Читать книгу Roja esfera ardiente - Peter Linebaugh - Страница 9

Оглавление

Prólogo

El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza solo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y el enemigo no ha cesado de vencer.

Walter Benjamin, Tesis de filosofía de la historia

Cualquiera que haya leído La hidra de la revolución, el magnífico libro de 2000 escrito en colaboración por Peter Linebaugh y Marcus Rediker, estará algo familiarizado con el relato principal contado en Roja esfera ardiente, el de Edward «Ned» Despard y su compañera Catherine, o «Kate». Como se contaba muy brevemente en el último capítulo de ese libro, la historia es la del hijo de una familia menor de terratenientes anglo-irlandeses, que a finales del siglo XVIII sirvió como ingeniero en el ejército británico, principalmente en el Caribe y Centroamérica, y acabó siendo administrador en Honduras y Belice. Allí conoció a Catherine, una criolla con la que se casó y regresó a Londres, después de que los intereses de plantación y madereros lo expulsaran por defender los derechos de lo común. En Londres, fue encarcelado, primero por deudas y finalmente por sus actividades revolucionarias, y lo ejecutaron en 1803 por conspirar para asesinar al rey. Durante este tiempo, Ca­therine se convirtió en una incansable reformadora del sistema carcelario, aunque se ha documentado mucho menos sobre su vida anterior y posterior a su asociación con Despard.

Como sugiere el subtítulo, el presente libro es aún menos una biografía en el sentido habitual del término de lo que lo era el capítulo anterior. El relato de Despard se mantiene, por el contrario, como un solo nudo, aunque organizador, en una extraordinaria red de relatos que, unidos, no solo cuentan la historia de una vida sino también la historia de un episodio crucial en la larga lucha entre los supresores y los defensores de lo común. Esta historia de lo común y su lucha por sobrevivir a las depredaciones del capital y el imperio es, desde hace unas décadas, la principal preocupación de Linebaugh, que la ha contado en varios libros y artículos que no solo incluyen La hidra de la revolución sino también The London Hanged (1991), Magna Carta Manifesto (2008) y una serie de artículos y panfletos más breves. Roja esfera ardiente es la culminación de lo que ahora constituye un corpus de trabajo considerable y respetado, tanto por el contenido como, especialmente, por su forma realmente innovadora. Como trabajo es sui generis y solo Peter Linebaugh podría haberlo escrito.

Los lectores de sus trabajos anteriores reconocerán aquí la notable capacidad de Linebaugh como historiador, que continuamente descifra en los archivos oficiales de la policía, o del Almirantazgo, o en los registros de compraventa de propiedades e inmuebles, los relatos de aquellos a quienes dichos archivos pretendían silenciar. Linebaugh es también conocido por su gran capacidad para hilar relatos a partir de esos archivos reticentes y con lagunas. El hilado exige recoger numerosas fibras, en ocasiones de procedencias o tintes muy distintos, para reunir en un hilo complejo los materiales que compondrán su peculiar textura y le darán el tacto que ofrece entre índice y pulgar. De igual modo, el buen narrador –como el seanchaí irlandés invocado en los capítulos sobre la niñez de Despard, en el entonces conocido como condado de Queen’s– se mueve mediante la digresión y la aparente falta de dirección, a menudo desafiando al oyente a descifrar cómo encaja todo hasta que, tal vez después de horas, las múltiples hebras se unen en un tejido fantástico. Este no es, por supuesto, el método usado por la historiografía habitual, que prefiere la claridad en apariencia mayor de la narrativa lineal, la concatenación de causa y efecto, la distinción de acontecimientos y personajes principales y menores, o el progreso triunfal de las formas del Estado y de la sociedad civil.

Al lector que busque dicha narrativa lineal tal vez le asombre (aunque nunca le decepcionará) el enfoque tan distinto de los acontecimientos, y de los personajes históricos que los vivieron, adoptado por Linebaugh en Roja esfera ardiente. El libro es una obra complejamente articulada que reúne los hallazgos de muchas décadas de investigación y los une en un tejido móvil y constantemente cambiante. Desde su primera obra, The London Hanged, Linebaugh se ha mostrado crítico con un enfoque de los estudios históricos basado en la nación, con su propensión a aislar la narrativa y la aparición de países concretos, y ha practicado, por el contrario, la «historia desde abajo», siguiendo la tradición del historiador radical inglés de la clase obrera y su «economía moral», E. P. Thompson. Su obra, en este sentido, ha crecido gracias a su aguda comprensión para captar la circulación de las ideas radicales tanto entre un proletariado internacional como a través de los contactos de este con las sociedades indígenas, que todavía no estaban plenamente incorporadas a un capitalismo colonial en rápido crecimiento. A este respecto, Linebaugh ha sido precursor de los Estudios Atlánticos, y este libro amplía de manera brillante no solo la historiografía en ese campo sino también sus posibilidades imaginativas. Documenta la circulación de personas, de cosas y de ideas por el mundo atlántico mientras el capitalismo se dedicaba a cercar lo común, a expropiar a los pueblos nativos, a comerciar con la esclavitud, y a explotar y apresar a los pobres.

