticipaba la aniquilación[17].
La mano oculta de Adam Smith y la división del trabajo en ambos sentidos, es decir, la mundialización del mercado y el fraccionamiento del trabajo, moldearon el cuarto estadio mediante la manufactura (des-cualificación de la mano). En La riqueza de las naciones (1776), describió la productividad de la división del trabajo en su famoso ejemplo sobre la fabricación de alfileres, en la que diferentes obreros se especializaban en estirar, cortar, enderezar, afilar, producir la cabeza, etc., aumentando así la productividad respecto a un obrero que efectúa todas las operaciones. La mano oculta de asignar recursos mediante la expansión del mercado y el fraccionamiento del trabajo destruyó la economía doméstica, por la cual una economía de subsistencia, no monetizada y autosuficiente proporcionaba un régimen de género en el que las mujeres tenían acceso independiente a recursos comunes. No se habían convertido aún en esas «amas de casa» del capitalismo patriarcal, cuyo valor monetario estaba representado, en el mejor de los casos, por el «dinero para gastos»[18].
En contraste con la tormenta y la tensión de la geopolítica, el punto de vista de la economía política parece proporcionar una interpretación de inevitabilidad sólida como una roca y determinismo histórico. El materialismo histórico, tal y como lo define Engels, «ve la causa final y la fuerza propulsora decisiva de todos los acontecimientos históricos importantes en el desarrollo económico de la sociedad, en las transformaciones del modo de producción y de cambio, en la consiguiente división de la sociedad en distintas clases y en las luchas de estas clases entre sí»[19]. El determinismo histórico es la ley del Imperio: el conocimiento del futuro se obtiene mediante estos métodos estadiales, y sus señales son las máquinas de la producción social. El martillo de vapor, la máquina hiladora, el telar mecánico, la desmotadora, etc., son instrumentos de producción que parecen transformar la actividad del trabajo con los recursos de la naturaleza. Las señales se han convertido en objetos inanimados, y la historia se ha objetivado. Engels decía que le debemos a Marx la concepción de que la lucha de clases y la producción mediante el plusvalor son los descubrimientos del socialismo científico[20].
Johannes Fabian ha afirmado que la distancia temporal se usa para alcanzar la objetividad, o la creación del Otro. Es por lo tanto un principio metodológico en la ciencia del «descubrimiento», puesto que el sujeto colonial habita una temporalidad diferente a la del científico o historiador de la potencia imperial. El estadialismo niega la coetaneidad, o la igualdad –la sensación de participar en el mismo proyecto, de pertenecer a la misma era– entre el imperio y la colonia. Sitúa a dominantes y dominados en diferentes temporalidades. La población indígena vive en una historia cercana a la atemporalidad formada en un pasado mitopoiético[21]. En contraste, la civilización vive deprisa, en un ajetreo infinito. Por esta lógica, Irlanda estaba condenada.
En 1788, tres hombres –James Hutton, John Playfair y John Hall– subieron a un barco. Su objetivo era examinar los afloramientos rocosos a lo largo de los acantilados en los que el mar del Norte golpea la escabrosa costa escocesa. En Siccar Point, la acción del mar revelaba estratos de arenisca roja antigua (Devónico) y grauvaca (Silúrico), que no estaban dispuestos horizontalmente. «Estaban en vertical, derechos, como una fila de libros en una estantería»[22]. Fue un momento iluminador. «La eternidad está enamorada de las producciones de tiempo», dijo Blake. «No hay en la naturaleza ninguna apariencia más específica que esta de las fisuras y separaciones en estratos perpendiculares. Los trabajadores en general las conocen como backs y cutters»[23]. Backs es un término minero que hace referencia a una partición diagonal en el carbón. Cutter es una junta o fisura que interseca el lecho o las líneas de estratificación. Los estratos perpendiculares o verticales demuestran que están formados por alguna fuerza distinta de la sedimentación.
El fuego subterráneo provoca que los océanos se sumerjan o las tierras se eleven. Los estratos verticales observados derivan de esos estallidos y elevaciones previos. «Las entrañas de la Tierra [son] el lugar de la potencia y la expansión»[24]. Las convulsiones, las fracturas y las dislocaciones renuevan la constitución de la Tierra. El peso sedimentado durante eras parece ser levantado, volcado, doblado, arrugado. Estas observaciones geológicas se produjeron al mismo tiempo que la reconstitución profética de la formación de la Tierra por parte de William Blake, y al mismo tiempo que las «montañas atlánticas». El ejército de Despard estaba compuesto por hombres y mujeres que eran también producto de las mismas fuerzas sociales que producían estos conocimientos en geología: los constructores de los canales (Regent’s Canal, Paddington Canal), los derrotados de las conquistas coloniales, y los desplazados que antes ocupaban los terrenos comunales. Despard intentó formar un ejército revolucionario liderado por veteranos irlandeses, trabajadores del metal en los nuevos negocios de ingeniería, peones de obra, trabajadores textiles desposeídos del norte de Inglaterra, y soldados y marineros veteranos.
