Читать книгу Roja esfera ardiente - Peter Linebaugh - Страница 8
ОглавлениеReconocimientos
Este libro ha sido el producto de muchos años y muchas personas. Echando un vistazo a su realización, me lleno de gratitud hacia aquellos que me han ayudado a lo largo de ese tiempo. No puedo describir todo y a todos los que lo hicieron posible, pero intentaré con afecto describir a algunos. Y reconozco con respeto la generosidad implícita en este inmenso aunque imperfecto común de la Verdad.
Hace mucho, Edward Thompson me dio su ejemplar de Trial of Despard, que desde entonces ha ido siempre en mi equipaje: a Sudáfrica, Irlanda, India, Costa Rica, Europa, y Nueva York. Dorothy Thompson me dio las extensas transcripciones de los documentos del Ministerio de Interior inglés correspondientes a los años 1802 y 1803 mecanografiadas por su esposo, así como notas obtenidas de los archivos franceses compuestas por Alfred Cobban. Bastante después de que yo comenzara el trabajo sobre este libro, se publicaron dos biografías sobre Despard. Sus autores, Clifford Connor y Mike Jay, han sido excepcionalmente generosos.
Marcus Rediker y yo escribimos juntos La hidra de la revolución, en cuyo capítulo octavo se encuentra la primera aproximación del relato aquí narrado. Un día, mirando mis fotografías, a las que aún no les había puesto palabras, me comentó que era una especie de búsqueda. Esta idea me llevó a la búsqueda de lo común y la búsqueda de una mujer que vivió hace doscientos años. ¡Compañero de barco, gracias!
El Primero de Mayo de 2000, les pregunté a mis compañeros irlandeses del Keough Centre de la Universidad de Notre Dame cómo se dice «trabajadores del mundo, uníos» en irlandés. Tras un poco de esfuerzo, me ofrecieron una traducción literal, aunque no fue del gusto de todos los participantes en la reunión. A cambio, proporcionaron un viejo dicho irlandés: ar scáth a chéile a mhaireann na davine (todos vivimos a la sombra unos de otros). Y eso ha ocurrido con este libro.
Kevin Whelan, del Keough Centre de Dublín y Notre Dame, y su esposa, Anna Kearney, ofrecieron una generosa hospitalidad en todos los aspectos, tanto en el estudio como en todo lo demás. Un notable congreso sobre 1998 organizado en Belfast y Dublín, y el tren entre estas dos ciudades, pareció un inicio hacia una fraternidad internacional y antigua de estudiosos. ¡Tuvo lugar mientras se firmaba el Acuerdo de Viernes Santo! Gracias a Luke Gibbons por sus generosas introducciones de poesía, cine e historia social, y su tendencia a sacar el máximo provecho. Gracias a Louis Cullen y el seminario de historia en el Trinity College de Dublín, y a Patrick Bresnihan, de la Provisional University de Dublín, en 2014.
Y gracias al personal siempre solícito de la Biblioteca Nacional de Irlanda, al señor Gregory Connor, de los Archivos Nacionales de Irlanda, la Royal Irish Academy, la biblioteca del Trinity College, la Rathmines Public Library, y la Friends Historical Library de Swanbrook House, Dublín.
Le doy las gracias a Dermit Ferriter y a Daire Keogh, de St. Patrick’s College, Drumcondra; y a Fidelma Maddock, que visitó el nacimiento del Nore y me describió la carrera del salmón; y gracias a Geraldine y Matthew Stout, que me introdujeron en los viejos monumentos de barro del valle del Boyne. Bill Jones me acompañó en una caminata por los Upperwoods del condado de Laois. Después de que yo saltase de una lápida de piedra musgosa en un viejo cementerio, la limpió de musgo y liquen para revelar, de soslayo, las letras gravadas de William Despard y su esposa, Elizabeth: nos habíamos topado con la tumba de los abuelos de Despard.
La búsqueda fue interrumpida por un estado de emergencia, que además de la combinación familiar de guerra y represión interna propuso un discurso de imperio y «ejecutivo unitario» que barría todo a su paso. Esta emergencia exigía recuperar las tradiciones ocultas de lo común olvidadas por los efectos dominadores de los partidos comunistas del siglo XX. Así, en respuesta, escribí Magna Carta Manifesto, junto con estudios de John Ball, Wat Tyler, Thomas Paine, William Morris y los ludistas, a los que intenté volver a presentar a una nueva generación. Más tarde, todos ellos se recogieron en un libro titulado Stop, Thief!