A Linebaugh le corresponde el logro de encontrar una forma de presentar de qué maneras las personas que se han dedicado a luchas dispersas contra su desposesión y desplazamiento, contra la aniquilación de sus modos de vida y sus medios de supervivencia, han forjado conexiones entre sí, momentáneas o duraderas, en su simple circulación que ha seguido el capitalismo por las rutas constantemente cambiantes y divergentes. El capitalismo no fue solo la forja feroz, la «roja esfera ardiente», en la que los trabajadores eran coaccionados y explotados, las minas y los bosques eran saqueados para obtener combustible y materiales, o los pueblos indígenas eran asesinados y desposeídos. Creó de manera simultánea las condiciones y la necesidad de contraculturas de resistencia, cuyas ideologías podrían ser tan dispares como dispersos estaban sus activistas, pero que se unieron en torno a la exigencia obstinada y perenne de modelar las condiciones para la vida en común, en lugar del impulso violento del capitalismo al cercamiento y el monopolio. Como muestra Linebaugh, las formas de dicha vida en común, culturales y materiales, eran tan variadas como las múltiples historias y ecologías que una vida humana y natural variada pudiera sostener. Incluso mientras el capitalismo y el imperio pretendían atraer los recursos del mundo a sus furiosas órbitas que todo lo consumen, la resistencia a ellos seguía siendo –y en esto radicaba su peligro y su ventaja– descentralizada y múltiple, una «hidra de múltiples cabezas». Diverso en sus formas y en ocasiones efímero en sus manifestaciones insurgentes, lo que Linebaugh resume como lo «común» [the commons] tenía y sigue teniendo una existencia material real que, aun amenazada, apuntala un repertorio vital de posibilidades e imaginaciones alternativas, cuyos potenciales todavía no se han agotado.

La notable amplitud y variedad de la erudición histórica de Linebaugh es equiparable a la rica diversidad de las formas de vida que él reúne en Roja esfera ardiente. La abundancia de dichas formas solo puede esbozarse mediante una lista selectiva de las cuestiones que aborda en la brillante red de su relato: las luchas agrarias irlandesas y el levantamiento de 1798; el ciclo vital de la anguila; la revolución haitiana; la historia del gorro frigio de la libertad y su relación con las monedas y medallas revolucionarias; la cultura y los valores sociales de los nativos americanos; las técnicas de ingeniería militar; la cultura de las mercancías, desde el azúcar a la caoba, en el mundo atlántico; la historia de las cárceles y las ejecuciones en Reino Unido y en Estados Unidos; la niebla tóxica; William Blake y el romanticismo británico… la lista podrá extenderse indefinidamente. Pero no es una reunión arbitraria de hechos fascinantes, al igual que tampoco se limita a aportar una hermosa biografía de una sola mercancía. Por el contrario, tanto la diversa gama de temas como su organización formal representan una solución impresionante a la dificultad planteada al intentar contar la historia de un capitalismo en el que cosas, personas e ideas se arremolinan y separan, y en la que la historia vital de cualquier individuo o comunidad se ve necesariamente impactada por el intrincado tejido de encuentros y vectores de cambio que –acelerando en las rápidas fuerzas de cambio que notoriamente engendra el capitalismo– determinan sus movimientos, asociaciones e ideas. Linebaugh los llama «vectores de transmisión», y lleva ya varias décadas documentándolos. Podrían incluir el servicio colonial de los administradores más conocidos por sus innovaciones internas, como Patrick Colquhoun, fundador de la policía de Londres, o el trasfondo de radicales como el gran Thomas Spence, cuya madre procedía de Orkneys. Pero encajarían también la circulación de ideas radicales en conversaciones bajo cubierta en los barcos, o dentro de los terrenos tan multiculturales del patio de una prisión, que ya poblaban algunos de los «ovillos» que Linebaugh y Rediker reunieron en La hidra de la revolución.