En septiembre de 1802, los cortadores de la mayor fábrica de tejidos de lana de Leeds se pusieron en huelga para protestar contra el empleo de dos muchachos mayores de la edad reconocida para entrar como aprendices. Fue el pretexto para un enfrentamiento entre Benjamin Gott, por una parte, y los cortadores y todo el West Riding, por otra, acerca de la cuestión de los aprendices. Si los trabajadores perdían ese enfrentamiento, las circunstancias serían propicias para la descualificación, el trabajo infantil y la creación de esa fantasía capitalista, la anticomunidad imaginada del mercado de trabajo[25].
De acuerdo con Friedrich Engels, 1802 fue un año crucial en el desarrollo del socialismo, cuando los socialistas utópicos Saint-Simon, Charles Fourier y Robert Owen enunciaron teorías que pretendían ser la cúspide de la edad de la razón. La exigencia de igualdad ya no se ceñía al sufragio político, sino que se ampliaba a la condición social de los individuos: hombres y mujeres, burgueses y proletarios. Pretendían reorganizar la sociedad y emancipar la humanidad. Engels escribe que para los utópicos «el socialismo es la expresión de la verdad absoluta, de la razón y de la justicia, y basta con descubrirlo para que su propia virtud conquiste el mundo. Y, como la verdad absoluta no está sujeta a condiciones de espacio ni de tiempo, ni al desarrollo histórico de la humanidad, solo el azar puede decidir cuándo y cómo este descubrimiento ha de revelarse»[26]. Podría estar parafraseando a Despard. Compárese la tríada «verdad, razón, justicia» de Engels con la de «verdad, libertad, justicia» de Despard.
Del socialismo utópico al socialismo científico, el libro publicado por Friedrich Engels en 1880, formó parte de esos debates sobre el socialismo que le dieron la oportunidad de conectar mucho más que nunca sus opiniones con las de Marx[27]. El socialismo utópico y el socialismo científico comparten la interpretación de la lucha de clases. También se parecen en la medida en la que ambos proponen abolir la propiedad privada y las clases sociales. Pero lo que los diferencia es, de acuerdo con Engels, primero, que los socialistas científicos se adhieren a la concepción materialista de la historia, y segundo, que entienden que el secreto de la producción capitalista es el plusvalor, o la apropiación de trabajo no remunerado. La causa de la transformación del socialismo utópico en socialismo científico fue el desarrollo del propio modo de producción capitalista, en concreto la aplicación de la maquinaria (Engels resalta la energía de vapor y la maquinaria para fabricar herramientas), en un extremo del desarrollo, y la acumulación de proletarios, en otro.
La criminalización de la apropiación de materiales de producción por parte de los obreros es esencial para la separación, la alienación y la expropiación de estos, y por lo tanto para el establecimiento del proletariado. Por eso Engels escribió acerca de «la ley no escrita de la marca»[28]. Los obreros cultivaban las tierras en común por franjas y redistribuían dichas franjas por lotes. La llegada de la propiedad privada a los bosques y a los campos había sido objeto de una feroz oposición desde la Revuelta campesina de 1526. Lo que los artesanos habían poseído o usado a voluntad se había convertido en gratificaciones o apropiaciones consuetudinarias, que fueron criminalizadas en las transformaciones destructoras de la comunidad.
El libro de Engels tiene especial interés para nosotros porque sitúa el origen del socialismo utópico en 1802, el año de la conspiración de Despard. Nombra tres socialistas utópicos: Robert Owen, cuyo New Lanark Mill se inauguró en 1800; Charles Fourier, que sentó las bases de su teoría en 1799; y Saint-Simon, que en 1802 publicó Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos. Pero el rompecabezas del pensamiento de Engels incluye el ensayo sobre la «marca», el resto de los bienes comunales alemanes, cuya complejidad analiza en este ensayo y cuyo origen se describe en parte por las pruebas aportadas por el historiador romano Tácito en Germania. La separación que Engels establece entre el socialismo de cualquier tipo y la marca puede muy bien ayudarnos a analizar el comunismo y lo común. Sitúa la marca en el pasado.
