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Оглавление7. E. P. Thompson y lo común en Irlanda
Una importante coincidencia puede hacer avanzar la discusión. «Strata» Smith fue el primero en cartografiar el subsuelo de Inglaterra[1]. En 1801, acabó de dibujar y colorear «el mapa que cambió el mundo». Hijo de herrero, nació en 1769, el año en el que Richard Arkwright inventó la hiladora hidráulica y James Watt la máquina de vapor, y en el que Josiah Wedgwood creó la fábrica de cerámicas. Tenía dieciocho años cuando una ley parlamentaria estableció los cercamientos en Churchill, la aldea de Oxford en la que nació. Estudió el arte de medir con el hombre que cercó su aldea. Cadena de acero, compás de medir, teodolito y pantógrafo se convirtieron en instrumentos de medición, cercamiento, conquista y construcción de canales. En 1794, fue nombrado topógrafo de la Somerset Canal Company. Los mineros le mostraron las vetas con sus nombres. Detectaron veintitrés estratos bajo la mina de carbón de Somerset.
En abril de 1803, Strata Smith se alojó en Londres, frente al Strand, en el número 16 de Charing Cross Road. Compartió este costoso alojamiento con otro hombre ascendente, Francis Place: sastre, cabildero, amigo de Jeremy Bentham, y defensor del utilitarismo. Smith y Place descendieron al subsuelo y al salir contaron lo que habían visto. Francis Place, archivista de la incipiente clase obrera inglesa, era miembro de la Sociedad de Correspondencia de Londres. Fue el testigo principal y sigue siendo la fuente principal para los historiadores de los artesanos ingleses. La coincidencia de la presentación del primer mapa del subsuelo geológico en 1802, en el momento en el que el movimiento obrero en Inglaterra fue obligado a «soterrarse», es importante. Los dos sucesos están relacionados.
Al final de La formación de la clase obrera en Inglaterra, E. P. Thompson escribe «estos años parecen a veces desplegar, no un reto revolucionario, sino un movimiento de resistencia, en el que tanto los románticos como los artesanos radicales se oponían a la anunciación del “hombre codicioso”. En el fracaso para alcanzar un punto de unión entre las dos tradiciones se perdió algo»[2]. Voy a intentar escribir ese punto de unión con el fin de encontrar ese «algo» perdido.
En 1963, Edward Thompson propuso que se había producido una fase crucial entre 1803 y 1822, cuando el movimiento obrero se soterró. La conspiración de Despard inauguró lo que Thompson denominó la «tradición ilegal». Esto comenzó a ocurrir en 1795, con la aprobación de las Dos Leyes. La Treasonable Practices Act [Ley sobre Prácticas Traicioneras] convirtió en delito sancionable con la pena de muerte el hecho de decir o escribir algo que pudiera incitar al desprecio hacia el rey, la Constitución o el Gobierno. La Seditious Meetings Act [Ley contra Reuniones Sediciosas] prohibió todas las reuniones de más de cincuenta personas que carecieran del permiso de las autoridades locales.
Los miembros de la Sociedad de Correspondencia de Londres, incluido Francis Place, archivista de la clase obrera londinense inicial y amigo de Despard, «se vieron obligados a replegarse sobre sí mismos y a descubrir medios de organización independiente cuasilegal o clandestina»[3]. Place dimitió de la Sociedad de Correspondencia en 1797. Describió a Edward Despard como uno de los tres «hombres extraordinarios, a cada uno de los cuales yo le debía una parte de los conocimientos que poseo y a quienes siempre tendré en gran consideración». Pocas personas «ricas e instruidas se avenían a visitarme», escribió en 1795. No obstante, «algunos hombres notables me visitaron con frecuencia, y con frecuencia conversaron conmigo durante un periodo considerable […] y esas visitas me fueron muy provechosas desde el punto de vista intelectual y moral»[4].
Las leyes contra la asociación, Combination Acts, iban dirigidas particularmente contra los obreros que producían motores o contra los mecánicos. Las leyes contra la asociación de 1799 y 1800 «habían abocado a las trade unions al mundo de la ilegalidad, en el que el secreto y la hostilidad hacia las autoridades eran intrínsecos a su misma existencia»[5]. En consecuencia, el Gobierno «llevó involuntariamente a la tradición jacobina a asociarse con las unions ilegales […]. La ley de 1799 empujó a jacobinos y sindicalistas a formar una extensa asociación». Jacobinos y spenceanos, feministas y republicanos, fueron conducidos al silencio. La clandestinidad política y social fue una defensa contra el terror.
