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XX. Escucho a Mozart de fondo

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Ha sido un día intenso. Sobre la una me ha llamado mi hermano para decirme que el hijo de veinte años de una amiga en común se había tirado a las vías del tren. Suicidio. Creo que es la peor noticia que pueden darle a una madre. ¿Cómo vives después de eso?

Yo conozco poco a J., pero me siento su amiga. Mi hermano P. era íntimo de su marido S. Mi hermano murió hace tres años y medio. J. y S. estuvieron conmigo en el tanatorio, en el funeral, en la incineración. A los tres años, murió S. A los seis meses, su hijo se suicidó. Y J. queda. Pero su familia no existe. Tiene una hija de trece años. Tiene que vivir por y para ella. Yo no sé si podría. Pero ella sí. Es una mujer increíble, guapa, alegre, inteligente, artista. Y pobre. A veces, la supervivencia produce más angustia que el dolor propio. Saber que puedes pagar la luz, la comida, tanto la tuya como la de tu hija, relaja. Eso es mucho en esos momentos.

Escucho a Mozart de fondo. Es un placer. Me reconfor­­ta. Voy a fumar un canuto. Es mi hora. La hora de perderme y acostarme con mi marido, mi amor. Y sentir cómo se des­­hace el mundo entre nosotros. Y nosotros somos el mundo. Esto ya lo dije antes.

Tengo un fin, pero no sé cuál. He tenido que interrumpir este monólogo. Mozart me lleva. Casi no sé lo que pienso, voy mal. ¡Vaya tonterías!

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