El hecho fundamental que rige «la historia primitiva de todas, o casi todas, las naciones», escribía Friedrich Engels, «es la propiedad común sobre el suelo»[29]. La tierra es la raíz de lo común. Las raíces son enmarañadas, profundas o superficiales. El campo, el bosque, los montes y la costa son los paisajes de lo común. «Inglaterra no será un pueblo libre, mientras los pobres carezcan de tierra, mientras no tengan permiso para cavar y trabajar en lo común», declaró Winstanley en 1649[30]. «Todavía en 1800, buena parte de los pastizales del mundo –las praderas norteamericanas, las pampas sudamericanas, el interior de Australia, las sabanas africanas– seguían siendo bienes comunales de los pueblos indígenas»[31].
Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén, una expropiación de lo común, y desde entonces, lo común ha sido tratado principalmente como un fenómeno agrario u hortícola. Es cierto que Adán y Eva no fueron expulsados del taller de carretas, ni del cobertizo de telares, ni del camarote de los marineros. Pero otros sí, y no procedían del Edén, sino de Irlanda, el Atlántico, Iroquia, Escocia y Albión.
Engels plantea tajantemente la cuestión de la agencia: ¿quién tiene la capacidad de hacer realidad la revolución comunista? En la práctica había otras muchas fuerzas que practicaban el uso en común, como los esclavos del Caribe, los indígenas de Norteamérica, los irlandeses de Irlanda, y los campesinos de Inglaterra, incluso la muchedumbre urbana, como comprendió Gracchus Babeuf. Pero «el negro no es capaz de volverse tan inteligente como el europeo», escribía el socialista utópico Saint-Simon en el momento de la conspiración de Despard[32]. El racismo y el estadialismo eran congruentes. Al no tener en cuenta la esclavitud y su poder en la lucha por la libertad, la interpretación determinista económica, o estadial, de la historia parecía ser una historia desbancada por la esclusa y la geología.
El fantasma del padre asesinado de Hamlet clamaba venganza desde la tumba, y Hamlet, sorprendido, respondía: «¡Bien dicho, viejo topo! ¿No puedo yo trabajar la tierra con tanta rapidez? ¡Un valioso pionero!». En 1805, en las conferencias pronunciadas en Jena, Hegel recuerda las palabras de Hamlet: «A menudo, el espíritu parece haberse olvidado y perdido; pero internamente opuesto a sí mismo, avanza en su interioridad (como cuando Hamlet dice de su padre “¡Bien hecho, viejo topo! ¿No puedo trabajar yo el suelo tan rápido?”) hasta que, después de fortalecerse por sí mismo, levanta la corteza de la tierra que lo separaba del sol, su concepto, para que la tierra se derrumbe». Medio siglo después, Marx también los recuerda: «Reconocemos a nuestro valiente amigo Robin Goodfellow, el viejo topo que puede trabajar en la tierra tan rápidamente, ese valioso pionero, la Revolución». El fantasma de Shakespeare exige legitimidad, el espíritu de Hegel exige la verdad, la revolución de Marx exige justicia. Ya sea en lo común de campos abiertos o cercados por vallas, los túneles de los topos continúan. Para Marx, la revolución proletaria es «nuestro valiente amigo Robin Goodfellow», una figura tradicional de la gente del común. Para Shakespeare, «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, / que las que se sueñan en tu filosofía», una reprimenda al conocimiento convencional[33].
Concluimos estas reflexiones sobre el subsuelo de la naturaleza con la larga estructura filamentosa llamada micelio, que soporta la aparición impredecible de las setas venenosas desde el subsuelo. El micólogo inglés Alan Rayner escribe:
El micelio se me parece cada vez más a un ejército heterogéneo de tropas híficas, cada una variadamente equipada para ejercer diferentes funciones y diferentes grados de comunicación con las demás. Sin más comandante que los dictados de sus circunstancias medioambientales, estas tropas se organizan en una estructura dinámica hermosamente abierta o indeterminada, capaz de responder continuamente a las exigencias cambiantes. Recuérdese que, durante su vida potencialmente indefinida, un ejército micelial puede migrar entre depósitos de energía; absorber recursos fácilmente asimilables, como los azúcares; digerir recursos refractarios como la lignocelulosa, emparejarse, competir, batallar con sus vecinos; ajustarse a condiciones microclimáticas cambiantes; y reproducirse[34].
[1] K. Polanyi, The Great Transformation: The Political and Economic Origins of Our Time, Boston 1957; K. Pomeranz, The Great Divergence: China, Europe, and the Making of the Modern World Economy, Princeton, NJ, 2000. R. R. Palmer, The Age of Democratic Revolutions: A Political History of Europe and America, 1760-1800, Princeton, NJ, 1959; E. Hobsbawm, The Age of Revolution: Europe, 1789-1848, Londres, 1962; S. Giedion, Mechanization Takes Command: A Contribution to Anonymous History, Nueva York, 1969.