Thompson situó el cambio en el tiempo geológico al compararlo con «la gran llanura de Gwaelod», situada veinte millas al oeste de la bahía de Cardigan. Hace siete milenios, de acuerdo con el folclore galés, las compuertas del canal no se abrieron, un esclusero borracho se distrajo con una hermosa criada, la capa de hielo se fundió, el nivel del mar subió varios cientos de metros y la llanura boscosa habitada se inundó. Desde las colinas que dominan la costa se vislumbra la gran llanura de Gwaelod. De manera similar, podemos ver a Place y Despard en el subsuelo político.
Thompson nos da «la clase obrera» sin lo común. Aunque los componentes de la clase obrera se han ampliado considerablemente desde 1963, para incluir a personas esclavizadas, criados, marineros, mineros, presos, amas de casa, y los criminalizados, la energía histórica que Thompson dio a la dinámica de la clase obrera persiste. La omisión de lo común ha tenido una consecuencia imprevista. Cuando retornó como noción de investigación, en el siglo XXI, tras el colapso de la URSS y con la expropiación de aldeas en China, África, Iberoamérica y el sur de Asia, lo común carecía de cualquier noción de clase obrera.
David Bollier y Lewis Hyde han efectuado estudios profundos sobre lo común en la cultura, pero cuando retroceden en la historia, se retrotraen a los terrenos comunales agrícolas de tiempos feudales[6]. Avanzan, además, de los terrenos comunales agrícolas a lo común en la cultura y en la información, sin considerar qué ocurrió desde el punto de vista cultural y agrícola en el periodo intermedio de la historia en el que la manufactura y la mecanización se convirtieron en formas de producción dominantes. La manufactura promovió la división del trabajo. Podemos seguir también la división del trabajo en el campo, con el pastor, el techador, el carretero y el guardés. Históricamente, sin embargo, la división alcanza su mayor significado con la esclavitud: en las plantaciones, en ocasiones denominadas «fábricas en el campo». Al omitir la manufactura, Bollier y Hyde omiten también la clase, o el origen del proletariado. Por eso es necesario acudir a E. P. Thompson.
Thompson menciona lo común una vez, pero no en sus propias palabras sino en las del líder cartista Feargus O’Connor (1794-1855), el carismático y pelirrojo orador y editor irlandés. Sobrino de Arthur O’Connor e hijo de Roger O’Connor, Feargus O’Connor era heredero de la Rebelión de 1798 y descendiente de reyes irlandeses. Por la época en la que Despard fue ejecutado, él era escolar en Portarlington, el mismo condado del que procedía Despard. Su hermano luchó con Bolívar. A diferencia de Despard el insurrecto, O’Connor defendía los mítines masivos y las peticiones enormes. Mientras estaba en prisión (1840-1841), elaboró sus teorías sobre la tierra. Por mucho que se jactara de haber «aplanado todas esas cercas diminutas», su plan agrario fue un fracaso. En 1843, publicó The Employer and the Employed, un diálogo ficticio entre un fabricante y un tal Robin ya anciano, del que Thompson extrae su cita.
Feargus O’Connor comienza The Employer and the Employed con versos de «La aldea desierta» de Goldsmith: «La maldad domina la tierra, presa de males crecientes, / donde la riqueza se acumula y los hombres merman». El poema de Goldsmith se publicó en 1760, muy poco antes de la insurrección de los Chicos Blancos, campesinos irlandeses que se oponían a los cercamientos de sus bienes comunales. Como Goldsmith, Feargus creció también en el condado de Meath, aunque su familia estaba compuesta por poderosos terratenientes del condado de Cork. Goldsmith visitó Irlanda justo antes de escribir «La aldea desierta». Podemos ver el poema como resultado de la investigación concreta en vísperas de la erupción volcánica de los Chicos Blancos. Si la colonización inglesa de Irlanda incluía la «plantación», cuando el Imperio volvió a golpear, una de las formas fue la «trasplantación». «La maldad devora la tierra» cuando la «tierra» carece de nacionalidad; se trataba de Inglaterra e Irlanda. O’Connor construye un relato nacional: «En eso descansa que podamos ver la restauración de los viejos tiempos de Inglaterra, de la vieja comida inglesa, las viejas fiestas inglesas, y la vieja justicia inglesa, y que cada hombre viva con el sudor de su frente; cuando la cárcel era un terror para los malvados, y no un refugio para los pobres, cuando los duros campesinos honrados eran el orgullo del país, cuando el tejedor trabajaba con su propio telar, y desentumecía sus miembros en su propio campo, cuando las leyes reconocían el derecho del pobre a una abundancia de todo»[7].