Agradezco a los anfitriones de diversas universidades que me invitaron a hablar: la Universidad de West England, en noviembre de 2006; la Duke University, 19 de octubre de 2001, y la Universidad de Yale, una semana después; Sharzad Majab y David McNally, de la Universidad de Toronto; el Congreso sobre Destrucción Creativa, Graduate Center, CUNY, 17 de abril de 2004; y John Roosa y Ayu, de la Universidad de la Columbia Británica, Vancouver, 2013. También debo dar las gracias al profesor Nick Faraclas y sus colaboradores del departamento de literatura y lingüística en la Universidad de Puerto Rico por las maravillosas conversaciones que mantuvimos sobre estos temas en marzo de 2004; Barry Maxwell y Fouad Makki, del Proyecto Terra Nullius en el Institute for Comparative Modernities de la Universidad de Cornell; el National Lawyers Guild, en la Universidad de Seattle, en 2009; el Goldsmith’s College, Londres, en 2014; el Ruskin College, Oxford, en 2014; y la Universidad de Ciudad del Cabo en 2015.
Además de ser respaldado por universidades, este libro tiene sus orígenes en muchos encuentros en espacios situados fuera de los muros de dichas instituciones: el May Day Rooms, 88 Fleet Street; el Blue Mountain Center (Adirondacks), durante una semana sobre lo común, 2010; el Andrew Kopkind Center, Vermont, para una semana sobre lo común, verano de 2014; la Escuela Marxista de Sacramento; y la Marx Memorial Library, 2013. Estoy en deuda con el congreso Down with the Fences! The Struggle for the Global Commons [¡Abajo las cercas! La lucha por los bienes comunales mundiales], organizado por el Grupo de Historia Radical de Bristol; el congreso Reconsiderando el marxismo, celebrado en Amherst en noviembre de 2003; Andre Grubacic, del California Institute of Integral Studies, San Francisco; ferias de libros anarquistas en Londres y San Francisco, 2014; el congreso Escritos en la Pared, celebrado en Liverpool en 2001; Sheil Rowbotham, de Cork, Irlanda, por su compañía el Primero de Mayo; el Left Forum de la Ciudad de Nueva York; y Boxcar Books, Indianapolis. Doy las gracias a Tom Chisholm por una destacada visita en 2003 a la Reserva Ojibway, en la Península Superior de los Grandes Lagos.
He disfrutado de debates directos, en diferentes ocasiones, con E. J. Hobsbawm y Perry Anderson, y discusiones con Staughton Lynd y Marty Glaberman. Alexander Cockburn y Jeffery St. Clair me ofrecieron su hospitalidad estadounidense y angloirlandesa y un completo apoyo. Alan Haber y Joel Kovel fueron asistentes indispensables. Robin D. G. Kelley estuvo siempre dispuesto a dejar por un rato sus propios temas y responder diversas solicitudes en la recuperación siempre creciente de la historia afroamericana. George Caffentzis y Silvia Federici han sido como viejos robles para este proyecto.
Agradezco a los indignados de España, en especial Ana Méndez, y a quienes me invitaron a dar una conferencia en el Museo Reina Sofía de Madrid, en 2013. Gustavo Esteva, de la Universidad de la Tierra, en Oaxaca, me habló de los usos y costumbres de México. Estudiosos y traductores de Estambul, tierra natal de Esopo, me ayudaron a entender la historia humana a la luz de la sabiduría de otras criaturas.
Ha habido muchos cuyos trabajos, pensamientos y ejemplos han sido esenciales y valiosos: Penelope Rosemont, Ruthie Gilmore, David Lloyd, Christine Heatherton, David McNally, Roxanne Dunbar-Ortiz, Michael Löwy, Henrietta Guest, John Barrel, Dan Coughlin, Massimo De Angelis, Joanne Wypijewski, Amy Goodman, «Poetree», Laura Flanders, Astra Taylor, Mumia abu Jamal, Lucien van der Linden, Peter Alexander, Deborah Chasman, Peter Werbe, Bettina Berch, Forrest Hylton, Fran Shor, Michael West, Anthony Barnett, Justus Rosenberg, Cedric Robinson y Richard Mabey.
Tres compañeros en particular me han acompañado en diferentes fases de esta búsqueda. Manuel Yang, que me dio respuestas apasionadas a mis primeros borradores tentativos, y cuyo trabajo sobre Yoshimoto Taka’aki fue inestimable; el cineasta David Riker, que me ofreció un apoyo constante, y cuyos relatos incomparables fueron siempre un ejemplo a seguir; e Iain Boal, el sostén del Retort Group de Arch Street, Berkeley, que publicó mi libro Ned Ludd and Queen Mab, y me acompañó en muchos viajes y paseos, incluidas dos «giras de Albión» en 2015 y 2017. En Edimburgo, en la primera de estas giras, encontré un ladrillo en el suelo con la inscripción de palabras de David Lindsay del siglo XVI que se recogen en un epígrafe de este libro y una solemne esperanza: «Tengamos los libros necesarios para el bien común».
