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XIX. ¡Cómo puedo vivir tan bien!

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Es mediodía. Nunca he escrito a esta hora. Y se está muy bien, aquí en el jardín con un sol que parece de verano. Hoy tengo que portarme bien, pero no voy por buen camino. Me he levantado a la una, después de leer todos los periódicos posibles, ver el Facebook y jugar al solitario.

¡Qué placer, Dios! ¡Cómo puedo vivir tan bien! Pero en cuanto he llegado al jardín, me ha dado el gusanillo de portarme mal. El gusanillo es un fuerte deseo de hacer lo que no debo. Me da cuando tengo una larga perspectiva de tiempo para mí. Tiempo en el que puedo hacer lo que me dé la gana. Literal. Una suerte enorme tengo. Mi marido es mi conciencia. Me dice que tenga cuidado, que no me pase. Pero yo ni caso. El gusanillo siempre es más fuerte. Entre Eros y Tánatos, por supuesto, Eros. Siempre ha sido así. Soy una hedonista recalcitrante. O me coges así, o me dejas.

Soy politoxicómana. De toda la vida. Lo que pasa es que hasta ahora he tenido suerte. Tengo un subconsciente que de alguna manera me avisa. Hasta que se harte de mí. Toda mi vida, desde los catorce años, he tomado drogas y alcohol. Ya cuando era niña metía los dedos en los vasos de licor de los mayores y me los chupaba. Delicioso. Mi abuelo me llamaba churretera.

Creo que se quedó muy corto.

El primer canuto lo fumé con catorce años, con un chaval que era de lo más guapo de mi pueblo. Me dio una de risa, como son los primeros canutos. El caso es que estábamos en la plaza del museo de San Telmo de San Sebastián y había una buena manifa. Unos corrían para un lado. Otros, para otro. Y nosotros, muertos de la risa. Me resultaba cómico. Hasta que llegué a casa dos horas más tarde de lo que debía. Mi madre no se reía nada. Cambié el relato y le dije que el retraso se debía a la mani, y que había pasado mucho miedo. Se conmovió. Es increíble cómo se puede cambiar la historia cambiando algunas palabras. Esas verdades a medias.

Ya he tomado dos vinos. ¿Voy a seguir bebiendo? Seguramente sí y llegaré a la fiesta hecha una piltrafa. Todo el mundo se dará cuenta, pero pensarán «pobrecita, ¡cómo le afecta su enfermedad!». O eso creo yo.

Me he fulminado la serie Stranger Things. Es divertida, aunque es una mezcla de todas las pelis de ciencia ficción que ya había visto. La verdad, la novedad no es qué historia se cuenta, sino cómo se cuenta. Si no, nadie haría nada. Porque todos contamos las mismas historias.

Malte vive en mi jardín

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