En la visión de O’Connor, lo común incluía la propiedad de los medios de producción; la propiedad de una pequeña porción de terreno; la posesión de justicia, salud y alimentos. La visión se basaba en la abundancia, no en la escasez. Los pobres fueron expulsados. ¿Y ahora? «Hay cuartel de policía, banco, iglesia, almacén, casa de reuniones, cervecería, mesa de billar, y burdel, todos ellos en mi acre de terreno.» Aquí, no se contrasta la corrupción que sigue al cercamiento con lo común sino con «mi acre de terreno». ¿Dónde estaba lo «común»? pregunta el fabricante:
Dios nos asista, aquí, señor Smith, aquí, en lo que usted llama «Shoddy Hall». ¿No conoce lo «común»? Por Dios, yo pensé que cualquier niño de Riding conocía lo «común». A derecha e izquierda, hasta la bastilla y el cuartel, era todo comunal. Y todo paisano de Devil’s Dust tenía una vaca, o un burro o un caballo en el común, y jugaban al críquet, y hacían carreras, y peleas, y todo tipo de juegos en el verano. Ay, Dios bendiga mis viejos huesos, recuerdo cuando muchachos y zagalas se «saltaban» el trabajo por la tarde y se reunían en la plaza del mercado para correr por el común[8].
Shoddy Hall es donde vive Smith. Los cuarteles se construyeron en tiempos de Despard, como cercamientos para impedir la conexión entre la soldadesca y la población. La «bastilla» era un término coloquial referente a cualquier prisión o asilo para pobres. Despard estuvo de hecho encarcelado en la primera cárcel que portó ese nombre revolucionario. Shoddy [de pacotilla, de mala calidad] hace referencia al deterioro del nivel de vida provocado por la mecanización y por el consecuente cercamiento de las artesanías. El nombre de la aldea, Devil’s Dust, Polvo del Diablo, hace referencia al polvo provocado por el hilado mecánico, causante de la bisinosis. O’Connor está escribiendo una alegoría. Lo común está ahora señalizado: «Cuidado con los perros» o «Atención, trampas para hombres y armas con resorte» o «Cualquiera que invada esta propiedad será perseguido por la ley». El deporte o el juego se oponen ahora firmemente a los nuevos tipos de explotación; los muchachos y las zagalas se «saltaban» el trabajo para jugar en lo común, que era también un espacio de subsistencia.
Robin camina hacia la hacienda del señor Smith, Shoddy Hall: «Llevo ya una veintena años sin llegar a lo “común”». Eso situaría la escena en 1803, el año en el que murió Despard. «Ay, es más. Veamos», continúa Robin, «fue un tiempo en el que los ricos amedrentaron a los pobres hasta enloquecerlos con el “que viene” y “que vienen”». «¿Quiénes vienen?», pregunta Smith, olvidando que en 1803, concluida la Paz de Amiens, se retomó la guerra contra Bonaparte.
¡Por favor, Dios nos asista! ¿No lo sabe usted? Pues Boni y los franceses, sin duda. Bien, ese tiempo en el que los ricos asustaron a los pobres y les robaron toda la tierra. Por Dios, como si los tuvieran fascinados, y la gente esperaba que se la comieran a cada minuto, pero dejaron a los nobles y hacendados tomar la tierra, pero por Dios, no la van a devolver. Entonces todo era común, señor Smith. Común para el pobre con polvo del Diablo, para mantener una vaca; pero por Dios, Hacendado Jugador representó entonces la Carrera, y Billy Minero fue obligado a contenerse, y Hacendado era un buen tramposo, y dice la gente, que cuando el ministro le pidió el voto a Hacendado, Hacendado le pidió al ministro los «bienes comunales»; y por Dios, sin duda, el ministro obtuvo su voto, y Hacendado se hizo con lo común, y la vaca del pobre se quedó en el camino, y el pobre consiguió un hatillo. Pero por desgracia, Mr. Smith, tardaría mucho en contarle todo acerca de las peleas y las revueltas por el cercamiento de lo común. ¡Ay, pobre de mí! muchos hombres honrados fueron colgados y deportados por el viejo común[9].