Uno busca apoyo donde puede, y Edimburgo no fue el único lugar en el que encontré donde asentar los pies. En Grahamstown, Sudáfrica, caminaba a diario por el margen lleno de hierba de Africa Street, a lo largo de los campos de juego de un colegio caro. A ambos lados de las altas vallas que lo separaban de la carretera, observé pequeños montículos hechos por los topos que excavaban sus túneles en el subsuelo. Al final del día, serían aplastados por los jardineros o por el par de burros que usaban la orilla de la calle como su espacio común para pastar. Pero a diario, en especial después de llover, aparecían nuevas pruebas de su persistencia. Pasar tiempo en un país de mineros me recordó la masacre de Marikana (2012) y la fábula de Hamlet, Hegel y Marx ¡Bien dicho, viejo topo!
Phil Bonner y Noor Nieftagodien, del Taller de Historia de Witswatersrand, me dieron la bienvenida a Johannesburgo. Nicole Ulrich, Lucien van der Walt y Richard Pithouse, me recibieron en la Rhodes University en Grahamstown. Allí redacté el primer borrador, en 2015, mientras los estudiantes intentaban cambiar el nombre de la universidad. Las variedades de aprovechamiento común, ya fuese un manantial de agua fresca del monte en primavera o ganado pastando en los suburbios, eran invisibles a simple vista. Una relajada agrupación de lectores de mis borradores, procedentes de Palestina, Namibia, Libia y Sudáfrica, se reunía semanalmente con el nombre de «Pig Club», nombrado en honor a las curiosas reglas de conducta democráticas de una cooperativa de Linconshire en el siglo XIX («solo hablará una persona al tiempo, y permanecerá de pie»).
El segundo borrador lo terminé en 2017, en Ann Arbor, Michigan. Agradezco al Eisenberg Institute, de la Universidad de Michigan, el acceso a privilegios de préstamo bibliotecario, y al personal de la Clement Library, su ayuda. Esto fue posible gracias a la cortesía del profesor Ronald Suny, así como su reunión del MSG Group. Doy las gracias a Julie Herrada, directora de la Joseph A. Labadie Collection, por su archivo sobre trabajo y anarquismo. En la Eastern Michigan University en Ypsilanti, agradezco a Christine Hume, poeta; a Jeff Clark, artista; y a Ruth Martusewicz por el congreso sobre Ecología y Activismo de 2016.
Le estoy especialmente agradecido a Megan Blackshear, de la cordial librería Bookbound, en Ann Arbor, y su amistoso lema editorial: «¡Ve a lo grande, o vete a casa!». Nos reunimos semanalmente durante un año a repasar los capítulos. Nuestro trabajo parecía una reversión a un tiempo en el que la producción y la distribución no estaban tan separadas, un ejemplo celular de lo común. El borrador se completó durante una reanudación de la oposición a la violencia racista ejercida por la policía. El asesinato en Ann Arbor de Aura Rosser en 2014 reunió a estudiantes, artistas y activistas, que me animaron a ver también la búsqueda descrita en este libro como una historia de los orígenes.
Niels Hooper ha sido un editor espléndido, alentador, paciente y perspicaz. Ann Donahue fue inmensamente útil en la producción de un tercer borrador, y después copió y editó un manuscrito cuyas referencias se fueron reuniendo a lo largo de tres décadas que abarcaron dos siglos y tres continentes, durante la gran transición a las herramientas de escritura electrónicas y digitales. Batalló cuidadosamente con las incongruencias y las confusiones de este estudio itinerante. De los errores resultantes, yo soy el único responsable.
Riley Linebaugh acompañó estos temas desde una niñez en Dublín hasta las discusiones universitarias en el Café Ambrosia y la asistencia en 2014 a la escuelita zapatista. Animada por la ira contra los disparos policiales en Ferguson, Missouri, y experta en su propio oficio, también ella localizó importantes documentos de los manuscritos Place en la British Library (entre otras investigaciones) y me proporcionó continuamente comentarios agudos y comprensivos.
Michaela Brennan, enfermera de salud pública y activista, me ha acompañado en esta búsqueda a cada paso del camino, aportándole no solo el golpe de la irreverencia sino también la llama de la ira justificada. Y así, con todos los tipos de amor (¡eros, filia y ágape!) a ella le dedico Roja esfera ardiente.