A ese respecto, Roja esfera ardiente representa una culminación del trabajo de Linebaugh hasta la fecha, precisamente al ofrecer la solución formal que él da a los problemas planteados por esta «historia desde abajo». Necesariamente no dedicada a los grandes acontecimientos y a los «grandes hombres», sino a los rastros borrosos de los silenciados, y dedicada a interpretarlos de manera contraria a la establecida, dicha obra no puede contar el tipo de relatos continuos que la historia y la biografía narrativas intentan relacionar. La aportación de Linebaugh a la historiografía radical es ejemplar, al insistir en ciertas estrategias contradisciplinarias, como la importancia de la especulación, en ausencia de archivos, para el historiador desde debajo; o la necesidad de proyectar una «luz satánica» sobre las fuentes, de modo que «a través de ellas brille un destello de lo común» El libro se divide, en consecuencia, en una serie de episodios que dispersan las vidas de sus dos protagonistas entre la red de conocidos y asociados. Pero no es solo un disyuntivo y episódico capítulo a capítulo. Dentro de cada episodio, Linebaugh establece un principio de digresión que vincula de maneras a menudo muy sorprendentes, y a menudo a través de la coincidencia histórica y una buena pizca de la especulación necesaria para establecer puentes sobre los archivos fragmentarios o perdidos, un elenco de personajes radicales e indígenas, que o bien se conocieron entre sí o podría imaginarse que se hubieran cruzado en el mundo atlántico. A veces, esto es cuestión de reunir la densidad histórica de una localización, ya sea el vecindario rural de Despard en el condado de Queen’s (que resulta haber sido un inesperado fermento de ideas y conexiones, desde el folclore al radicalismo de los Irlandeses Unidos) o la costa de los indios miskitos en Centroamérica. Pero es también cuestión de seguir las dislocaciones que personas, cosas e ideas experimentan por igual en las esferas circulantes de una economía capitalista. Esta última desplaza y reúne gente, a menudo en lo que Angela Davies llamó en una ocasión «coaliciones inesperadas», y proporciona los medios para distribuir ideas. Dichas ideas no solo circulan en forma de escritos sino también por medio de recursos simbólicos, ya sean folclóricos o mercantilizados. Estos a su vez son objeto de un cambio de funciones por parte de las diferentes comunidades que preservan a través de ellos la memoria y los valores de lo común.

A este respecto, Linebaugh parece emular tanto el modo digresivo de las obras literarias del periodo de las que es más devoto, desde Laurence Stern hasta Thomas De Quincey, como la manera de los cuentistas irlandeses, a los que invoca en la región natal de Despard. Sin duda a él esta analogía le parecería un cumplido. Las cualidades formales de la obra plantean, sin embargo, una dificultad potencial al lector: es fácil perder de vista el relato de los Despard, ensimismándose en el intrincado patrón de otros cuentos. Pero, como el oyente ansioso del seanchaí o del cuentista nativo americano, son los lectores los que deben suspender su impaciencia, encontrar una forma de avanzar por el hilo, y demorarse en las perspectivas cambiantes y los relatos entrelazados –animales, vegetales y minerales, además de humanos– que Linebaugh orquesta. Como él nos recuerda, «estos relatos, de naciones de cuentistas, eran un modo de sacarle sentido a las derrotas históricas». Pero la forma en la que Linebaugh, aprendiendo de ellos, cuenta dichos relatos es también el medio de volver a narrar las posibilidades que sobreviven a la derrota histórica: esta, descubrimos en Roja esfera ardiente, nunca es absoluta, nunca es el fin de la historia. Por el contrario, el relato continuo de la destrucción, en un lugar u otro, de alguna alternativa indígena real al capitalismo, o de alguna iniciativa revolucionaria que intentó derrocarlo, está contrapuesto siempre por la emergencia en otra parte, a partir de reuniones fugitivas de pobres y desplazados, de nuevos imaginarios en los que la promesa de lo común saqueado se renueva.

Estas son lecciones de las que no podemos y nunca deberíamos prescindir. En las primeras décadas de otro siglo, los nuevos modos de cercamiento y robo que reciben el nombre de neoliberalismo tienen como objetivo privarnos nuevamente de todo aquello que las múltiples luchas sociales han conseguido conservar de lo común, en forma de bienes públicos. Ante esta nueva oleada de expropiación, se nos presenta, con una urgencia peculiar, la cuestión de cómo podemos imaginar y modelar, en consonancia con las tradiciones de los oprimidos, nuevas prácticas de vida en común. En el relato de Peter Linebaugh sobre los defensores de lo común de antaño y la imaginación por parte de dichos defensores de alternativas a la pesadilla todavía emergente y desnudamente brutal del capitalismo global, podemos encontrar los recordatorios indispensables de que, a pesar del «aura de inevitabilidad» que acompañó al desarrollo del neoliberalismo, las posibilidades conocidas o imaginadas en el pasado no se pierden para la historia. A nosotros nos corresponde avivar la chispa que con tanto cariño ha encendido Linebaugh.

David Lloyd

Los Angeles, 2018

Roja esfera ardiente

Подняться наверх