Читать книгу Malte vive en mi jardín - Pilar Orlando - Страница 25
XVIII. El sexo es sublime
ОглавлениеAcabo de hablar con mi prima C. un buen rato. Es una persona excepcional. Su marido tuvo un mieloma múltiple. Cinco años sufriendo. Al final, murió en marzo. Eran una pareja envidiable, se amaban de verdad. Tuvieron cuatro hijos. Por amor.
Una vez P., su marido, en una de esas tardes largas que hacen crecer las intimidades, me dijo que, para él, el sexo con su mujer era una experiencia religiosa. Yo no le entendí, y mi marido de entonces, menos. Para A. follar era eso, nada más lejos que un vulgar orgasmo animal. Pero yo siempre recordé ese comentario. Luego me fui dando cuenta de que realmente podía haber algo más allá. Y por fin lo he entendido. La experiencia sexual con la persona realmente amada es inefable. Por eso, las parejas que lo conocen no se pueden dejar. Porque no hay nada más sublime. Ahora pienso en mi prima y su terrible pérdida. En esta vida hay cosas irreparables. Ella lo tiene claro, fue maravilloso hasta el final. Y realmente ha tenido suerte. ¿Cuántas personas viven algo así?
Estoy cansada. Mucho. Llevo varios días así. Espero mejorar, pero solo el movimiento de escribir me cansa. Mi segundo exmarido estuvo en casa el jueves. Siempre me pregunta por mi enfermedad. No lo aguanto. Quiere que tome nuevas medicinas, que vaya al médico, creo que piensa que debería sentirme enferma. Pero yo no soy una enferma. Su hermano tenía lo mismo que yo y pidió la eutanasia hace unos meses. Bueno, pues para él. Yo no. Y si me voy a estropear el hígado, no será por una medicina inútil. Será porque disfruto tomando un buen vino.
A mi hija se le está cayendo el coche a trozos. Hoy ha tenido que dejarlo en el taller. El caso es que me echa la culpa a mí. Ese coche fue mío y cuando se sacó el carnet se lo di. A mí nadie me había regalado un coche, ni nuevo ni viejo. El coche tiene casi doce años y falla. Hoy, cuando ella iba a trabajar, se le ha parado. Ha tenido que regresar con la grúa. Tenía un cabreo considerable. Me ha echado en cara que yo hubiese cambiado mi coche, que era mucho más nuevo, en vez del suyo. Me he sentido muy mal. Ella ha debido estar pensando estos meses que soy una egoísta. Que el coche nuevo tenía que haber sido para ella. Yo no tengo dinero. Lo siento, hija. Está enfadada conmigo. Y a mí me da mucha pena.
Hace tanto que no escribo, que no he contado que ya hemos empezado el curso. Tenía ganas. Esas horas que pasamos hablando de todo lo que no está en la Tierra son fundamentales. Hace dieciocho años que voy un día a la semana a la Escuela Contemporánea de Humanidades; así, con mayúsculas. Y gracias a ello soy mucho más feliz. Lo cotidiano y pequeño queda, un rato, apartado. Y hablamos de alma, razón, subconsciente, arte, tribus, familia, consciente, Jung, Berger, Hillman, Petrarca, Whitman, Proust… (y muchísimos más). Qué dicen y cómo lo entendemos. Cuando volvemos a casa, mi marido y yo seguimos con el debate. Es delicioso fumar un canuto en el balcón sintiéndote semiculto.
El domingo estuvieron en casa dos personas del grupo. L. se va a vivir a Chicago y le habíamos hecho un regalo en grupo que al final le entregué yo. Me encantó porque en cuanto lo tocó dijo «cashmere», marcando la ese líquida. Una mujer que sabe. También vino C., que le regaló un libro de san Juan De la Cruz. Dijo que mejor este que santa Teresa. No estoy de acuerdo. Volvemos al tema, ¿quién escribió Vivo sin vivir en mí? No sabemos, pero, en cualquier caso, la santa es mucho más punk.
Y luego vino la matraca de Cataluña. Es que a estas alturas parece imposible algo así. Vamos para atrás.
Pues es cierto que vi la manifestación antiindependista de Barcelona. Y me emocioné.
Cuando sonó el himno de España, vi a todos los muertos que habían luchado por este país. Rojos, blancos, azules, violetas… El gran esfuerzo que hicieron, ellos y sus familias. Desde hace unos quinientos años. Y ahora lo quieren borrar. ¿Dónde está la memoria histórica? Mucho dolor.
Sigo fumando y bebiendo. Como ayer cambiaron la hora, he empezado a beber antes. Mi reloj biológico no para. Pero no solo el mío, el de todos. La luz marca el tiempo y nos empeñamos en engañarnos. Este invento humano de la hora habría que pararlo. Es un signo más de nuestra lucha contra natura.
Mañana tengo la fiesta de mi hermana. Hemos encontrado unas máscaras que compré en Venecia. Creo que va a ser una buena fiesta. A ver si me comporto.