No es en absoluto una explicación mítica, sino sorprendentemente precisa. No fueron la sangre y el fuego sino las argucias legislativas y los engaños de la clase dominante los que causaron la pérdida de lo común. O’Connor y Goldsmith nos dejaron resúmenes alegóricos y poéticos de los cercamientos. Es significativo que ambos fueran voces irlandesas.
La expresión «economía moral» deriva de Bronterre O’Brien, el irlandés que lideró a los cartistas ingleses:
La verdadera economía política es como la verdadera economía doméstica; no consiste exclusivamente en esclavizar y ahorrar; hay una economía moral, además de política […] Estos charlatanes harían zozobrar los afectos, a cambio de la producción y la acumulación incesantes. […] Es de hecho la economía moral la que siempre mantienen oculta. Cuando hablan de la tendencia de las grandes masas de capital, y de la división del trabajo, a aumentar la producción y abaratar las mercancías, no nos hablan del ser humano inferior que una ocupación única y fija no puede sino producir[10].
La formación de la clase obrera en Inglaterra olvidó en gran medida a los obreros irlandeses, ya fuese en Inglaterra, en Irlanda, o en el medio (buques), de modo que es notable que dos de las ideas significativas para los argumentos de Thompson –una negativamente (lo común) y la otra positivamente (la economía moral)– le llegaran de irlandeses, Feargus O’Connor y Bronterre O’Brien. El hecho es que ambos fueron importantes organizadores, periodistas y oradores de la clase obrera y el movimiento sindical en Inglaterra durante el segundo cuarto del siglo XIX. De hecho, fueron líderes del movimiento obrero revolucionario del cartismo.
Él lo denomina «economía moral». La revuelta por los alimentos estaba legitimada «por la suposición de una economía moral más antigua», que enseñaba que era injusto beneficiarse de las necesidades de la gente. «Estas acciones populares estaban legitimadas por la vieja economía moral paternalista» ¿Por qué se fijó en la «costumbre» y no en «lo común»?
Los ludistas formaron parte de la lucha contra la fuerza centrípeta del capitalismo, la tendencia de este a intensificar la explotación. Los haitianos supusieron la parte más fuerte de la lucha contra la fuerza centrífuga del capitalismo, con su tendencia a extender la expropiación. Cuando E. P. Thompson escribió que los años bajo la superficie fueron «de una riqueza que solo podemos intuir», debemos añadir a dicha riqueza no solo experiencias de vida comunitaria como las de «las cumbres borrascosas» de Yorkshire o el campo ludista, sino también las de las «montañas atlánticas» de William Blake, que tan bien conocían Edward y Catherine Despard. Los hábitos estadialistas de la mente borran el recuerdo de las economías basadas en lo común.
El concepto de lo «común» está relacionado con la ensoñación, lo gótico, lo surreal, lo oculto y lo mítico. Está relacionado con lo «clandestino», y este es el punto de unión, el «algo», en el que se encontraban las tradiciones romántica y obrera, como la historia de los Despard podría enseñarnos en cuanto establezcamos plenamente el contexto de ambos. John Clare, exagricultor cuyos terrenos comunales habían sido cercados, expulsándolo, se refiere varias veces en su poesía a esas criaturas subterráneas, los topos:
Mientras miro, los topillos cuelgan meciéndose al viento
en el único sauce viejo que permanece en todo el campo
y la naturaleza oculta el rostro allí donde ellos oscilan en sus cadenas
y en un silencioso murmullo se queja
aquí estaba la posesión común de sus colinas, donde ellos siguen buscando la libertad
aunque todo lo común ha desaparecido y aunque se ponen trampas para matar
a los pequeños mineros sin hogar[11].
Se convirtieron en metáforas para las sorpresas de la historia.
Un historiador local del condado de Kildare escribió: «El cruce de caminos de Lyons fue una de las guaridas del Perro Negro, que parece haber estado emparentado con el perro de la mitología griega que protegía el mundo subterráneo»[12]. Catherine se perdió bajo la superficie, en el inframundo, incluso. En la historia de lo subterráneo hay momentos míticos, geológicos y políticos coetáneos de la insurrección de Despard de 1802-1803.