[2] W. Wordsworth, The Prelude: The Four Texts [1805], ed. J. Wordsworth, Londres, 1995, Libro 6, versos 341, 701-702, 720-728.
[3] W. Steffen et al., «The Anthropocene: Conceptual and Historical Perspectives», Philosophical Transactions of the Royal Society 369, 2011, p. 849. Véase también J. Zalasiewicz, et al., «Response to Austin and Holbrook on “Is the Anthropocene an Issue of Stratigraphy or Pop Culture?”», Geological Society of America Groundwork 22, octubre de 2012, p. 1050.
[4] G. Wills, «Negro President»: Jefferson and the Slave Power, Boston, 2003.
[5] J. Repcheck, The Man Who Found Time: James Hutton and the Discovery of the Earth’s Antiquity, Cambridge, MA, 2003.
[6] J. Hutton, The Theory of the Earth, 2 vols., Londres, 1796, vol. 1, p. 35.
[7] J. Hutton, «Concerning the System of the Earth», en ibid., vol. 1, p. 35.
[8] J. Curr, The Coal Viewer’s and Engine Builder’s Practical Companion, Londres, 1797.
[9] J. Priestley, A Historical Account of Inland Navigation and Railroads, Londres, 1831, p. 570.
[10] Citado en P. Mantoux, The Industrial Revolution of the Eighteenth Century: An Outline of the Beginnings of the Modern Factory System in England, Londres, 1961, p. 335.
[11] E. Darwin, Phytologia, or the Philosophy of Agriculture and Gardening, Londres, 1800, apartado 19.8, p. 560.
[12] El consumo de partes del cuerpo formaba parte integral de este modo de producción. El fundador del sistema fabril, Richard Arkwright, comenzó su carrera comprando el cabello de muchachas aldeanas para vendérselo a los fabricantes de pelucas.
[13] E. Darwin, The Economy of Vegetation, Londres, 1791, canto 1, sección 6.
[14] E. Darwin, The Botanic Garden, Londres, 1798, p. 18.
[15] County of Stafford, «The Examination of William Fouldes», Boulton and Watt MSS, 10 de abril de 1801, Birmingham Central Reference Library.
[16] G. C. Caffentzis, «On the Scottish Origin of “Civilization”», en S. Federici (ed.), Enduring Western Civilization: The Construction of the Concept of Western Civilization and Its “Others”», Westport, CT, 1995.
[17] S. Wood, Thoughts on the State of the American Indians, Nueva York, 1794.
[18] D. Valenze, The First Industrial Woman, Oxford, 1995; M. Mies y V. Bennholdt-Thomsen, The Subsistence Perspective: Beyond the Globalised Economy, Londres, 1999.
[19] F. Engels, Socialism: Utopian and Scientific with the Essay on the Mark, Nueva York, 1994 [Del socialismo utópico al socialismo científico, Madrid, 2020, p. 20].
[20] Ibid., pp. 50, 53 [139, 142].
[21] J. Fabian, Time and the Other: How Anthropology Makes Its Object, Nueva York, 1983.
[22] J. Repcheck, cit., p. 21.
[23] J. Hutton, cit., p. 51.
[24] Ibid., p. 51.
[25] K. Polanyi, The Great Transformation: The Political and Economic Origins of Our Time, Boston 1957 [ed. cast.: La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, México, 2017].
[26] F. Engels, cit., p. 43 [60].
[27] Ibid
[28] Ibid., p. 84 [ed. cast.: «La marca», en Marxists.org].
[29] Ibid., p. 77.
[30] G. Winstanley, The True Levellers Standard Advanced [1649], en The Complete Works, ed. G. Sabine, Ithaca, NY, 1941, p. 249.
[31] A. Linklater, Owning the Earth: The Transforming History of Land Ownership, Nueva York, 2013, p. 5. Podríamos haber añadido la jungla del subcontinente indio.
[32] H. Saint-Simon, Selected Writings on Science, Industry, and Social Organization, ed. K. Taylor, Londres, 1975, p. 77.
[33] Hamlet, acto 1, escena XIII; G. W. Hegel, Hegel’s Lectures on the History of Philosophy, Londres, 1955; Marx, discurso en una cena para celebrar la Fundación del People’s Paper, Londres, 14 de abril de 1856.
[34] A. Rayner, «Conflicting Flows: The Dynamics of Mycelial Territoriality», McIlvainea: Journal of the North American Mycological Association 10, 1991, pp. 24-35.