El marxista argentino del siglo XX Che Guevara, y el nacionalista cubano del siglo XIX José Martí se refirieron al proyecto revolucionario aludiendo a lo que Jesús dijo acerca de Jonás. El Che le dijo a un estudiante visitante estadounidense que regresara al vientre de la bestia. Martí escribió antes de morir: «Viví en el monstruo y conozco sus entrañas»[13]. Cuando le pidieron una señal, Jesús respondió: «¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide y no se le dará otra señal que la señal de Jonás» (Mateo, 16: 4). Las fuerzas externas no revelarán por sí solas la sociedad justa: solo la libertad de acción puede hacer realidad el ideal de lo común. En términos laicos, el determinismo económico del estadialismo se opone al poder de la libertad humana.
Sin embargo, «de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, también el hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mateo, 12: 40). Entre la crucifixión y la resurrección, Jesús descendió a los infiernos, «el corazón de la tierra». El episodio es conocido como el horror del infierno. En la tradición plebeya inglesa, el infierno está en la tierra: el infierno es la Ley; el infierno es la Mercancía. Desde Paraíso perdido de Milton hasta El matrimonio del cielo y el infierno de Blake, esta tradición proporcionó el horizonte soterrado de la guerra de clases. Jonás formaba parte de una tripulación, Jesús, parte de la sal de la tierra, y los Despard, parte del proletariado atlántico. Todos sufrieron el infierno en el vientre de la bestia.
Los campos sumergidos, las entrañas terrestres, o el corazón de la tierra son paralelos al «vientre del cetáceo», o a las «entrañas del monstruo» y la «historia desde abajo». «El corazón de la tierra» puede tener estos tres significados: 1) la localización de las energías negras como la «oscuridad» del carbón o el petróleo; 2) el infierno, el lugar del gran calor, y por lo tanto del cambio distrófico que causa las retorcidas desigualdades entre ricos y pobres en la faz de la tierra; y 3) los diversos horizontes de lo común geológico. Yo sugiero que los significados de lo «subterráneo» –mítico, geológico y político– están interrelacionados y que atañen a los significados de lo común. Antes de volver a Inglaterra, nuestra búsqueda de Catherine Despard y lo común nos exige ampliar la mirada, primero hacia Irlanda y después a América, hacia lo que Blake denominó «las montañas atlánticas».
[1] S. Winchester, The Map That Changed the World: William Smith and the Birth of Modern Geology, Nueva York, 2001.
[2] E. Thompson, The Making of the English Working Class, Nueva York, 1963, p. 832 [ed. cast.: La formación de la clase obrera en Inglaterra, Madrid, 2012, p. 885].
[3] Ibid., p. 181 [p. 208].
[4] F. Place, The Autobiography of Francis Place, ed. M. Thrale, Cambridge, 1972, p. 181.
[5] E. Thompson, cit., p. 500 [p. 546].
[6] D. Bollier, Silent Theft: The Private Plunder of Our Common Wealth, Londres, 2002; D. Bollier, Think Like a Commoner: A Short Introduction to the Life of the Commons, Columbia Británica, 2014; L. Hyde, Common as Air: Revolution, Art, and Ownership, Nueva York, 2010; L. Hyde, The Gift: Creativity and the Artist in the Modern World, Nueva York, 2007.
[7] E. Thompson, cit., p. 230 [p. 260]. Thompson utiliza selectivamente citas del panfleto de Feargus O’Connor, pp. 15, 41-42, 56.
[8] F. O’Connor, The Employer and the Employed: The Chambers Philosophy Refuted, Londres, 1844, p. 42.
[9] Ibid., p. 42.
[10] E. Thompson, Customs in Common, Londres, 1991, p. 337; A. Plummer, Bronterre: A Political Biography of Bronterre O’Brien, 1804-1864, Toronto, 1971, p. 77.
[11] J. Clare, «Remembrances», en Major Works, Oxford, 1984, p. 259, versos 37-43.
[12] M. J. Kelly, «History of Lyons Estate», en P. O’Sullivan (ed.), Newcastle Lyons. A Parish of the Pale, Dublín, 1986
[13] J. Martí, José Martí Reader: Writings on the Americas, ed. D. Shnookal y M. Muñiz, Melbourne, 1999, p. 234 [ed. cast.: Carta de José Martí a Manuel Mercado, 18 de mayo de 1895].